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Consideraciones en torno al conflicto libanés

Consideraciones en torno al conflicto libanés ¿Islamo-fascismo o islamo-nazismo?; los chiíes a la conquista de la Umma; el silencio de los lobos musulmanes; la oposición chií al proyecto de Ahmadineyad; la ambigüedad de ciertos ambientes cristianos medio-orientales y occidentales; la indiferencia de Occidente como arma contra el Papa

Resulta curioso que el “progresista” gobierno de España y sus correas de transmisión en los medios de comunicación no dediquen parte de su tiempo a debatir sobre el término utilizado por el presidente americano Bush para definir a los terroristas islámicos: “islamo-fascismo”. Y ello porque el término, como nos refiere el sociólogo de las religiones Massimo Introvigne, ha sido acuñado por intelectuales liberal americanos, esto es, “progresistas”. En realidad, independientemente de la intención táctica de Bush por usar un término creado por sus adversarios políticos, es inexacto hablar de “islamo-fascismo” ya que el término que mejor define a la galaxia islamo-terrorista es el de “islamo-nazi”.

En efecto, como nos cuenta el anteriormente citado sociólogo Massimo Introvigne, “[...] Sobre todo desde que Ahmadineyad se ha apoderado del régimen iraní, éste se ha convertido en lo más parecido al nacional-socialismo que el mundo haya conocido en su historia. Cierto, las raíces culturales de la Alemania de Hitler y del Irán de los ayatolás son distintas. Pero los sociólogos han puesto en evidencia como el milenarismo, la espera de acontecimientos apocalípticos y de una inminente transformación radical del mundo, son una categoría universal que, aunque se decline con lenguajes distintos, tiende a producir los mismos resultados mortíferos. Hitler pensaba en un Reich milenario dominado por la raza aria, una “Alemania de mil años” cuyos ejércitos sojuzgarían al mundo entero. Ahmadineyad, que se inspira en los temas más milenaristas del complejo pensamiento de Jomeini (1), cree firmemente en el mito chií del imán escondido que saldrá a la superficie de su plurisecular ocultación para guiar la Shia en la conquista del mundo.

“Piensa realmente que el imán escondido emergerá de un pozo de una remota región iraní, alrededor de la cual ya ha ordenado construir un lujoso palacio para acogerlo y hoteles de siete estrellas. Ben Laden, por su parte, utiliza una literatura sunní, sobre todo egipcia, centrada en el choque final entre el Dajjal, el Anticristo, y el Mesías islámico, el Mahdi (2). Ni valen las objeciones del sociólogo asesor de Chirac, Gilles Kepel, según el cual no se puede hablar de fascismo o nacionalsocialismo, porque Mussolini y Hitler tenían un seguimiento masivo que Ben Laden o Nasrallah no tienen: cierto, los terroristas activos son (relativamente) pocos, pero los fundamentalistas son millones” .

“La locura milenarista necesita siempre de un chivo expiatorio que destruir para que el plan del mesías milenario de turno triunfe. Para Hitler y para Ahmadineyad el chivo expiatorio es el mismo: los judíos. Cada día el presidente iraní predica con más claridad el exterminio no sólo de Israel sino de los judíos en general, exactamente como Hitler en los años treinta. Nasrallah es su eco. Y, como entonces, hay una clase política del mundo libre que se tapa los oídos para no escuchar. ¿Vamos al Líbano a luchar contra el islamo-nazismo o a protegerlo de Israel? Si la respuesta será ambigua, retumbarán ecos siniestros de la conferencia de Munich de 1938, donde Europa frente al nazismo – como dijo Churchill – “eligió la vergüenza para no tener la guerra, y acabó por tener la guerra y la vergüenza” (3).

