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Teoría de la desvinculación

Teoría de la desvinculación La afirmación es la siguiente: el problema central, la causa radical de todo lo que nos preocupa y daña a la sociedad y a las personas, es la cultura, la ideología de la desvinculación.

Esta forma de entender la persona y la sociedad parte del principio de que la única manera que el ser humano se realiza es siguiendo el impulso de sus deseos en cada momento de su vida.

Ante ellos ningún compromiso personal, relación, tradición, norma, puede limitarlo. En este sentido la libertad solamente consiste en la afirmación del deseo y el disponer del máximo número de opciones para realizarlo. Así la libertad deja de ser el camino para buscar la verdad y liberarse de todo aquello que impide el desarrollo de nuestras dimensiones personales, deja de ser liberación para convertirse en su opuesto: servidora de la pulsión del deseo.

Así, en el marco de nuestra sociedad desvinculada la libertad se degrada y comercializa, por eso es más fácil manipularla y vulnerarla, porque ha prescindido de toda exigencia de verdad. Solo el deseo importa.

 

Esta realización a través del deseo general tres graves rupturas simultáneas:

 

Primera, la ruptura cultural y de su mano, religiosa. No existe canon, no existen paradigmas que puedan regir u orientar la cultura, solo existe vanguardias y trasgresión.

 

Pero las vanguardias sin canon son un puro artificio porque solo pueden ser la antítesis de aquella tesis canónica, si ésta no existe, la vanguardia resulta una caricatura. Y la trasgresión como sistema no libera de nada, de ningún canon, sino que al contrario, esclaviza bajo el principio sistemático de que se debe transgredir.

 

Para que la desvinculación pueda existir es necesario que desaparezca el sentido religioso. Esto es, la construcción y posición de la conciencia humana hacia lo Trascendente, porque en este tipo de conciencia es donde se forja sólidamente el principio del vínculo. Esto explica que en nuestro tiempo, allí donde más crece la desvinculación renace una oleada antirreligiosa de nuevo cuño.

 

Estamos, por consiguiente, ante una batalla de dimensiones históricas que disputa el corazón y la razón de los hombres: la batalla que han entablado el pensamiento desvinculado y el sentido religioso. Es una batalla para la extinción del otro, donde no pueden existir por su propia naturaleza los no alineados.

 

El laicismo de la exclusión religiosa comporta un añadido contra la cultura. Como que ésta ha nacido de una concepción creyente, básicamente en el mundo occidental, el cristianismo, la voluntad de excluir la religión conlleva necesariamente una liquidación del pensamiento y del patrimonio cultural de los pueblos de Europa.

 

En esto y en otros aspectos el gobierno de Zapatero es un perfecto paradigma. Desde este punto de vista, la liquidación de toda la historia anterior al siglo XIX en los nuevos programas de Bachillerato, que ha establecido el Ministerio de Cultura, ejemplifica la voluntad de prescindir de todo aquello, por importante y decisivo que sea, que tenga una impronta cultural cristiana.

 

La segunda ruptura es la de la injusticia social manifiesta. La desvinculación afecta también a las relaciones en el ámbito económico en el trabajo.

 

Los directivos se sienten desvinculados en la medida de lo posible de sus accionistas. El caso ENRON es una muestra ejemplar. La empresa se siente desvinculada de los trabajadores y usa y abusa del contrato eventual.

 

Muchos trabajadores se sienten totalmente desligados de la propia empresa y de los resultados de su trabajo. La injusticia social manifiesta hace posible la exhibición obscena del derroche económico celebrado por televisiones y medios de comunicación, sobre todo cuando quienes lo hacen son futbolistas, artistas y un largo etcétera, y al mismo tiempo acepta impávidamente el crecimiento de la injusticia social.

 

Hoy España, cifras en mano, es más injusta que hace diez años. Lo es porque ha crecido la proporción de pobres, porque los salarios han perdido participación en la renta, porque el gran desarrollo económico no se ha traducido en una mejor distribución, porque desde el poder económico y político se ha aplaudido la llegada masiva de inmigrantes, pero no se han adoptado las lógicas medidas para paliar el efectos que ellos producían sobre la sanidad y la enseñanza, debido a la dimensión e intensidad del flujo de los recién llegados.

 

Injusticia manifiesta porque además contemplamos impasibles la situación de África, el tráfico de pateras que siembra de cadáveres el fondo del mar. Los periódicos hablan de ello, todo el mundo se siente conmovido, pero esto no se traduce en nada concreto. Ningún partido político siente la necesidad de llevar en su programa electoral algo que vaya más allá de unos pocos tópicos.

 

Finalmente, ruptura antropológica, la más grave, porque significa la liquidación del último vínculo, del más esencial, el vínculo con la condición natural, la condición biológica del ser humano. Esto es, el ser hombre y ser mujer; el ser padre y madre; el ser hijo o hija de un padre y una madre. Esto, de apariencia tan común y trivial, es el fundamento, no ya de la sociedad, sino de la civilización tal y como la conocemos, y esto precisamente es lo que está siendo demolido.

 

En el ámbito político el estadio superior de la ideología de la desvinculación es la ideología de género.

 

Este es el principal motor en el terreno de su aplicación en la acción política y la legislación. Se traduce, sobre todo, en las políticas del deseo. Es decir, convertir aquel principio desvinculado de que todo lo que deseo debe ser posible en una realidad más o menos caricaturesca.

 

España tiene numerosas leyes en este sentido, relacionadas con el cambio de sexo, la maternidad y la paternidad. De hecho tiene tantas que ha convertido a este país en una anomalía en occidente. Es decir, en el mundo. Y también significa legislar y actuar políticamente como si existiera el equivalente de una lucha de clases entre hombres y mujeres, rompiendo la unidad lógica de que existen ciudadanos y personas antes que la condición sexual, concepto, este, desterrado por el tremendamente ideológico de género.

 

La ley que pretende, y fracasa, en la defensa de la mujer contra la violencia de su pareja, establece un principio legislativo anómalo en el contexto de la cultura occidental. La de que una de las dos partes por principio, registrará una pena mucho mayor si se trata de un hombre.

 

De la ideología de género surge una variante específica que es el proyecto político de la homosociedad.

 

Su pretensión es la de transformar todo el marco legislativo y los instrumentos del estado a la medida de lo que los ideólogos de la homosociedad consideran que es necesario para sus intereses. En este caso España, su gobierno, y algunos gobiernos autonómicos como el de Cataluña y Andalucía también son singulares en el mundo. Véase sino el gesto de la Generalitat de Catalunya de convertirse en el único gobierno inscrito como miembro asociado en la ILGA (Internacional Lesbian and Gay Association)

 

Esto es la desvinculación. Esta es la cultura y el proyecto político que existe. A partir de ella podemos explicar prácticamente todas las disfunciones sociales, todos los problemas, todos los daños que aquejan a Occidente en general y con demoledora intensidad a la sociedad española.

 

Josep Miró i Ardèvol   

Forum Libertas, 7 de noviembre de 2007

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