Iros a hacer puñetas
La cosa está muy mal en el PP. Se veía venir. Dicen los más viejos del lugar que es la mayor crisis desde su refundación; desde que Aznar se hiciera con las riendas de la añeja AP. Es evidente. Pero lo peor de todo es que la causa en sí del hoyo en el que se halla sumido el centro derecha, no cabe achacarla en esencia a una derrota que, sin ser dulce, no fue tan catastrófica como lo están siendo sus consecuencias. Ni siquiera puede atribuirse en exclusiva a un Rajoy que, ya lo dijimos en su momento, no lo tuvo demasiado difícil: pudo marcharse, dejando un buen sabor de boca, pero no se fue; debió dejar el testigo en manos del partido y no lo hizo. Sin embargo, sería injusto atribuirle toda la responsabilidad.
Si algo ha dejado patente el presidente del PP a lo largo de los años es que no es un líder. Ni lo fue antes, ni lo es ahora, ni lo será nunca. Por mucho empeño que ponga en intentar demostrarlo. Por mucho que traten de convencernos de ello sus eximios palmeros. Definir -Soraya dixit- como un ejercicio de autoridad, la política de ordeno y mando que Rajoy está imponiendo en el PP en los últimos tiempos, es un eufemismo inadmisible para un partido que se autoproclama democrático. Pues no es rasgo de autoridad cercenar el derecho a disentir de la opinión del líder; o abocar a la marginación a quienes legitímamente invocan la necesidad de un debate. A eso se le puede calificar como autoritarismo. Despotismo incluso. Pero no autoridad.
Tiene guasa que sean precisamente los "amigos" de Rajoy quienes hablen de autoridad, cuando hoy, y gracias a ellos, la anarquía campa por sus respetos en la formación que mal dirigen. Porque a nadie se le oculta que Rajoy es el máximo responsable de lo que sucede. Cierto, pero no el único. Si alguien entre sus correligionarios, hubiera alzado la voz cuando éste les comunicó que se quedaba, las cosas no hubieran llegado a este punto. Pero se callaron. Nadie dijo nada cuando invocó el nombre de España para no dejar la poltrona. Nadie. Muy por el contrario, todos asintieron. Y le colmaron de elogios públicos, cuando en privado decían otra cosa. De esos polvos, estos lodos. Hoy Rajoy ya no apela al nombre de España para continuar. Tampoco lo necesita. Si sigue -así lo dice- es porque muchos compañeros se lo han pedido. Y ese es el peligro. Creerse imprescindible, acreedor absoluto de la verdad, desoir la realidad de la calle.
La impresión es que el equipo de Rajoy no es tal equipo. Se asemeja más bien a una corte de aduladores sin otro fin que el de colmar con halagos todas y cada unas de las decisiones de su líder. Aunque no lo consideren su líder; aunque no crean en él. Pues si lo hicieran, no se limitarían a celebrar, dando palmas con las orejas, todo lo que dice, o todo lo que hace Rajoy. No aplaudirían su proverbial intransigencia, sino que le aconsejarían entendimiento. Pero no les interesa. Con sus lisonjas, inoculan en Rajoy la idea de que repartiendo mandoblazos a diestra, acabará erigiéndose en el líder que pretende ser y no es. Omitiéndole una realidad: que sin la derecha, el PP nunca volverá a ganar elecciones. Sencillamente porque es en esa derecha social que tanto desprecian, y de la que abominan una y otra vez, donde se encuentran los más incondicionales de sus votantes. Paradójica y, diría, que hasta incomprensiblemente.
Bien saben los denominados barones del PP que, por ese camino conducen a Rajoy al precipicio, condenando al PP a una incierta travesía por el desierto de la oposición. Pero qué les importa. Al fin y al cabo ¿no es eso lo que pretenden? ¿Descabezar al partido, para ocupar su lugar? Pudieran haberlo conseguido aconsejando a Rajoy que no siguiera; o presentando una candidatura alternativa. En definitiva, dando la cara. Pero no. Prefieron la vía más sutil, la más perversa, y quizás la más efectiva. Matar a Rajoy a besos.
Ciertamente, la crisis del PP, es una crisis de proyecto, de ideas, de insuficiencia democrática, pero no provocada por la falta de proyecto, de ideas, o de democracia, sino por la falta de poder. No de ese Poder con mayúsculas, necesario, inherente a la política, sino a ese otro más reptiliano, de alcantarillas, ese que usan quienes quieren pero no pueden aspirar al primero. Lo que se está dirimiendo en el PP en estos momentos no es este o aquel proyecto, estos valores o aquellos; ser socialdemócrata, liberal o conservador. Además, este punto ya lo dejó claro Rajoy: "Somos populares y punto", aunque nadie nos explique qué significa, en términos de ideas, eso de ser popular ¿Para qué? ¿Acaso no es suficiente conque les votemos? ¿Para qué pensar? ¿No piensan ellos por nosotros? No, nada de eso se debate hoy en el PP. Lo que importa, lo que prima sobre todo ahora es chupar. Hasta que el cuerpo aguante, que aguantará. O hasta que aguanten los votantes. Que aguantarán. Contra toda razón. Y contra toda lógica. Incomprensiblemente.
No se qué pensará el lector. Yo a los dirigentes del PP le diría muchas cosas. Pero hoy y ahora las podría resumir en cuatro palabras: Iros a hacer puñetas.
Óscar Rivas Pérez
http://www.elconservador.com/45/iros.html
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