LE JOUR SE LÈVE (*). Totalitarismos
Compré este libro hace un año, pocas semanas después de su aparición, y fue una desilusión. Me pareció mucho menos interesante que El libro negro del comunismo, también dirigido, como se dice de las orquestas, por Stéphane Courtois; ambas obras comparten, además, algunos autores.
Más que una desilusión, lo mío fue un cabreo. Y es que muchos de los capítulos de Le jour se lève. L'héritage du totalitarisme en Europe, 1993-2005 (Amanece. El legado del totalitarismo en Europa, 1993-2005) están escritos en un tono académico, universitario, frío, cuando de lo que se habla es de millones de muertos, de sociedades y culturas destrozadas, de la libertad fusilada por doquier, y las especulaciones sobre si se puede hablar de "sociedad civil" en los países totalitarios comunistas, pongamos, me produjeron erisipela.
Son manías mías, desde luego, porque es lógico que los catedráticos se expresen como profesores y consideren indigno de su magisterio expresarse con pasión. Pero esa frialdad "científica" a la hora de analizar tantos dramas humanos me puso los pelos de punta, así que arrinconé el libro sin haberlo leído del todo.
Habiéndome calmado (en parte), lo saqué de su estantería para terminarlo y comentarlo, porque, pese a su tono frío, tiene cierto interés y muchos errores.
El peor de éstos es el de considerar, como hacen varios de los autores, la persistencia de una extrema derecha con ambiciones y nostalgias totalitarias algo tan grave, o peor, que las nostalgias y ambiciones totalitarias de la extrema izquierda. Esto es radicalmente falso y participa de la demagogia de izquierdas, que parte del apriorismo de que, de todas formas y haga lo que haga, la derecha siempre es mala y la extrema derecha es aún peor, mientras que la izquierda es siempre buena y sus extravíos totalitarios, meras ramas podridas de la vieja encina noble y humanista.
Cuando, por ejemplo, Uwe Backes, director adjunto del Instituto Hannah Arendt de Dresde, considera que el torpe atentado contra el presidente Chirac perpetrado el 14 de julio de 2002 "demuestra que la violencia de extrema derecha también existe en Francia", sería para morirse de risa... si no se entendiera la estafa: inventar una peligrosidad de la extrema derecha para justificar la violencia creciente de la extrema izquierda.
El autor de ese "atentado", Maxime Brunerie, es un caso típico de desequilibrado –han sido muchos a lo largo de la historia– que se considera injustamente ninguneado por la sociedad y que para demostrar que no es un cero a la izquierda pretende asesinar al Número Uno del país, para así alcanzar también la categoría de Número Uno, si bien en negativo. Cualquier freudiano de barra podría explicar ese fenómeno en términos científicos, pero eso no quita que sea vergonzoso que en un libro con tantas ambiciones académicas se eche mano de ejemplos de cenicero.
Hay en estas páginas otros ejemplos, igual de absurdos pero más corrientes, que consisten en exagerar la peligrosidad "totalitaria" de partidos de derecha populista como el Frente Nacional francés, partido que respeta las reglas de la democracia parlamentaria desde hace años; incluso se llega a considerar fascista a uno de los políticos más inteligentes de Italia, Giancarlo Fini, lo cual es perfectamente... fascista.
Como escribió Elio Vittorini, ex comunista y resistente, también hay un "fascismo rojo". Todas estas argucias de hechicero para asustarnos con la supuesta peligrosidad de un "totalitarismo" de derechas son ridículas. No existe en Europa el menor peligro de extrema derecha que no proceda de la "extrema izquierda".
De lo que también peca este libro, desde luego muy crítico con los totalitarismos, digamos, históricos (aunque incluso en este punto se leen frases extravagantes, como ésta de la página 387: "El proyecto nazi nada tiene que ver con el comunista". Pero ¿y los resultados?), es su ceguera para con el fenómeno de unión y fusión que se produjo poco después de la "caída del Muro" entre los fascismos rojo, pardo y verde.
