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Reseña en Razón Española de Víctimas del odio. El acoso de ETA a la falange durante los años de plomo, de Iván García Vázquez

Reseña en Razón Española de Víctimas del odio. El acoso de ETA a la falange durante los años de plomo, de Iván García Vázquez

La asociación Falange/violencia política suele circunscribirse, por los historiadores, casi exclusivamente a la sufrida a lo largo de la Segunda República española; período en el que nace esta formación y en el que se desenvuelve casi toda su vida política.

La trágica guerra civil subsiguiente, que acabó con el experimento republicano, también puso término a la organización Falange Española de las JONS, formalmente suprimida con el Decreto de Unificación de 19 de abril de 1937 en la pseudo-totalitaria estructura Falange Española Tradicionalista y de las JONS –posteriormente denominada Movimiento Nacional- en la que se encuadraron unos pocos miles de supervivientes de la falange anterior a la guerra, privados además de casi todos sus líderes, y desbordados por otros cientos de miles procedentes de los antiguos partidos derechistas, oportunistas de todo pelaje, fascistizantes frívolos y sin escrúpulos…

Casi cuatro décadas después, diversas organizaciones se reclamaban herederas de la originaria Falange, enzarzándose en estéril batalla en pos de los títulos de la legitimidad, la ortodoxia y las mismísimas siglas fundacionales. Una cuestión irresuelta, ¡todavía hoy!; no en vano, al menos tres pequeñas agrupaciones recogen en su denominación tal referencia.

Una de esas organizaciones, en cierta medida identificada con el Movimiento Nacional, se legalizaría bajo el histórico nombre de Falange Española de las JONS, manteniéndose hasta hoy día. Diferenciada de las otras “falanges” con el adjetivo de “histórica” o “raimundista”, de su franco-falangismo primigenio, y encabezada por Raimundo Fernández Cuesta, hasta la actual liderada por Norberto Pico Sanabria, han sido muchas las vicisitudes sufridas, así como los cambios tácticos experimentados incluso por lo que respecta a tan discutidas referencias tardofranquistas.

En esta situación de coexistencia de varias “falanges”, se desarrolló un triste y casi olvidado episodio: la persecución etarra/terrorista de los falangistas; y no decimos de “la Falange”, pues en puridad de conceptos, y aún reconociendo que la inmensa mayoría de esas víctimas militaban en la organización de Fernández Cuesta, ¿cómo reconocer como legítima a una de esas facciones, excluyendo a todas las demás, salvo recuperando y tomando partido en tan esotérica confrontación interna?

En un intento de salvar tan injusta desmemoria, fruto en gran medida de los prejuicios y complejos de la vida pública española, y en homenaje al sufrimiento de estos desconocidos “caídos” del falangismo actual, acaba de ser editado el libro Víctimas del silencio. El acoso de ETA a la Falange durante los Años de Plomo.

La adopción de un criterio delimitador de los sujetos del estudio se presenta como una cuestión delicada. ¿Únicamente falangistas con carnet de FE de las JONS?, ¿y los afiliados a las otras “falanges”?, ¿y los falangistas sin adscripción?, ¿y los simpatizantes que también lo eran de grupos no azules?, ¿y los franquistas no adscritos a grupo alguno que un día militaron en el Movimiento Nacional? ¿Dónde trazar la línea roja?

Como punto de partida, el joven autor asume como criterio metodológico fundamental la adscripción material y personal de las víctimas a la organización Falange Española de las JONS; por lo que deja fuera a posibles objetivos terroristas que militaron en otras, tales como Falange Española de las JONS (Auténtica), Partido Nacional Sindicalista - Círculos José Antonio, Falange Española (independiente), y otros grupos menores.

Pero, aunque el autor ha establecido como criterio formal el de “falangista con carnet de FE de las JONS”, también incluye algunas excepciones al mismo. Es el caso de la primera mujer policía asesinada por ETA, María José García Sánchez, hija de un militante de la organización y muerta en 1981 en Zaráuz.

