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NAVARRA, POR TODAS PARTES ME ROEN. Defensa de la Constitución española. Por Jaime Ignacio del Burgo*.

Desde la declaración de alto el fuego de ETA, Navarra, en contra de su voluntad, se encuentra en el primer plano de la actualidad política. Los terroristas han expresado con absoluta claridad que sin el reconocimiento de lo que ellos denominan unidad territorial de Euskal Herria no habrá solución al conflicto político que, según ellos, enfrenta secularmente al País Vasco con España. Arnaldo Otegui ha llegado a afirmar que “Navarra es el problema, pero también la solución”.  

Por su parte, el presidente del Gobierno en vez de tranquilizar a los ciudadanos navarros rechazando de plano esta pretensión ha eludido pronunciarse “para no elevar la tensión –y cito textualmente- sobre el debate sobre Navarra”. Esto quiere decir que Rodríguez Zapatero está dispuesto a aceptar que el futuro de nuestra Comunidad esté en la agenda del diálogo político con los terroristas.  Hay indicios más que razonables para concluir que en las conversaciones secretas mantenidas desde hace más de cuatro años por dirigentes vascos del Partido Socialista con Batasuna la cuestión de Navarra ha estado presente y hasta se habrían barajado soluciones de “síntesis” –esta vez la expresión es del portavoz de Batasuna- como podría ser la creación de una Dieta o Consejo vasco-navarro, bajo la fórmula transaccional de una nación –Euskal Herria-, dos gobiernos.

Esta solución transitoria estaría inspirada en los acuerdos entre el Reino Unido y la República de Irlanda, donde se prevé la constitución de un Consejo insular formado por los gobiernos de Belfast y de Dublín, en tanto en cuanto los ciudadanos del Ulster no decidan, por mayoría, la reunificación de ambas Irlandas.  No es de extrañar que la opacidad que rodea al llamado “proceso de paz” haya hecho saltar todas las alarmas y llevado la inquietud a amplios sectores de la sociedad navarra. 

Utrimque roditur” (“Por todas partes me roen”). Este era el lema del mítico Príncipe de Viana. Aquel príncipe de triste destino, para quien su abuelo –el rey Carlos III el Noble de Navarra- instituyó el Principado de Viana, protagonizó a mediados del siglo XV uno de los períodos más turbulentos de la historia del viejo Reino. Carlos de Viana se enfrentaría en una cruenta guerra civil contra su propio padre, el futuro Juan II de Aragón, para defender su derecho a suceder a título de rey a su madre, la reina Doña Blanca de Navarra, en el trono de Pamplona. Durante más de cincuenta años, agramonteses, partidarios de Don Juan, y beaumonteses, defensores de la legitimidad de Don Carlos, se enfrentarán en una guerra sin cuartel y la paz no volverá a Navarra hasta su incorporación en 1515 a la Corona de Castilla para compartir el destino común de la Monarquía española. Por cierto que, poco antes de su muerte prematura, el Príncipe de Viana, heredero también de los reinos de la Corona de Aragón, negociaba su casamiento con la futura Isabel la Católica. De haberse producido el matrimonio, el Príncipa de Viana hubiera anticipado en cincuenta años la unión de las tres Coronas españolas. 

Se me reprochará que no es comparable la actual situación de Navarra con aquella época convulsa de los siglos XV y XVI y que la utilización del lema del Príncipe de Viana para reflejar la actual situación de Navarra es un exceso. Pero no es menos cierto que en nuestros días una banda de alimañas pretende roer los cimientos de nuestra convivencia y amenazar nuestra libertad colectiva como pueblo sin que el Gobierno de España les advierta, como es su obligación constitucional, que el actual status de Navarra como comunidad foral es inamovible mientras los ciudadanos navarros no dispongan otra cosa en el marco de la Constitución y el Amejoramiento del Fuero navarro y que el viejo Reino foral no es ni el problema ni tampoco la solución. Parece como si estuviéramos en el túnel del tiempo y hubiéramos retrocedido a los años de la transición a la democracia, cuando Navarra se vio sometida a un impresionante acoso por parte del nacionalismo vasco empeñado en conseguir la anexión de Navarra a Euzkadi, sin siquiera dar al pueblo navarro la oportunidad de decir esta boca es mía. Frente al “Nafarroa Euzkadi da”, es decir, frente al axioma “Navarra es Euzkadi”, seis de los nueve diputados y senadores elegidos en las primeras elecciones democráticas celebradas el 15 de junio de 1977 elevamos nuestra voz para replicar con contundencia: “Navarra no es Euzkadi”, “Navarra es Navarra” y “Navarra es España”. Contábamos con el pleno apoyo del presidente Adolfo Suárez que días antes de las elecciones había expresado su compromiso con este rotundo pronunciamiento: “Respetamos y respetaremos la autonomía foral de Navarra, sustentada en un pacto histórico que sólo se podrá modificar con el consentimiento del pueblo navarro. Este respeto no significa congelación de lo existente, sino el reconocimiento del derecho de Navarra a recuperar la plenitud de su autonomía foral dentro de la unidad de España”

