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¿Quiere ETA la paz?

Los criterios con los que el nacionalismo justifica el diálogo con ETA favorecen los intereses de ésta, reproduciendo la transferencia de culpa y la difusión de responsabilidad: el gobierno español y los partidos democráticos, y no únicamente la banda, deben ser vistos como responsables de la continuidad de la violencia.

 


SI Zapatero quiere convertirse en el Tony Blair que resuelva el conflicto, la actitud de Batasuna le acompañará para que ese escenario fructifique». Esta reciente alusión de Arnaldo Otegi al proceso de paz en Irlanda del Norte no ha sido la primera. A lo largo de los últimos años tanto ETA como Batasuna, así como el nacionalismo institucional vasco han mirado con frecuencia al contexto norirlandés en busca de referentes para avanzar su propia agenda política. Sin duda alguna el final del terrorismo del IRA ofrece muy valiosas lecciones para nuestro propio ámbito, pues después de treinta años este grupo terrorista ha renunciado a su violencia a pesar de no haber conseguido sus objetivos. Sin embargo, las útiles conclusiones que de semejante experiencia pueden extraerse para la erradicación del terrorismo etarra han sido constantemente ignoradas por el nacionalismo vasco, mucho más interesado en tergiversar el modelo irlandés con fines partidistas.

En esta tarea términos como la paz, y el diálogo han sido frecuentemente instrumentalizados, como la reciente carta de Otegi y el comunicado de ETA han puesto de relieve. Después de asesinar a cientos de personas e intimidar a miles, las palabras de quienes continúan negándose a condenar el terrorismo de ETA siguen sin ser puestas en duda por muchos políticos y ciudadanos.

Así por ejemplo el editorial del diario nacionalista Deia del pasado sábado señalaba que «la oferta de negociación de Batasuna al Gobierno español representa una muestra de flexibilidad ciertamente espectacular y esperanzadora de la izquierda abertzale». Seguidamente alababa esa «valentía» de Batasuna que también reclamaba del presidente Zapatero. Incluso un grupo de socialistas guipuzcoanos exigió del jefe del gobierno «valentía» y «asumir algún riesgo para ganar la libertad» antes de que Batasuna hiciese pública la denominada propuesta de Anoeta en noviembre.

En estas actitudes y en otras similares que han dado la bienvenida a los recientes pronunciamientos de ETA y Otegi se aprecia la inspiración del IRA y del Sinn Fein. Bajo la apariencia de un nuevo lenguaje pero sin desmarcarse realmente de ETA, su brazo político ha pretendido reparar su deteriorada imagen planteando engañosas expectativas. Expresiones como «es tiempo de paz» o el compromiso con «la utilización exclusiva de vías pacíficas», repetidas por Otegi y Batasuna, fueron también utilizadas con profusión por el Sinn Fein con el fin de salvar la marginación que su vinculación con el IRA le reportaba. Recuérdese por ejemplo cómo ya en 2002 Batasuna presentó otra propuesta bautizada igual que el documento del Sinn Fein de 1987 «Un escenario para la paz». Este documento era parte de una estrategia a través de la cual los nacionalistas irlandeses perseguían apropiarse de la imagen de pacifistas con el objeto de deshacerse del estigma que su asociación con el terrorismo les aseguraba. Como Gerry Adams reconocería, el Sinn Fein había «perdido el control de la palabra paz dejando que otros se apropiaran de ella».

Desgraciadamente las organizaciones terroristas pueden tener éxito con semejantes tácticas, de ahí la enorme responsabilidad que políticos, periodistas y ciudadanos tienen a la hora de evitar asumir como realistas las interpretaciones que sus portavoces reproducen en torno a lo que resultaría necesario para alcanzar la paz. Es en ese contexto en el que los criterios con los que a menudo se justifica el diálogo con ETA favorecen los intereses de esta banda terrorista al contribuir a reproducir mecanismos de transferencia de culpa y difusión de responsabilidad en función de los cuales el gobierno español y los partidos democráticos, y no únicamente la citada banda, deben ser vistos como responsables de la continuidad de la violencia. El nacionalismo vasco ha incurrido con frecuencia en esa peligrosa dinámica presentando a ETA y al gobierno español como «extremos» equidistantes, contrarios al diálogo y, por tanto, como enemigos de la paz. Obsérvese cómo los últimos comunicados de ETA y Otegi rompían esa equidistancia en beneficio del entorno etarra que ha llegado a ser presentado como «flexible» al realizar «generosos movimientos por la paz» que exigirían por ello la respuesta del gobierno en la forma de negociaciones, gestos o concesiones. De ese modo, bajo el pretexto de la búsqueda de la paz y la supuesta ambición de la resolución del conflicto, se intentan consolidar esquemas que eluden la realidad en torno al terrorismo.

Esta realidad ofrece pocas dudas después de una prolongada lucha antiterrorista tanto en Irlanda del Norte como en el País Vasco. La experiencia demuestra que el IRA sólo comenzó a desarmarse ante la presión ejercida por los gobiernos británico, irlandés y estadounidense y que el final de su violencia llegó a pesar de no haber logrado este grupo ninguno de sus objetivos, sino precisamente por ello. Así pues, la derrota del IRA ha constituido el principal incentivo para relegar la violencia, al igual que ha ocurrido con los seis presos etarras que tras reconocer el fracaso de ETA han abogado por interrumpir el terrorismo pese a no haber recibido contraprestaciones políticas a cambio.

En ese escenario, y mediante la comparación con el socialista Tony Blair, Otegi ha reavivado la ilusión de una paz cercana y posible a través de la negociación y el diálogo. Sin embargo, apenas se distinguen diferencias notables entre la política hacia Irlanda del Norte del premier británico y de su antecesor el conservador John Major. Y es que el cambio que propició el proceso de paz allí no vino desde el gobierno británico, sino desde el IRA que decidió poner término a su campaña terrorista a pesar de no haber logrado sus aspiraciones.

No es difícil adivinar en la comparación realizada por Otegi intentos de dividir a socialistas y populares tentando con sus promesas a quienes apuestan erróneamente por un cierto pragmatismo en aras del final del terrorismo.

En ese marco el atentado de Getxo y los que le seguirán completan la coacción que ETA y su entorno trasladan: o se acepta «su paz» o habrá «guerra», de ahí la necesidad de hacer «esfuerzos». Ante la utilización de tan particular «paz» como una táctica terrorista más, debemos tener presente que la dilatada experiencia de la lucha antiterrorista en España nos demuestra que ésta ha alcanzado su mayor eficacia cuando se ha basado en el consenso de las principales fuerzas democráticas. A unos meses de unas elecciones autonómicas en las que Batasuna y ETA aventuran un agravamiento de su situación sería enormemente peligroso caer en la trampa que plantean como salida a su debilidad y aislamiento.


Rogelio Alonso es profesor de Ciencia Política en la Universidad Rey Juan Carlos y autor de «Matar por Irlanda. El IRA y la lucha armada». 

ABC, 21/1/2005

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