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Al Qaeda en el Magreb

Al Qaeda en el Magreb

Los atentados del pasado abril en Argel y las recientes revindicaciones de un Al-Andalus islámico han generado un caudal de especulaciones sobre el interés de Al Qaeda por extender su influencia en el Magreb. Aunque pueda parecer que los yihadistas están ganando posiciones rápidamente en el norte de África, existe una serie de factores que disminuyen la habilidad de los diversos grupos para coordinar sus actividades.

 

La decisión del argelino Grupo Salafista para la Predicación y el Combate (GSPC) de cambiar su nombre por el de 'Al Qaeda en el Magreb Islámico' (AQM) es sólo el último paso en una transición que venía produciéndose por lo menos desde 2003. Las medidas antiterroristas del Gobierno argelino habían degradado significativamente la capacidad del GSPC de entrenar a sus activistas y ejecutar operaciones. Al mismo tiempo, el Acuerdo Civil impulsado por el presidente Buteflika -que permite a los militantes desmovilizarse sin enfrentarse a consecuencias legales- convenció a un buen número de miembros del grupo para regresar a la vida civil. Al GSPC no le quedó sino contemplar impotente cómo se reducía su base de apoyo, a medida que otros yihadistas volvían su atención hacia la insurgencia iraquí. Al borde de la desaparición, la organización buscó en su asociación con Al Qaeda la manera de dotarse de una nueva imagen y de atraer a una nueva generación de posibles reclutas.

 

Las razones de Al Qaeda para dar su beneplácito a esta relación son pragmáticas. En su estrategia, la yihad global tiene prioridad sobre la 'guerra santa' contra enemigos locales. Por ello, que un reputado grupo nacionalista como el GSPC reconozca el liderazgo de Al Qaeda mejora las credenciales de la red terrorista. La alianza permite al grupo de Bin Laden presentarse como una organización realmente global, capaz de combatir en diferentes frentes, y que representa los intereses de los musulmanes en todo el mundo. La declaración de fidelidad del GSPC reforzó también la posición personal de Ayman Al-Zawahiri y de Osama Bin Laden como líderes de Al Qaeda, en un momento en que gran parte de la yihad internacional parece estar fuera de su control directo. Que esta asociación vaya a aportar beneficio alguno a Al Qaeda está aún por ver. La reacción pública contra los últimos atentados ha sido negativa, e incluso los chats y foros yihadistas están divididos sobre si se pueden justificar las operaciones en las que hay musulmanes entre las víctimas.

 

La metamorfosis del GSPC ha desatado las alarmas a ambos lados del Atlántico, pero no debiéramos exagerar las capacidades de este grupo. Se ha discutido mucho sobre el aparente interés de Abu Musaab Abdelwadud, líder del GSPC-AQM, de unificar a los grupos magrebíes bajo su liderazgo, una pretensión poco probable. El GSPC no se situaba a la vanguardia del terrorismo internacional. Operaba más bien como una guerrilla clásica, buscando refugio en bastiones seguros en las montañas, con lo que la actividad del grupo salafista argelino tenía poco, o nada, en común con las operaciones de Al Qaeda en Irak u otros lugares. Las peleas internas entre los líderes del grupo eran legendarias, y son escasos los indicios de que Abdelwadud cuente con la capacidad de liderazgo necesaria para mantener su organización cohesionada; qué decir ya de la posibilidad de unificar bajo su mando a las otras redes que operan en el norte de África.

 

Numerosos yihadistas miran con desconfianza a los grupos argelinos, al considerarlos infiltrados por las fuerzas de seguridad. Por esta razón fundamental, no parece muy probable que AQM logre formar un supergrupo terrorista en el Magreb. Aún así, los atentados de Argel del pasado abril suponen un significativo cambio en las tácticas operativas del GSPC, que se separó del GIA (grupo yihadista que representa a su vez una escisión violenta del Frente Islámico de Salvación que ganó las elecciones argelinas en 1992) en 1998 con la promesa de no atacar a civiles. Al detonar dos coches bomba en una calle llena de gente, AQM parece haber dado la espalda a los principios fundadores del GSPC. Esta indiferencia hacia la vida de civiles tiene reminiscencias del GIA, cuyas brutales tácticas en los 90 fueron repudiadas no sólo por el pueblo argelino, sino por otros grupos terroristas de la época, incluido el propio Bin Laden.