Para nosotros la integración en Euzkadi es un atentado contra la esencia de nuestro Fuero, pues supone la aparición de un poder intermedio entre Navarra y el Estado que rompe la naturaleza bilateral del régimen foral e implica una notable reducción de nuestro autogobierno al convertirnos en una cuarta parte de Euzkadi y sujetarnos al Parlamento y al Gobierno vascos. Afirmamos, asimismo, que sólo el pueblo navarro, mediante referéndum expresamente convocado al efecto, podía legitimar la incorporación a Euzkadi.

Ante esta resistencia inesperada de la UCD de Navarra, el nacionalismo vasco reaccionó con extraordinaria virulencia. Nos acusaron de antivascos, de caciques y de estar al servicio de la oligarquía. Javier Arzallus llegó al extremo de proferir esta amenaza: “Llevaremos la guerra política a Navarra hasta doblegar su voluntad”. Casi al mismo tiempo salieron a escena los encapuchados de ETA y recibimos los primeros avisos. Vencimos al miedo y nos enfrentamos al terror. Los terroristas decidieron  entonces pasar de las palabras a los hechos. Por fortuna, fracasaron. Para sacudir la conciencia aparentemente adormecida del pueblo navarro hicimos nuestro el lema medieval de los Infanzones de Obanos, que figura en el frontispicio del Palacio de Navarra: “Pro libertate patria gens libera state” o dicho en román paladino: “Por la libertad, pueblo libre ¡en pie!”. El pueblo reaccionó y conseguimos derrotar al nacionalismo vasco en las urnas. Garaicoechea ni siquiera consiguió ser elegido diputado y Arzallus comenzó a perder su guerra política en Navarra cuando en el referéndum de la Constitución de 1978 los síes alcanzaron el 76 por ciento de los votantes y superaron el 51 por ciento del censo electoral con una participación próxima al 70 por ciento, muy cerca de la media nacional. 

Por vez primera en la historia constitucional española, los derechos históricos, nuestro régimen foral, tuvieron su proyección en una Constitución que ordenaba a todos los poderes públicos amparo y respeto para nuestros derechos históricos. Asimismo, la Constitución preveía un cauce de solución democrática al contencioso Navarra-Euzkadi en la famosa y controvertida disposición transitoria cuarta. La incorporación sólo sería posible si la iniciativa adoptada por sus instituciones forales era ratificada en referéndum por el pueblo navarro. 

Navarra eligió en 1979 su primer Parlamento democrático que rechazó la única propuesta de integración en Euzkadi presentada hasta hoy. Quedaba así expedito el camino para negociar con el Estado el Amejoramiento del Fuero, fórmula alumbrada por UCD de Navarra y que acabaría por ser asumida por la mayoría de las fuerzas políticas navarras representadas en el Parlamento Foral, incluido el Partido Socialista, defensor hasta entonces de la integración en Euzkadi. El Amejoramiento tenía por objeto el fortalecimiento de la foralidad histórica, la restauración democrática de las antiguas instituciones forales y la reafirmación de la vocación española de Navarra. El pacto para el Amejoramiento del Fuero de 1982 convirtió a Navarra en la comunidad española con mayor nivel de autonomía.

El balance de los últimos veinticinco años es extraordinariamente positivo. Gracias al consenso básico mantenido por dos de los partidos firmantes del Amejoramiento del Fuero –UPN y el PSOE-, que hoy representan a la gran mayoría de los navarros, Navarra ha disfrutado de un largo período de estabilidad institucional.  Estamos hoy a la cabeza de España en todos aquellos indicadores que miden el grado de bienestar de una comunidad con casi 30.000 euros de renta per capita y que ha superado en un 25 por ciento la renta media europea. A pesar de ello, hay mucha gente en Navarra que cree que el nivel alcanzado forma parte de la naturaleza de las cosas y que es para siempre. No saben valorar ni por tanto apreciar por qué somos tan envidiados fuera de Navarra por la calidad de nuestros servicios públicos sobre todo en el campo de la educación, de la sanidad y del bienestar social.  

