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Del varón domado al varón castrado

Del varón domado al varón castrado

Conozco a José Díaz Herrera desde hace muchos años. Para quienes hemos trabajado con él, es Pepe, uno de esos tipos a los que tienes que aceptar tal como son: cabezón, apasionado, ideológicamente errático y profesionalmente empírico –esto último no tiene por qué interpretarse como una virtud, pero suele ir acompañado de un cierto gusto por el rigor.

Acaba de escribir un libro, que enseguida se pondrá a la venta, bajo el título de “El varón castrado”. Es decir, que la cosa avanza, y así, hemos pasado de “El varón domado”, de Esther Villar –la primera fémina en darse cuenta de que sobre la mujer había caído una insufrible losa llamada feminismo- al varón castrado, en expresión más clara, concreta, concisa y plástica, de mi amigo Pepe. Para romper el hielo, Pepote ha publicado un artículo en el diario El Mundo que merece la pena devorar. Lo que más gracia me ha hecho son las palabras de la mujer-policía (antes mujer que policía), que considera imposible que una mujer apuñale a un varón, a pesar de estar viéndolo con sus propios ojos y que, al final concluye: lo que le habrá hecho ese hombre a esa mujer para ponerle así.

Y es que, en mi opinión, el problema más grave al que se enfrenta la sociedad del siglo XXI es la degeneración moral de la mujer, esa considerable catástrofe que ha generado una especie de pensamiento invertido, plenamente aceptado por la mayoría de las señoras y por todos aquellos hombres que lo que desean, principalmente, es utilizar a la mujer en lugar de comprometerse con ella. Y es sabido que, para destruir a la mujer, nada mejor que alabarla.

El pensamiento invertido al que me refiero se manifiesta de diversas formas, pero podríamos resumirlo en un mandamiento primero y genérico. Se trata de una perturbación en la razón colectiva, especialmente en las mujeres, según la cual, hoy, en 2006, bueno es aquello que hacen, piensan, dicen y, sobre todo, interesa a las mujeres, mientras que lo malo es lo que hacen los hombres. Esto ha generado un cretinismo femenino de asombrosa y eficiente extensión: la mujer de hoy considera que es más lista, más capaz, más buena que el hombre… por el hecho de haber nacido mujer. Es decir, que parte de esa degeneración es muy sencilla de explicar en castizo: la mujer se ha vuelto cretina.

Y así, con la doctrina feminista por bandera, hemos conseguido una mujer que mantiene su ancestral defecto -el egoísmo, producto del miedo- pero, a cambio, por aquello de la igualdad, ha importado el defecto más masculino: una soberbia tan infinita como tonta. Ahora, la mujer es tan soberbia como egoísta; es fácil prever el resultado final.

No, no estoy generalizando. Eso es lo malo. La vanguardia feminista, es decir, los elementos con más mala leche de toda la especie humana, ha conseguido lo mismo que ETA con una buena parte del pueblo vasco. Esto es, que se hagan realidad las palabras de Arzallus: unas menean el nogal y otras recogemos las nueces.

Las que rompen los matrimonios hoy son las mujeres en altísima proporción. Sus sacrosantos derechos –la mayor parte de las veces, caprichos- son más importantes que la familia. Es más, muchos hombres viven hoy un matrimonio-chantaje: o haces lo que yo te digo o rompo la baraja. Y el hombre hace lo que le dicen. El feminismo ha creado mujeres desamoradas que confunden amor y entrega con servidumbre y sumisión, y cuya concepción del matrimonio es una lucha por el poder. Desamoradas y faltas de ecuanimidad, tal y como se vive cada día en los famosos juzgados sobre violencia.

Más síntomas de degeneración. La mujer actual no admite maestros. Y esto ocurre hasta en las mejores. Por ejemplo, muchas mujeres cristianas admiten la doctrina de la Iglesia siempre que no choque con sus intereses feministas. Por ejemplo, entre cristianas practicantes se empieza a escuchar una frase que me pone los pelos como escarpias: el feminismo es un carisma: ¡Estamos perdidos!

Naturalmente, e l cretinismo femenino se deja ver en la obsesión por la mujer. Todo lo que deba triunfar debe girar alrededor de la mujer, especialmente de aquellos libros, películas o debates en los que se habla de la mujer marginada, marginación que dura unos cuantos millones de años. La primera víctima de esta actitud, que hace imposible la convivencia, es la familia.

Es lógico, Si la familia recibe hoy tantos ataques, si es considerada –incluso por mujeres bonísimas- enemigo de la liberación femenina, es por algo muy sencillo: la familia es la imagen en la tierra de la Santísima Trinidad: el Padre y el Hijo que generan –no engendran- al Espíritu Santo. La Suprema Unicidad de Dios toma la forma de tres personas emparentadas, como si el amor de Dios rebosara y necesitara alguien a quien amar, a quien entregarse.

Nota a pie de página: el presente artículo no ha sido revisado ni por la vicepresidenta del Gobierno Zapatero, doña Teresa Fernández de la Vega, ni por el ministro de Trabajo, Jesús Caldera, de quien puede decirse aquello de que “todavía hay algo más tonto que un obrero de derechas: un varón feminista”.

Eulogio López

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