El genocidio armenio
Un editor turco-armenio ha sido asesinado delante de la sede de su periódico. Hrant Dinks tenía 53 años y dirigía el semanario Agos, editado en turco y en armenio. Hace más de un año fue condenado por insultar a la identidad turca al publicar un artículo en el que trataba de las matanzas de más de un millón de armenios hace noventa años en la I Guerra Mundial.
Dink ha sido uno de los muchos escritores y periodistas que han sido condenados por hablar de lo que se conoce como el genocidio de los armenios. El artículo 301 del Código Penal convierte en delito el insultar a la identidad turca. Casi todas las penas se han referido a la matanza de armenios por el gobierno de los "jóvenes turcos", aliado con Alemania y por lo tanto en guerra contra los rusos.
El flamante Premio Nobel de Literatura, Orham Pamuk, un escritor excelente con el que me he deleitado leyendo su libro Estambul, fue sometido a juicio hace poco más de un año por haber declarado en un periódico suizo que ningún turco estaba dispuesto a tratar los penosos episodios sobre las matanzas de armenios y kurdos que formaban parte del ya decrépito Imperio Otomano al final de la Gran Guerra.
Los turcos niegan que fuera un genocidio pero admiten que las matanzas entraban dentro de la estrategia de la guerra. Lo cierto es que cientos de miles de armenios y unos 30.000 kurdos fueron asesinados por el ejército turco que consideraba que los armenios hacían causa común con los rusos.
Los historiadores occidentales en general consideran probado el genocidio armenio. Los países que lo han reconocido oficialmente son: Armenia, Argentina, Austria, Bélgica, Canadá, Chipre, Francia, Alemania, Grecia, Italia, Países Bajos, Noruega, Líbano, Lituania, Polonia, Portugal, Rusia, Eslovaquia, Suecia, Suiza, Uruguay, Ciudad del Vaticano y Venezuela.
Estados Unidos, Gran Bretaña e Israel no lo aceptan oficialmente aunque admiten las matanzas. En octubre de 2006 el parlamento francés presentó un proyecto que prevé condenar hasta con un año de prisión y 45.000 euros de multa a los que nieguen la existencia del genocidio armenio.
El primer ministro turco, Recep Tayyip Erdogan, condenó el asesinato de Dink diciendo que era una "bala disparada contra la democracia y la libertad de expresión en Turquía". Las "manos oscuras" que habían asesinato al periodista serían llevadas a los tribunales. Dos sospechosos han sido detenidos.
El genocidio hay que situarlo en la histórica pugna entre los nacionalismos turco, armenio y kurdo. Turquía sobrevivió al Imperio Otomano con la creación de una nación con un régimen laico y occidentalizado. Los kurdos, repartidos entre Iraq, Siria, Irán y Turquía son una nación sin estado. Armenia formó parte de la antigua Unión Soviética y desde la recuperación de su soberanía nacional no ha establecido relaciones con Turquía.
Son heridas sangrientas de la historia. No se quiere reconocer los hechos por motivos nacionales, ideológicos y políticos. La Turquía moderna arrastra esta pesadilla al no querer reconocer lo que pasó.
Es imposible que acepte la verdad histórica porque durante generaciones la unidad nacional ha querido ser impuesta por ley, al margen del reconocimiento de unos hechos tan lamentables.
Hoy he almorzado con un judío neoyorkino. Me comentaba que uno de los países europeos en los que se encuentra más cómodo es Alemania. Me acordaba de lo que ha escrito el ex canciller Helmut Schmidt cuando decía que la principal causa de las diferencias entre alemanes y japoneses es que a los japoneses les ha faltado el sentido de la culpabilidad y a los alemanes no.
Europa está dividida sobre si Turquía puede formar parte de la Unión. Las negociaciones están en curso pero un pretexto para cerrarles la puerta será el de la Constitución turca en la que los militares tienen un papel decisivo, los derechos humanos y la situación de los kurdos.
También habrá que incluir el reconocimiento de los hechos que ocurrieron en la Gran Guerra. Negar la historia es ser víctima de ella. Tengo todas las dudas para que la actual Turquía forme parte de la Unión Europea.
Lluís Foix
La Vanguardia, 19/1/2007
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