Por qué ha fracasado Le Pen
EMC (París)
Rara vez el contexto político electoral había sido tan favorable a Jean-Marie Le Pen como en la elección presidencial del 22 de abril de 2007:
- Primero, por la gran visibilidad de sus temáticas tradicionales: la opinión pública no podía dejar de lado su preocupación por los problemas de la inmigración y la inseguridad, sobre todo porque el recuerdo de las violencias del otoño de 2005 fue avivado por las recientes violencias de marzo y abril, directamente atribuibles a “bandas étnicas”.
- Después, porque Jean-Marie Le Pen se ha beneficiado de una muy buena cobertura mediática: a diferencia de 1988, 1995 o 2002, ahora ha sido constantemente presentado –y con razón- como uno de los cuatro finalistas posibles en la segunda vuelta.
- Por último, porque el “voto útil”, en la derecha, no tenía esta vez “razón técnica” de ser, ya que la calificación de Sarkozy para la segunda vuelta era evidente. Un voto Le Pen en la primera vuelta no corría el riesgo de privar al elector de la posibilidad de elegir, en la segunda vuelta, entre su primera y su segunda opción.
Un fracaso manifiesto.
Ahora Le Pen no sólo no accede a la segunda vuelta, sino que debe contentarse con el cuarto lugar. No ha sido capaz de reunir todos los votos de su corriente (un total del 19,3% con los votos de Bruno Mégret, que le había dado su apoyo) y ni siquiera el total de sus propios votos personales (16,9%).
Semejante fracaso se explica por causas profundas que hay que buscar, por un lado, en el desmantelamiento de todo el aparato militante de conexión entre la dirección del Frente Nacional y los electores, y por otro, en una cierta laxitud de estos últimos (que se han preguntado: “Después de todo, ¿para qué?”).
Pero el fracaso es también, y quizá sobre todo, consecuencia de decisiones estratégicas inspiradas por Marine Le Pen, hija del líder y directora de la campaña. Errores estratégicos que han sido sobre todo dos : basarse de manera casi exclusiva en la seducción de los medios de comunicación y mostrarse demasiado próximo a Nicolás Sarkozy.
Marine Le Pen
Primer error: haber buscado ante todo gustar a los medios de comunicación.
La “directora estratégica” de la campaña de Jean-Marie Le Pen, su hija Marine, ha impuesto una línea clara: desdiabolizarse banalizándose; complacer a los medios normalizando el discurso respecto a la ideología dominante. Así el lugar simbólico habitual de lanzamiento de la campaña (en 1988, 1995, 2002), el Monte Saint-Michel, ha sido sustituido por Valmy: un lugar republicano abstracto donde se pronunció un discurso clásico sobre la República y la nación como cualquier otro dirigente político podía haberlo hecho. Además de eso, el cartel clave de la campaña representaba a una mujer mestiza con aire de “liberada”. La justificación que dio Marine Le Pen para esta elección iconográfica fue la siguiente: “La candidatura de unión del pueblo francés desembarazado de sus especificidades étnicas, religiosas e incluso políticas, esa es la candidatura de Jean-Marie Le Pen”. Pero un pueblo francés desembarazado de toda especificidad, ¿qué necesidad tendría ya de una candidatura Le Pen? Para defender una Francia republicana puramente abstracta hay otros que son a la vez más creíbles y más eficaces. Por último, el “golpe” final de la campaña se celebró en Argenteuil, donde Jean-Marie Le Pen explicó ante un parterre de mujeres con velo que los mestizos y los africanos son “ramas del árbol Francia”. Discurso que Bayrou, Royal o Sarkozy habrían podido igualmente mantener.
A este conjunto de decisiones estratégicas hay que reconocerle el mérito de la coherencia: aspiraba a vincular al Frente Nacional a la concepción hoy dominante de una nación francesa abierta al mundo y desencarnada, a la cual se pertenecería por simple localización geográfica y adhesión ideológica minimalista; concepción que sin embargo se aleja de esa doble realidad que son los persistentes problemas en los suburbios y el fracaso de las políticas de integración.
