Hay cosas más importantes que la paz (sobre todo, más que esta paz)
Hay ciertas bocas que no deben pronunciar determinadas palabras. Hay bocas a las que no se puede creer cuando dicen "paz". Porque cuando dicen paz, quieren decir otra cosa.
Yo he visto cosas que quizás en otros tiempos no creeríais. He visto hordas de bárbaros iracundos que rompían escaparates al grito de "paz" y amenazaban a pacíficos viandantes llamándoles "asesinos". He visto a las abogadas de los últimos Grandes Tiranos insultando a unos gobernantes democráticos en nombre de la democracia, y a nostálgicos fracasados de la revolución pidiendo "diálogo" del brazo de los terroristas. También he visto a ecologistas selectivos que defienden la naturaleza unas veces sí y otras no, según quién mande en Madrid. Todos vosotros lo habéis visto como yo. Habéis visto a un jefe de Gobierno que a los asesinatos los llama "accidentes", para no enojar a los asesinos. Y habéis visto, en fin, a densas multitudes dispuestas a ceder ante la violencia siempre y cuando se haga en nombre de la paz. ¿Pero qué valor tienen ya las palabras? ¿De qué hablan cuando hablan de paz?
En realidad, todo se reduce a una imagen: un encapuchado plantado en jarras, en loEl Foro El Salvador tampoco irá a la manifestación
Foro El Salvador fue una de las primeras entidades que manifestó públicamente su solidaridad con las familias de Carlos Alonso Palate y Diego Armando Estacio, brutalmente asesinados en la T4 del Aeropuerto Madrid-Barajas, y con la comunidad ecuatoriana asentada en España; que ya sufriera el asesinato de otros seis de sus miembros en el atentado del 11 M en Madrid, sin embargo consideraron a través de un comunicado que la ambigüedad léxica y la manipulación del lenguaje son inadmisibles.
“Si me matan, no quiero que digan en mi epitafio que moría por la paz, sino que luché por la libertad”.
Por último, se solidarizaron con el delegado de la Asociación de Víctimas del Terrorismo en Navarra, Salvador Ulayar, y agradecieron públicamente su valiente y esclarecedor testimonio ante esta confusa convocatoria. alto de una tribuna, en su mano la pistola aún humeante; bajo la tribuna, una muchedumbre ataviada con camisetas de flores que enarbola retratos de John Lennon, banderas de arco iris y pancartas con la palabra "paz". El encapuchado saca la mano que tiene libre y la tiende hacia la muchedumbre. El gentío, enfervorizado, prorrumpe en clamorosa ovación de agradecimiento y alivio. Nadie desea reparar en la otra mano, la de la pistola humeante. Tampoco en el montón de cadáveres que se apila a un lado del proscenio. Fuera de la multitud, en un rincón, borracho, yace un filósofo que mira todo eso recordando las primeras palabras de aquella obrita de Kant: "A la paz perpetua. Esta inscripción satírica que un hostelero holandés había puesto en la muestra de su casa, debajo de una pintura que representaba un cementerio…".
¿Paz? ¿Y qué quiere decir, aquí y ahora, "paz"? ¿Y quién lo dice? Una de las más singulares aportaciones del comunismo a la historia universal de las ideas fue la prostitución generalizada de todo concepto político-moral. ¿Libertad? Después de que el Gulag cayera sobre medio mundo en nombre de la libertad, ya no es posible hablar de "libertad" en abstracto, sino que más nos vale atenernos a libertades concretas y reales, donde no nos den gato por liebre. ¿Igualdad? Después de que el afán de igualdad se tradujera en el exterminio físico de quienes no eran iguales, ya nadie puede hablar sensatamente de igualdad; es más seguro adjetivarla con un elocuente "de oportunidades" o acudir a términos menos corruptos, como el de equidad. Vale lo mismo para conceptos como "pueblo", ya inseparable de la secta que se atribuye una posición de vanguardia y se arroga el derecho de aplastar a la retaguardia. Y lo mismo pasa, lo mismito, con la palabra "paz". "El ejército rojo es un instrumento de paz", decían los estalinistas en los años treinta. Hay ciertas bocas en las que la palabra "paz" suena más bien al cartelito del posadero holandés de Kant: paz perpetua, paz de cementerio.
Algún socialista se acordará todavía de Régis Debray, aquel fantástico agitador que admiraba al Ché Guevara y después, desengañado, quiso reconvertirse en Richelieu de Mitterrand: "La paz no representa estrictamente ninguna apuesta, ningún proyecto". Evidentemente. Porque los sumisos súbditos de cualquier tirano también tendrán paz… mientras no se rebelen. Y no es eso lo que queremos para España, ¿verdad? ¿O sí? Cuando se habla de paz, en general conviene preguntar primero el precio.
Sinceramente: me importa un rábano la paz de ZP, de la Bardem y sus progres coristas, y aún me importa menos la paz de Batasuna. Si para conseguir la paz hay que desgajar España, sentar en coches oficiales a los asesinos, legitimar la violencia, sacar de la cárcel a criminales en serie y entregar el destino de nuestros hijos a una casta turbia de cobardes, prefiero que esa paz no llegue nunca. Hay cosas más importantes que la paz. ¿La libertad? Sí, claro. Pero también la dignidad.
José Javier Esparza
El Semanal Digital, 12 de enero de 2007
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