El PP se juega mucho en Navarra y debe atender las peticiones de UPN
Una de las grandes orientaciones políticas de José Luis Rodríguez Zapatero es la introducción de cambios importantes en la estructura territorial del Estado. Aunque a comienzos de la presente legislatura el gobierno planteó una reforma constitucional relativamente moderada, que afectaba en poco a la España de las Autonomías surgida en 1978, el debate constitucional, sumado a los cambios estatutarios y al particular problema del nacionalismo vasco, está abierto desde 2004. Es una de las claves del curso político que comenzará en septiembre.
La pelota está ahora, en más de un sentido, en el tejado del PP. Algunos analistas aconsejan a Mariano Rajoy pasividad en este asunto, y dejar la iniciativa al Gobierno a la espera de sus errores y de las siguientes elecciones. Otros, sin embargo, consideran muy peligroso que Zapatero haga y deshaga libremente en los Estatutos y en las relaciones con el separatismo del País Vasco, porque incluso cuando el PP volviese al poder muchos problemas podrían resultar ya insolubles.
Lo que nadie o casi nadie discute en el PP es que España es una única nación soberana con una variedad regional que merece ser respetada y formalizada. Tal es el núcleo de lo que en 1978 se plasmó en el Título Octavo de la Constitución, un acierto histórico en lo esencial pese a errores que ahora se hacen evidentes y que pueden ser modificados sin alterar los equilibrios esenciales. A diferencia de lo que exigen los socios del PSOE, por otra parte.
Conviene no olvidar, a este respecto, que también el PP tiene aliados. Y Unión del Pueblo Navarro, el partido que gobierna la Comunidad Foral y que mantiene un acuerdo permanente de colaboración con los "populares" –un pacto tan estrecho que no existe el PP en Navarra, por decisión de José María Aznar acordada con Jesús Aizpún Tuero-, nació en 1979, tras el referéndum constitucional, con una vocación irrevocable de defender la identidad histórica y jurídica de Navarra del anexionismo vasco. Su primera exigencia, que siempre ha encabezado su programa político, es la reforma constitucional para suprimir la Disposición Transitoria Cuarta que permite, mediante referéndum, la anexión de Navarra a Euskadi.
Si el PP presenta su propia plataforma de reforma constitucional –algo que probablemente Rajoy tendrá que hacer ante la radicalización de Zapatero y su abuso de las "lagunas" de la Constitución- la petición histórica de los navarros debería ser atendida e incluida. Precisamente en este momento en el que la política nacional tiene su centro en Navarra, pieza clave del "proceso de paz", el PP puede distinguirse, gracias a UPN, en la defensa de los derechos de una región tan histórica como cualquiera. El PP no puede olvidar lo que los navarros vienen pidiendo desde el principio de la democracia, y que el tiempo ha demostrado ser un "caballo de Troya" nacionalista. Navarra es España desde antes de la Constitución, con un ordenamiento privativo que no puede quedar al albur de consultas fácilmente manipulables.
El PP se juega mucho en Navarra. No sólo la Comunidad Foral y sus aliados en ella, sino su propia credibilidad como defensor de una España plural y a la vez unida. Navarra es un ejemplo paradigmático de cómo el máximo de autonomía, en manos no nacionalistas, es compatible con el máximo de solidaridad nacional y el máximo de eficiencia en el empleo de los recursos. El presidente Miguel Sanz podría ser el mejor embajador de Rajoy ante todas las sensibilidades regionales y regionalistas que el PP podría representar, también, en las elecciones de 2007 y 2008.
Editorial de El Semanal Digital, 26 de julio de 2006
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