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¿Hay una «solución irlandesa» para el país vasco?

ESTÁ muy bien que el presidente Zapatero desee investigar el proceso de la paz en Irlanda y aprender de ello. Ha sido un éxito en la lucha contra el terrorismo. Pero si está buscando una «solución irlandesa» para el País Vasco, encontrará que el arreglo reciente que ha tenido lugar en el Ulster no es exactamente la «solución irlandesa» deseada por los nacionalistas vascos. La «solución irlandesa» buscada por ellos no es la del Ulster del siglo XXI, sino la del Estado Libre de Irlanda, negociada con el Gobierno británico en 1922.

El caso irlandés históricamente tenía mucha importancia para el PNV, tanto por su éxito político como por los lazos económicos entre el País Vasco y Gran Bretaña, que en cierto sentido acercaron más a los vascos a los asuntos británicos. Sobre todo durante los años veinte del siglo pasado, cuando el empeño nacionalista y secesionista irlandés fue coronado con éxito, sirvió como modelo e inspiración tanto para los nacionalista vascos como para los catalanistas de izquierdas. El hecho de que los nacionalistas irlandeses no consiguieran reestablecer de un modo eficaz el idioma gaélico fue lo de menos.

Tampoco el hecho de que no había casi semejanza alguna entre los casos de Irlanda y el País Vasco les detuvo. Irlanda fue históricamente una isla y un país totalmente separado de Inglaterra, luego conquistado directa y brutalmente por la fuerza de las armas, primero en parte durante la Edad Media, y luego totalmente durante los siglos XVI y XVII. La mayor parte de la tierra de la isla fue usurpada directamente por la nueva clase dominante inglesa, y la mayor parte de la población reducida a la servidumbre. No había nada parecido a la larga historia de asociación política semiautónoma y participante de las provincias vascas con la Corona de Castilla, una asociación que dejaba intactas las propiedades, la economía y la sociedad vascas, con un sistema elaborado de fueros negociado y establecido precisamente por esta misma Corona al fin de la Edad Media. Aunque finalmente más y más campesinos irlandeses consiguieron emanciparse en cuanto al acceso a la propiedad durante la segunda mitad del siglo XIX, la «guerra sucia» que tuvo lugar en Irlanda entre 1919 y 1921 no fue una campaña terrorista como la de ETA, sino una guerrilla contra una potencia colonialista, como la que ocurrió en el sur de los Estados Unidos contra Gran Bretaña entre 1779 y 1781, o en España contra las tropas de Napoleón, cuando se inventó, o al menos se popularizó, la palabra «guerrilla».

El problema que afrontaban ambas partes cuando se negoció la autonomía total para Irlanda tenía que ver con el sector discrepante o lealista de la población. En cierto sentido, esto fue más fácil en Irlanda que en el País Vasco, porque la porción de la población que deseaba mantener la misma relación con Gran Bretaña era minoritaria, y en muy gran parte concentrada en una sola región. Por contraste, el porcentaje -por otra parte, en muchos casos sorprendentemente valiente- de la población del País Vasco actual que no desea someterse a lo que se llama (solamente con una cierta exageración, aunque no completamente) el «nacionalismo totalitario» es bastante más grande. Otra diferencia es que el nacionalismo irlandés, aunque muy violento en su lucha antibritánica, no era «totalitario» en sus procedimientos internos, sino bastante más tolerante que el vasco, y no imponía controles lingüísticos, etc.

El arreglo de 1922 no concedía la independencia a Irlanda, sino la condición de «Commonwealth» igual a Canadá, Australia, Nueva Zelanda y África del Sur. Seguía formando una parte del imperio, y el Rey británico era todavía jefe del Estado. Los condados protestantes del Ulster estaban separados completamente, una secesión menor dentro de la secesión mayor.

Esta solución -muy imperfecta desde el punto de vista nacionalista-abrió paso a un año de guerra civil irlandesa entre los radicales y los moderados que controlaban el Gobierno nuevo en Dublín. El asesinato en emboscada de Michael Collins, el gran jefe del Irish Republican Army (IRA) que había ganado su guerrilla antibritánica, fue perpetrado por los nacionalistas radicales, aunque pronto depusieron las armas.

El jefe de los radicales, ahora olvidado generalmente por la opinión española, fue un profesor de matemáticas de instituto, de apellido español: Eamon de Valera. Éste nació en Nueva York, hijo de padres inmigrantes -español él, irlandesa ella- . Después de la muerte repentina del joven padre español, la viuda regresó a Irlanda con su hijo, que fue educado en la más pura ortodoxia nacionalista irlandesa.

De Valera -«Dev», como se le llamaba entre el público- volvió pronto a la legalidad y a la lucha puramente política. En 1932 llegó a ser elegido con apoyo mayoritario como presidente de Gobierno en Dublín, mientras el Estado Libre de Irlanda seguía formando técnicamente parte del imperio británico, pero cuatro años después promulgó una constitución nueva para Irlanda que no hizo la menor mención de la Corona británica ni del imperio. Fue esencialmente el paso a la independencia total, y no fue impugnado por el Gobierno británico.

En términos generales, esta es probablemente la «solución irlandesa» deseada por el PNV y ETA -naturalmente, sin el estorbo de la secesión de ningún Ulster vasco-. No ofrece nada, naturalmente, al sector democrático de la población de las tres provincias, y el progresivo abandono de este sector de parte del Gobierno español constituye uno de los problemas más hirientes y neurálgicos de las relaciones actuales con el País Vasco.

Hay una responsabilidad democrática con los derechos de los sectores democráticos que no se puede eludir.

Hubo una ocasión, en 1933, en la que Álava actuó como «el Ulster vasco», y aún más. Entonces la oposición alavesa a ser dominada por las dos provincias de mayor población e industria frustró totalmente el tercer intento de elaborar un estatuto de autonomía en la Segunda República, autonomía que no fue obtenida hasta después del comienzo de la Guerra Civil. Ha sido por eso, para reafirmar la identidad vasca de la provincia, por lo que la capital de la Euskadi actual está en Vitoria y no en Bilbao o en San Sebastián.

Naturalmente, los nacionalistas pretenderán más. No estarán satisfechos de extender aún más el dominio que ya ejercen sobre el País Vasco, no concediendo la misma tolerancia al sector democrático que ellos siempre se reclamaban por sí mismos. Ni siquiera estarán satisfechos con la expansión máxima de los términos de la autonomía, ni meramente con algún vago reconocimiento verbal del estatus de «nación».

El nacionalismo radical siempre tiende al totalitarismo y al imperialismo. Así, insistirán de un modo unilateral en la extensión de su proceso político a una Navarra que, con respecto a la inmensa mayoría de sus habitantes, no quiere tener nada que ver con ello. Los nacionalistas insistirán, como mínimo, en imponer su propio referéndum sobre los navarros, que no lo desean para nada, si no es que pretenden interferir aún más en los asuntos navarros. Para ellos es Navarra, y no su propia población democrática -la que rechaza el nacionalismo extremista-, lo que constituye el «Ulster vasco».

Por STANLEY G. PAYNE, Profesor emérito de la Universidad de Wisconsin

 

 

| LA TERCERA DE ABC |
1 de abril de 2006

 

 

 

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