Quiero destacar asimismo que nuestra foralidad se ha ejercido siempre en el marco de un escrupuloso respeto a la unidad constitucional, único límite para el desenvolvimiento de nuestra autonomía. El principio no escrito de la lealtad ha informado siempre la relación de Navarra con el Estado, al margen de algunos conflictos sobre el alcance de las respectivas competencias.  Somos intransigentes a la hora de defender los principios del régimen foral, pero flexibles a la hora de armonizar el interés de Navarra con el general de la nación.  A medida que el Amejoramiento del Fuero iba dando sus frutos, el globo de Euzkadi se fue desinflando paulatinamente y hubiera acabado por desplomarse con estrépito si no llega a ser porque ETA llegó en su auxilio. El efecto destructivo de la libertad provocado por el terrorismo acaba por hacer mella en muchos regidores públicos a los que en una democracia no cabe exigir actitudes heroicas por haber tomado la decisión de ocuparse a la cosa pública. Convencidos del fracaso de integrar por la brava a Navarra en Euzkadi, los nacionalistas optaron por abrir un nuevo frente en el campo de la educación y la cultura donde desde hace un par de décadas se libra una batalla sin cuartel. 

El discurso nacionalista es muy simple. Navarra ocupa hoy el solar de los vascones, uno de los pueblos hispanos, distinto de los várdulos, caristios y autrigones que poblaban las actuales Provincias Vascongadas. El vascuence sería, en consecuencia, el primitivo idioma de los vascones, que pervivió al proceso de romanización. A mediados del siglo XIX, el vascuence se hablaba en la Montaña navarra y en algunos otros lugares de la zona media de Navarra, aunque sin la pretensión de ser considerado como idioma oficial del reino navarro. Sentado lo anterior comienza la manipulación histórica. Tras la conquista de Navarra por Castilla en 1512 el vascuence, afirman los nacionalistas, sería perseguido con la finalidad de aniquilar la resistencia navarra a su integración en la Monarquía española. El franquismo, añaden, acabaría por dar la puntilla al vascuence, consumándose así un tremendo genocidio cultural.

Pasando por alto el hecho de que los vascongados jugaron un papel muy destacado en la conquista de Navarra al servicio de las armas de Castilla, lo cierto es que el progresivo abandono del vascuence fue consecuencia de la superioridad del castellano como lengua de cultura frente a un idioma cuyos textos escritos a finales del siglo XVIII podían contarse con los dedos de la mano.  Cuando bien entrado el siglo XIX, con la finalidad de erradicar el altísimo grado de analfabetismo de la población española,  sólo el castellano estaba en condiciones de ser utilizado en la enseñanza. 

Hace unos días, ante la mirada complaciente del presidente del Gobierno, la diputada Barcos calificó de auténtico genocidio cultural la política lingüística del Gobierno de UPN. La cosa sería como para tomarla a risa si no fuera porque ETA ha matado hasta ahora, entre otras cosas, so pretexto de combatir ese supuesto genocidio. Lo único cierto es que nunca como hasta ahora ha recibido el vascuence un impulso tan extraordinario hasta el punto de que su enseñanza se lleva una astronómica cifra de los presupuestos generales de Navarra. Hablar por ello de genocidio cultural sólo cabe en mentes enfermizas o fanáticas.  

Con esta batería de argumentos absolutamente antihistóricos, tenidos como dogmas de fe en las ikastolas, los niños vasconizados creen a pie juntillas que Navarra forma parte de Euskal Herria por ser uno de los siete territorios donde se habla o debiera hablarse en euskera. En consecuencia, si Navarra es vasca y los vascos deben aprender y usar su idioma nacional, no pueden permanecer impasibles ante la opresión de los Estados español y francés. Deber de todo abertzale es luchar por la liberación de Euskal Herria hasta lograr su reconocimiento como nación libre y soberana. De  manera que los etarras no son un puñado de criminales, sino la vanguardia de la liberación nacional. Por eso el sedicente nacionalismo democrático, aunque dice repudiar la violencia, corre siempre a tender la mano a los terroristas con quienes comparten el ansia de alcanzar la libertad de la patria vasca. “El vínculo del lenguaje –escribió Alexis Tocqueville con acierto- es tal vez el más fuerte y duradero de los que pueden unir a los hombres”. Tiene razón. Pero el idioma sólo une a los que lo hablan y puede convertirse en foso de incomunicación con los que no lo saben.  El empeño en imponer el euskera tanto en la Comunidad Autónoma Vasca como en Navarra responde al propósito de demostrar que los vascos son un pueblo distinto del español. Muchos nacionalistas se lamentan de tener que expresarse todavía en castellano, es decir, en una lengua erdera o extranjera, fruto de la opresión del pueblo vasco por España. Nada importa que nuestro idioma común –el español- naciera en tierras vascas y navarras en el siglo X, ni que los Fueros de Alava, Guipúzcoa y Vizcaya en los que los nacionalistas dicen sustentar nada menos que el derecho de Euskal Herria a su independencia, se escribieran en idioma romance, ni que fueran las propias Juntas Generales vascongadas las que exigían a los junteros hablar castellano.