Preparémonos pues, si no queremos repetir los errores de la historia, a librar una batalla cultural que desaloje al discurso imperante de la nueva alianza antioccidental (y anticristiana) islamo-social-comuno-mundialista ya que sólo de esta manera podremos mirar, sin miedo pero con realismo, al enemigo en la cara y plantarle batalla. De lo contrario, a fuer de pacifismos y antiamericanismos a veces invocados desde ciertos ambientes católicos de forma cuando menos superficial, nos veremos abocados a la desaparición del mundo occidental y cristiano (en especial europeo) en aras de una civilización islámica. Pues no nos engañemos: si hoy no apoyamos a quienes luchan en primera línea contra el terrorismo islámico, esto es Israel, (y ello independientemente de los elementos religiosos, culturales, históricos, etc., que nos separan de los que por otra parte podemos y debemos considerar (a ciertas condiciones) “hermanos mayores” debido a nuestra herencia espiritual semita – Pío XI dixit), estaremos favoreciendo el triunfo de la alianza entre Al Qaeda, Irán y (aunque reducido al rango de Estado satélite) Siria, con todas las consecuencias funestas (inclusive una posible guerra nuclear) que ello acarrearía. Todo esto junto al proceso de descristianización y cristofobia que contradistingue a Europa en general, y a España en particular, sin olvidar la política suicida y demagógica frente al fenómeno de la inmigración (en especial islámica) nos da una idea de cuál podría ser nuestro porvenir. De aquí la necesidad de un sano realismo pragmático que sepa conciliar la reconquista católica de la sociedad (a través, in primis, de nuestra conversión diaria y de nuestro testimonio individual y asociativo) con una visión clara y realista de quiénes son nuestros aliados y nuestros enemigos, haciendo oídos sordos a los cantos de sirena de aquellos que con la excusa de la paz, del antiamericanismo y de la política “desproporcionada” de Israel, quieren vendarnos los ojos para que no podamos salvarnos del precipicio.

2. A alguien, quizás, le llame la atención que haya nombrado a Al Qaeda, a Irán y a Siria y no a otros países musulmanes cuando no al islam en su totalidad. ¿Significa ello que no considere a países como Arabia Saudí, Sudán, Somalia, etc., o al islam como un peligro? En absoluto. Únicamente con ello quería evidenciar un elemento (a su vez manifestación clara de la guerra civil intra-islámica auténtico detonante de la Cuarta Guerra Mundial en curso [4]) que ha pasado desapercibido a los más durante el conflicto que ha opuesto Israel al satélite terrorista de Irán y Siria en Líbano, Hizbulá: el silencio sonoro de las calles musulmanas.

En efecto, remitiéndome una vez más al sociólogo (y experto de islam y de terrorismo islámico) Massimo Introvigne, [...] Desde hace años era suficiente una mínima retorsión israelí para que desde Yakarta a Trípoli masas movilizadas por regímenes o por organizaciones fundamentalistas como los Hermanos Musulmanes invadieran las calles gritando “Muerte a Israel”. Esta vez las calles árabes no asisten a movilizaciones. La diferencia con lo ocurrido hace apenas unos meses a causa de las viñetas danesas llama poderosamente la atención.

“Lo que ocurre es que ya sean los dictadores nacionalistas (como Gadafi) ya sean sus enemigos, los Hermanos Musulmanes, entienden perfectamente aquello que los documentos de la ONU y del G8 no dicen, esto es, que el ataque a Israel no es una iniciativa espontánea de los Hizbulá y de Hamas sino que ha sido programado (desde hace meses), financiada y dirigida por Teherán y Damasco. La ONU y el G8 no pueden decirlo por los vetos de una Francia fiel a su tradición filosiria y antiamericana. Pero los musulmanes lo saben. Los jefes de Estado nacionalistas han entendido perfectamente que está en juego la hegemonía sobre todo el mundo árabe por parte de una nueva cúpula, cuya cabeza está en Teherán, que ha reducido a Siria al rango de Estado satélite y que – tras haber inducido a Ben Laden a librarse del anti-chií al-Zarqawi proporcionando a los americanos información sobre su paradero – ha reclutado también a Al Qaeda.

“Esta cúpula, cuyo líder Ahmadineyad cree en un islam apocalíptico y espera con fervor el fin del mundo, considera a los dictadores nacionalistas laicos como una peste que infecta al mundo islámico. Tolera Assad en Siria porque su familia no es laica sino alauita, seguidora de una forma extremista chií sobre cuya heterodoxia Ahmadineyad ha decidido cerrar un ojo. En cuanto a los Hermanos Musulmanes, la familia Assad en Siria ha asesinado unos setenta y cinco mil. Los Hermanos además son sunníes y el trato recibido por las minorías sunníes allí donde llegan los chiíes iraníes no les deja esperar nada bueno. En teoría también Ben Laden es sunní, pero su ideología ya se puede considerar como un tercer islam, apocalíptico y violento, que pasa por encima de la tradicional distinción entre sunníes y chiíes y que – con el uso desenfadado del tráfico de drogas y sus relaciones con el hampa en distintos países – poco o nada tiene que ver con la puritana (y anti-chií) tradición wahhabita de Arabia Saudí en la cual el superterrorista ha sido educado”.

