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“Proceso de paz” o de “resolución del conflicto”, ¿simples matices?

“Proceso de paz” o de “resolución del conflicto”, ¿simples matices?

Nadie discute que la izquierda abertzale persiste en su intento de fijar el calendario y contenidos del denominado “proceso de paz”. Así ETA, el pasado 3 de noviembre difundió, por medio del Nº. 111 de su publicación Zutabe, el sexto comunicado al respecto, rápidamente avalado por los dirigentes de la todavía proscrita Batasuna, en el que nada nuevo aporta; reafirmándose, eso sí, en sus objetivos de siempre.

No obstante, al término “proceso”, ¿se le asigna un único sentido?

El Gobierno y el Partido Socialista de Euskadi continúan dirigiéndose a la opinión pública, española e internacional, con la misma misteriosa fórmula mágica denominada “proceso de paz”. Y todos queremos la paz, faltaría más. No obstante, al delimitar sus contenidos, límites y objetivos, surgen las diferencias, incluso entre los propios socialistas.

Por otra parte, quienes discrepan con tan debatido “proceso”, siempre le anteponen –le anteponemos- el muy extendido “mal llamado”. ¿Por qué?

“Paz antes que política”; insisten ZP y los suyos. Y también recuerdan, una y otra vez, que ETA debe abandonar definitivamente la violencia y que la paz no tendrá un precio político. Pero no basta con declaraciones formales, hermosas palabras, encomiables y compartidos deseos…

Tenemos una democracia asentada, o al menos eso creíamos, con cauces para la resolución de todo tipo de conflictos, y para la expresión de cualquier opinión; con unos lógicos y mínimos límites legales. ¿Para qué diseñar, entonces, otros mecanismos distintos a los ya existentes? ¿Por qué emplear un lenguaje político esotérico -subproducto de la dialéctica marxista- al alcance de unos pocos “iniciados”? ¿Por qué el gobierno no ha buscado la cohesión de toda la sociedad española, proponiendo unas tácticas y estrategia claras y contundentes? Unas preguntas que, junto a otras más, al no ser respondidas, han provocado que numerosas voces se hayan alzado exigiendo claridad, unidad y firmeza, desconfiando de esa otra palabrería tan repetida como vacía. Pero, ¿existen motivos, realmente, para desconfiar?

Ramón Jáuregui, en unas declaraciones recogidas el domingo 5 de noviembre en El Diario Vasco, discrepaba en algún sentido de su colega Patxi López, al asegurar que “No es un derecho a decidir lo que le falta al País Vasco sino claridad política en sus reglas. Y esa claridad, en el caso de la izquierda abertzale pasa obviamente porque pueda ejercer su representación política sin restricción ninguna y eso lo tendrán cuando se produzca el abandono de la violencia y acepten las reglas que tenemos los demás”. Pero ¿por qué es necesario, entonces, un proceso que no sea la simple aceptación del marco legal por la izquierda abertzale, previo abandono definitivo de las armas y disolución de ETA? “Derecho a decidir”, “claridad política en las reglas”… Pero, los socialistas, ¿no perseguían únicamente la paz?

¿Cómo determinar, entonces, el alcance real del proceso?

Nos remitiremos, como en otras ocasiones, a lo manifestado por una izquierda abertzale que siempre habla de “resolución del conflicto” y no de “proceso de paz”. Véanse, como ejemplos, el último comunicado de ETA, el editorial del diario Gara del domingo 5 de noviembre, y las ya numerosísimas declaraciones de sus dirigentes. No es posible hablar de paz, aseguran, sin analizar y eliminar las causas que generan la violencia. Existiría un conflicto político entre Euskal Herria y el Estado español; que es lo que hay que resolver superando o eludiendo, por considerarlos una imposición antidemocrática, Constitución española y Estatuto de Gernika. En consecuencia, no podrían disociarse paz, territorialidad y derecho a la autodeterminación. “Política antes de paz”.

Arnaldo Otegui, con sus declaraciones a Radio Euskadi del sábado 4 de noviembre, proporcionaba unas interesantes claves. En primer lugar afirmó que, ahora mismo, existe una pugna por definir “la naturaleza del proceso”. Vamos, que abertzales y socialistas no se han puesto de acuerdo en sus contenidos y objetivos. Pero, lo que es más grave, ello pone de manifiesto la falta de firmeza de un Gobierno que no es capaz de definirla y encauzarla en términos de normalidad democrática; es decir, en el seno y al amparo de legalidad de las instituciones ya existentes establecidas por Constitución y Estatuto.

“Hay que plantear recetas de futuro, que pasan por el cambio de estatus político y por que eso se dé de manera acordada”, afirmó Otegi; concretando que no resulta fácil avanzar en todo ello, pues “lo que estamos tratando no es de dar solución a una crisis de manera táctica para entrar en otra crisis dentro de tres meses. No vamos a salir del paso sin más, sino a poner el proceso en velocidad de crucero y sobre bases sólidas”. Recordó también que “no hemos hecho este proceso para ser legales”; mostrándose contento, pese a todo, recordando que hace siete meses nadie aseguraba que el que denomina “diálogo multipartito” ya estaría en marcha.

“Su” velocidad y “sus” bases, recordemos. ¿Quién está determinando el “proceso”, nos preguntamos muchos? Si la izquierda abertzale está desbordando los cauces legales, arrastrando en ello a Gobierno, PSE-PSOE y PNV, ¿alguien lo duda ya?

Se ha afirmado, en muchas ocasiones, que quien establece las reglas del juego determina sus resultados. Y si se acepta la dialéctica marxista-leninista de ETA, que asegura que hay que avanzar decididamente hacia “un acuerdo en torno al marco democrático para el conjunto” de Euskal Herria, según se afirma en el Zutabe, se está asumiendo -en primer término a nivel teórico y, probablemente, en sus consecuencias prácticas- que no disfrutamos de una verdadera democracia. Una situación muy grave; especialmente si uno de los interlocutores, es el propio Gobierno. Y de consecuencias imprevisibles.

Resumamos. No se trata de un “proceso de paz”, pues ésta no antecede a la política, sino que sucede todo lo contrario.

Los abertzales saben muy bien lo que quieren y así lo manifiestan. También son diáfanos quienes se oponen a un proceso que califican, acaso con acierto, como “de rendición”. Quienes no lo tienen nada claro, parece ser, son José Luis Rodríguez Zapatero y sus más íntimos. Salvo que quieran engañar a todos; si bien, aventuramos, únicamente lo están haciendo a sí mismos.

Fernando José Vaquero Oroquieta

Páginas Digital, 8 de noviembre de 2006

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