Vencedores y vencidos, claro que sí
De ahí que suene a fingido ese clamor «popular» del Partido Popular, quiérese decir para evitar que los mismos jueces que torcieron la Ley hasta llevarla a donde nunca quiso ir, vuelvan ahora por el sendero opuesto, al servicio siempre del amo bicéfalo que les da de comer. Ayer el PP, hoy el PSOE. Braman por el respeto a la Ley quienes la han arrastrado y «reescrito» a las órdenes del Poder Ejecutivo sin el más mínimo sonrojo. ¿Porqué no pueden esos jueces ahora decir lo contrario si cuentan con ese prodigioso instrumento que reza: «si bien es cierto, ¿no es menos cierto?».
El pacto antiterrorista y su hija bastarda, la Ley de «Partidos», cuyo plural es puro disimulo pues iba dirigida a uno solo, dieron la fatal estocada a un Estado que se creía «de Derecho» hasta que comprendió que Euskal Herria se le iba de las manos. Entonces acuñó la vieja máxima según la cual un Estado de Derecho primero es Estado y luego, si acaso, de Derecho, como dijo Jiménez de Parga, el «adelantado» en dar a conocer las sentencias.
Aquel humus social español inducido por los media, que condujo a la bravuconada del «a por ellos», realmente escondía la fragilidad política del sistema. La «noche de los cristales rotos» contra la izquierda abertzale, la que desmontó todas las reglas del Derecho para asegurar la supervivencia del Estado, lo que demostraba era el horror vacui a una derrota histórica: Euskal Herria había llevado al Estado español a una crisis sin parangón, gracias a la lucha y al tesón en demostrar que democracia y España, lejos de ser sinónimos, se han convertido en el más acabado antónimo. El proceso 18/98 es el más preclaro ejemplo.
«Todo es ETA» constituye la expresión más acertada de la inaprehensibilidad de la propia ETA. Puesto que se juzga a todo un «entorno» político, al sector políticamente más consciente del Pueblo Vasco. ¿Cabe mayor reconocimiento de su derrota? Vencidos, sí. Vencido el Poder y sus voceros: periodistas, jueces y demás «víctimas» del ¡Pasta Ya!.
El Sr. Zapatero no hace sino representar el papel que le indica la oligarquía española. Dialoga para retrasar lo inevitable. Negocia con la secreta intención de dividir a las fuerzas nacionalistas en su provecho, como ha demostrado el penoso ejemplo catalán.
Hace, pues, lo que debe. Y en su hoja de ruta figura la traición del PNV. Sólo así puede asegurarse una mayoría en Euskal Herria que le permita salir del atolladero democrático de «respetar la palabra» del pueblo. Por eso se halla incómodo el partido jeltzale, pues se sabe «el Judas» del proyecto.
Ha terminado el baile de máscaras estatutario y el PNV ha de desvelar por fin su verdadera naturaleza. Soberanía nacional versus mercadería regional. Unas cuantas transferencias a cambio de la renuncia plena y pública a la soberanía vasca. Se acabó el juego del quiero pero ahora no es posible. Resurge pues ya la cuestión de clase, tantas veces eclipsada por la cuestión nacional. De ahí el enfado y la división palpable en los batzokis.
El Estado español ha sido llevado al proceso de democratización vasco del morral, gracias a la valentía y resistencia del sector más combativo y consciente de Euskal Herria. Y esa victoria es el espejo de la ignominia jeltzale de los últimos veinticinco años. El estrepitoso fracaso del autonomismo. Los mismos que ya se disponen a pactar con el Estado ocupante su modus vivendi. Y esa mala conciencia intentan acallarla con las porras de Balza en las calles de Euskal Herria. ¡Qué pena!
Euskal Herria está de fiesta. La fiesta de la palabra y la decisión, de la democracia, en suma, aunque esta decisión sea la propiciada por un vergonzoso pacto PSOE-PNV. Porque será el pueblo quien así lo haya decidido, en su caso. Las fuerzas populares, por el contrario, deben estar ahora más unidas que nunca. Esa unidad popular es la pesadilla de la oligarquía española y del nacionalismo burgués. Es la hora de la democracia y de la autodeterminación. Y esa autodeterminación es, justamente, el porqué de veinticinco años de denodada lucha. El nacionalismo vasco burgués está cavando su tumba política y lo sabe. Se le agota el tiempo. Ya no puede por más tiempo tener un pie en una ladera y el otro en la de enfrente. Es el momento de la decisión. Para todos. Porque es ahora cuando, al fin, se vislumbra aquella reiterada promesa hecha a los gudaris caídos que decía: nuestro mejor homenaje, la victoria. -
Javier Ramos Sánchez - Jurista
Gara, 28 de abril de 2006
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