Cabe apuntar que no obstante la adhesión discreta de Ben Laden a la alianza con Irán y Siria (que no olvidemos trata de cambiar las relaciones de fuerza en el mundo islámico, donde los chiíes representan un 15% del total frente a los sunníes que constituyen un 80% con un resto – 5% – de denominaciones menores), el plan de Irán (y subordinamente de Siria) ha creado preocupación en la red terrorista del millonario saudí. En efecto, a los dirigentes (empezando por el número dos Al Zawahiri) y a los comandantes de segunda generación de Arabia Saudí, Pakistán e Iraq han llegado por medio de internet muchas críticas a los errores estratégicos y doctrinales de Hizbulá y, por tanto, implícitamente a Irán (5).

Estando así las cosas, la más numerosa manifestación anti-israelí ha tenido lugar en Cuba y contra Israel protestan más José Blanco, Moratinos y Zapatero que Gadafi. Los reyes de Marruecos, de Jordania, de Arabia Saudí dicen en privado a los americanos lo que no pueden decir públicamente: ninguna paz es posible hasta que no se acabe con los regímenes de Teherán y de Damasco. Los Hermanos Musulmanes son una organización compleja y plétora de corrientes, a alguna de las cuales no le disgustaría lo más mínimo el derrocamiento de Ahmadineyad. Por ello las calles musulmanas siguen haciendo ruido con su silencio.

3. Frente a la preocupación que despierta en el mundo sunní (y no sólo en él como veremos) el plan de Irán, algunos consideran que se debería aprovechar la rivalidad entre chiíes y sunníes a favor de Occidente. Se olvidan, sin embargo, que ello podría desestabilizar las fragilísimas democracias de Iraq y Líbano, que para sobrevivir necesitan de la colaboración de ambos ramos del islam. Un afamado estudioso de la Shia, el iraní profesor en América Vali Nasr, propone en un ensayo publicado en Foreign Affairs que está dando la vuelta de la diplomacia mundial (Vaticano incluído) el diálogo directo con Irán y Hizbulá como único camino para evitar la guerra atómica, inevitable porque Irán de una u otra manera se hará con ella. La tesis (ya muy dudosa de por sí) tiene el defecto de ignorar la naturaleza milenarista y apocalíptica de la ideología de Ahmadineyad y de Hizbulá: con quien espera el fin del mundo y el exterminio de los judíos no se puede dialogar.

Puede haber otro camino. Las críticas durísimas que las máximas autoridades religiosas chiíes libanesas dirigen al líder de Hizbulá Nasralá, acusándolo de aventurismo y de no representar a todos los chiíes del Líbano, constituyen una novedad histórica.

Tradicionalmente la tradición chií ha predicado la obediencia a las autoridades constituidas, independientemente de su afiliación ideológica, y precisamente en el mundo chií ha surgido en los años previos a la Primera Guerra Mundial el movimiento moderado denominado “constitucionalista”, uno de los primeros intentos de conciliar pensamiento islámico y democracia moderna. Cierto, todo ha cambiado con Jomeini y su revolución iraní de 1979.

Pero Jomeini, que ha reemplazado el constitucionalismo con la teocracia del “gobierno del jurista islámico” no ha representado nunca a todo el mundo chií, y no faltan sus críticos en el propio Irán.

El representante de más alto grado mundial de la jerarquía de los chiíes (que, a diferencia de los sunníes, tienen un “clero”) es el ayatolá Sistani de Nayaf, en Iraq, prudente pero inteligente protagonista del diálogo con Occidente y los Estados Unidos. Azerbaiyán, otro Estado a mayoría chií con grandes recursos debido al petróleo, tiene una jerarquía religiosa moderada, a la cual hace referencia la minoría chií de la cristiana Georgia. Los chiíes de Arabia Saudí, por mucho tiempo discriminados, han abierto un canal de diálogo con el rey Abdalá, que ha conseguido substraerlos a la influencia iraní apuntándose un éxito nada despreciable. Ahora también la jerarquía chií libanesa critica a Hizbulá.