Ocultan que el Fuero General de Navarra, nuestra primera Constitución histórica, además de estar escrito en idioma romance comienza refiriéndose a la “pérdida de España” a manos de los moros y presume de tratarse de los “primeros Fueros que fueron hallados en España”. La historia prueba de forma irrefutable que al menos a finales del siglo XIII los reyes navarros juraban los Fueros en “idiomate terre navarre”, es decir, en el romance que hoy llamamos castellano. Suelo decir que el idioma que llamamos castellano podría haber sido “el navarro” si nuestro rey Sancho III el Mayor, “Hispaniarum rex” según sus coetáneos, hubiera resuelto que su primogénito además de Navarra heredase el resto de sus dominios. En lugar de ello los repartió entre sus hijos, alumbrando así los reinos de Castilla y de Aragón.  La potencia del bombardeo cultural nacionalista es impresionante. Los nacionalistas, además de su penetración en el campo de la enseñanza, disponen de importantes medios de comunicación y editan un sinfín de publicaciones. Para evitar la acusación de ser “antivascos” muchos regidores públicos, sobre todo a escala municipal, han hecho concesiones que sin la presión de ETA nunca se hubieran producido.

El nacionalismo cuenta, además, con un medio público de extraordinaria eficacia. Me refiero a la televisión vasca en lengua castellana que cubre la totalidad de nuestro territorio y considera a Navarra, a todos los efectos, como si se tratara de un territorio más de Euzkadi. ETB es nuestro caballo de Troya. A pesar de todo este ingente esfuerzo, el voto abertzale en Navarra permanece en niveles similares a los de 1977 y ha venido oscilando desde entonces entre el 15 y el 20 por ciento del electorado. El por qué de que no se hayan notado hasta ahora los efectos de esta neocolonización cultural –no se me ocurre otra expresión mejor para calificar, por ejemplo, la siembra de ikastolas en la Ribera navarra- es algo misterioso, aunque los sociólogos alertan que esta tendencia histórica podría variar en los próximos años.  Dicho todo lo anterior, tal vez muchos de ustedes se pregunten si no hay alguna razón para justificar las pretensiones nacionalistas sobre Navarra.

Que Navarra tiene raíces vascas lo acredita hasta su equipo de fútbol, el Osasuna, que es el único club español de primera división con nombre vasco. Luego por algo será. Ocurre que la identidad de Navarra no puede basarse en razones étnicas, entre otras razones porque nuestra Comunidad ha sido crisol de razas, de lenguas y de culturas. Lo he dicho muchas veces. Tan falso es afirmar que Navarra es vasca como decir que no lo es. Porque hay, en efecto, vascos en Navarra y lo vasco está presente en amplias zonas de nuestro territorio, pero no es lo único determinante. En consecuencia, la pretensión de teñir de vasco todo lo navarro, apoyándose además en el terrorismo para allanar el camino, es una actitud totalitaria.  

El debate sobre la lengua es pues engañoso. Aun admitiendo que, en efecto, el vascuence fuera el idioma hablado por la totalidad de los navarros, no por ello tendríamos por qué renunciar a nuestra identidad como pueblo y a nuestra personalidad política. La lengua puede ser un elemento esencial, pero no tiene por qué ser el único factor determinante de la identidad de un pueblo ni de una nación. Austriacos y alemanes son germanos, hablan el mismo idioma y poseen la misma cultura. Sin embargo, ambos pueblos siguieron una distinta trayectoria histórica y sólo Hitler por la fuerza de las armas se atrevió a acabar con la independencia de Austria. Suiza es una nación y en ella se hablan hasta cuatro idiomas diferentes.

