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El buen ejemplo irlandés

El nacionalismo vasco justifica su búsqueda de unidad nacionalista como una fórmula inspirada en el proceso de paz norirlandés para poner fin a la violencia. Sin embargo, las transcurren de manera muy distinta en Irlanda.

 


El Aberri Eguna ha vuelto a reflejar esa búsqueda de unidad nacionalista que domina la estrategia soberanista del partido liderado por Ibarretxe y Arzalluz. Desde la Declaración de Lizarra se aprecian constantemente intentos por articular la unión de las fuerzas que componen el nacionalismo vasco superando sus discrepancias políticas. Esa iniciativa dio forma a unos deseos que el nacionalismo justificó como una fórmula inspirada en el proceso de paz norirlandés para poner fin a la violencia. Sin embargo, la interpretación que el PNV ha realizado del modelo irlandés se sustenta en el falso supuesto de que la paz es el resultado de la creación de un frente nacionalista que ofreció al movimiento republicano, integrado por el IRA y Sinn Fein, una alternativa a través de la cual podían perseguir sus objetivos supliendo la debilidad evidenciada en su reducido respaldo electoral y social. Esa ansiada unidad de acción no ha sido la base del proceso de paz norirlandés, donde el IRA y Sinn Fein fracasaron en su intento por construir un sólido frente nacionalista, de ahí las críticas de dirigentes como Martin McGuinness al nacionalismo gobernante en la República de Irlanda por no defender «los derechos nacionales irlandeses». Significativo resultaba también que Albert Reynolds, primer ministro de Irlanda entre 1992 y 1994, amenazara con mandar literalmente «a tomar por culo» a los líderes republicanos cuando éstos intentaban extraer concesiones políticas a cambio de la tregua.

El IRA accedió a concluir su campaña en ausencia de una unidad nacionalista que tampoco se materializó posteriormente, como quedó de manifiesto durante la campaña de las elecciones generales al Parlamento británico celebradas en 2001. En ellas, el nacionalismo representado por el SDLP (Social Democratic and Labour Party) de John Hume rechazó un pacto electoral a propuesta de Sinn Fein argumentando que no aceptaría una coalición que de haberse materializado habría profundizado las divisiones entre las comunidades norirlandesas. Eddie McGrady, otro destacado representante del SDLP, descartaba dicha alianza nacionalista porque 'guetizaba' al votante constriñéndole en una política de bloques que precisamente el proceso de paz ambicionaba abandonar, al buscar el acercamiento con el unionismo. En cambio, el PNV opta por descalificar a parte de la ciudadanía vasca, como muestra su declaración oficial del 10 de abril en la que denuncia que «la mayoría absoluta» de los nacionalistas en Euskadi se encuentran dominados y regidos por una «mayoría exterior» representada por PP y PSOE. Refuerzan así los nacionalistas el espejismo del enemigo exterior repudiando además la pluralidad de la sociedad y a quienes se definen como vascos y españoles.

Las intenciones excluyentes que se derivan de semejante discurso subyacían también bajo la ambicionada 'mayoría nacionalista' que Arzalluz vislumbraba en el Aberri Eguna si ETA interrumpía su violencia. Se ignoraban así los efectos que dicha alianza tendría o que su mera promesa ya tiene sobre las personas que sufren la intimidación etarra, o sea, los constitucionalistas, con los que el nacionalismo debería buscar la convivencia pero a los que en cambio desprecia verbalmente. En este sentido, resulta interesante observar cómo el primer ministro irlandés Bertie Ahern descartó la inclusión de Sinn Fein en un Gobierno de coalición en la campaña electoral de 2002 en la República de Irlanda. La existencia del IRA y las todavía frágiles credenciales democráticas de un partido vinculado a una organización que hasta unos años atrás seguía involucrada en una campaña terrorista fueron los motivos de una decisión que Sinn Fein recibió como «un insulto». Estas actitudes del nacionalismo constitucional irlandés contrastan con el diferente comportamiento del nacionalismo vasco en la actualidad, que en apariencia coincide con el propósito del pacto con ETA previo a la tregua de 1998 en el que PNV y EA asumían «el compromiso de abandonar todos los acuerdos que tienen con las fuerzas cuyo objetivo es la destrucción de Euskal Herria y la construcción de España (PP y PSOE)».

