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“Al Qaaída”, algo más que una red de asesinos

“Al Qaaída”, algo más que una red de asesinos

La primera vez que oí hablar de “al-qaaída” fue cuando residía en Marruecos, hace muchos años, y presenciaba una ceremonia en la que el rey Hasán II recibía en audiencia en el Palacio del Jalifa, en Tetuán, a un grupo de notables. Estos se le acercaban inclinados e intentaban besar las palmas de las manos del monarca que las extendía para retirarlas antes de que posaran en ellas sus labios. Un compañero marroquí me susurró entonces al oído. “Es la “qaaida”... Es decir: es la costumbre. Mejor aún: es la etiqueta, es la regla, es la norma establecida en este caso para acercarse al rey...

 

La “qaaída”, por tanto, es la norma que regula casi todas las relaciones sociales entre los musulmanes y establece niveles de subordinación del inferior hacia el superior, acatamiento, obediencia y respeto. Así, un “aalim”, es decir, un profesor islámico, un sabio, debe ser objeto de veneración por sus alumnos –los “tolba” o talibanes- dada su autoridad de maestro coránico, lo mismo que los jefes de tribus, los jeques, los caídes, o la más pequeña autoridad civil, tiene derecho a exigir de sus inferiores en rango el respeto debido.

 

Mis largos años de convivencia con marroquíes me permitieron descubrir algunas de estas normas sociales, no escritas pero de estricto cumplimiento, en las que se mezclan desde la hospitalidad y la cortesía con los extranjeros hasta la exigencia de una obediencia total cuando entra en juego el ejercicio de la autoridad. En el caso del rey, esta autoridad se visualiza formalmente con las anuales ceremonias de la Fiesta del Trono en las que todos los súbditos, a través de sus representantes, están obligados a prestar juramento de sumisión y lealtad, la famosa “beía” que, por cierto, es también una de las fuentes jurídicas de la soberanía del monarca sobre territorios alejados de sus fronteras naturales.

 

Tal es el caso, por ejemplo, del dominio que el trono alauita aspira a ejercer sobre el Sahara occidental: le bastaba al sultán de turno haber recibido en algún momento de la historia local, la “beia” de los jeques de las lejanas tribus para considerar sus tierras dentro del ámbito de su autoridad como “amin al muminin”, es decir, príncipe de los creyentes o jalifa del Profeta... Recordemos que el principal antecedente de la “Marcha Verde” convocada por Hasán II, fue un recurso al Tribunal de la Haya basado en antiguos reconocimientos de la autoridad jalifal de los sultanes de Marruecos por parte de algunas tribus saharauis, antes de la colonización del territorio por España. Fue suficiente que el alto tribunal reconociera estos antiguos lazos religiosos para que el monarca marroquí se desentendiera de los demás argumentos del dictamen –entre ellos el derecho a la autodeterminación- y proclamase que se le había dado la razón... Y ahí sigue en pie el conflicto del Sahara.

 

Así, cuando Osama Ben Laden fundó su organización criminal “Al Qaaída” a mediados de los años 90, y declaró la guerra a Estados Unidos, no dejó de sorprenderme que se tradujese esta palabra árabe como “la red”, un concepto demasiado estrecho para entender en toda su extensión su auténtico significado. Realmente, “Al Qaaida” es una red de asesinos que se extiende por todo el mundo.... y mucho más. Si Ben Laden eligió esta palabra de tanta raigambre en el mundo islámico, fue, a mi modo de ver, para significar la obediencia ciega que exigiría a todo musulmán que se incorporase a su organización. Una obediencia que llega hasta someter la propia vida a la voluntad del jeque, reconocido como la máxima autoridad que pueda existir después de Mahoma.

 

En este contexto no puede extrañar que la disidencia –la “siba”- sea considerada desde los comienzos del Islam como el peor de los pecados sociales, al extremo de que los jalifas, sultanes, reyes o jefes de Estado, han tenido de siempre la potestad de reprimir con la mayor dureza posible cualquier tipo de desobediencia civil, incluidas manifestaciones de protesta, como ya ha ocurrido en Túnez, Argelia y Marruecos. Uno de los disidentes marroquíes “tolerados” por el trono, el jeque Abdeselam Yasin, líder del movimiento islamista “Al Adl Ual-Ihsan” (Justicia y caridad) lo explica muy bien a su manera: la obediencia al jeque y el compañerismo es una condición esencial para ascender en la jerarquía social o de grupo.