Euskal Herria significa tierra donde se habla en vasco y por tanto hace referencia a una factor cultural del que no cabe extraer consecuencias políticas. A nadie se le ocurre pensar que los países que integran la Hispanidad por compartir un mismo idioma y unos mismos valores culturales deben constituir una sola nación.  Si, como sostienen los nacionalistas, el vascuence es el alma de Navarra en tal caso los navarros seríamos un pueblo sin alma, pues el euskera ni es ni ha sido el idioma mayoritario de la población navarra desde que hace más de mil años nacimos a la historia como comunidad política.  Tengo para mí que la principal seña de la identidad navarra es el Fuero, forjado a lo largo de más de mil años de historia en común como salvaguarda de la libertad de los navarros. Es el amor al Fuero y, por tanto, el amor a la libertad el que ha forjado una comunidad llena de contrastes, de claroscuros, de luces y de sombras. Por eso Navarra es, ante todo y sobre todo, una unidad moral fruto de la historia y de la voluntad de los navarros de vivir juntos. “Demasiadas invasiones, demasiados contactos con el Norte y con el Sur, con el Este y el Oeste (fue camino de Europa) –escribió un autor navarro recientemente desaparecido-, demasiados Fueros de repoblación para mantener, como un islote perdido en el océano, la pureza de una raza”. Y añadió: “Es que Navarra, puerta abierta a todos los caminos, vehículo de influencias europeas, es también una pequeña España, que en su reducido ámbito geográfico ofrece todas las variantes, todos los matices, toda la gama tonal que impiden generalizar”.  

Algunos dirán: ¿por qué flexibilizáis vuestra postura si con ello se consigue la paz? Si tan seguros estáis de representar a la mayoría de los navarros, ¿por qué tenéis miedo a ser moneda de cambio en el “proceso de paz”?  Constreñido por los preceptos constitucionales, el presidente Rodríguez Zapatero a lo único que podría llegar –dicen quienes pretenden minimizar el asunto- es a formular una declaración con efectos puramente políticos, no jurídicos, reconociendo la existencia de Euskal Herria, integrada sobre siete territorios –entre ellos Navarra-, que tendrían derecho a conformar una unidad política de carácter nacional si tal es la decisión de sus ciudadanos. El presidente podría argumentar que no hace más que reiterar algo que ya está recogido en nuestro ordenamiento jurídico por cuanto en el vigente Estatuto vasco se declara que Alava, Guipúzcoa y Vizcaya, así como Navarra previo cumplimiento del trámite establecido en la disposición transitoria cuarta de la Constitución, tienen derecho -como expresión de la nacionalidad vasca- a formar parte de la Comunidad Autónoma del País Vasco o Euskadi, nacida de la voluntad estatuyente del pueblo vasco o Euskal Herria. Si el presidente del Gobierno formula una declaración semejante para dar respuesta a la exigencia de los terroristas sobre la territorialidad pero de la que no se deriva ninguna alteración inmediata del actual estatus de Navarra, ¿qué más nos da? Pues sí nos da, y mucho. Entre otras cosas porque esa cita de Navarra en el Estatuto vasco se hizo sin consultar a las instituciones navarras y en contra de la voluntad de la mayoría de sus representantes en las Cortes Generales. La Constitución garantiza el derecho de Navarra a que se la deje vivir en paz al amparar y respetar sus derechos históricos. Este pronunciamiento permitió a Navarra pactar con el Estado su inserción en el Estado autonómico español como una Comunidad foral con régimen, autonomía e instituciones propias, indivisible, integrada en la Nación española y solidaria con todos sus pueblos que así reza el artículo primero del Amejoramiento del Fuero. En consecuencia, Navarra es Navarra y no tiene por qué –ni siquiera como consecuencia del supuesto amor platónico que nos profesan los nacionalistas- quedar integrada en una nación virtual, cuya existencia rechazan con rotunda claridad al menos cuatro de los siete territorios llamados a constituirla. Por otra parte, ni el Gobierno foral ni el Parlamento de Navarra han decretado la defunción de la Constitución ni del Amejoramiento como marco regulador del actual estatus de Navarra. Es más, en los últimos años el Parlamento foral se ha pronunciado de forma reiterada e inequívoca en contra de las pretensiones de ETA. En consecuencia, la exigencia de constituir una mesa de partidos para alcanzar, entre otras cosas, un acuerdo que configure un nuevo marco político para el País Vasco, basado como punto de partida en el reconocimiento de Euskal Herria como nación de la que Navarra formaría parte inseparable, es radicalmente contraria a la Constitución y a la voluntad de las instituciones forales. Más aún, el mero hecho de propugnar –como lo viene haciendo Rodríguez Zapatero- "un gran acuerdo político de convivencia" que "recoja la pluralidad del País Vasco” supone haber pagado por adelantado un extraordinario precio político. Si hay que “refundar la convivencia” en Euzkadi, como pretende el presidente, se legitima políticamente a ETA al reconocérsele un punto de razón, aunque a renglón seguido se repudie la violencia como método de acción política.

