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El fusilado

El fusilado

 


En un homenaje a la dignidad de la verdad, ABC hacía el domingo un ejercicio arriesgado, contra la mentalidad opresora de lo políticamente correcto: publicaba un editorial y una recordación del genocidio de Paracuellos, silenciado por la Manipulación de la Memoria. Y reproducía el reportaje que Miguel Ángel Nieto publicó en 1977 sobre don Ricardo Rambal, superviviente de aquellos asesinatos. En el reportaje se explicaba cómo el señor Rambal salió vivo milagrosamente del pelotón de fusilamiento y, tras esconderse y curarse de las heridas de las balas que no lograron matarlo, pudo sobrevivir a la matanza y a la propia tragedia de la guerra incivil.

Hay muchos otros Paracuellos, de los que no se habla, que no tienen ni su 7 de noviembre ni sus esquelas. En los pueblos, todos estos años, mucho exhumar fosas comunes donde quizá descansan muchos inocentes que no cometieron otro delito que defender la libertad; pero también mucho echar tierra sobre los asesinatos masivos que perpetraron los republicanos. Y aún viven algunos fusilados que sobrevivieron al pelotón. La otra noche, en Radio Intereconomía, el profesor Alberto de la Hera me hizo recordar a uno de ellos: a don Antonio Limones de la Hera, agricultor de un pueblo serrano que milagrosamente salió vivo de su fusilamiento por los milicianos envenenados por las enseñanzas de su paisano el sanguinario doctor Pedro Vallina, quien luego, en el exilio, hasta publicó unas memorias gozándose de estos asesinatos en su pueblo, donde quemaron absolutamente todas las imágenes de la Semana Santa, aparte de la Patrona.

Lo que no dice la Memoria Histórica al uso es lo que me recordaban las palabras de Alberto de la Hera sobre el Paracuellos de su pueblo. Que en España aún podemos hablar con los fusilados. A Antonio Limones, al fusilado Limones, lo conozco de toda la vida, desde niño; hasta me alimenté en mi infancia con la leche de su vaquería y su hijo fue mi mejor y más hospitalario amigo de los veraneos. El otro día me encontré al fusilado en Sevilla, en una clínica. Venía Limones con su hija a una revisión en el oculista, pues a sus más de ochenta años se está quedando ciego. Esos ahora delicados ojos los he visto muchas veces cuando íbamos a bañarnos en su alberca. Unos ojos como desencajados. Reflejaban todavía el espanto. Como si aún estuvieran aterrorizados ante las armas que le apuntaban en la noche de la tapia del cementerio. Ese espanto lo describía Alberto de la Hera con toda la crudeza de lo que se silencia. En el pueblo, nada más conocerse la noticia de la sublevación del Ejército de África, le descerrajaron dos tiros en plena calle y a la luz del día al párroco, a don Pedro Carballo Corrales, por el terrible delito de ser cura. Luego ordenaron a las personas de orden que entregaran sus armas de caza en el ayuntamiento. Los detuvieron y los encarcelaron. Los fueron sacando para los asesinatos de este Paracuellos de pueblo. No sé si a Antonio Limones lo sacaron de la cárcel con el abuelo de Isabel, mi mujer, con don Julio Herce Nogales, que había cometido el terrible delito de ir a misa y encima con misal; o con su tío, con don Julio Herce Perelló, estudiante de Derecho y fundador de Falange en la Universidad de Sevilla. No corrió Limones la buena suerte de su amigo don Daniel Herce Perelló, mi suegro, que se libró del fusilamiento porque cuando iban a sacarlo dijo un trabajador de la finca a sus camaradas: «¿Pero no os da pena matarlo, si es todavía un niño?». A Limones lo llevaron maniatado a la muerte. A pie hacia su propia muerte, calle de la amargura en la noche de los olivares. Lo pusieron junto a la tapia del cementerio. Oyó los disparos. Los gritos de sus amigos y parientes. Cayó herido. Pero no muerto. Tuvo la suerte de no recibir el tiro de gracia. Se hizo el muerto en el montón de cadáveres. Cuando sus asesinos se fueron, arrastrándose, ensangrentado, se ocultó en el campo, y pudo llegar renqueando a un pueblo cercano, ya tomado por los nacionales. Nunca me atreví a hablar con Limones de aquella noche. Sus espantados ojos, ahora ciegos, me merecían tal respeto que preferí andar siempre de bromas con su buen corazón de hombre sencillo. Quizá de hoy no pase que lo llame para preguntarle lo que siempre quise saber: ¿qué pensará Limones de la Memoria Histórica?

 

Antonio Burgos

 

ABC, 15 de noviembre de 2006

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