Clamor cívico contra Zapatero
El rostro de María San Gil aparecía en la pantalla gigante que los organizadores, es decir, el PP, habían puesto en un lateral de la Plaza de Colón, desencajado por la emoción, al borde de un llanto ajeno a la tristeza. El propio Rajoy sintió como su voz se entrecortaba varias veces durante la lectura de la intervención que cerraba la marcha. “Están a punto de llorar”, decía la gente que lograba atisbar algo entre el mar de banderas constitucionales que inundaban la Plaza de Colón. Nunca nadie había conseguido reunir a tanta gente; nunca en la historia reciente.
El trayecto que iba desde la Puerta de Alcalá hasta la Plaza de Colón, atravesando Cibeles, a lo que había que añadir Serrano, Génova, la Castellana en ambos sentidos, la calle de Alcalá y adyacentes, y casi hasta la Gran Vía, estaban abarrotadas de personas, y decir abarrotadas es decir que no cabía un alfiler. De hecho, al término de la manifestación, por cada una de las vías de salida podían contabilizarse nuevas manifestaciones de miles de personas. Y en un ambiente sorprendentemente festivo y ajeno por completo a cualquier síntoma de visceralidad.
Era difícil saber lo que pasaba en cada punto de la manifestación, pero en el mar de banderas rojigualdas con el escudo constitucional y de carteles alusivos a ETA y a la cesión del Gobierno a su chantaje, no se encontraban símbolos de otros tiempos ni expresiones malsonantes que pudieran hacer pensar en una actitud hostil o visceral. Es más, una mujer que se atrevió a enarbolar una bandera con el antiguo escudo del águila de San Andrés sufrió los abucheos del público que le recriminó lo que la mayoría de la gente consideró una “provocación”.
De hecho, y según ha podido constatar El Confidencial al término de la manifestación, los servicios de orden del PP, es decir, los militantes de Nuevas Generaciones, sólo tuvieron que emplearse en intentar evitar que la multitud provocara avalanchas en las que alguna persona pudiera resultar afectada, sobre todo al paso de los principales líderes del PP y las víctimas del terrorismo. Insultos, casi ninguno, pero sin una petición unánime a Zapatero para que dimita y, sobre todo, para que nunca más vuelva a ceder al chantaje de la banda terrorista.
¡De Juana, 'mamón'...!
El terrorista De Juana, al que el Gobierno ha concedido el segundo grado penitenciario y disfrutará del resto de su condena en su casa, si se llevó más de una imprecación: “¡De Juana, mamón, no comas más jamón!” fue, sin duda, la más coreada. “Se ha pretendido embaucarnos con el pretexto de una paz engañosa -diría Rajoy-. Esa paz que lleva escrita en el rostro De Juana Chaos. La paz de Otegui. La paz de los canallas que colocaron la bomba en Barajas”. Era un lenguaje que la gente allí reunida entendía a la perfección y coreaban eso de “¡a ETA se la vence, no se la convence!”.
La magnitud de la respuesta, al margen de la guerra de cifras –más de dos millones según la Comunidad de Madrid, cerca de 400.000 según la Delegación del Gobierno-, hace pensar en un antes y un después, y la pregunta inevitables es si Mariano Rajoy será capaz de capitalizar semejante expresión de descontento popular. De entrada, el líder del PP convocó a los manifestantes a una misión “solemne”, la de la “defensa de la nación española” frente a un Gobierno que se rinde a los terroristas. A la marcha no ha faltado nadie del PP, al menos de entre sus líderes.
Cerca de Rajoy, que encabezaba la manifestación junto a familiares de víctimas y el funcionario secuestrado por ETA y liberado por la Guardia Civil José Antonio Ortega Lara –él y Miguel Ángel Blanco tuvieron una mención especial en el discurso del líder del PP- podía verse a Mayor Oreja, Acebes, Piqué, Ruiz-Gallardón, Esperanza Aguirre, Camps, Valcarcel... Un poco más atrás Aznar y su mujer, Ana Botella, escuchaban a su paso aquello de “¡este sí es un presidente!”. Alcaraz, Mikel Buesa y las principales plataformas cívicas de apoyo a las víctimas también estuvieron presentes.
Que gane la democracia
“Quiero que este acto quede como testimonio de un pueblo que sabe que sólo siendo fiel a sus valores podrá construir el mejor futuro. De un pueblo que sabe que entre el terrorismo y la democracia no hay caminos de encuentro y que uno de los dos debe prevalecer a costa del otro. Y que, desde luego, quiere que prevalezca la democracia. De un pueblo que no quiere tener que contar un día que el terrorismo ganó una batalla en su país”, afirmaría un Rajoy visiblemente emocionado ante una convocatoria que rompía todas las previsiones del PP.
Las palabras de Rajoy conectaban con el sentir general de los manifestantes: “Queremos que la democracia gane y que ETA pierda. Queremos que Batasuna desaparezca de nuestras calles, de nuestros telediarios y que ni sueñe con volver a los ayuntamientos. Queremos que los terroristas sepan que no tienen nada que reclamarnos, que su único destino es la cárcel y que nosotros todavía sabemos distinguir con nitidez quiénes son las personas decentes y quiénes son los indeseables”. Al término de sus palabras, sonó el himno nacional, una constante ya en todos los actos de víctimas.
No fueron, sin embargo, las únicas notas que pudieron escucharse y corearse, Antes de que el propio Rajoy subiera a la Tribuna, la mítica canción de Jarcha, Libertad sin ira, rompió la tranquilidad de una manifestación en la que se coreaban los eslóganes precisos y oportunos para que nadie pudiera decir que hubo expresiones insultantes. La libertad fue, de hecho, un nexo de toda la intervención de Rajoy quién, al final de su discurso, pidió al público que le acompañara en un “¡viva la libertad!” que antepuso al definitivo “¡viva España!”. Rajoy conquistó la calle. Ahora le falta conquistar las urnas.
Federico Quevedo
El Confidencial, 10 de marzo de 2007
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