Y aunque el Gobierno niegue que vaya a negociar con los terroristas ningún asunto de naturaleza política, el mero hecho de mostrar su disposición a iniciar un diálogo político multipartidista para acordar con Batasuna, es decir, con los apoderados de ETA, ese nuevo marco o estatus para el País Vasco, supone dar carta de naturaleza a una negociación política en toda regla para conseguir el fin de la violencia. Y eso supone una flagrante violación de los acuerdos adoptados por el Congreso de los Diputados en sus resoluciones de 17 de mayo y de 21 de junio de 2005. A menudo se olvida que en esta última resolución, realizada a iniciativa del Grupo Popular, el PSOE se reafirmó en lo dispuesto en el punto quinto del acuerdo de Pamplona por la paz y la tolerancia que literalmente dice así: “Nos reafirmamos en el principio irrenunciable de que las cuestiones políticas deben resolverlas los representantes de la voluntad popular.

Ningún grupo terrorista, ni ningún partido político que apoye la práctica de la violencia o se sostenga en ella para conseguir sus fines, están legitimado para erigirse en representante del pueblo de Navarra. En consecuencia, rechazamos toda posibilidad de que ETA, o cualquier organización respaldada por la misma, sea reconocida en negociaciones políticas que pretendan condicionar el desarrollo libre del sistema democrático en general y el propio de Navarra en particular. Sólo la voluntad de nuestro pueblo puede orientar el presente y el futuro de Navarra. Por eso manifestamos nuestra seguridad de que ETA y sus defensores nada han de obtener de la violencia y la intimidación y de que Navarra continuará progresando asentada en sus instituciones democráticas y regida por la voluntad de sus ciudadanos”.  

El presidente del Gobierno afirma una y otra vez que el “proceso de paz” será “largo y difícil”, nos ha dicho el presidente del Gobierno. No hace falta ser ningún lince para adivinar lo que pasa por su mente. En primer lugar tiene que resolver la exigencia de legalización de Batasuna y esperar después al resultado de  las elecciones forales de mayo de 2007. El PSOE ha tomado la decisión de conseguir, como sea, el desalojo de UPN del Gobierno foral, pues la actual mayoría del Parlamento foral es un obstáculo para avanzar en el proceso de rendición ante ETA. La supresión de las elecciones primarias en el socialismo navarro responde a la necesidad de buscar un candidato proclive a los dictados de Ferraz y al entendimiento con los nacionalistas.

Y aunque Batasuna disputará a cara de perro el favor del electorado abertzale con Nafarroa Bai,  es decir, con el frente  nacionalista integrado por Aralar, Eusko Alkartasuna, el Partido Nacionalista Vasco y Batzarre, al día siguiente de las elecciones todos se unirán para “echar a UPN” del Gobierno si la actual coalición no revalida su mayoría absoluta. Es fácil de colegir cuál será el precio a pagar por el Partido Socialista de Navarra. No será, con toda probabilidad, la convocatoria del referéndum previsto en la Constitución, pues saben que en las actuales circunstancias lo perderían. Pero sí impulsarán, sin ninguna duda, la creación de un órgano de naturaleza confederal –la famosa Dieta vasco-navarra, idea compartida por el PSOE vasco y el PNV desde los años ochenta-  para configurar un ámbito socio-económico común y poner en marcha una política educativa y cultural orientada a extender a toda Navarra la cooficialidad del vascuence.

El siguiente paso sería la creación, al amparo de las normas de la Unión Europea sobre cooperación transfronteriza, de una eurorregión, a fin de dar un primer respaldo internacional a la unidad territorial de Euskal Herria.  

¿Qué hacer en estas circunstancias?

En primer lugar, cerrar filas para movilizar a los ciudadanos haciéndoles ver que en las próximas elecciones forales se juega el futuro de Navarra.

En segundo lugar, exigir claridad al Partido Socialista. Los ciudadanos navarros, antes de ir a las urnas, deben saber cuáles son sus verdaderas intenciones. Sería un fraude al electorado que los socialistas se presenten como defensores del actual estatus de Navarra para después dar entrada en el Gobierno a quienes pretenden no sólo nuestra integración en Euzkadi o Euskal Herria sino destruir la unidad de la nación española.

