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Terrorismo y totalitarismos.

¿Existe alguna relación intrínseca entre terrorismo y totalitarismo? Pero, realmente, ¿qué es el totalitarismo? ¿Acaso no sería más adecuado hablar de «totalitarismos»? Y, en los tiempos actuales, ¿son factibles nuevas expresiones totalitarias que revistan formas «políticamente correctas»?

Por Fernando José Vaquero Oroquieta

Los orígenes del totalitarismo.

Hannah Arendt, en su fundamental libro Los orígenes del totalitarismo (Taurus, Madrid, 1974), realiza un esfuerzo sin precedentes para la comprensión, descripción y análisis de la verdadera naturaleza del totalitarismo; un fenómeno específico del siglo XX que encontramos en la base de las mayores sangrías padecidas por la humanidad. Afirma, en su página 564, que «Si la legalidad es la esencia del gobierno no tiránico y la ilegalidad es la esencia de la tiranía, entonces el terror es la esencia de la dominación totalitaria». Un terror absoluto que de medio instrumental deviene en fin por encima de leyes y principios de todo tipo, hasta el punto de que, según señala unas líneas más adelante, «“culpable” es quien se alza en el camino del proceso natural o histórico que ha formulado ya un juicio sobre las “razas inferiores”, sobre los “individuos incapaces de vivir”, sobre las “clases moribundas y los pueblos decadentes”».

Existe, pues, una evidente conexión entre terror y totalitarismo. Pero, ¿qué entendemos por totalitarismo?

Se considera, generalmente, que el totalitarismo se caracteriza por divinizar al Estado absoluto, de modo que éste exige la total subordinación de los grupos sociales y de la misma conciencia de todos y cada uno de los individuos a sus dictados políticos y culturales, sirviéndose para ello del empleo sistemático de la violencia. Conforme esta concepción, el Estado se atribuye un poder ilimitado, prescindiendo de los derechos fundamentales del hombre, y sin reconocer la división de poderes. Partiendo de una concepción que prescinde por completo de la persona, prima a la voluntad y el poder, por encima de la razón y la libertad. También le caracterizarían el empleo demagógico de la propaganda, la movilización de las masas encuadradas por un rígido partido único, y el rechazo de toda moral precedente.

Su método pasa, por lo tanto, por la dominación total de las personas, de modo que, tal y como describe Arendt en la página 554, «El totalitarismo busca no la dominación despótica sobre los hombres, sino un sistema en el que los hombres sean superfluos. El poder total sólo puede ser logrado y salvaguardado en un mundo de reflejos condicionados, de marionetas sin el más ligero rasgo de espontaneidad. Precisamente porque los recursos del hombre son tan grandes puede ser completamente dominado sólo cuando se convierte en un espécimen de la especie animal hombre».

Todo totalitarismo se sustenta en una ideología que absolutiza una «idea» desde la que desarrolla una cierta racionalidad, ya sea por el método deductivo o por el dialéctico.

Sus expresiones más conocidas y depuradas han sido, sin duda, los regímenes marxistas implantados a lo largo del siglo XX, que llegaron a sumar a un tercio de toda la población mundial, y el nacional-socialista alemán. Todos ellos llevaron hasta las últimas consecuencias las exigencias de sus respectivas ideologías, desatando los genocidios más brutales que jamás haya conocido la humanidad. Ambos regímenes sacrificaron a millones de personas en aras de un futuro ideal, tal y como lo concebían a la luz de sus dogmas políticos y unas supuestas leyes que regularían el devenir de la Historia y de la Naturaleza; pues ambas coincidirían. Así, en nombre de la clase social o de la raza implantaron un régimen de terror que alcanzó a todas las expresiones de la vida pública y privada, de modo que bien pueden calificarse como regímenes terroristas en gran escala. La violencia se constituyó, de esta manera, en la base y razón de ser de tales «experimentos sociales».

Pero, además de tales experimentos concretos, existiría una tentación totalitaria en toda ideología, caso de propugnar la asunción de la sociedad entera por el Estado, sacrificando toda razón a la «razón de Estado».

Totalitarismo y terrorismo.

La inmensa mayoría de los grupos terroristas han compartido -o comparten- ideologías totalitarias. Y si la extensión del terror es su instrumento fundamental -y su razón de ser como medio para alcanzar sus objetivos políticos mediante el control progresivo de las personas- así prefiguran, desde sus inicios, la tentación totalitaria que en mayor escala han desplegado los regímenes políticos mencionados; modelo ideal al que imitar o superar.