 

Todo esto puede explicar por qué resulta tan difícil que en el mundo islámico se acepte, en su integridad, el concepto occidental de democracia que conlleva la defensa de la libertad y de la igualdad. En Marruecos, por ejemplo, uno de los países pioneros en hábitos democráticos en el mundo árabe, las elecciones generales, el Parlamento y el Gobierno no son más que elementos de “consulta” del rey que, en cualquier momento, como ha ocurrido en diversas ocasiones, puede prescindir de los “consejos” de los elegidos por el pueblo. En realidad, la única obligación que tiene el rey es la de defender el Corán y velar para que sus súbditos sean buenos musulmanes...

 

Volviendo a “Al Qaaída”, quien mejor ha definido a la red de Ben Laden ha sido, posiblemente, un príncipe saudita que tiene razones sobradas para conocerla. Se trata de Turquí Al-Faisal Abdelaziz Saud, antiguo jefe de los servicios de información de su país y reclutador de los primeros “muyahidines” que fueron enviados a Afganistán –con la ayuda de la CIA- para combatir al Ejército soviético. Asegura este influyente miembro de la familia real que “Al Qaaida” es un auténtico culto religioso y que Ben Laden, en consecuencia, es el jefe de una poderosa secta de asesinos. Para este príncipe, uno de los más veteranos diplomáticos del reino saudita y estricto “wahabita”, la técnica que emplea Ben Laden para captar ciegos adeptos, es la de un sistemático lavado de cerebro con la ayuda de una lectura sectaria de ciertos versículos del Corán que ordenan el empleo de la fuerza para defender al Islam.

 

Como es bien sabido, la amenaza que se cierne sobre el mundo islámico, según Ben Laden, la constituyen el mundo occidental y los gobiernos musulmanes “impíos” que introducen reformas legislativas contrarias a la “sharia” o, simplemente, no cumplen con su obligación de velar por la “pureza” del Islam. Nada de extraño tiene, en consecuencia, que la propia Arabia Saudita, la más estricta observante de las más estrictas normas de la ley islámica de acuerdo con la interpretación “wabhabita”, haya declarado “Al Qaaída” como la principal amenaza que se cierne sobre el Islam.

 

Dicho esto, no deja de resultar extraño que, hasta el momento, los países islámicos no se hayan concertado seriamente para combatir hasta sus últimas consecuencias las múltiples terminales de la red de Ben Laden que adoptan los más diversos nombres aunque, por lo general, se les conocen como los “yihadistas salafistas”, es decir, los que predican la guerra santa para volver a los tiempos de los primeros jalifas. Es cierto que cada país organiza como puede la caza del terrorista y que, últimamente, estamos asistiendo a la detención de numerosas células terroristas en los países del Norte de África, convertidos en uno de los principales objetivos de “Al Qaaida”. Pero todavía no se ha organizado una auténtica cumbre de países islámicos para definir una estrategia común, como ya se ha visto en el caso de la guerra civil de Argelia y la que ahora se vive en Iraq. En el fondo, los gobernantes no se atreven a tomar medidas drásticas porque son conscientes de la simpatía que suscitan las actividades de los “yihadistas”, que van paralelas al crecimiento de un fervor religioso no siempre controlado. En Argelia, ni la ley de reconciliación nacional ni las amnistías decretadas por el presidente Buteflika han servido para liquidar las ramificaciones más violentas del antiguo FIS que, por cierto, han jurado obediencia al jeque Ben Laden y extienden su proselitismo a los demás países del Magreb.

 

Por supuesto, como hemos visto por los recientes mensajes de “Al Qaaida” difundidos por Internet, los objetivos de los terroristas islamistas se extienden a toda Europa y, en especial, a los países que tienen tropas en Afganistán en un intento –a mi modo de ver inútil- de mantener en el poder un débil gobierno supuestamente democrático. Los atentados de Madrid y Londres no son más que un simple aviso de lo que puede venir todavía. En el caso concreto de España, no podemos olvidar que uno de los objetivos de los “yihadistas” es la “recuperación” de una tierra que fue islámica durante siete siglos, aunque previamente hubiese sido cristiana. Es la misma razón que mueve a los “hermanos musulmanes” de Hamás para reconquistar la Palestina islámica... que también fue antes cristiana y judía... Para el Islam, no se olvide, la historia empieza con la “hégira”, en el momento que el Profeta Mahoma une a su condición de “rasul” –enviado”- la de caudillo militar y político. Todo lo que, a partir de entonces, fue conquistado con la bandera verde del Islam, tiene que ser recuperado. Esta es la doctrina que se acepta de manera más o menos difusa y que “Al Qaaída” promete cumplir a rajatabla. Por ello, una de dos: o afianzamos nuestra propia identidad cristiana, o sometemos nuestras vidas al jeque de turno que suceda a Ben Laden...

 

Manuel Cruz (analista político internacional)

Análisis Digital, 19 de marzo de 2007

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