En tercer lugar, ofrecer al Partido Socialista fórmulas imaginativas de cooperación política para asegurar su participación en la gobernación de Navarra, aun en el supuesto de que el actual ejecutivo foral volviera a revalidar su mayoría absoluta, cosa que espero y deseo. Corre el rumor de que ya hay un acuerdo político, bendecido por el presidente Rodríguez Zapatero, para entregar a los nacionalistas el Ayuntamiento de Pamplona y garantizarles una fuerte presencia en el Gobierno en el caso de que el resultado electoral permitiera desbancar a UPN.

Por último, deberemos formular un programa de Gobierno imaginativo e ilusionante para afrontar los próximos retos de nuestra Comunidad para seguir avanzando en lo económico y configurar una sociedad cada vez más justa y solidaria.

En esta hora trascendental para Navarra no cabe ni la deserción ni la inhibición. No tenemos miedo a la democracia, como se ha dicho, sino que confiamos plenamente en un pueblo que ama por encima de todo su libertad. Hemos respetado y respetaremos siempre la decisión libre y democrática de los ciudadanos navarros. No somos el problema y, por tanto, no podemos ser la solución. Por eso no aceptaremos que se juegue con nuestro futuro en ninguna mesa de negociación con los apoderados de ETA. Exigimos al Gobierno y a las fuerzas políticas pleno respeto a la Constitución y al Amejoramiento del Fuero. Pero si la falta de un puñado de votos permite que la claudicación socialista se consuma seguiremos trabajando con mayor empeño para movilizar al pueblo navarro y evitar que puedan darse pasos irreversibles al margen de su voluntad.  

Desde el Gobierno se nos han enviado algunos mensajes de tranquilidad. “No haremos nada sin vuestro acuerdo”, me dijo hace unos días la vicepresidenta Fernández de la Vega en presencia de S. M. el Rey, a quien agradezco vivamente sus permanentes muestras de solidaridad con Navarra.   

Sin embargo, a pesar de tan buenas palabras, lo único cierto es que el presidente del Gobierno ha excluido a UPN de sus consultas a los grupos políticos representados en el Congreso de los Diputados y en un gesto revelador de mal talante ha evitado hasta ahora reunirse con el presidente del Gobierno de Navarra. Por otra parte, el 14 de junio pasado el Congreso de los Diputados rechazó una propuesta del Grupo Popular, defendida con brillantez por Mariano Rajoy, en la que se instaba al Gobierno a no traspasar ciertas “líneas rojas” en su anunciada negociación con ETA. Entre ellas figuraba el pleno respeto al estatus de  Navarra como Comunidad Foral y el rechazo a cualquier fórmula de integración en Euzkadi basada en una interpretación torticera de las normas constitucionales sobre cooperación entre las Comunidades Autónomas. La moción fue rechazada con acuerdo de socialistas y nacionalistas.  Esto hace presagiar que lo peor está por venir.  

Hace un par de meses remití una carta al presidente del Gobierno donde le formulaba las preguntas que le

pensaba haberle hecho si hubiera tenido a bien incluir a UPN en su última ronda de consultas parlamentarias. Obtuve la callada por respuesta. Salvo que exista alguna intención oculta o compromiso secreto no llego a comprender el por qué de este silencio salvo que haya gato encerrado. Leo las preguntas para que juzguen ustedes mismos:

 -¿Está dispuesto el presidente del Gobierno a formular una declaración política reconociendo la existencia de Euskal Herria como nación? -

¿Está dispuesto el Gobierno a aceptar que de esa hipotética nación forman parte la Comunidad Autónoma Vasca, la Comunidad Foral de Navarra y los territorios franceses de raíz vasca, aunque tengan hoy por hoy y por razones históricas regímenes jurídico-constitucionales diferentes? 

-¿Está dispuesto el Gobierno a promover o consentir la creación de una mesa de partidos con representantes de todos los territorios que supuestamente pertenecen a la nación vasca para tratar de conseguir un nuevo marco o estatus político que sustituya, modifique o afecte al Amejoramiento del Fuero navarro? 

-¿Esta dispuesto el secretario general del PSOE  a autorizar la participación de los socialistas navarros en esa mesa de partidos? 

-¿Está dispuesto el presidente del Gobierno a convocar un referéndum consultivo en el País Vasco y Navarra para refrendar el hipotético acuerdo que pueda alcanzarse en la mesa de partidos? 

-¿Está dispuesto el secretario general del PSOE a negociar fórmulas de asociación (Dieta, Consejo-vasco navarro o cualquier otro organismo) entre la Comunidad Autónoma vasca y la Comunidad Foral de Navarra para responder a las exigencias de reconocimiento de la unidad territorial de Euskal Herria? 