Ya se deba a la aplicación de ese criterio formal, o a la no disposición de otras fuentes documentales y/o testimoniales de la época, echamos de menos en este libro la referencia a otras víctimas de filiación falangista, en una modalidad u otra, a las que el terrorismo arrebató la vida. Pensamos, por ejemplo, en el guardia civil Ángel Antonio Rivera Navarrón, asesinado en Guernica el 8 de octubre de 1977, vinculado al Círculo Cultural Hispánico, organización netamente falangista de la capital catalana, que así lo recogió en su boletín mensual Nº 18, correspondiente a diciembre de 1997.

Desde la perspectiva de un nivel de práctica terrorista de inferior perfil al referenciado, tampoco se recogen en el libro los diversos incidentes callejeros sufridos por militantes de FE de las JONS y otras organizaciones falangistas, con motivo de la instalación de puestos de propaganda en Bilbao, Pamplona, Vitoria…, agresiones individuales, ataques a equipos de propaganda, etc. Tales agresiones difícilmente pueden ser calificadas como atentados terroristas, salvo que trajéramos a colación el concepto y táctica –algo posterior en el tiempo- de “kale borroka”. Coadyuvantes, en todo caso a los atentados terroristas stricto sensu, tales acciones contribuyeron a la anulación de esos grupos azules; caracterizados por una notable precariedad de medios, pero adornados, eso sí, de las virtudes propias de la militancia falangista más clásica: la capacidad de sacrificio, el ejercicio de la obediencia, la voluntad de servicio, la fidelidad a los principios. Para su cómputo y narración sería imprescindible una investigación testimonial a cargo de sus protagonistas, muchos de ellos ya residentes fuera del País Vasco y Navarra, y alejados de tales organizaciones en su inmensa mayoría. Una labor compleja, ciertamente. Aunque escasamente documentados por los medios de comunicación de la época, fueron muchos los incidentes de esas características. Mencionaremos, a título de ejemplo, la agresión que sufrieron unos militantes de Falanges Juveniles de España y Falange Española (independiente) por los integrantes de una manifestación mientras voceaban periódicos falangistas en una céntrica calle de la ciudad, en Pamplona, según reseñaron al día siguiente la Hoja del lunes del 24 de marzo de 1980 y el martes Diario de Navarra, Deia, El pensamiento navarro, Egin y La Gaceta del Norte; tratamiento informativo que evidencia que el incidente alcanzó no poca relevancia en la capital foral.

La vida cotidiana resulto muy difícil en aquellos años para esas decenas de militantes falangistas, en general adolescentes y jóvenes, que mantuvieron erguida la bandera rojinegra en el País Vasco y Navarra. Inmersos en un clima asfixiante dominado por la izquierda abertzale, juzgados por el perverso y extendido “algo habrá hecho”, contemplados con indiferencia o temor por sus vecinos, se enfrentaron a unas dificultades inverosímiles para la inmensa mayoría de sus correligionarios, quienes podían vivir la militancia en unas circunstancias menos amargas. Marginados entre los propios perseguidos por el terrorismo y sus cómplices, en ocasiones con unos padres desconocedores de su militancia o aterrorizados por las temidas consecuencias que de ella podían derivarse, vivieron durante unos años vitales con una espada de Damocles pendiendo sobre sus existencias y condicionándolas: en sus estudios y trabajos, su espectro de relaciones sociales, sus afectos personales…

Ocasionalmente, militantes de otras regiones acudían a mítines celebrados en Bilbao y otras localidades… Pero finalizadas tan gloriosas jornadas, regresaban a sus lugares de origen, dejando huérfanos de apoyos a sus correligionarios vascos y navarros, con sus miedos, temores y... su soledad.

