Rosa de Estrasburgo
Podía haber justificado con el argumento de la disciplina de partido su "sí" en Estrasburgo a lo que Zapatero aún se empeña en seguir llamando "proceso de paz", pero no lo hizo. Rosa Díez se abstuvo en la votación del 25 de octubre y su gesto valiente pero sencillo, honesto pero exento de teatralidad tiene más valor que toda la pantomima de aquella triste sesión y de esta negociación que quiere pasar a la Historia pero que a la única historia a la que va a pasar va a ser a la de la infamia. A mí me gustó mucho ese gesto de su abstención sin estridencias, sin rasgar vestidura alguna, sin gesticulación, que fue un "no" modesto ya que tenía -por el escenario y por venir de quien viene- el suficiente relieve y la elocuencia justa como para ser interpretado en su verdadero dramatismo. Me gustó como lo hizo, como ha hecho esta vez las cosas Rosa Díez porque las ha hecho sin ese autobombo que no sirve a la causa sino a uno mismo, sin la publicidad hueca del mucho ruido y pocas nueces que caracteriza a este Gobierno (su abstención fue una nuez testimonial pero impagable), sin dejar de ser ella ni de ser socialista, sin épica o, mejor dicho, con esa épica del voto en blanco que se acerca tanto a la lírica. Aquí la única épica guerrera que hay es la de la paz de Zapatero, que divide y enfrenta en Euskadi, en Cataluña, en el colectivo víctimas del terrorismo, en toda España, en Europa.
Rosa supo representar en esos momentos a las víctimas de su partido y de los otros, a las víctimas que no tienen otro partido que el dolor y la Justicia, a la ciudadanía amenazada que le había votado . Y lo explicó muy bien: "En Euskadi no nos falta paz sino libertad", "no entiendo este debate", "no me han votado para esto". Yo creo que en ese gesto suyo estaba la dignidad no ya del socialismo vasco y del español sino del socialismo europeo y de toda esa peña que ha heredado los más viejos vicios estalinistas de la traición táctica, de las purgas y del "aparaterismo", aquel chungo axioma pecero de "más vale equivocarse dentro del partido que acertar fuera de él".
"Qué difícil es cuando todo baja no bajar también" escribió Machado en una fea época, pero el caso de Rosa es especial. Cuando todo baja Rosa no sólo no baja sino que sube. Lo tengo más que comprobado. Esta mujer se crece ante los obstáculos y el desánimo general. Siempre que la veo me acuerdo de esa foto que publicó la prensa durante la campaña de las pasadas municipales en la que aparecía echando un mitin entusiasmada en una plaza de Ondárroa absolutamente vacía. Y me acuerdo de una hazaña semejante protagonizada por Borges cuando dio con igual entereza y ante un auditorio desierto una conferencia en Buenos Aires a la misma hora en que se jugaba un Mundial de Fútbol en el que participaba Argentina. Para hacer eso hay que ser un escritor o un político de raza y Rosa lo es. Hay que ser Rosa Luxemburgo o la rosa del puño o simplemente Rosa Díez, un imbatible y admirable animal político de ese socialismo vasco que dio sindicalistas de peso como Nicolás Redondo (padre) o ministros como Aranzadi y Solchaga. ¡Cómo será el nivel del equipo de Patxi López que Zapatero no ha querido a ninguno de ellos en su gobierno!
La consigna socialista del 25 de octubre era machista: votar todos lo mismo cómo un solo hombre. Pero ella prefirió abstenerse como una mujer sola. Para mí Rosa ya siempre será le heroína de Estrasburgo.
Iñaki Ezkerra
La Razón, 28 de octubre de 2006
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