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Los nuevos gurús del anticristianismo

Los nuevos gurús del anticristianismo

En un escrito póstumo, publicado por el diario Avvenire, el historiador francés René Rémond, recientemente fallecido, hace una réplica, desde la razón y los argumentos, a los últimos ataques contra la fe católica

 

Me sorprende mucho que, en un momento en que la ciencia ha alcanzado niveles tan altos de complejidad y los investigadores se interrogan acerca de las cuestiones éticas, algunos de ellos se sientan tentados todavía por un cientificismo más propio de los positivistas del siglo XIX. En cuanto a la reflexión de Michel Onfray, autor del Tratado de ateología, yo la definiría como neopagana, por la nostalgia de la antigüedad pagana que parece inspirarla. Un mundo antiguo idealizado, considerado feliz y próspero, rico en sabiduría y en alegría de vivir, habría sido sustituido, gracias a la fe cristiana, por un universo de pesimismo, oscureciendo un horizonte de sentido con su insistencia en un hombre pecador, y haciendo profundamente infeliz a esa Humanidad que tiempo atrás gozaba de felicidad y despreocupación.

 

Este reproche aparece ya durante la Ilustración, por ejemplo con la figura de Diderot, para el cual el cristianismo había frenado el desarrollo de la naturaleza y la pulsión de los sentidos: lo testimonia la forma que adquiere su anticlericalismo en su obra La religiosa. El mismo tipo de crítica viene expresada, en el siglo XIX, por parte de escritores como Anatole France y de aquellos que ensalzaron la figura de Juliano el Apóstata, que renegó del cristianismo para restablecer los cultos paganos en el Imperio Romano. Lo mismo sucede en las tesis elaboradas por la nueva derecha, una escuela de pensamiento más político que moral. Esta escuela denuncia al cristianismo en cuanto responsable de los males que afligen a la Humanidad en el día de hoy, imputándole en particular la responsabilidad sobre los totalitarismos, que estarían contenidos en germen en su monoteísmo, al cual contraponen el politeísmo de la antigüedad o el de las mitologías germánicas o escandinavas. Según esta ideología, el politeísmo sería, por naturaleza, pluralista y más respetuoso de la libertad y la tolerancia que el monoteísmo, el cual, al sostener la fe en un Dios único, excluye toda forma de pluralismo.

 

Una quimera

 

Pero esta visión nostálgica e idealizadora no es más que una quimera. El verdadeero mundo de la antigüedad no se corresponde de hecho con este cuadro ideal. Sabemos bien que, en el universo griego, el régimen democrático tenía poco que ver con nuestros sistemas políticos actuales y con la libertad que han desarrollado. Ciudades como Esparta y Atenas no eran precisamente conocidas por lo apacible de sus costumbres.

 

En general, toda esta tradición de pensamiento invoca la liberación de las cadenas impuestas por la fe cristiana, que ha robado al individuo su derecho a la felicidad. Es la crítica que hace André Gide, quien defiende que, para poder gozar de todos los placeres y experiencias de la vida, hay que liberarse de la vieja moral judeo-cristiana. No hay duda de que el placer tiene un papel positivo en el desarrollo de la personalidad, pero ¿la naturaleza humana es algo unívoco? ¿Cómo no ver las zonas de sombra y las fuerzas oscuras que anidan en el corazón de cada hombre?

 

Personalmente, me resisto a ver el cristianismo como una forma de invitación a la resignación. Lo considero una llamada extraordinaria a la voluntad de libertad del hombre. Recorriendo las páginas de los evangelios, se ve cuánto espacio dejaba Cristo a la libertad de cada uno, desde sus discípulos hasta el joven rico. Por lo demás, si las sociedades cristianas han evolucionado más que otras en el curso de la Historia, ¿no será a causa de ello? Según el cristianismo, la historia de los hombres no está escrita; no existe la idea de fatalidad o destino, sino que deja espacio a la libertad y responsabilidad del hombre, ayudado por el Espíritu. Este punto de vista está bien lejos de las sociedades primitivas, en las cuales el tiempo es cíclico y está sometido a la omnipresencia de lo divino.

 

Otra forma de anticristianismo tiene su referente principal en la novela de Dan Brown El Código da Vinci, que hace pasar por informaciones precisas muchos pseudo-hechos o conceptos discutibles, como por ejemplo la interpretación del cuadro de Leonardo da Vinci. Es impresionante el número de lectores, de niveles de cultura y educación bien variados, que se dejan engañar.

 

Lleno de referencias extremadamente hostiles hacia la Iglesia y el cristianismo, este libro es también peligroso para la democracia, porque da crédito a la idea de que la élite esconde información y que poderes ocultos rigen el mundo desde hace siglos ante nuestra ignorancia, mezclando política y religión. En este sentido, no está de más recordar Los protocolos de los ancianos sabios de Sión y de todo aquello que se decía en determinada época sobre el poder oculto de una logia hebrea que gobernaba el mundo...

 

Ciertamente, no es la primera vez que un libro inculto tiene éxito; lo que sorprende es la credulidad y la falta de cultura del público, que parece incapaz de tomar las debidas distancias y de discernir entre realidad y engaño.

 

René Rémond

Alfa y Omega, 11/05/07

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