Por ello, a quienes vivieron en ese contexto, puede causar cierto asombro que el autor haya dedicado un capítulo a algunas de las implicaciones vividas por el que fuera jefe nacional, Diego Márquez Horrillo, en su calidad de presunto objeto terrorista. Ante el holocausto supremo de unos cuantos militantes falangistas, y el temor cotidiano de quienes sobrevivieron a gravísimos atentados terroristas o a una vida casi imposible, las peripecias narradas por el citado no superan la categoría de anécdota que casi nada aporta. Mejor servicio hubiera prestado explicando, por ejemplo, por qué se ha privado, desde su propia organización, de homenajes y honores a los camaradas caídos. Puede entenderse esa indiferencia desde trincheras ajenas; pero no desde la “Santa Hermandad de la Falange”. Tal vez explique tal incongruencia el prologuista del texto, al afirmar que “… duele, en fin, que la memoria de esos militantes y concejales falangistas haya pasado todos estos años relegada incluso por sus mismos camaradas, seguramente embebidos en esas guerras internas y esa avidez conspirativa que tantos les atraen”. Acaso, el ejemplo de los antiguos camaradas de Juan Ignacio González, de convicciones falangistas y secretario nacional del Frente de la Juventud que fue asesinado en Madrid el 12 de diciembre de 1980 en un atentado todavía no resuelto, en los homenajes a su memoria, señala un camino a seguir por los actuales falangistas.

En otro orden de cosas, causa asombro el empleo por el  autor, y en varias ocasiones, del término “ejecutar”, en lugar del más correcto “asesinar”, al referirse a atentados terroristas. El término “ejecutar” forma parte notoria de ese empleo perverso del lenguaje por los terroristas, sus cómplices y tantos medios de comunicación perezosos o complacientes durante décadas, como Diario 16, El País, Deia y Cambio 16.

Las reconstrucciones infográficas de los atentados, que ocupan cinco páginas, es de justicia calificarlas de magníficas.

No por todo ello deben sacarse conclusiones negativas: el libro, debe afirmarse con rotundidad, era necesario, pues afronta una cuestión “maldita”: la de los marginados entre los olvidados. Si era duro ser guardia civil o policía nacional en los “años de plomo”, no era mejor cosa ser acusado de “chivato” o “ultraderechista” por los terroristas y sus cómplices. Pero, en aras de la objetividad histórica y de un ejercicio razonable de memoria colectiva, se precisaría de un estudio más completo; acaso enmarcado en el concepto más amplio de violencia política, que engloba el de terrorismo.

Víctimas del silencio marca esa necesaria línea futura al partir del asesinato del falangista Ramiro Figueroa Ruiz en Valdemoro (Madrid), por un militante del Partido Comunista de España, el 9 de mayo de 1977; lo que a priori se excluiría de los límites formales del estudio. También refuerza esa línea con el tratamiento de diversos aspectos biográficos de las víctimas, la evolución de sus familiares, los homenajes que desde cualquier instancia recibieran años después, el tratamiento penal de los terroristas y los atentados contra locales falangistas; táctica de “tierra quemada” contra las presencias “españolas” que los terroristas entendieron incompatibles con su proyecto totalitario.

*García Vázquez, Iván: Víctimas del odio. El acoso de ETA a la falange durante los años de plomo, Gyphos, Valladolid, 168 págs.


Fernando José Vaquero Oroquieta

 

Razón Española, Nº. 180, julio-agosto 2013, págs. 113 a 117.

Malditos entre los olvidados

Malditos entre los olvidados

Falangistas víctimas del terrorismo etarra

La asociación Falange/violencia política suele circunscribirse, por los historiadores, casi exclusivamente a la sufrida a lo largo de la Segunda República española; período en el que nace esta formación y en el que se desenvuelve casi toda su vida política.

