¿Quién está confuso en Batasuna?
Luchar contra el crimen no requiere la ingenuidad, aunque se vista de seda o de buenismo. Las asociaciones de mujeres, por ejemplo, y muchos de los especialistas en la batalla jurídica contra la “violencia de género” (que, por cierto, se le ha dado en llamar también terrorismo) se oponen a los tratamientos y terapias —como política penitenciaria— de los agresores. En primer lugar, y de manera rotunda, son contrarios a que estas terapias sustituyan a las penas de los condenados. Y, sobre los tratamientos como cuestión complementaria, oponen dos consideraciones. Una, que si hay recursos deben satisfacerse en primer lugar las necesidades de las víctimas. Dos, que no debe tenerse en cuenta que el agresor no es, en principio, un enfermo, sino un delincuente.
Estos elementales principios, que responden a la “tolerancia cero” que merecen las agresiones a los derechos individuales, incluido el derecho a la vida, bien deberían tenerse en cuenta en la lucha contra el terrorismo de ETA. La razón por la que tratar de erradicarlo implique una “política” que debería definirse no contra ella sino para ella, para calmarla, escapa a cualquier análisis lógico. ¿Por qué tiene apoyo?, ¿por qué lo piden algunos partidos?, ¿por qué el Estado de Derecho renuncia a ser eficaz de otro modo?, ¿por qué facilitaría los pactos parlamentarios de un Gobierno? Todas estas preguntas, y algunas más, formuladas respecto a cualquier otro modo de criminalidad, resultarán absurdas. Y lo son también en el caso de ETA.
Lo que queda —lo que queda abiertamente al menos— del “proceso” aparentemente enterrado en los aparcamientos de la T-4 de Barajas es afianzar la colaboración con el PNV, y con otros si se suman, para establecer una estrategia que tenga como objetivo reducir el apoyo que tiene ETA, desbaratar la larga estabilidad del que tiene Batasuna, buscar las deserciones, los alejamientos de algunos de sus miembros de la doctrina oficial, la condena de la violencia, etc. Se sigue, por tanto, a la búsqueda del “batasuno amigo”, del que se sume a una posición reivindicativa y nacionalista (no constitucional, que es un límite que ni el nacionalismo ni el PNV se han puesto nunca) que resulte, a la postre, más útil que la de la vieja guardia etarra. Se parece bastante, si se me permite, a la táctica de minar a ETA no por inanición sino por empacho.
Unas horas después de terminar el debate parlamentario sobre la política antiterrorista, veo a algunos papanatas con la cara pegada a la cristalera, contemplando emocionados cómo Arnaldo Otegi, en declaraciones a una emisora radiofónica, dice que hay algunos sectores de lo que se da en llamar la izquierda abertzale, y que deberían ser tomas en cuenta, para los que el último comunicado de ETA crea “confusión” y “resta credibilidad” al “alto el fuego” que la banda dice mantener en vigor. “Eso es lo que se busca —vienen a decir los papanatas—, esa reflexión en la izquierda abertzale, esa quiebra del dogmatismo”.
Pero, al margen de las inmediatas “aclaraciones” de Barrena sobre un supuesto problema de traducción de las palabras de Otegi, la estrategia de éste, el contenido de sus palabras, no debería producir ninguna satisfacción (ni ningún alivio) a quienes defienden la vida y la ley: no va a haber escisiones en Batasuna, la preocupación unánime en este invento etarra son los “contenidos políticos” y la desconfianza tras el atentado de Barajas no es ciertamente una reflexión ética sobre la violencia o una reflexión política sobre la democracia, sino la “necesidad de chequear el proceso”. Es decir, lo mismo que el comunicado de ETA tras el atentado: hay que hacer las cosas mejor, o se empieza a “cumplir” con la banda o puede haber nueva violencia de respuesta, ya saben lo que tienen que hacer si quieren que el alto el fuego sea “en ausencia de violencia”.
Más nos valdría volver a la tolerancia cero, como en cualquier caso de graves agresiones criminales.
Germán Yanke
Estrella Digital, 17 de enero de 2007
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