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Wahabíes y salafistas en Córdoba

Wahabíes y salafistas en Córdoba

Las preocupantes informaciones sobre los proyectos islámicos para recrear en Córdoba una meca europea han de ponernos sobre aviso de las cartas que se van a jugar en la capital andaluza, puerta de entrada en la UE a estos efectos. Una de las batallas importantes, en esta confrontación como en cualquier otra, es la del idioma.

 

Los más férreos enemigos de la democracia liberal saben de la superioridad intelectual de ese sistema de libertades. Por ello juegan siempre con circunloquios lingüísticos para intentar llegar a su objetivo. Sucedía ya con los comunistas, que -según el escenario- preferían denominarse «progresistas», «socialistas reales», «fuerzas de vanguardia» y memeces varias con las que intentar disfrazar su verdadera condición. Algo similar ocurre ahora con los wahabíes que promueven el islam más ortodoxo como religión única en toda tierra que en algún momento de la historia hubiera sido hollado por los seguidores del Corán. E intentan llevarlo adelante por la fuerza. El historial de violencia de los wahabíes para con otros musulmanes es tan notorio que son muchos los que sienten un profundo rechazo hacia esa división del islam. De ahí que, como ha explicado Stephen Schwartz en «The Weekly Standard», los wahabíes promuevan su expansión en muchas áreas bajo la bandera del salafismo. Los salafistas fueron las primeras generaciones de píos académicos musulmanes surgidos en torno a la muerte del profeta. Y más tarde, en el siglo XIX, se dio ese nombre a un grupo de reformistas islámicos que querían simplificar y modernizar su religión rechazando la violencia.

 

Estamos ante un problema de una trascendencia suficientemente grave como para ocultar su verdadero origen. Cada día oímos hablar de los «insurgentes» que asesinan a decenas de iraquíes. Nadie aclara por qué no son terroristas. Los mentores ideológicos de buena parte de esos terroristas han puesto ahora su mirada y su dinero en Córdoba. Sigamos con circunloquios, miremos para otro lado y no llamemos a las cosas por su nombre. Veremos.

 

Ramón Pérez Maura, ABC, 27/12/2006

 

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