La trágica guerra civil subsiguiente, que acabó con el experimento republicano, también puso término a la organización Falange Española de las JONS, formalmente suprimida con el Decreto de Unificación de 19 de abril de 1937 en la pseudo-totalitaria estructura Falange Española Tradicionalista y de las JONS –posteriormente denominada Movimiento Nacional- en la que se encuadraron unos pocos miles de supervivientes de la falange anterior a la guerra, privados además de casi todos sus líderes, y desbordados por otros cientos de miles procedentes de los antiguos partidos derechistas, oportunistas de todo pelaje, fascistizantes frívolos y sin escrúpulos…

Casi cuatro décadas después, diversas organizaciones se reclamaban herederas de la originaria Falange, enzarzándose en estéril batalla en pos de los títulos de la legitimidad, la ortodoxia y las mismísimas siglas fundacionales. Una cuestión irresuelta, ¡todavía hoy!; no en vano, al menos tres pequeñas agrupaciones recogen en su denominación tal referencia.

Una de esas organizaciones, en cierta medida identificada con el Movimiento Nacional, se legalizaría bajo el histórico nombre de Falange Española de las JONS, manteniéndose hasta hoy día. Diferenciada de las otras “falanges” con el adjetivo de “histórica” o “raimundista”, de su franco-falangismo primigenio, y encabezada por Raimundo Fernández Cuesta, hasta la actual liderada por Norberto Pico Sanabria, han sido muchas las vicisitudes sufridas, así como los cambios tácticos experimentados incluso por lo que respecta a tan discutidas referencias tardofranquistas.

Puede afirmarse, con seguridad, que la más numerosa de esas organizaciones, que se reclamaban como legítimas y directas herederas de la original, fue –lo es hoy- la que ha detentado tal denominación a lo largo de este reciente periodo de la historia de España. No obstante, además del baile de militantes de unas a otras organizaciones más o menos afines –practicado con fruición en un sinfín de escisiones, expulsiones, abandonos, etc., tan característico en ese ambiente- contingentes no tan numerosos, como voluntariosos, militaron en las otras organizaciones azules.

En este confuso contexto, de coexistencia de varias “falanges”, se desarrolló un triste y casi olvidado episodio: la persecución etarra/terrorista de los falangistas; y no decimos de “la Falange”, pues en puridad de conceptos, y aún reconociendo que la inmensa mayoría de esas víctimas militaban en la organización de Fernández Cuesta, ¿cómo reconocer como legítima a ninguna de esas facciones, excluyendo a todas las demás, salvo recuperando y tomando partido en tan esotérica confrontación interna?

En un intento de salvar tan injusta desmemoria, fruto en gran medida de los prejuicios y complejos de la vida pública española, y en homenaje al sufrimiento de estos desconocidos “caídos” del falangismo actual, acaba de ser editado el libro Víctimas del silencio. El acoso de ETA a la Falange durante los Años de Plomo (Iván García Vázquez, prólogo de Miguel Argaya Roya, Glyphos Publicaciones, Valladolid, 2012, 168 páginas).

Ciertamente, la adopción de un criterio delimitador de los sujetos del estudio se presenta como una cuestión delicada en todo caso. ¿Únicamente falangistas con carnet de FE de las JONS?, ¿y los afiliados a las otras “falanges”?, ¿y los falangistas sin adscripción?, ¿y los simpatizantes que también lo eran de grupos no azules?, ¿y los franquistas no adscritos a grupo alguno que un día militaron en el Movimiento Nacional? ¿Dónde trazar la línea roja?

Como punto de partida, el joven autor asume como criterio metodológico fundamental, aunque no sea materia pacífica según veíamos, la adscripción material y personal de las víctimas a la organización Falange Española de las JONS; por lo que deja fuera a posibles objetivos terroristas que militaron en otras, tales como Falange Española de las JONS (Auténtica), Partido Nacional Sindicalista - Círculos José Antonio, Falange Española (independiente), y otros grupos menores.

Transcurridas varias décadas desde su asesinato, es muy difícil aproximarse a la subjetividad de aquellas personas, cuando –acaso- incluso sus más próximos ignoraban o desconocían los matices que pudieran haberlos incluido en una u otra categoría. Si la aplicación de un “falangistómetro” siempre ha sido cuestión problemática desde una perspectiva “interna”, en este contexto de muerte y extrema violencia contra los más elementales derechos humanos, se antoja artificiosa; no obstante, el autor tenía que establecer un criterio estructural para su trabajo, salvo que el intento careciera de rigor.

