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Aunque cien zapateros hubiera...

Aunque cien zapateros hubiera... Se cumple el próximo lunes el tercer aniversario de la toma de posesión de Zapatero como presidente del Gobierno. Prometía el cargo después de haber anunciado en su discurso de investidura que se abría “un tiempo nuevo en la vida política de España”.

 

Ha sido, sin duda, un tiempo nuevo para todos los españoles y, sin duda, para muchos católicos. Muchos católicos españoles se han movilizado ante la política educativa, familiar y ante la política antiterrorista de un Gobierno que parece empeñado en restringir la libertad de educación y legislar contra las certezas fundamentales que sobre el matrimonio, el derecho a la vida y la forma de conseguir la paz tiene un amplio sector de la población. Las numerosas manifestaciones han sido una expresión de esa movilización.

 

Pero también han conseguido protagonismo y notoriedad entidades de iniciativa social que desde décadas, sobre todo en el terreno educativo, son una alternativa real a las pretensiones estatalistas de los diferentes gobiernos. Muchos padres se han vuelto hacia ellas buscando referencias para asumir una responsabilidad en la vida pública que hasta este momento consideraban innecesaria. Organizaciones de cuadros y de opinión que languidecían o que no se habían desarrollado suficientemente han ganado vitalidad al ofrecer materiales, estudios y argumentos para un sector de la sociedad civil que ha despertado de su individualismo con el deseo de oponerse a Zapatero.

 

Tres años, en fin, que han servido para que algunos católicos, más allá de reaccionar contra las políticas agresivas del Gobierno, hayan caído en la cuenta de que la fe genera una identidad social precisa. Un largo viaje desde el catolicismo mayoritariamente privado del franquismo, desde una mala compresión de las teologías del postconcilio, que favoreció la disolución del cristianismo en compromisos éticos y en todo tipo de mediaciones ideológicas (obrerismo, tercermundismo, marxismo…); un largo viaje desde un dualismo teorizado que sólo velaba por la ortodoxia espiritual y convertía en opinión subjetiva el llamado compromiso temporal. Muchos han pensado que ha llegado el momento de hacer algo.

 

Pero ese viaje aún no ha terminado. Ese “hacer algo” puede dejar el tren en vía muerta si no tiene más estación de llegada que la oposición a Zapatero o la recuperación de ciertos espacios sociales, políticos y mediáticos. La “reconquista” de ciertos ámbitos desde los que defender una concepción verdadera de la persona, de la familia y de la vida social inspirada en la fe. Se trataría de “poner en equivalencia” en los partidos, en los medios y en otras esferas, la realidad sociológica de unos católicos con un peso todavía relevante y no suficientemente incisivo por debilidades y traiciones internas, por complejos, falta de liderazgo y de “claridad doctrinal”.

 

Harían falta para ello instrumentos nítidamente confesionales con una capacidad profesional que les permitiera ser incisivos en los resortes del poder (la palabra poder se puede, de nuevo, usar sin pudor después de décadas de demonización moralista). Es el sueño –no puede utilizarse otra palabra para describirlo- de recuperar cierta hegemonía, una posición que encierra una profunda debilidad. Su debilidad no es que sea irreal sobre la capacidad que tiene el catolicismo español de recuperar ciertas cuotas de poder. Todavía mantiene algunas y podrían incluso ampliarse. Podría haber un Gobierno formado mayoritariamente por católicos, un periódico católico, una patronal católica…

 

La debilidad de este sueño hegemónico y lo que lo condena al fracaso es que no hace las cuentas con la naturaleza de la verdad, pretende encontrar un atajo que rompa el binomio verdad-libertad. Se pueden recuperar espacios y “criar intelectuales” para difundir ideas y valores verdaderos, principios claros, desde una posición menos precaria que la que hasta ahora han tenido los católicos. Pero, aunque así fuera, la vida de la gente-gente transcurriría por otros derroteros.

 

Todos rechazamos lo que se nos quiere imponer y ése es un sano movimiento. La verdad gana espacio no porque se consigan definiciones precisas o porque esas definiciones entren en la agenda de la gente con medios de comunicación potentes sino porque hay quien hace experiencia de ella y la encuentra pertinente al ineludible “oficio de vivir” del que habla Pavese.

 

En este mundo tan dominado por la confusión, tan parecido al mundo bárbaro del siglo V, no hay otro método posible para difundir la fe que el que confía todo a la libertad. No hay otro método que confiar en la capacidad que tiene el corazón -de cualquiera, no sólo de los medios convencidos o de los “alejados”- de reconocer de forma existencial la pertinencia de la verdad. Para eso el cristianismo tiene que ser ante todo experiencia, es decir, educación; es decir, ocasión de comprobar la utilidad humana de la fe. Y se educa en el colegio, se educa en el trabajo, en la familia, se educa a los 8 años y a los 70, cuando se ofrece la ocasión, en todas las circunstancias, de comprobar que el cristianismo sirve para vivir mejor.

 

No es que los católicos españoles no tengan que abrir espacios, derrotar leyes si es posible, ganar elecciones, defender su cultura y valores. El problema es cuando todo eso está en función de una quimera hegemónica. La política, los medios y las obras concebidos como fines en sí mismos para edificar una fortaleza desde la que defenderse, confiando en la eficacia de la confesionalidad institucional. O, por el contrario, todas esas iniciativas siempre en función de una experiencia libre, para facilitar el encuentro con todos, en una dinámica de “confensantes”, de testigos que faciliten el cristianismo como experiencia.

 

En el primer caso, aunque ésta fuera la primera y última legislatura de Zapatero, el naufragio está garantizado. En el segundo caso, aunque cien zapateros hubiera (Dios no lo consienta), el viaje se dirige a buen puerto. ¡Así es la libertad!

 

Fernando de Haro

Páginas Digital, 11 de abril de 2007

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