El alto el fuego del IRA y la implicación de Sinn Fein en el proceso de paz se produjeron en un contexto en el que el republicanismo irlandés fue incapaz de constituir el anhelado frente de fuerzas nacionalistas, viéndose obligado a poner fin a la violencia a pesar de no haber satisfecho sus principales reivindicaciones. No sólo permanecen los británicos en Irlanda, sino que además los republicanos tampoco han satisfecho sus exigencias de autodeterminación, como Gerry Adams recalcaba en marzo de 2000 al señalar que «la autodeterminación para la población de esta isla todavía tiene que conseguirse». Es ésta una de las claves del proceso de paz norirlandés que ha sido posible gracias a la renuncia del IRA al maximalismo que dominó sus planteamientos durante las últimas décadas. Por ello, el propio Adams ha aceptado la necesidad de ser «realista», reconociendo que no puede lograr sus objetivos mediante «ultimátum».

Estas cuestiones son de enorme relevancia, pues permiten cuestionar la interpretación del proceso de paz realizada por el religioso norirlandés Alec Reid y que ha sido asumida en gran medida por el nacionalismo vasco. En opinión de este sacerdote redentorista, asesor de Elkarri, premio Sabino Arana y, según Germán Kortabarria, uno de los redactores de la Declaración de Lizarra, «el IRA paró cuando se le presentó una verdadera dinámica alternativa» ('Gara', 15-12-2002). Este análisis libera al IRA y, en su extensión al caso vasco también a ETA, de la responsabilidad de la resolución del conflicto, situándola más bien en otros agentes, difuminando por tanto las obligaciones que deberían recaer sobre quienes utilizan la violencia. Sin embargo, la causa del cese del terrorismo del IRA no se encuentra en esa supuesta alternativa que otros actores habrían creado y ofrecido a este grupo. El proceso de paz no ha garantizado las aspiraciones de los republicanos, sustentándose en cambio en unos parámetros que ya habían sido delimitados a comienzos de los años setenta. Es decir, treinta años atrás el IRA disponía de una alternativa prácticamente idéntica que rechazó entonces, pero que hoy acepta tras comprobar la ineficacia de su violencia debido a los costes políticos y humanos de ésta.

En ningún caso la alternativa tomada ahora consiste en la acumulación de fuerzas nacionalistas que el nacionalismo vasco desea para Euskadi. La alternativa por la que optó el IRA en 1994 al detener su violencia, y que existía desde hacía tiempo, no gira en torno al soberanismo sino sobre una autonomía en la que nacionalistas y unionistas han de gobernar conjuntamente. Por tanto, la variación fundamental que ha hecho posible la ausencia de violencia no se encuentra en el cambio de actitud de los Estados, sino en el revisionismo del IRA y Sinn Fein asumiendo ahora lo que habían rechazado anteriormente. El nacionalismo vasco ha preferido ignorar tan útil lección del proceso norirlandés y algo tan vital como que el origen de éste se halla en la derrota política de un grupo terrorista como el IRA. De esa manera, tras haber renunciado a derrotar a ETA, los nacionalistas vascos justifican su radicalización con el pretexto de que así conseguirán el final de la violencia. Sin embargo, en Irlanda la derrota del terrorismo ha sido posible precisamente porque el nacionalismo constitucional resistió la radicalización que el IRA le exigía a modo de chantaje en pago a su alto el fuego.

El proceso de paz norirlandés, basado en el convencimiento de que un sistema de gobierno autónomo compartido ofrece el mejor marco para progresar en la resolución del conflicto, intenta avanzar hacia un escenario similar al que el Estatuto vasco puso en marcha y que el nacionalismo vasco insiste en deslegitimar. Ése es el motivo por el que la consolidación del marco autonómico, y no la autodeterminación, constituye el objetivo principal de los actores norirlandeses. Es en ese marco en el que aspiran a crear un espacio de convivencia en el que la cuestión nacional deje de dominar la vida política. Así, mientras Xabier Arzalluz consideraba en una entrevista publicada en 'Deia' en diciembre de 2002 que «para un nacionalista la vía de acción política está con la izquierda abertzale y no precisamente con el PP o el PSOE», formaciones con las que el dirigente peneuvista rechazaba la cooperación al juzgar que con ellas se estaría «cada vez en un más tibio autonomismo», en cambio el nacionalismo norirlandés ha optado por un 'tibio autonomismo' con la esperanza de que contribuya a derribar el etnicismo excluyente por el que peligrosamente apuesta el PNV.

Rogelio Alonso, EL CORREO, 27/4/2003

 

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