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Iñaki, el héroe

Iñaki, el héroe PERSONALMENTE tengo motivos de peso para alegrarme de que el múltiple asesino de ETA Ignacio de Juana Chao no coma. Para quienes no tuvieron ocasión de seguir la «crónica etarra» allá por enero de 1998, fecha lejana para muchos, pero tristemente cercana para aquéllos que amamos a Alberto y a Ascen, recordaré que el terrorista que nos ocupa hoy, por su mediática huelga de hambre, declaró desde su celda, ¡a Dios gracias!, contemplando el dolor provocado por el asesinato de mi hermano y su mujer, que «él ya había comido para un mes». Analizando su frase, deduzco que este individuo se alimentaba por aquel entonces del sufrimiento ajeno.

Ese 30 de enero, pues, se dio un festín. Las lágrimas de tres niños de cuatro, siete y ocho años que se despertaron sin padre ni madre apagaron su sed, junto con el champán con el que brindó por éxito del doble asesinato. Lágrimas que bastarían para dar de beber a este criminal, activo miembro de ETA, el resto de sus días. Si al llanto de sus hijos sumamos la desesperación de sus padres, la angustia de sus hermanos y familiares, la tristeza de sus amigos y la rabia que sintió no sólo la ciudad de Sevilla, sino España entera, tras la cruel muerte del joven matrimonio, De Juana Chao no debería preocuparse por su salud. Jamás morirá de hambre, porque si entonces, al oír nuestros llantos, aseguró haberse saciado, gracias a nuestro pesar, yo ,Teresa Jiménez-Becerril, hermana del concejal asesinado, ocho años después, le garantizo que seguimos llorando, que nuestro dolor está intacto y que el de los hijos de mi hermano crecerá con el paso de los años. Por tanto, tranquilo, señor De Juana Chao, aunque usted pierda peso, el cuerpo es sólo un envoltorio; lo que cuenta es el alma, y como la suya, según sus propias palabras, se nutre de nuestra pena, le calmaré diciéndole que ésta es inagotable. Y mientras nos obliguen a soportar manifestaciones en su apoyo, compañeros suyos que salen de la cárcel por falta de pruebas, reuniones con sonrisas y apretones de manos entre etarras y legítimos gobernantes, obispos que reclaman a las víctimas un perdón que los asesinos desprecian; mientras tengamos que vivir en medio de la indiferencia de un pueblo que prefiere dejarse engañar que rebelarse contra un Gobierno que se humilla y les humilla; mientras sigan asesinando la memoria de los nuestros, nuestra pena no se agotará.

Pueden los seguidores de este terrorista vasco, que avergüenza a su raza y a su tierra, aunque enorgullezca incomprensiblemente a los muchos que creen en su proyecto, dormir sin sobresaltos: su vida no corre peligro. Él dijo que había comido para un mes, y yo le digo más: «Esa noche comió usted para el resto de su vida». Vida que le deseo larga y en prisión. Aunque, hoy por hoy, la que no dormirá tranquila seré yo, porque cualquier día me cruzo por la calle con este «angelito», ya que todo es una incógnita, todo relativo en esta España que se acomoda y donde los que no lo hacemos nos sentimos cada día más incómodos. Confío en que esta sinrazón o, mejor dicho, esta «razón creada por sinvergüenzas» no nos lleve a convertir a un terrorista, que cumple condena por matar a niños y mayores, en un héroe por su tenaz huelga de hambre.

Incomprensiblemente, o quizá buscando la comprensión en la conveniencia política de quienes nos gobiernan, ETA ha logrado, sin abandonar las armas, sin dejar de extorsionar y amenazar, sin renunciar a ninguno de sus objetivos, sin mostrar ningún deseo de arrepentirse y sin hacer gesto alguno de acercamiento hacia sus víctimas, convertirse en una respetable organización política que busca con ahínco la paz. En breve, los representantes de este grupo violento, escudados en el diálogo y el talante, se pasearán por Europa como ya se pasean por España, con la cabeza bien alta. Y a nosotros, los que nunca matamos, nos dejarán en casa, cubriendo con nuestras manos entre llantos el verdadero rostro de la paz. Espero que impere el sentido común de quienes otorgan el premio Nobel y no tengamos que ver al Otegui de turno recibiendo el preciado galardón. O, puestos a fantasear, a un delgadísimo De Juana Chao, ayudado por una corte de «soldados vascos» que agradece entre vítores el premio a la paz, en nombre de una Euskalherría libre.

No deseo la muerte de este hombre, aunque por sus venas corra tan mala sangre, y si su huelga de hambre fuera cierta y decidiera quitarse la vida poco a poco, yo, al contrario que él, no comería por un mes, ni siquiera por un día, porque la diferencia entre las víctimas y sus verdugos es que las primeras nunca se alimentarán del dolor de nadie. Nuestro alimento es la justicia.

Por TERESA JIMÉNEZ BECERRIL (hermana de Alberto Jiménez Becerril, concejal del PP en Sevilla asesinado por ETA en 1998).

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