Profesionales desde la guardería
Me ha parecido, lisa y llanamente, espectacular la entrevista a Joaquín Leguina que Ángel Collado publicaba ayer en las páginas de este periódico. A la intención del entrevistador se suma la inteligencia afilada y levantisca del entrevistado, y el resultado no puede resultar más suculento; tanto que, por momentos, el lector -habituado a rumiar la insípida alfalfa de los políticos, tan predecibles siempre-tiene que pellizcarse a cada poco, para confirmar que no está soñando. No he cultivado la amistad de Leguina, pero en las escasas ocasiones en que hemos compartido conversación, y sobre todo en la lectura de sus novelas, he descubierto a un hombre leal a sus convicciones, de una honradez intelectual que resulta chocante tanto entre políticos como escritores; un hombre capaz de enjuiciar la realidad desde el conocimiento profundo de la naturaleza humana y, desde luego, un socialista a la antigua usanza, probo y cultivado, como uno se imagina que debieron de ser los institucionistas. Aunque en sus declaraciones a la prensa pueda parecer a veces mohíno o escocido por haber sido apartado de la primera línea política, siempre me ha parecido que íntimamente agradece -aunque cultive cierta pose gruñona- este apartamiento, que le permite dedicar más tiempo a su vocación literaria. Quizá ejemplifique mejor que nadie la incompatibilidad entre el vuelo de la inteligencia y la cerrazón mental que postula el sistema de partidos.
En la entrevista de Ángel Collado ensarta algunas afirmaciones que aúnan lucidez y socarronería. Dispara sus venablos contra el partido de la oposición y también contra el Gobierno, o, por mejor precisarlo con sus propias palabras, «el grupo de Rodríguez Zapatero». En algunos pasajes demuestra una envidiable disposición para el aforismo sarcástico: «Algunos políticos no quieren entrar en la historia, sino en el libro Guinness». Reflexionando sobre las escasas posibilidades electorales de algunos candidatos socialistas, desliza una maldad antológica: «Proceden de la misma cantera, la de los amigos del presidente del Gobierno. Una cantera interesante, sobre todo para Zapatero». Toda la entrevista es un festín de la inteligencia díscola, la inteligencia que no se deja apacentar y prefiere pastar en prados sin alambradas. Pero donde Leguina muestra mayor capacidad crítica es cuando enjuicia la degeneración de la casta política: «Una persona que se dedica a la política tiene que tener alguna experiencia fuera de la política, tiene que haber cotizado a la Seguridad Social por cuenta ajena o propia, tiene que saber cómo funciona una empresa o una institución pública, haber hecho unas oposiciones o trabajado de albañil o ingeniero de caminos. Eso de meterse desde niño a cobrar de un partido y llegar hasta arriba no es bueno». Este juicio tan atinado podría entenderse malévolamente como una diatriba contra Zapatero, que encarna a la perfección tan lastimoso modelo, pero Leguina pica mucho más alto: está denunciando el mal que corrompe nuestra democracia, la enfermedad que cada día la hace más vulnerable y acabará provocando el hastío y el desentendimiento de los ciudadanos.
Cada vez es más frecuente la figura del político de currículum huérfano. Haraganes que nunca han destacado en nada, que nunca se han tenido que ganar el pan con el sudor de su frente, chupópteros que desde la juventud se arrimaron a unas siglas para medrar, profesionales de la política sin oficio ni beneficio, una caterva de inútiles que cobijan su mediocridad en la burocracia de los partidos, sin más mérito que su adhesión ciega a unas consignas y su habilidad simultánea para la obediencia y el arribismo. Personajillos de escaso fuste que entienden la política como un enchufe vitalicio; alfeñiques que, como nunca han estado en contacto con la vida, terminan convirtiendo la política en un experimento de laboratorio y fabricando problemas artificiosamente allá donde no existían, olvidados de las necesidades reales de la gente. Los hay a patadas en cualquier formación política; y entre todos están consiguiendo arrinconar a quienes, como Leguina, entienden la política como una pasión cívica. Esta ralea acabará jodiendo el invento; y entonces ya será tarde para lamentaciones.
JUAN MANUEL DE PRADA
ABC, 26 de febrero de 2007
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