Pero, aunque el autor ha establecido como criterio formal el de “falangista con carnet de FE de las JONS”, también incluye algunas excepciones al mismo. Es el caso de la primera mujer policía asesinada por ETA, María José García Sánchez, hija de un militante de la organización. Acaso se justifique esta excepción como un intento, por parte del autor, de visibilizar el dolor y sufrimiento que el terrorismo generó entre personas de toda clase y condición, incluidos los falangistas; también golpeados cruel e imprevisiblemente.

Ya se deba a la aplicación de ese criterio formal, o a la no disposición de otras fuentes documentales y/o testimoniales de la época, echamos de menos en este libro la referencia a otras víctimas de filiación falangista, en una modalidad u otra, a las que el terrorismo arrebató la vida. Pensamos, por ejemplo, en el guardia civil Ángel Antonio Rivera Navarrón, asesinado en Guernica el 8 de octubre de 1977, vinculado al Círculo Cultural Hispánico, organización netamente falangista de la capital catalana, que así lo recogió en su boletín mensual Nº 18, correspondiente a diciembre de 1997 en reflexivo y contenido homenaje.

Desde la perspectiva de un nivel de práctica terrorista de inferior perfil al referenciado, tampoco se recogen en el libro los diversos incidentes callejeros sufridos por militantes de FE de las JONS y otras organizaciones falangistas, con motivo de la instalación de puestos de propaganda en Bilbao, Pamplona, Vitoria…, agresiones individuales, ataques a equipos de propaganda, tales como colocación de carteles y pegatinas, elaboración de pintadas y murales, etc. Tales agresiones difícilmente pueden ser calificadas como atentados terroristas, salvo que trajéramos a colación el concepto y táctica –algo posterior en el tiempo- de “kale borroka”. Coadyuvantes, en todo caso a los atentados terroristas stricto sensu, tales acciones contribuyeron a la anulación de esos grupos azules; caracterizados por una notable precariedad de medios, pero adornados, eso sí, de las virtudes propias de la militancia falangista más clásica: la capacidad de sacrificio, el ejercicio de la obediencia, la voluntad de servicio, la fidelidad a los principios. Para su cómputo y narración sería imprescindible una investigación testimonial a cargo de sus protagonistas, muchos de ellos ya residentes fuera del País Vasco y Navarra, y alejados de tales organizaciones en su inmensa mayoría. Una labor compleja, ciertamente. Aunque escasamente documentados por los medios de comunicación de la época, fueron muchos los incidentes de esas características. Mencionaremos, a título de ejemplo, la agresión que sufrieron unos militantes de Falanges Juveniles de España y Falange Española (independiente) por los integrantes de una manifestación mientras voceaban periódicos falangistas en una céntrica calle de la ciudad, en Pamplona, según reseñó al día siguiente la Hoja del lunes del 24 de marzo de 1980 y el martes Diario de Navarra, Deia, El pensamiento navarro, Egin y La Gaceta del Norte; tratamiento informativo que evidencia que el incidente alcanzó no poca relevancia en la capital foral.

La vida cotidiana resulto muy difícil en aquellos años para esas decenas de militantes falangistas, en general adolescentes y jóvenes, que mantuvieron erguida la bandera rojinegra en el País Vasco y Navarra. Inmersos en un clima asfixiante dominado por la izquierda abertzale, juzgados por el perverso y extendido “algo habrá hecho”, contemplados con indiferencia o temor por sus vecinos, se enfrentaron a unas dificultades inverosímiles para la inmensa mayoría de sus correligionarios, quienes podían vivir la militancia en unas circunstancias menos amargas. Marginados entre los propios perseguidos por el terrorismo y sus cómplices, en ocasiones con unos padres desconocedores de su militancia o aterrorizados por las temidas consecuencias que de ella podían derivarse, vivieron durante unos años vitales con una espada de Damocles pendiendo sobre sus existencias y condicionándolas: en sus estudios y trabajos, su espectro de relaciones sociales, sus afectos personales…

Ocasionalmente, militantes de otras regiones acudían a mítines celebrados en Bilbao y otras localidades¸ en actitudes no pocas veces tan provocadoras como excéntricas... Pero finalizadas tan gloriosas jornadas, regresaban a sus lugares de origen, dejando huérfanos de apoyos a sus correligionarios vascos y navarros, con sus miedos, temores y... su soledad.

