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Para entender la mecánica de la crispación (instrucciones de uso)

Para entender la mecánica de la crispación (instrucciones de uso) ¿Se ha preguntado usted por qué le duele el estómago cuando escucha a José Blanco, López Garrido o Álvaro Cuesta? No es un misterio. Es una estrategia. Aquí va un análisis del discurso.

Porque ya canta, ¿no? No es normal que, pase lo que pase, se hable de lo que se hable, el discurso del poder sea tan monocorde y, al mismo tiempo, tan invariablemente agresivo, como cortado siempre por el mismo patrón de mazazos y bofetones. ¿Qué extraño don tiene esta gente para desencadenar la batalla de Waterloo cada vez que abre la boca? Sobrepóngase usted al escándalo moral o a la vergüenza intelectual –esas nieblas virtuosas- y penetremos en la lógica de la crispación. Imaginemos que un día, quizás hacia 2002, uno de esos técnicos de la comunicación de masas que tanto abundan en tiempos de decadencia fue llevado ante la flor y la nata de la guardia pretoriana zapateril. Imaginemos que al técnico le pidieron orientaciones sobre cómo presentar batalla. Imaginemos que el técnico, quizás alisándose un atuendo casual de unos 2.000 euros, pudo hablar así:

 

"Ante todo, las cosas claras: sólo sobreviviréis si sois capaces de fanatizar a los vuestros hasta la ceguera. Y para eso no hay más camino que dividir el mundo en dos: buenos y malos. Vosotros sois buenos, progresistas, amables, con buen talante, pacíficos y virtuosos; ellos son malos, retrógrados, antipáticos, ceñudos y hostiles, belicistas y corruptos. Cuanto más malos parezcan, más miedo tendrán vuestros partidarios y, en consecuencia, mayor será su fidelidad".

 

"Norma de oro: la Reductio ad Aznarum. Cualquier calamidad no puede tener más que una causa: Aznar. El cambio climático o el terrorismo checheno, el alcoholismo juvenil o el 11-M, todo es siempre, necesariamente, culpa de Aznar. Quizás al principio no cuele. Sin embargo, en un par de años ya nadie dudará de que Aznar es, por definición, culpable. Y vosotros, por oposición, sois los redentores naturales del género humano y de la libertad".

 

"Rehuid la discusión política. No contestéis nunca a lo que os preguntan. Llevadlo todo, siempre, siempre, al terreno de la indignación moral. A la gente no le interesan los conceptos ni las teorías; le interesa que haya culpables sobre los que descargar sus penas. No os dejéis llevar hacia la discusión: incluso si ganáis, llevaréis las de perder, porque pareceréis sospechosos, demasiado listos. Lo que importa no es tener razón, sino que el enemigo parezca absolutamente abominable. Y eso no se consigue venciéndole en un debate, sino cubriéndole de oprobio. Por cualquier medio".

 

"Nadie tiene derecho moral a criticaros. Eso de que la oposición critique es un vicio que hay que desterrar; actuad como si el crítico violara la ley. Cuando os pidan explicaciones, no os defendáis, sino atacad: devolved al rival el reproche que os hace; castigad al enemigo con una descalificación sumaria, como despacharíais a un delincuente. A quien os pida cuentas, espetadle sin miedo: «poco talante», «derecha extrema», «falta de moderación», «gente de poco fiar». La fe de vuestras filas se sustenta en la convicción de que sois los buenos. No se os pide que tengáis la verdad en la boca, sino la certidumbre de que el rival no merece vivir. Nunca dejéis de proclamar que ellos son el mal".

 

"Muy importante: el pasado nunca tuvo lugar. No os preocupéis si alguna vez cometisteis un error; hoy, gracias a la televisión, nadie recuerda lo que pasó ayer. Y al revés, tenéis millones dispuestos a creeros a pies juntillas. O sea que cualquier error tiene que haberlo cometido siempre el enemigo, y no hay más que hablar. Por lo mismo: no temáis inventar un pasado que nunca existió. Existirá si vosotros lo deseáis".

 

"Quizás alguna vez dudaréis, titubearéis, pensaréis que este no es el camino correcto, que nadie creerá lo que estáis diciendo, que os reprocharán vuestra desfachatez. Manteneos firmes; no os mováis un milímetro de la línea. La duda causa estragos en la muchedumbre. Lo importante no es que digáis la verdad, sino que siempre digáis lo mismo. La fuerza de la repetición, bien amplificada, es la que termina construyendo la verdad".

 

"No temáis parecer estúpidos. Quienes podrían percibirlo no os interesan. E incluso entre éstos, siempre habrá quien esté dispuesto a ser indulgente si es por la causa. Por otro lado, nunca faltará un intelectual o un artista para decir en los periódicos que tenéis razón. Aunque sea contra toda evidencia".

 

"Confiad en estos principios, seguidlos con fidelidad y tendréis en la mano el poder y la gloria".

 

Y tal vez el técnico, dicho esto, volvió a alisar su atuendo casual de 2.000 euros, respiró hondo, y pensó para sí: "Estoy creando unos monstruos".

 

(Veamos: yo no sé si de verdad esto pasó. Lo que sé es que escuchamos a Zapatero, a De la Vega, a Carmen Calvo, a Pepiño o a quien sea, y todo su discurso se reduce a esta lógica publicitaria del maniqueísmo primario y la fe ciega. Haga usted la prueba: recorte los principios antes expuestos y aplíquelos a cualquier declaración gubernamental. Descubrirá, aterrado, que son verdad. Lucifer entre nosotros).

 

José Javier Esparza

El Semanal Digital, 23 de febrero de 2007

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