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Una presencia original, también en lo social

Una presencia original, también en lo social

La política española, entre la Semana Santa y el comienzo formal de la segunda legislatura, transcurre a dos velocidades. La del PSOE, muy activa, la del PP, menos. Esperemos que no sea un anticipo de lo que va a suceder en los próximos cuatro años. Mariano Rajoy está siendo muy criticado por no haber designado portavoz parlamentario o por no haber anticipado cuál va a ser su voto en la investidura. Son silencios lógicos. La victoria del PSOE le otorga el derecho a llevar la iniciativa. El problema no son los silencios circunstanciales, sino un silencio de fondo, profundo. Un silencio histórico que entrega a los socialistas la iniciativa y el protagonismo, no en cuestiones puntuales pero sí en la construcción del “discurso político” que acaba definiendo la realidad de lo que está pasando.

 

Se construye, por ejemplo, el mito de la crispación y cuando el PP quiere intervenir es tarde porque tiene que hacerlo a la contra o en un contexto que le es forzosamente adverso. Sólo en algunos momentos de la pre-campaña, con propuestas como las del contrato de inmigración, los populares consiguieron zafarse de esta trampa que les sofoca. Detrás de esta forma de hacer oposición, que casi siempre acaba siendo reactiva, hay un problema de fondo. Una cuestión cultural, si la designamos utilizando la parte más noble del asunto; o una cuestión de propaganda, si reducimos esa nobleza a un enfoque ideológico. No parecen entender en Génova, es un mal endémico del centro-derecha, que la política es siempre subsidiaria de una determinada concepción de las cosas. Es muy poco útil que todas las energías estén volcadas en intentar asaltar los castillos que otros han construido en un campo de batalla en el que las reglas las pone el contrario. Cuando se concibe la política como pura gestión, siempre se llega tarde.

 

En cualquier caso, es inútil enfadarse con la oposición. Incluso ese enfado puede ser una distracción y un síntoma de que no se ha entendido cuál es la tarea que la sociedad civil más activa tiene por delante en los próximos cuatro años. Páginas Digital comienza a publicar hoy una serie de reacciones de personas del mundo de la cultura a las declaraciones que hizo Julián Carrón, el presidente de la Fraternidad de Comunión y Liberación, en el semanario Alfa y Omega en Semana Santa (www.alfayomega.es). La entrevista se titula “Una presencia original” y, aunque en ella Carrón desarrolla sobre todo una reflexión sobre cómo recomenzar una experiencia educativa y misionera de la fe, también ofrece criterios muy útiles para todo el movimiento social que se ha despertado en el último tiempo y que ahora puede sentirse, en cierto modo, desfondado. Él mismo deja claro que para los católicos no es secundario construir esa sociedad civil: “u na fe madura se expresa en obras en las que se encarna el deseo del hombre (...), no es solamente un asunto privado o limitado a algún ámbito particular, sino que tiene también un papel público, hasta en el compromiso civil y político vivido como caridad”, asegura. Y añade: “hace falta una presencia original, no reactiva. Una presencia es original cuando brota de la conciencia de la propia identidad y del afecto a ella (...). Como cristianos, no hemos sido elegidos para demostrar nuestras capacidades dialécticas o estratégicas, sino únicamente para testimoniar”.

 

La propuesta que hace, desde su experiencia cristiana, para construir lo que denomina una presencia original bien puede servir para cristianos y no cristianos que han experimentado la urgencia de responder a la arrogancia de un poder cada vez más invasivo. Respuesta que, si no quiere ser reactiva y estar definida y condicionada por ese poder, sólo encontrará su originalidad en la conciencia de la propia identidad. No se trata, dice más adelante, de “demostrar nuestras capacidades dialécticas o estratégicas sino de testimoniar la novedad que la fe ha introducido en el mundo”. Puede parecer que estas dos categorías, la identidad y el testimonio, son insuficientes para construir una presencia original, también en el ámbito social. Ése el espejismo que en ocasiones ha enturbiado el movimiento social que en los últimos años ha luchado por la libertad de educación, la libertad de conciencia o la dignidad frente al terror. Las energías utilizadas en dar “el último empujón” para que se produjera el cambio que necesitábamos parecen desperdiciadas. No es así.

 

Se ha despertado la conciencia de que existe un poder agresivo. Pero no basta, hace falta la conciencia de la propia identidad, como dice Carrón, para conseguir una auténtica fecundidad social que dé respuestas desde el primer momento. El ejemplo más nítido es el de Educación para la Ciudadanía (EpC). La identidad de los católicos, su auténtica tradición y capacidad critica, como la identidad de los judíos o los librepensadores, es la única que puede generar respuestas educativas que sean originales y que estén a la altura del reto que supone la materia. Una respuesta real y no virtual no tiene más “herramienta” que el testimonio, dicho con otras palabras: la libertad de agentes sociales que explican los motivos que les impulsan. Llevan razón los líderes que revindican la EpC como la cuestión esencial para el nuevo movimiento social. Pero no porque la batalla contra esta materia sea más o menos instrumental para construir un proyecto ideológico alternativo, sino porque al referirse a la educación nos obliga a retomar los motivos y razones que pueden generar una nueva presencia social.

 

Fernando de Haro

Páginas Digital, 26 de marzo de 2008

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