Por ello, a quienes vivieron en ese contexto, puede causar cierto asombro que el autor haya dedicado un capítulo a algunas de las implicaciones vividas por el que fuera Jefe Nacional, Diego Márquez Horrillo, en su calidad de presunto objeto terrorista. Ante el drama del holocausto supremo de unos cuantos militantes falangistas, y el temor cotidiano de quienes sobrevivieron a gravísimos atentados terroristas o a una vida casi imposible por un cierto tiempo, las peripecias narradas por el citado no superan la categoría de anécdota que casi nada aporta. Mejor servicio hubiera prestado explicando, por ejemplo, por qué se ha privado, desde su propia organización, de homenajes y honores a los camaradas caídos. Puede entenderse esa indiferencia desde trincheras ajenas; no es comprensible desde la “Santa Hermandad de la Falange”. Tal vez explique tal incongruencia el prologuista del texto, al afirmar que “… duele, en fin, que la memoria de esos militantes y concejales falangistas haya pasado todos estos años relegada incluso por sus mismos camaradas, seguramente embebidos en esas guerras internas y esa avidez conspirativa que tantos les atraen” (página 9). Acaso, el ejemplo de los antiguos camaradas de Juan Ignacio González -persona de convicciones falangistas, secretario nacional del Frente de la Juventud asesinado en Madrid el 12 de diciembre de 1980 en un atentado todavía no resuelto- en sus servicios de homenaje a su memoria, pudiera señalar un buen ejemplo a seguir por los actuales falangistas.

En otro orden de cosas, causa asombro el empleo por el  autor, y en varias ocasiones, del término “ejecutar”, en lugar del más correcto “asesinar”, al referirse a atentados terroristas que causaron la muerte de sus víctimas. El término “ejecutar” forma parte notoria de ese empleo perverso del lenguaje del que han hecho gala los terroristas, sus cómplices y tantos medios de comunicación perezosos o complacientes durante décadas: en lugar de hablar de un asesinato se referían al mismo calificándolo de “ejecución”. Así, la valoración moral implícita al concepto “asesinato” no sólo se anulaba mediante el empleo del término “ejecución”, sino que a sus autores se les arrogaban funciones semiestatales, elevándolos de categoría, tanto en la naturaleza de la acción, como de la moral. Esta táctica, otra más desplegada desde las multiformes factorías del terrorismo, ha sido progresivamente denunciada desde el entorno de las asociaciones de víctimas del terrorismo, así como por parte de algunos intelectuales, prematura o tardíamente incorporados a tan estimable misión, en un debate que profundiza en las raíces morales del terrorismo y de la propia sociedad que lo sufre.

Respecto a la parte gráfica del libro, debemos calificarla de irregular. Sin duda el autor ha realizado un notable esfuerzo. Pero algunas fotografías, que resultan de gran interés, apenas presentan un tamaño de 2’7 x 4’2 cm., lo que dificulta su visualización. Las fotografías actuales de los lugares donde algunos comandos de ETA se escondieron en Madrid, en un tiempo determinado, mantienen un interés muy secundario; mayor atractivo presentaría, por ejemplo, de tratarse de los lugares donde se consumaron los atentados, o donde reposan los restos de los caídos, en su caso. De las reconstrucciones infográficas de los atentados, que ocupan cinco páginas, es de justicia calificarlas de magníficas.

