El proyecto de ETA y de Zapatero
Es posible que Zapatero no quiera la independencia del País Vasco, quizás tampoco un referéndum de autodeterminación. Es posible que no quiera la anexión de Navarra a Euskadi o la conformación de un espacio común que agrupe las siete provincias vascas. Es posible que el presidente del Gobierno no quiera todo esto, al menos no como un fin en sí mismo.
Sin embargo, es cierto que existe un proyecto en el que confluyen los intereses de ETA, de Batasuna y del PSOE, aunque por motivos distintos en cada caso. Por eso, no son tan descabelladas las palabras de Ángel Acebes.
A nadie se le escapa que el silencio de las pistolas supone un granero de votos tanto para el PSOE-PSE como para una legalizada Batasuna. Pero es que además, ambas formaciones comparten ciertas aspiraciones en un momento en que lo que verdaderamente está en juego, y lo que se está configurando, es el mapa político del País Vasco tras la disolución de la banda terrorista.
A los socialistas les interesa que el nacionalismo vasco del futuro esté dividido en dos bloques y para eso necesita una izquierda abertzale fuerte e influyente. Tomando como modelo la división del nacionalismo catalán, los dirigentes del PSOE y del PSE saben que esta situación les ofrece muchas más oportunidades de gobierno que un panorama en el que los herederos de ETA/Batasuna permanecieran como una fuerza residual frente a un hegemónico PNV.
Este planteamiento encaja a la perfección con las aspiraciones del mundo abertzale radical, que se asegura así un peso decisivo en la política vasca y una enorme capacidad de influir en los destinos de esta comunidad. Y esto tras haber sufrido su particular travesía del desierto marcada por el acoso policial y judicial, y por el secuestro de buena parte de sus reivindicaciones históricas, que fueron incorporadas al Plan Ibarretxe por el PNV, lo que generó la confusión y la división en sus bases.
Se puede discutir hasta la saciedad la conveniencia de este diseño en términos de real politik, pero lo que está fuera de duda es la grave inmoralidad que comete el Gobierno dando una salida tan airosa a quienes durante más de 30 años han practicado o han apoyado la violencia, con el resultado de 1.000 asesinatos y decenas de miles de personas amenazadas, perseguidas o huidas.
Nadie quiere más muertos, eso está claro. Pero el actual proceso dirigido por Zapatero está, de hecho, premiando a los violentos por sus actos. Es inevitable que ahora, en la mente de los terroristas y quienes les apoyaron aflore una idea: “mereció la pena”.
Mientras que quienes tuvieron la grandeza moral de abandonar la vía de la violencia y arrepentirse, arriesgando así la vida (y muchos perdiéndola) frente a la venganza ciega de sus ex compañeros, ven ahora cómo el Estado les da la espalda para dar la mano a quienes mataban y amenazaban.
Hay tiempo todavía para que el Gobierno rectifique y existen alternativas. Cuando empezó la democracia en España, ETA optó por seguir matando porque no era capaz de convencer de sus ideas a una mayoría y no estaba dispuesta a ceder. Ahora deja de matar pero sigue queriendo saltarse las reglas del juego democrático y busca una posición de ventaja, excluyendo a quienes piensan de otra forma. Aunque sea un camino más largo y tortuoso, lo correcto es evitar que se salgan con la suya. El empeño ha de ser, ante todo, defender la justicia y la libertad.
Sólo sobre estos dos pilares se puede construir una paz verdadera.
Ignacio Santa María
Páginas Digital, 12 de junio de 2006
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