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Globalización es desarrollo

Globalización es desarrollo El término “desarrollo” ha servido siempre para expresar una aspiración ideal unida a un entusiasmo ingenuo, original y positivo en el que están de acuerdo tanto los católicos como los no católicos. Pablo VI, en la Populorum progressio, recordaba que “el desarrollo es el nuevo nombre de la paz”. Cuarenta años después, en una época dominada por la globalización económica, las comunicaciones y los nuevos organismos supranacionales, conviene retomar cuál es la situación.

 

Se percibe en muchos un juicio positivo sobre las oportunidades que la globalización lleva consigo. Por ejemplo, el profesor Dominick Salvatore, de la Universidad Fordham de Nueva York, dice: “El Banco Mundial ha estimado que, si el proceso de globalización no se hubiera producido, el número de pobres habría aumentado entre 300 y 650 millones de personas durante la década en que se ha reducido en 150 millones”.

 

Pero todavía no se puede esperar que el mercado lo resuelva todo. Rodrigo Rato, director del Fondo Monetario Internacional, afirma: “Hace seis años, Naciones Unidas lanzó el programa de desarrollo Objetivos del Milenio. A menos de diez años del plazo acordado para la realización del programa, muchos países pobres aún viven en una situación terrible, corriendo el riesgo de no alcanzar los objetivos fijados”. Es necesario afrontar el fenómeno de la globalización como indica el Premio Nobel Stiglitz en su último libro, La globalización que funciona.

 

Es sobre la modalidad de este gobierno de la globalización en lo que no hay acuerdo. Existe una gran controversia política en la que se contraponen dos visiones, que aparentemente exhiben etiquetas similares (buen gobierno, lucha contra la corrupción, desarrollo de la democracia…), pero tienen acentos y prioridades profundamente diferentes.

 

Una primera línea, propia de quien en las instituciones internacionales se alinea en las posiciones de la administración americana, subraya que el gobierno de la globalización consiste sobre todo en afirmar una cierta imagen de la democracia, la transparencia institucional, la aceptación de reglas democráticas, la lucha contra el terrorismo, y que estos países, por parte de las diversas naciones, sean prioritarios. Según Paul Wolfowitz, presidente del Banco Mundial, “un buen gobierno no tiene en cuenta sólo al gobierno, sino también a los partidos políticos, al parlamento, al ordenamiento jurídico, a los medios de comunicación y a la sociedad civil. Un buen gobierno requiere tres cosas: eficiencia del Estado, sensibilidad hacia los problemas y accountability (responsabilidad)”.

 

Añade Rato: “Más confianza y claridad pueden aumentar la calidad del gasto público, disminuir la corrupción y ayudar a reducir la pobreza”. En la línea de esta posición, Silvio Berlusconi afirma: “Es necesario ser pragmáticos y sobre todo considerar la cancelación de la deuda no como un gesto de misericordia sino como un acto de confianza en un país cuya política debe ser clara en el modo en que, una vez liberada del peso de la deuda, camine realmente hacia la recuperación”.

 

El rol de Estados Unidos

 

A esta línea se opone la posición de la izquierda europea y americana, multilateral, negociadora, anticonservadora, que piensa que tales conquistas (democracia, buen gobierno, transparencia) son fruto de una apertura tolerante y benévola por parte de la comunidad internacional en su totalidad. Dice Javier Solana, alto representante para la política exterior y la seguridad común de la Unión Europea, que la promoción de un gobierno mundial efectivo emerge de “la compasión por aquellos que sufren, la paz y la reconciliación mediante la integración, un gran respeto a los derechos humanos, la democracia y el principio de legalidad, el espíritu del compromiso sumado al empeño de promover de forma pragmática un sistema internacional basado en leyes”.

 

Le hace eco Massimo D’Alema: “La estrategia de la comunidad internacional prevé un reparto de la responsabilidad. Los países beneficiarios deben esforzarse en trabajar con políticas creíbles en términos de buen gobierno, de democracia, de lucha contra la corrupción y de actuaciones responsables para el desarrollo. Los países donante, por su parte, deben asegurar una ayuda más amplia, sobre todo más incisiva”.

 

El americano Peter Beinart, editorialista y ex director del magacín liberal americano New Republic, añade: “Es necesario aceptar que los derechos humanos no corresponden a cualquier cosa que hagan los Estados Unidos sólo porque América es, por definición, libertad. Los derechos humanos son una ley moral por la que luchamos junto al resto del mundo, combatiendo incluso nuestra capacidad para cometer injusticias. Luchamos juntos para defender una ley moral que existe por encima de nuestras acciones”.

 

Dos visiones contrapuestas, a pesar de compartir mil “palabras clave”, basadas en una visión diferente de la democracia y del papel de los Estados Unidos. ¿Pero no son otras las dimensiones que subrayar? El profesor Michael Novak intenta consolidar una base para una globalización justa reafirmando el principio de subsidiariedad y la educación de la persona, reclamando a la Doctrina Social de la Iglesia: “Las decisiones tomadas sobre aspectos concretos de la realidad y sobre los intereses inmediatos de quien las toma tienen más probabilidad de resultar que las que se toman a un nivel más alto, más distante y abstracto. La educación es la condición sine que non para el desarrollo económico, porque nada será capaz de reducir la pobreza más que un decidido incremento del capital humano”.

 

En esta misma línea, el padre Giuseppe Berton, misionero javeriano que lleva décadas trabajando en Sierra Leona en la re-educación de niños soldados: “El primer desarrollo debe ser el que hace consciente a la persona de su propia capacidad y dignidad. Es una educación no escolar del corazón, de su corazón, para ser uno mismo, porque son richos en sus tradiciones y en sus posibilidades”.

 

Educar, no sólo alfabetizar

 

En esta óptica, Piero Gheddo, director del PIME (Instituto Pontificio de Misiones Extranjeras), muestra que la crítica a esta posición no es un reclamo humanista genérico sino, ahora más que nunca, un nuevo acercamiento al desarrollo: “No basta alfabetizar y enseñar ciencias y conocimientos técnicos; es necesario instruir y educar en los valores que han permitido a los pueblos europeos inventar los derechos del hombre y de la mujer, la democracia, la justicia social, la ciencia y la medicina moderna, etc.”.

 

La educación, si es introducción a la realidad total, como dice don Luigi Giussani, sucede de persona a persona en la comunicación de una experiencia de vida que provenga del corazón de un hombre y hable al corazón de otro hombre. Es lo que afirma Benedicto XVI en su encíclica Deus caritas est: “El amor –caritas- siempre será necesario, incluso en la sociedad más justa. No hay orden estatal, por justo que sea, que haga superfluo el servicio del amor. Quien intenta desentenderse del amor se dispone a desentenderse del hombre en cuanto hombre”. Es una perspectiva antigua y nueva, pendiente de investigar: quizá la verdadera novedad y esperanza para los próximos años.

 

Giorgio Vittadini

Páginas Digital, 16 de enero de 2007

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