No por todo ello deben sacarse conclusiones negativas: el libro, debe afirmarse con rotundidad, era necesario, pues afronta una cuestión “maldita”: la de los marginados entre los olvidados. Si era duro ser guardia civil o policía nacional en los “años de plomo”, no era mejor cosa ser acusado de “chivato” o “ultraderechista” por los terroristas y sus cómplices. Por ello es un libro valiente y bien orientado en general, tanto en su metodología, como en el tratamiento de la información recogida. Pero, en aras de la objetividad histórica y de un ejercicio razonable de memoria colectiva, se precisaría de un estudio más completo; acaso enmarcado en el concepto más amplio de violencia política, que engloba el de terrorismo.

En ese sentido, el propio libro marca esa necesaria línea futura, al partir del asesinato del falangista Ramiro Figueroa Ruiz en Valdemoro, por un militante del Partido Comunista de España, el 9 de mayo de 1977; lo que a priori se excluiría desde los límites formales del estudio. Y también refuerza esa línea con el tratamiento de diversos aspectos biográficos de las víctimas, la evolución de sus familiares directos, homenajes que desde cualquier instancia recibieran años después, el tratamiento penal de los terroristas…

Esa voluntad de afrontar la cuestión en su globalidad, si bien no consumada en su actual expresión, se evidencia de nuevo al investigar el capítulo de los atentados contra locales falangistas; táctica de “tierra quemada” desatada contra falangistas y otras presencias “españolas” que los terroristas entendieron incompatibles con su proyecto totalitario. Si bien trata especialmente el caso del atentado con explosivos contra el local falangista de Santoña (Cantabria) el 7 de marzo de 2006, se remonta en su estudio al asalto que sufriera la modesta sede de Falange Española (independiente) de Pamplona en 1978. Asimilable en su materialidad a lo que hoy conocemos como fenómeno de las bajeras juveniles, estuvo ubicada durante casi cuatro años en el bajo de un edificio ya desaparecido de la calle Río Cidacos del barrio de La Milagrosa; circunstancia que, aunque conocida por no pocas personas, se mantenía en una extrema discreción que lindaba en la clandestinidad impuesta por esa realidad hostil a la que antes nos hemos aproximado.

Víctimas del silencio. El acoso de ETA a la Falange durante los Años de Plomo, establece, pues, los vectores imprescindibles de una investigación más amplia que precisa el sano e imprescindible ejercicio de memoria histórica falangista y, por ende, pese a quien pese, española.

 

Fernando José Vaquero Oroquieta

http://www.hispaniainfo.es/web/2012/11/29/malditos-entre-los-olvidados-falangistas-victimas-del-terrorismo-etarra/

 

Disculpando a ETA

Disculpando a ETA

Por Edurne Uriarte

                Empecemos por el terrorismo. Empecemos por ETA. Empecemos por España en este recorrido sobre las entrañas del progresismo y las cavernas de la izquierda. Y es que la expresión más clara, y la más grave, de las tentaciones radicales y antiliberales de la izquierda está en el terrorismo. En la comprensión del terrorismo. Siempre que el terrorismo sea de izquierdas, antiimperialista o nacionalista o, en nuestro caso, antifranquista.

Dado que casi todo el terrorismo de cierta relevancia de la actualidad está encuadrado dentro de esos adjetivos ideológicos, nos encontramos con el hecho de que el rasgo más inquietante del progresismo es precisamente su coqueteo con el terrorismo, con los diversos terrorismos.

En la izquierda radical, la cercana a ETA en el caso español, la justificación del terrorismo es directa. La expresaba uno de sus intelectuales más importantes, el dramaturgo Alfonso Sastre, en 2008:

Una parte de la opresión de España sobre el País Vasco ha desaparecido tras 30 años de democracia, pero otra no. La violencia siempre es indeseable. Ahora bien, para obtener la paz hay que llegar a un acuerdo con esa violencia existente de ETA. Solo con la actuación de la policía no se acabará con la violencia etarra y eso parece indudable. Por tanto es necesario negociar con ETA, y, sin negociación, no habrá paz.