-¿Está dispuesto el Gobierno a promover la supresión de la disposición transitoria cuarta de la Constitución y a negociar con el Gobierno de Navarra, en paralelo con esta supresión, la modificación de la disposición final segunda del Amejoramiento del Fuero a fin de asegurar que la derogación de la transitoria cuarta no implique disminución de las garantías que aquella contempla para evitar que se pueda alterar en el futuro el “status” constitucional de Navarra como Comunidad Foral, sin contar con la libre y democrática voluntad del pueblo navarro? 

-¿Está dispuesto el secretario general del PSOE a autorizar, si el resultado de las elecciones de mayo de 2007 lo permitiera, la constitución en Navarra de un gobierno presidido por el candidato del PSN con el  apoyo de Batasuna  y de otros grupos separatistas? 

Mi carta al presidente terminaba con las palabras que pronuncié en el pleno celebrado por el Congreso el 22 de febrero con ocasión de una pregunta parlamentaria:

“Deseo ardientemente que el presidente del Gobierno venga un día a esta Cámara y anuncie la rendición de ETA sin ninguna contrapartida política, declare que no hay más hoja de ruta que la entrega de las armas, asegure que en el campo penitenciario no habrá más medidas de gracia que las derivadas del arrepentimiento sincero de los verdugos y la reparación efectiva del dolor de sus víctimas y, por último, reitere el compromiso de no negociar ni con los terroristas ni con sus representantes ningún cambio del vigente estatus político, tal y como aprobó este Congreso el 21 de junio de 2005”.  

E incluía las siguientes reflexiones finales:

"En esta tarea (de paz verdadera) tendrás nuestro pleno apoyo.  Mas si para conseguir el cese de la violencia se cede a las exigencias de los terroristas en el terreno político, nuestra oposición también será frontal. En lo que a Navarra se refiere tengo absoluta confianza en el pueblo navarro. Resistimos hace treinta años el embate conjunto del nacionalismo “moderado” y del terrorismo de ETA y sin otras armas que las de la razón evitamos que Navarra fuera integrada a Euzkadi por la brava. Resistiremos en esta ocasión con el apoyo, espero, de la mayoría del pueblo navarro. Aunque quienes hemos puesto nuestro empeño en defender la vocación española de Navarra, el derecho a conservar su identidad y la pervivencia de su foralidad histórica,  tengamos ahora la sensación de no poder contar con el aliento del Gobierno de España. Nada me gustaría más que estar equivocado”

Vienen a mi memoria unas palabras del que fuera presidente del Gobierno republicano en el exilio y gran historiador, Claudio Sánchez Albornoz, que poco antes de su muerte ocurrida en 1984 dirigió este emocionado “adiós a los navarros”: “Desde lejos he seguido su lucha por resistirse a la incorporación a Euzkadi. Tienen toda la razón. La causa de ustedes es la mía. Adelante. Les asiste el derecho... Yo espero que sabrán hacer honor a la Historia, manteniendo la libertad, la milenaria personalidad, dentro de la adorada Madre Patria. En nombre de la sangre navarra que corre por mis venas, les requiero a defender sus inalienables derechos a vivir libres y españoles”.   Termino. 

Hace ya unos cuantos años, cuando ostentaba el cargo de presidente de la Diputación Foral de Navarra, visité el monasterio de San Salvador de Leyre, cuna de la espiritualidad del reino de Navarra, con Josep Tarradellas, restaurador de la Generalidad de Cataluña. Alguien preguntó al honorable presidente qué respondía a los reproches lanzados desde las filas del nacionalismo por considerar una provocación su visita oficial a Navarra sin antes haber rendido pleitesía en Vitoria al lehendakari vasco Garaicoechea, lo que suponía respaldar a los “navarristas”. La respuesta de Tarradellas fue contundente: “Soy navarrista porque amo la libertad de los pueblos”.

En efecto.

Amar a Navarra, amar a España es luchar por la paz, por la libertad, por el derecho a vivir con la dignidad de los hombres libres.  Amar a Navarra, amar a España, es enfrentarse a la violencia, al terror y a la muerte, con las solas armas de la razón, del respeto, de la tolerancia, en una palabra, con la fuerza irresistible de la democracia.  

Somos muchos los navarros comprometidos en la noble tarea de luchar por la libertad y la democracia, bajo el imperio de la Constitución y de nuestros viejos Fueros,  con respeto a las banderas que jamás se arriarán de nuestros corazones: la bandera de Navarra y la bandera de España.  Navarra es y se llama -hoy más que nunca- Libertad.   

*Conferencia pronunciada en Madrid, 28 de junio de 2006 

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