Un comunicado peligroso cuando el principal lector es un optimista antropológico
El comunicado que ha hecho público ETA este martes es, como las malas novelas, previsible. Rubalcaba en su primera comparecencia tras el bombazo de la T4 se mostró sorprendido de que la banda no hubiese, como ha hecho en otras ocasiones, suspendido primero el alto el fuego y atacado después. El texto que ayer conocimos a través de Gara nos deja claro que la sorpresa del ministro no tenía fundamento.
Como nos sospechábamos, y como seguro sabía Rubalcaba, los terroristas pretenden seguir negociando. Han llegado a tal perversión mental que están convencidos de que pueden continuar con el diálogo aunque haya muertos. Es conveniente entender cuál es el origen de esta idea delirante para predecir con más claridad cómo van a ir las cosas en un futuro.
Estamos ante el encuentro de dos ideologías que desde hace algo más de dos años se retroalimentan mutuamente. La ideología de ETA fue descrita con precisión por monseñor Fernando Sebastián en el epílogo de un libro que se publicó en 2001 con el título La Iglesia frente al terrorismo de ETA. En aquel texto el arzobispo de Pamplona señalaba la doble raíz nacionalista y marxista de la banda terrorista: según la ideología de la banda, “ hay un conflicto original que consiste en el no reconocimiento de los derechos políticos del pueblo vasco, perfectamente diferenciado, que ocupa desde siempre un territorio, injustamente ocupado por el Estado español y al que se le niega el derecho de autodeterminarse y organizarse en un Estado independiente. Si este postulado se acepta como verdadero, todas las demás consecuencias están ya implícitamente aceptadas”.
Ésta es la almendra irrenunciable. Es muy difícil que una ideología (no estamos hablando de un sistema de pensamiento) abra la puerta a los hechos. Toda ideología precisamente existe porque desarrolla una construcción alternativa a la realidad. El tiempo no la hace evolucionar, desaparece cuando pierde el soporte del poder que la sustenta. Por eso los terroristas, a pesar de que en 2003 estaban contra las cuerdas por la política antiterrorista del PP, no renunciaban entonces a alcanzar la independencia.
Los contactos con los socialistas vascos les dieron una bombona de oxígeno. Había con quién hablar de la autodeterminación futura. Esa bombona se transformó en un camión cargado de respiradores cuando Zapatero llegó a la Moncloa. Zapatero también vive en una burbuja ideológica. No es un conjunto de ideas sistemáticamente ordenadas, simplemente se trata de un proyecto que como él mismo dice se alimenta de un “optimismo antropológico”. Ese optimismo, de raíces masónicas, niega que exista el pecado original; niega el mal, la imperfección de las cosas humanas, por eso puede llegar a ser profundamente violento.
No hay límites, basta la voluntad para alcanzar los objetivos propuestos, en este caso la paz. Y ese voluntarismo (“tengo ahora más energías que nunca”, dijo Zapatero en su segunda comparecencia tras el bombazo) no hace las cuentas con la realidad, con la justicia, con las fuerzas y las armas del enemigo. La ideología de Zapatero ha alimentado con “historia” la ideología de los etarras. Le ha impedido darse cuenta de que, cuando la delegación del Gobierno negó una autodeterminación inmediata en las conversaciones de Ankara, los terroristas decidieron volver a las armas.
El último comunicado es peligroso porque a su principal lector, Zapatero, le deja una justificación para seguir intentándolo. El presidente del Gobierno, a pesar de lo que le dicen Rubalcaba, De la Vega y sus amigos de El País , se sigue preguntando: “¿por qué no?”.
Fernando de Haro
Páginas Digital, 10 de enero de 2007
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