Se trata, sí, de un fenómeno relativamente nuevo (y es que ya hubo coincidencias entre los totalitarismos históricos), pero hoy, en Rusia, en la antigua RDA y hasta en Europa Occidental, son cada vez más frecuentes las banderas y retratos que exhiben juntos a Hitler y a Stalin. Otro ejemplo evidente, pero siempre negado por los poderes fácticos, lo encontramos en el resurgimiento virulento del antisemitismo, antaño de extrema derecha y hoy esencialmente de extrema izquierda, con la coartada de la solidaridad con los terroristas palestinos y, más generalmente, con los países "pobres" pero multimillonarios del llamado "mundo arabo-musulmán".
Por otro lado, me parecen extrañamente ausentes de esta obra el antiparlamentarismo, el anticapitalismo y su vertiente "heideggeriana" ecológica, la fobia al progreso técnico, industrial y científico. Y sin embargo son "valores" comunes a la izquierda y la derecha extremas.
Le jour se lève termina con dos adendas; una de ellas es de Antonio Elorza sobre ETA, que repite sus sabihondas memeces profusamente publicadas en El País y sus enrevesados análisis sobre si ETA es totalitaria, si bien la respuesta es mucho más sencilla: ETA tiene mucho poder en las provincias vascongadas pero no tiene el Poder, por lo que no puede ejercer totalmente su... totalitarismo. Y termina con un artículo de Antoine Basbous, cuyo título podría traducirse por "La radicalización del mundo islámico: ¿hacia un nuevo totalitarismo?", donde se dice, contra lo que sostiene Elorza, que el islamismo es el "tercer totalitarismo".
Es el de Basbous un texto interesante, porque nos explica las diferentes versiones y tendencias del islam, así como sus raíces históricas, lo cual es de gran utilidad, teniendo en cuenta la confusión imperante.
También es cierto que el mundo islámico es un rompecabezas, porque aunque, como es sabido, los sunnitas son mayoritarios, salvo en Irán e Irak, los talibanes afganos, que son sunnitas, son de hecho compañeros de armas de los chiitas del Hezbolá, y si en Irak chiitas y sunnitas andan matándose unos a otros es, esencialmente, debido a la diabólica habilidad de Al Qaeda, que busca crear un caos antiyanqui, más que a la histórica rivalidad, a menudo sangrienta, entre ambas ramas del islam.
La política, o el fanatismo político-religioso, desempeña cada vez más abiertamente su papel terrorista contra Occidente, sobre todo contra Israel y los USA, desplazando la guerra por "el verdadero islam" a un segundo plano.
Basbous nos recuerda que Arabia Saudí, debido tanto al privilegio que le otorga ser la "tierra santa" de los musulmanes como a su gigantesco poderío en el mercado energético, fue durante decenios la meca (nunca mejor dicho) religiosa, política y económica del Islam; hasta la revolución del ayatolá Jomeini, que tuvo un impacto político-religioso descomunal en todo el mundo islámico. Desde entonces las cosas son aún más complicadas que en tiempos de la Guerra Fría, y los radicales sunnitas y chiitas unas veces colaboran y otras se matan entre sí.
Nuestro autor critica certera y despiadadamente a la sociedad saudí; especialmente, la monstruosa situación de sumisión de las mujeres. Daré, por ahora, un solo ejemplo: en marzo de 2002, en un colegio de niñas de La Meca, se declaró una noche un incendio; murieron 15 chicas, y otras 50 resultaron gravemente heridas, porque la policía religiosa, la Mutawa, impidió a los bomberos acceder al recinto, y a las niñas salir, porque éstas estaban en paños menores o camisón, y era preferible que murieran a que se mostraran así ante unos hombres...
(*) STÉPHANE COURTOIS (dir.): LE JOUR SE LÈVE: L'HÉRITAGE DU TOTALITARISME EN EUROPE, 1953-2005. Éditions du Rocher (Mónaco), 2006, 493 páginas.
Carlos Semprún Maura
Libertad Digital, suplemento Libros, 11 de mayo de 2007
0 comentarios