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La amenaza salafista

La amenaza salafista Más allá de la noticia ya de por sí inquietante de la muerte -en un caso por suicidio- de dos terroristas islamistas en Casablanca, el hecho apareja información colateral suficiente como para suscitar algunas reflexiones sobre lo que está pasando en Marruecos en particular y en la región del Magreb, en general. Hay muchas formas de hacer política y los islamistas, enemigos declarados del régimen aluita, al que señalan como traidor y corrupto por sus alianzas con el Occidente cristiano, han elegido la más peligrosa de todas: la religión.

Fermentando en el caldo de cultivo de la miseria que arroja a la aventura de la inmigración a buena parte de la juventud, en los barrios marginales de Casablanca, Marraquesh, Fez, Tetuán, Tanger o Rabat son muchos los jóvenes que se acercan a las mezquitas improvisadas en garajes y otro tipo de locales. Crecen y se establecen al margen de los templos oficiales, cuyos servidores controla el Gobierno. El rey Mohamed VI es el jefe de los creyentes -se proclama descendiente del Profeta- y su padre, Hassan II, gastó una fortuna construyendo junto al mar, en Casablanca, una de las mezquitas más grandes del mundo, pero nunca consiguió atraerse a los integristas a los que reprimió con mano de hierro encarcelando a su principales jeques. Hoy el Movimiento Salafista (para la "predicación y el combate"), opera de forma clandestina y tiene ramificaciones en Argelia y Túnez.

 

Hace unos meses fueron detenidos y posteriormente expulsados del Ejército varios militares acusados de pertenecer a una célula salafista. Se desconoce el calado real de la infiltración salafista en los diferentes estamentos de la sociedad marroquí, pero es fácil avizorar que constituyen una gran amenaza para el Trono. Amenaza que, si pensamos en Ceuta y Melilla, también lo es para España.

 

Fermín Bocos

Diario Siglo XXI, 11 de abril de 2007

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