Antaño, Jean-Marie Le Pen ironizaba ampliamente sobre sus rivales que le copiaban, diciendo que los electores prefieren siempre el original a la copia. Esta vez es Jean-Marie (o Marine) Le Pen quien ha copiado a los otros… y los electores, efectivamente, han preferido el original.
Segundo error: restringir social y geográficamente la diana electoral.
Jean-Marie Le Pen y el Frente Nacional han mantenido durante mucho tiempo un discurso global que se dirigía a todas las categorías de la población. Y su electorado también ha sido diverso sociológicamente: Neuilly y Nanterre daban frecuentemente resultados comparables. Esta vez, bajo la influencia del brillante ensayista marxista Alain Soral, Marine Le Pen ha impulsado la izquierdización del discurso y la búsqueda preferencial del voto de los “suburbios”. Pero los suburbios no son una buena reserva de votos para el Frente Nacional: porque los franceses que más sufren el exceso de inmigración se han marchado; porque si es verdad que hay franceses de origen inmigrante que votan al FN, éstos siguen siendo minoritarios; y porque los beneficiarios de los servicios asistenciales, cuando votan, lo hacen más bien por los partidos de izquierda que los han “clientelizado”. Y al contrario, algunos acentos de demagogia obrerista han podido contribuir a que el FN pierda a los trabajadores sensibles a la evocación del “valor trabajo” que han recuperado Nicolas Sarkozy y Ségolène Royal. Señalemos, de paso, que la clase obrera está sociológicamente en vías de desaparición y que las categorías socioprofesionales en expansión, que son las de los empleados y profesiones intermedias, no son sensibles a la misma liturgia ideológica y política. El análisis en términos de clase no ha perdido necesariamente su sentido, pero debe ser actualizado.
Tercer error: cuidar a Nicolas Sarkozy.
Jean-Marie Le Pen ha dado la impresión de abandonar sus temas predilectos en el mismo momento en que sus principales adversarios los tomaban, al menos en la forma: Royal lanzaba en Vitrolles una campaña de unificación “de lo social y de lo nacional” para reivindicar después a Juana de Arco, la bandera tricolor y la Marsellesa; Nicolás Sarkozy presentaba su visita al Monte Saint-Michel como un hito esencial de su campaña antes de preconizar la creación de un “ministerio de la inmigración y de la identidad nacional”. Y si el líder del Frente Nacional ha atacado a Ségolène Royal, a veces en términos un poco machistas, por el contrario ha favorecido a Sarkozy hasta el punto de dejar entender que sería posible llegar a acuerdos con él… ¡lo que equivalía a autorizar a sus electores a votar por Sarkozy desde la primera vuelta! Sarkozy ha sacado una ventaja notable de esta actitud ambigua: se le ha ahorrado toda crítica de su balance y toda denuncia de sus contradicciones y sus posturas. Resultado: eso, más los ataques diabolizantes de la izquierda, han podido persuadir a bastantes electores del Frente Nacional de que Sarkozy era una opción interesante, porque él podría hacer mañana lo que Chirac no le dejó hacer ayer y que Le Pen, después de todo, no iba a poder hacer. Al cuidar tanto a Sarkozy, los dirigentes del Frente Nacional han desplegado para él la alfombra roja del voto útil.
Le Pen ha sentido crecer el peligro en los últimos días de la campaña y ha optado, tardíamente, por atacar a Sarkozy, y ello menos por su política de los años anteriores como por sus orígenes griegos y húngaros, arriesgándose así a pasar por incoherente tras haber explicado y repetido que los franceses nacidos de la inmigración (árabe y africana) eran tan franceses como los demás.
Cuarto error: la casi ausencia de toda campaña sobre el terreno.