No todos los chiíes (al igual que el resto de los musulmanes) son terroristas. Dialogar con la Shia moderada e insistir en el hecho que la postura chií tradicional es distinta de la de Ahmadineyad y Nasralá puede ser una baza importante para aislar a los terroristas y a aquéllos que los apoyan. Es una lástima que la Unión Europea (presa de su obsesión progresista y antiamericana de la que nada bueno se puede esperar) no se dé cuenta de estos desarrollos y siga empecinada (teniendo como “vanguardia” ridícula e infantil al payaso de Zapatero y a su corte de bufones) en considerar como únicos y legítimos representantes del mundo chií a Hizbulá y al gobierno de Teherán.

4. Durante muchos años el eslógan “mejor rojos que muertos” ha tratado de convencernos que si el riesgo era el de morir asesinados, valía la pena dejarse de zarandajas anticomunistas y plegarse a los regímenes comunistas. También en las Iglesias cristianas de los países comunistas, junto a una multitud de mártires, había quienes ponían por las nubes a los regímenes en el poder (cuando no colaboraban con ellos). La ley islámica, la sharia, establece para los cristianos y los judíos el estado de dhimmi, “protegidos”. No pueden desarrollar ninguna actividad misionera, ni acceder a los cargos públicos más importantes, y tienen que pagar impuestos más altos: en definitiva, son ciudadanos de segunda división, pero al menos salvan el pellejo (aunque siempre están en la cuerda floja dependiendo de muchos factores, no último, la escula jurídica islámica que acceda al poder).

Resulta siempre muy desagradable criticar aquellas personas que todos los días arriesgan sus vidas y que hoy están tentadas por un “mejor dhimmi que muertos” (un servidor ha dedicado varios artículos e iniciativas al genocidio anticristiano en los países musulmanes). Sin embargo, cuando este desasosiego es aprovechado en el extranjero, no sería correcto callar. En Palestina y en Líbano no son solamente políticos y militares cristianos – que dan la sensación de buscar venganza por no haber sido ayudados (cuando lo necesitaban) por Occidente, como el general Aoun – a ponerse al servicio de Hizbulá, aceptando de hecho la postura de dhimmi ideológico hoy con la perspectiva de convertirse en dhimmi de honor (esto es, en su plenitud) mañana.

También algunas autoridades religiosas cristianas hablan aparentemente de teología pero lo hacen de forma tan ambigua que favorecen objetivamente la propaganda de Hizbulá y de Hamas. Hace unas semanas cuatro obispos de Palestina – el latino-católico, Michel Sabbah, el sirio-ortodoxo, un luterano y un anglicano – han publicado un documento contra el “sionismo cristiano”, una teología difundida en la corriente denominada evangélica, estos es, conservadora, mayoritaria en el protestantismo de los Estados Unidos, que se enmarca en una compleja visión del inminente fin del mundo dentro de la cual el Estado de Israel tiene una función preparatoria querida por Dios. Si con el documento en cuestión se quiere afirmar que esta forma de milenarismo no es compartida por católicos y ortodoxos (y tampoco por luteranos y anglicanos), se afirma una obviedad. Pero el momento elegido es sospechoso, y se aprovecha la ocasión para decir que “los gobiernos de Israel y Estados Unidos, actualmente están imponiendo su dominación sobre Palestina” y son culpables de “colonización, apartheid e imperialismo”, frases que no desafinarían en un documento de Hizbulá o de Hamas.

También el jesuita egipcio, pero que ha vivido muchos años en Líbano, padre Samir Khalil Samir, estimado por el Papa (y por el abajo firmante, tan es así que he traducido un artículo suyo dedicado al problema de las mezquitas [6]) por su conocimiento enciclopédico del islam, ha propuesto un programa de paz en diez puntos (algunos razonables) en los cuales, sin embargo, defiende que la única y sola raíz del problema medio-oriental no es el terrorismo sino la misma creación tras el Holocausto del Estado de Israel en 1948, “una injusticia contra la población palestina”. Entre sus propuestas está el famoso “derecho al retorno”, al menos parcial, de los palestinos que han abandonado Israel en los años 1940 y 1950, condición que destruiría al Estado judío, transformándolo en un Estado islámico (con los cristianos sometidos a la condición de dhimmi) y que ningún gobernante israelí aceptará jamás siquiera que se pueda discutir.

Todo esto no es tanto una crítica de los dirigentes cristianos medio-orientales, que todos los días corren el riesgo de ser acuchillados o incluso acabar peor. Son más culpables quienes aprovechan cínicamente (o inconscientemente) sus declaraciones en Occidente, para justificar políticas anti-israelíes y antiamericanas o para repetir estribillos antisemitas donde, de cualquier cosa que ocurra en Oriente Medio, serán siempre y sólo culpables los judíos (7).