 

Es instructivo recordar que las sangrientas tácticas de Abu Musab Al-Zarqawi, el difunto líder de Al Qaeda en Irak, empujaron a Al-Zawahiri y a otros miembros de la red de Bin Laden a criticar las operaciones en las que mataban a musulmanes, por lo que cabría cuestionar que los atentados de Argel hayan ayudado a los objetivos estratégicos de Al Qaeda. Por muy espectaculares que fueran, las bombas no tenían otra finalidad que anotar una protesta contra el Gobierno y reafirmar que AQM habla en serio cuando aspira a aumentar sus niveles de violencia. Pero el régimen argelino no dudará en desarticular un grupo que podría haber precipitado su propio fin con los atentados de hace siete semanas.

 

Para permanecer activas, las organizaciones terroristas están obligadas a reabastecer sus filas. El GSPC sufría un periodo de declive por la falta de apoyo popular, y es poco probable que AQM sea capaz ahora de reclutar activistas en Argelia, a no ser explotando los resentimientos locales. Es posible que la nueva estructura atraiga a jóvenes yihadistas que han viajado a Irak a combatir a las fuerzas estadounidenses. Esto supondría un desarrollo preocupante, puesto que es de suponer que los insurgentes que regresan traerán consigo tácticas y procedimientos eficaces en el combate urbano. Estas nuevas técnicas causarían más víctimas civiles que el repertorio clásico del GSPC.

 

Los grupos yihadistas que operan en Marruecos, por el contrario, son organizaciones de base que no parecen estar dirigidas por influencias externas. Los yihadistas marroquíes aprovechan el descontento social para reclutar a jóvenes desencantados para sus misiones suicidas, y emplean la retórica de Al Qaeda para justificar acciones violentas que resultan repulsivas para la mayoría de la sociedad marroquí. Los activistas parecen provenir de instancias locales muy aisladas y, teniendo en cuenta la pobre ejecución de los atentados de Casablanca de mayo de 2003, no debieron de contar con ayuda 'profesional'.

 

Es verdad que ha habido numerosos casos de agentes de Al Qaeda detenidos en Marruecos, y que muchos marroquíes han estado involucrados en actos terroristas en Europa; sin embargo, la amenaza que constituyen debería ser desagregada, no acumulada. Si bien la participación del GICM (Grupo Islámico Combatiente Marroquí) en atentados yihadistas en Europa está demostrada, no parece que la organización esté firmemente enraizada en Marruecos mismo. En este punto, por lo tanto, parece que la amenaza que supone para el país magrebí sigue siendo todavía de naturaleza interna más que internacional.

 

La protección de la sociedad y la derrota del enemigo terrorista exigen comprender que no todos los grupos yihadistas comparten objetivos y motivaciones. Las pautas de reclutamiento son diferentes, los perfiles operacionales son diversos, y existen importantes diferencias de parecer entre sus líderes. Todos estos factores abren ventanas de oportunidad para los profesionales del antiterrorismo que les permitirían aislar cada grupo para destruirlos uno a uno. Todas estas organizaciones son peligrosas, pero ninguna tiene la capacidad suficiente para amenazar la estabilidad de los gobiernos magrebíes. Exagerar el nivel de la amenaza sólo logra alimentar sus esfuerzos propagandísticos, atribuyéndoles más influencia de la que realmente tienen.

 

LIANNE KENNEDY BOUDALI

INVESTIGADORA EN EL CENTRO DE LUCHA CONTRA EL TERRORISMO (CTC) DE WEST POINT

El Diario Montañés, 30/05/07

 

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