Históricamente, el Frente Nacional siempre ha trabajado a la vez sobre dos vías: la captación del voto sobre el terreno, a través de su aparato militante, y los medios de comunicación, mediante la presencia de su carismático presidente. Pero hoy casi ha desaparecido el aparato conducido y construido por Jean-Pierre Stirbois, Bruno Mégret y Carl Lang. Marine Le Pen ha visto en él –y desde su punto de vista, con razón- un peligro para su estrategia de normalización mediática, porque uno puede hablar con más libertad cuando está solo que cuando tiene alrededor un gran número de hombres y mujeres comprometidos. De ahí esa actitud un tanto despectiva hacia los cuadros y cargos electos del Frente Nacional. Estas decisiones y estas actitudes han tenido al final muchas consecuencias. Primero, porque han conducido a ir cada vez más lejos en el sentido de un discurso que gustara más en las redacciones de los medios que en las profundidades de la opinión. Después, porque eso ha contribuido a desmovilizar a las últimas buenas voluntades que habrían podido ayudar a la campaña lepenista en sus terrenos tradicionales, pero también y sobre todo en Internet. Y en una campaña marcada por la incertidumbre, como era esta, lo que inclina la balanza de los indecisos son las acciones individuales de los convencidos en el ámbito de sus familiares y sus amigos.
Quinto error: el débil interés por las nuevas tecnologías.
La campaña de Le Pen ha estado muy lejos de conceder a Internet la misma amplitud que las de Ségolène Royal (su blog desirdavenir.org y sus blogueros) o la de Sarkozy, que no ha dudado en difundir entre los internautas mensajes en su favor.
Esta debilidad de la campaña en Internet de Jean-Marie Le Pen se explica por dos razones. Primero, tanto los lastres sociológicos y administrativos del Frente Nacional como los intereses de los grandes barones encargados de las manifestaciones y la propaganda han conducido a efectuar inversiones financieras más en los métodos habituales que en los métodos nuevos. Así el uso del melbombing o de Youtube ha sido marginal. Por otro lado, y esto es lo esencial: Internet es un útil descentralizado y militante animado por constructores de opinión que sólo actúan si están suficientemente motivados. Pero la centralización mediática de la campaña era más bien desmovilizadora, además de que los temas y símbolos escogidos no podían sino desanimar a los bloggers nacionales o identitarios. Marine Le Pen, que ya había registrado unos resultados muy mediocres en las elecciones regionales de Ile-de-France en 2004, ignora manifiestamente que la primera regla de una elección, sobre todo en la primera vuelta, es ante todo la movilización de sus partidarios.
El Frente Nacional: ¿del faro a la sirena?
El fracaso de Jean-Marie Le Pen va a reabrir las especulaciones sobre su sucesión. A ojos de los medios que influyen en la opinión, la cosa está clara: Marine Le Pen lo habría hecho mejor que su padre. Pero eso es una paradoja, porque es precisamente su estrategia, seguida escrupulosamente, lo que explica el mediocre resultado obtenido.
También conviene subrayar que, al margen de las estrategias seguidas por los candidatos, hay una gran inercia en los fenómenos políticos y electorales. Por eso el resultado no ha sido aún peor: el peso y la velocidad adquiridos en las elecciones anteriores explican que la catástrofe haya sido limitada.
Sea como fuere, en el casting mediático-político de mañana, el establishment dirigente ha concedido ya a Marine Le Pen su papel: hacer progresar la ideología dominante en el sector de opinión que hasta ahora se había mantenido más reacio, es decir, los electores y simpatizantes del Frente Nacional.
Con sus virtudes y sus defectos, con su temperamento, Jean-Marie Le Pen ha trabajado durante mucho tiempo sobre la parte más nacional de la opinión, e incluso más allá de esta, jugando el papel de un faro: punto de referencia para unos, de advertencia para otros. Hasta el punto de que todo el mundo reconoce hoy, como el socialita Fabius hace veinte años, que Le Pen ha planteado “problemas verdaderos”.
Hoy su hija Marine le va a robar protagonismo. Gusta mucho a quienes no votan al Frente Nacional, que van a ayudarle a jugar el papel al que la han destinado: el de la sirena cuya música engañosa precipita a los marinos en los arrecifes.
Elmanifiesto.com, 30 de abril de 2007
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