5. Muy distinta, en cambio, es la postura del Papa Benedicto XVI. En efecto, partiendo de una cita de un emperador bizantino definida por él mismo como “brusca” – con lo cual su precisión según la cual estas antiguas palabras no entendía asumirlas como propias raya lo obvio, y tampoco configuran – por mucho que le pese al indigente mental y moral de Pepiño Blanco y demás ralea del gobierno – una petición de perdón a los musulmanes – Benedicto XVI ha roto el acuerdo tácito entre los hombres políticos de Occidente y el islam, inaugurado tras el 11-S. Se podía y se debía condenar el terrorismo. Incluso se podía hablar mal del fundamentalismo. Pero todo debía mantenerse en el terreno del orden público, sin jamás tocar el tema de las raíces teológicas profundas de la conexión entre islam y violencia. Esta conexión no consiste en una desviación del Corán sino en algunas suras del mismo Corán; no en un malentendido de Mahoma sino en enseñanzas concretas de la segunda fase de su doctrina; no en una idea de Dios inventada por Ben Laden sino en la noción misma de la divinidad que ha prevalecido históricamente en el recorrido de la teología islámica. Esto es lo que ha dicho el Papa en Ratisbona, y que no ha desmentido sucesivamente.

Sin menoscabo de la búsqueda del diálogo con un islam que sea realmente distinto y moderado (todavía muy frágil e incipiente), el Papa ha roto el acuerdo por el cual se debería hablar sólo y únicamente de policía y jamás de teología. El mismo Bush y Blair habían proclamado el islam una “religión de paz”, prosiguiendo con la ficción – que hace prevalecer la razón política sobre la razón histórica – según la cual la frágil minoría moderada sería la única capacitada a representar el “verdadero” islam. Cinco años después del 11-S, tras las aberrantes declaraciones de Ahmadineyad, el terrorismo renovado de Hamas y de Hizbolá, el reclutamiento continuo también en Occidente de terroristas suicidas de Al Qaeda, el Papa ha decidido que se ha acabado el tiempo de las ambigüedades y ha llegado el tiempo de la claridad.

Tras una primera reacción airada, en el mundo islámico se han levantado voces de sentido común disponibles a admitir que lo dicho por el Papa merece cuando menos una seria reflexión. Por el contrario, en Occidente ha ido mucho peor. Hemos visto a tres tipos de críticos que no sólo no defendieron al Papa, sino que incluso arremetieron contra él. Los primeros son los ignorantes, que nada saben de islam, nada de historia de las religiones y tampoco tienen las categorías para entender un discurso difícil como el de Ratisbona. Los segundos – como el New York Times – son los defensores del acuerdo tácito según el cual algunas autoridades islámicas condenan el terrorismo y Occidente en cambio renuncia a investigar sobre las raíces teológicas de aquél. En lugar de rasgarse las vestiduras por las verdades sobre el islam dichas por Benedicto XVI, deberían admitir que el acuerdo no ha funcionado, ya que el terrorismo continúa, y que donde ha fracasado la policía es correcto que vuelva la teología. Los terceros son los laicistas, que desprecian al Papa por Papa, y para los cuales toda ocasión es buena para arremeter contra el Santo Padre (por supuesto, también cabe la posibilidad que los críticos de Benedicto XVI sean una síntesis de los tres tipos como parecen indicar los rebuznos del gobierno que padecemos).

Sea como fuere, en el actual choque de civilizaciones, el Papa ha sido el único que ha tenido el valor de renunciar a lo políticamente correcto y alinearse sin reticencias con Occidente y con sus valores: como agradecimiento, Occidente lo ha dejado solo (8).

Ángel Expósito Correa

Notas:

(1) http://www.arbil.org/99iran.htm

(2) http://www.arbil.org/(52)expo.htm

(3) http://www.cesnur.org/2006/mi_08_17.htm

(4) http://www.arbil.org/(80)expo.htm

(5) http://www.cesnur.org/2006/mi_08_29.htm

(6) http://www.arbil.org/(57)mezq.htm

(7) http://www.cesnur.org/2006/mi_09_05.htm

(8) http://www.cesnur.org/2006/mi_09_19.htm

Revista digital Arbil, N0. 107, septiembre de 2006

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