Zapatero y Carod hacen el indio por la "paz" de espaldas a Afganistán
Para Carod, India y su historia representan "una enorme lección de convivencia", ya se sabe, variedad étnica y religiosa, mil millones de habitantes, 22 lenguas oficiales y Visnú sabrá cuántos dialectos. ¿El paraíso? Algo así parece pensar José Luis Rodríguez Zapatero, que en el libro de honor del monumento funerario de Gandhi escribió "Paz. Vivir en paz, la más grande utopía universal. Con emoción y admiración... a Gandhi. De España, un país en paz, un país para la paz". Eso es el dogma progre: tolerancia, multiculturalidad, paz.
Qué pena que ninguno de estos dos preclaros pacifistas sepa de qué está hablando. Gandhi murió asesinado en el umbral de la independencia de su país, que implicó un baño de sangre entre hermanos, desgarró en dos partes el viejo Imperio, desarraigó muchas de sus tradiciones más antiguas y creó nuevos problemas e injusticias que sólo con enorme vigor –del que ZP carece- han podido encauzarse hacia la paz.
La paz es un bien, pero la ausencia de violencia no es un bien absoluto, sino que se consigue de modo temporal e imperfecto, con esfuerzo, realismo y suerte. En cambio, "la guerra es terrible, es un mal en sí misma. Y en esto no hay ni muchas dudas ni muchas discrepancias, a la luz de los últimos cien años. Sin embargo, existe. Es una realidad de ayer, de hoy y de siempre. Se puede regular, se puede tratar de evitar, se puede intentar humanizar, pero desde que el hombre es hombre y mientras lo siga siendo habrá violencia". Para conseguir la paz no basta desearla, ni cabe pedírsela al Ratoncito Pérez. La mejor manera de no tenerla es apuntarse al buenismo e ignorar los hechos. India, la mayor democracia del mundo, es una potencia imperial con armamento nuclear, dispuesta de defender su unidad y su libertad. Ésa es la India real, y ésa es una paz real. No la imaginan así Zapatero y sus socios.
"Los pacifistas profesionales pueden ser en algunos casos personalmente respetables, pero políticamente son ajenos a cualquier realidad humana presente, pasada y probablemente futura. Por causa de ellos, la palabra paz –un deseo universal, éste sí- se ha desgastado, y lo que es ciertamente un bien, y en todo caso una necesidad de España y de Europa en este momento de su historia, se ha convertido en pancarta. La vida de una nación no se construye con pancartas, sino con hechos basados en realidades". No olvidemos, como ejemplo histórico, que "la Constitución española durante cuya vigencia más muertes y sufrimientos se han producido es la de 1931, la Constitución republicana que derivó –por una u otra razón- en la guerra civil de 1936... En aquel texto, jurídicamente brillante y estilísticamente más que aceptable, qué duda cabe, ´España renunciaba a la guerra como instrumento de la política´".
Ya entonces había ilusos y gentes dispuestas a cualquier claudicación en el intento de lograr la "paz". Pero no basta una sonrisa bobalicona y media docena de lugares comunes con los ojos puestos en blanco para lograr una verdadera paz. Que es obra de la justicia, como explicó el filósofo Ugo Spirito al hablar de la "férrea ley de la realidad". El gran problema es que padecemos una clase dirigente sin otra voluntad que la de imponer el nihilismo conservando el poder. Un tipo humano bien representado en Zapatero y en Carod, y también en su provecto amigo Jacques Chirac, que acaba de explicar que los conquistadores españoles eran sólo "hordas que fueron a destruir". Nuestros soldados, herederos de los conquistadores, mueren en Afganistán mientras nuestros gobernantes hacen el indio dándoles la espalda.
Pascual Tamburri
El Semanal digital, 22 de febrero de 2007
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