El terror desatado por los grupos terroristas y el terror desplegado por los regímenes totalitarios comparten diversas características (voluntad de dominación psicológica de las masas, método de control social, suprema ley justificativa de su existencia); no en vano asumen las mismas premisas ideológicas e idénticos objetivos últimos. Por ello, la práctica totalidad de los grupos terroristas, fue alimentada por alguna de las grandes ideologías totalitarias del siglo XX o, desde la irrupción del yihadismo, por una arbitraria interpretación pseudoteológica y totalitaria del islam.

La mencionada autora también establece la conexión directa entre terrorismo y totalitarismo en su página 414 al afirmar que: «El activismo declarado de los movimientos totalitarios, su preferencia por el terrorismo sobre todas las demás formas de actividad política atrajeron al mismo tiempo a la élite intelectual y al populacho, precisamente porque este terrorismo era tan profundamente diferente del de las primeras sociedades revolucionarias. Ya no se trataba de una cuestión de política calculada que viera en los actos terroristas el único medio de eliminar a ciertas personalidades relevantes, quienes por obra de su política o de su posición, se habían convertido en el símbolo de la opresión. Lo que resultaba tan atractivo era que el terrorismo se había convertido en una clase de filosofía a través de la cual se podía expresar el resentimiento, la frustración y el odio ciego, en un tipo de expresionismo político que recurría a las bombas para manifestarse, que observaba con placer la publicidad otorgada a los hechos resonantes y que estaba absolutamente dispuesto a pagar el precio de la vida por haber logrado obligar al reconocimiento de la existencia propia sobre los estratos normales de la sociedad».

Ideología orientada al totalitarismo, búsqueda de publicidad mediante el empleo del terror, extensión del odio y del temor… la esencia del terrorismo.

Para defenderse de los totalitarismos.

Conviene, pensamos, extraer algunas conclusiones y enseñanzas para el futuro.

1ª. Toda ideología totalitaria constituye un grave riesgo para cualquier colectividad: su percepción falseada y reinterpretativa de la realidad entraña enormes riesgos para la salud moral de sus seguidores y para la vida de sus oponentes.

2ª. Del análisis de diversas experiencias que, desde presupuestos totalitarios incurrieron en prácticas terroristas o en otras modalidades de atentados contra los derechos humanos, consideramos que el mejor antídoto preventivo es la existencia de una sociedad civil viva, creativa, consciente de su potencial, orgullosa de su tradición y realista en el diagnóstico de la realidad.

3ª. Debemos insistir en las posibilidades reales de cambio antropológico de la propaganda masiva de una ideología totalitaria; aunque revista apariencias moderadas, aceptables y pseudodemocráticas.

Acaso la última afirmación resulte chocante y aparentemente contradictoria. Pero no son pocos los que se plantean tal posibilidad. Es el caso del intelectual francés Alain de Benosit, quien en su último libro publicado en España se interroga si no serían posibles otras expresiones totalitarias diferentes a las ya conocidas. Si ya Ernst Nolte adivinara un «liberalismo totalitario», Alain de Benoist le descubre algunos rasgos de su presumible rostro en la página 153 de su ensayo Comunismo y nazismo. 25 reflexiones sobre el totalitarismo en el siglo XX. 1917-1989 (Ediciones Áltera, Barcelona, 2005, 187 páginas): «naturaleza intrínsecamente prometeica de la actividad científica, automatización de la técnica (“todo lo que puede ser hecho técnicamente lo será prácticamente”), aceleración de la concentración industrial y constitución de monopolios, uniformización de las costumbres y orientación cada vez más conformista de los pensamientos, anomia social derivada de la paradójica conjunción del individualismo y el anonimato masivo, extensión de la “arbitrariedad cultural” que condiciona la socialización de los individuos a través de los medios de comunicación».

Tales características podemos encontrarlas en España. Nuestra sociedad, atomizada por un individualismo impulsado desde las factorías mediáticas e intelectuales de los emergentes poderes reales, se encuentra anestesiada y neutralizada ante modelos sociales que, aparentemente libertarios, arrastran a las mujeres y hombres de hoy hacia un pensamiento único cuya consecuencia es la pérdida de raíces, la ausencia del sentido de pertenencia y de la propia libertad individual y social. En este contexto, hechos muy concretos fruto de políticas concretas, caso del programa secesionista de determinadas regiones puesto en marcha, la progresiva eliminación de la libertad de educación, la imposición de un «pensamiento políticamente» correcto desde la escuela, la trivialización de la vida humana en su inicio y término, y la desarticulación de la vida familiar en beneficio de su modelos aberrantes, responden a impulsos de matriz totalitaria. En esta situación, únicamente desde la fidelidad a la propia tradición es posible afrontar los retos de la vida cotidiana, de la posmodernidad, de la globalización, y de la política real.

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