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Foro El Salvador

Una de Tantas: el reencuentro

Hace unos días, en la última concentración de la AVT en la plaza Colón, fui testigo de un reencuentro familiar, sin que los que se reencontraban fuesen familia. Varias víctimas del terrorismo coincidimos en un restaurante cercano a la zona en la que se iba a organizar la concentración. A muchas yo ya las conocía de otras actividades de la AVT. Al elegir la mesa, quedé en frente de dos personas, Antonio y Pilar, a los que conocía. La conversación surgió fácil y segura, pues entre las víctimas hay poco miedo a la incomprensión del que escucha.

Todos tenemos un gran equipaje de dolor, por lo que poder manifestárselo a alguien que ha pasado por lo mismo es una gran descarga emocional. Pilar es una mujer con cara de niña, con unos rizos negros preciosos que le hacen juego con los enormes ojos oscuros y con su mirada acuosa. Antonio es un hombre maduro con aspecto de serio, unos ojos inteligentes y una mirada a la que no se le escapa detalle, propenso a escuchar primero y luego a analizar. Estando sentados, Antonio le preguntó a Pilar “¿de dónde eres?”. Pilar le dijo con una sonrisa, “si te refieres al lugar de nacimiento, soy vasca; si te refieres al lugar donde me he criado, soy de todas las residencias de huérfanos de las Fuerzas de Seguridad de España.” Antonio, al oír la palabra residencia de huérfanos, se movió inquieto en el asiento: “¿no conocerás el colegio de huérfanos de…?”. Pilar le contesta “por supuesto, he pasado por todos los colegios”, y comenzó a relatar su infancia.

Cuenta Pilar que, con 8 años, la ETA mató a su padre, quedaron ella y dos hermanos más pequeños, su madre estaba muy enferma y no pudo hacerse cargo de todos sus hijos, el más pequeño quedó al cuidado de esa madre, pues no tenía edad suficiente para ir a la residencia de huérfanos, y las ridículas pensiones que le quedaban a las viudas no llegaban para poder atenderlos y, además, se pasaban meses hasta que las recibían. Muchos compañeros hacían colectas para esas familias hasta que llegaban las pensiones. Pilar y su hermano fueron trasladados a Madrid por compañeros de su padre. Cuenta que la sacaron de casa en pijama, que durante días por la noche le lavaban la ropita y se la ponía por la mañana hasta que pudieron traer sus pocas pertenencias infantiles. La visión de Pilar del colegio de huérfanos es tortuosa. No es de extrañar, era una niña de 8 años, fuera de su entorno familiar, de sus conocidos, de sus padres, y a uno jamás podrá volver a verlo. Esa niña veía pasillos enormes, oscuros, puertas cerradas, baños inmensos, literas altísimas y una taquilla de chapa que, dice, “jamás se llenó de juguetes, pues tenía poquitos.

Recuerda alguna fiesta de Navidad con dulces y caramelos y el día de su comunión, todas con el mismo vestidito. Recuerda que los niños mayores cuidaban de los más pequeños como ella… recuerda con amargura que le cortaron el pelo, ese precioso pelo rizado, negro como la noche… Antonio extendió la mano con su teléfono móvil y le dijo que, por favor, se identificase con la persona que estaba al otro lado, que era su mujer y que tanto él como su mujer estuvieron en esa misma residencia, que le dijese a ella como era de pequeña. Pilar, nerviosa, tomó el teléfono y se le oyó esta conversación:

-“Sí, sí, ésa, la del pelo rizado… no, aún tengo los rizos… sí, mi hermano estaba conmigo… sí, creo que te recuerdo… apúntate mi teléfono. Es que yo he cambiado, pues era una niña. Vosotros erais más mayores; seguro que no habéis cambiado tanto… no, hace cuatro años conseguí reunir a mi familia y vivimos los tres con mi madre… sí, sí, por favor, estaremos en contacto… adiós, besos”.

Con los ojos vidriosos, nos cuenta que la mujer de Antonio la cuidó cuando llegó de pequeña, que la recordaba y Antonio comentó que de esas residencias salieron muchas parejas. Niños que se criaron con sufrimientos parecidos, que crean lazos irrompibles.

Antonio también es huérfano, también la ETA mató a su padre y, poco después, su madre, ya enferma, murió. Antonio habla de la residencia con más alegría, seguramente porque tenía más años y más armas que Pilar para enfrentarse solo a la vida. Aún así, también era un niño y todo en la vida le ha costado mucho. Ahora es abogado, pero de esos que aprueban oposiciones sin ayuda de un apellido. Tiene una familia, dos hijos y un
trabajo estable y dice que jamás volverá a bajar a las catacumbas, que va a luchar por la memoria de su padre, que llenaríamos las plazas y que no dejaríamos que el olvido y la injusticia ensuciasen a nuestros seres queridos. Esta es la infancia de muchos hijos, víctimas del terrorismo, que han tenido que estar en residencias de huérfanos, olvidados, sin familia, sin fiestas de cumpleaños, sin padres a los que poder contar que han sacado un notable, sin nadie que los mimase cuando estaban con anginas... y todo porque un día unos mal nacidos decidieron quitarle la vida a tu padre, y el pilar de la estructura de tu familia se desmoronó como un castillo de naipes, quedando los niños, los más indefensos, a merced de instituciones pseudo caritativas.

Aunque este relato no tenga buen estilo literario y sea en exceso largo, me he limitado a transmitir emociones. Todavía hoy se me pone la piel de gallina cuando lo revivo, y sé que es importante que la gente conozca lo que la ETA ha hecho en muchas de nuestras familias, para que, cuando les miren a los ojos, nuestros dirigentes sepan con quiénes están hablando, la catadura moral de estos asesinos. Se lo debemos a nuestros hijos, víctimas vivas y con voz del terrorismo, y se lo debemos a esos padres, víctimas muertas, pero jamás olvidadas por el resto de las víctimas y confío que de mucha más gente. Además, al fin y al cabo, yo soy sólo “una de tantas” que pide MEMORIA, DIGNIDAD, Y JUSTICIA.

Maria Jesús Gómez

Debate 21

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