Por supuesto, el coqueteo de la izquierda moderada con el terrorismo no se hace en forma de abierta justificación de ese terrorismo, ni siquiera en forma de simple justificación. Pues la izquierda democrática condena el terrorismo en cualquiera de sus formas. "Que quede claro que yo condeno con claridad a este grupo terrorista...", el discurso progresista empieza habitualmente así, pero inmediatamente surge el inevitable pero, "pero... debemos resolver un conflicto pues hay que ir a las raíces del problema, a las causas". Algunos ni siquiera se toman la molestia de establecer la introducción de la condena. Simplemente, van directos a las causas. Como el escritor Bernardo Atxaga, insigne representante de ese nutridísimo grupo de intelectuales vascos que jamás se ha movilizado contra ETA y, sin embargo, o, mejor dicho, por eso mismo, ha recibido todo tipo de parabienes de las instituciones vascas.

Lo de Atxaga ocurría en la última negociación del Gobierno socialista con ETA, allí donde la poco edificante relación de la izquierda con el terrorismo se puso de nuevo en evidencia. Atxaga, siempre ausente en los largos años de movilización contra ETA, consideró necesario, sin embargo, salir a la palestra en abril de 2006 para ¿condenar a ETA?, ¿celebrar el posible triunfo de la democracia?, ¿recordar a las víctimas? Pues no, lo hizo para recordar el franquismo, es decir, lo que consideraba la causa del terrorismo etarra:

Euskadi era el pájaro, y la dictadura del general Franco era la jaula. El pájaro quería ser libre, volar. Pero nadie iba a abrirle la jaula, tenía que rebelarse, perder el miedo y luchar.

Y por si no lo habíamos entendido bien, insistía el autor en las causas, las dos causas que dieron lugar a ETA, los movimientos de liberación nacional y la revolución cubana de los sesenta y lo que denominó la "especificidad de la represión franquista en el País Vasco". Y esta "canción", título de Atxaga para la defensa de las causas de ETA, ha durado cuarenta años incluso tuvo "una subida de volumen durante el Gobierno Aznar", en la época que siguió al cierre del periódico Egunkaria, concluía el autor, con la poco sutil conexión entre el franquismo y el cierre de Egunkaria durante el Gobierno Aznar. ¿Y el periodo democrático, el de casi todos los crímenes de ETA? Carece de relevancia, pues las causas, como se ve con Egunkaria, siguen ahí, nos explicaba Atxaga.

Es aparentemente algo más sutil la vía habitual de la izquierda para colocar la teoría del conflicto, la consistente en poner sobre la mesa la existencia de un sector social que apoya el terrorismo y que los demócratas estaríamos obligados a integrar. Como es bien sabido, la izquierda aplica esta teoría a todos aquellos casos de criminales en la órbita de la izquierda y el mismo argumento vale para ETA, para las FARC o para los fundamentalistas islámicos. Hay que integrarlos. Y, por supuesto, eso se hace negociando con ellos. Pues si no les damos nada, seguirán instalados en el extremismo. Operación que, dicho sea de paso, no desagrada a la izquierda, pues eso que hay que darles forma parte, casualmente, del espectro ideológico de la izquierda.

Durante la pasada negociación, el politólogo y articulista Ignacio Sánchez-Cuenca fue probablemente el representante intelectual más significado de esa teoría, precedido por su más conocida incursión en el análisis del terrorismo, un libro en el que nos explicaba que la mejor manera de acabar con el terrorismo era negociar con él. Por si no habíamos caído todavía en tan brillante a la par que sencilla solución. Dado que su consejo no había sido tenido en cuenta por los Gobiernos de Aznar y, por lo tanto, el terrorismo de ETA persistía, volvió a la carga en la negociación de Zapatero, esta vez, eso sí, con el apoyo total del presidente, fiel seguidor de sus consejos.

Sánchez-Cuenca nos lo resumió en julio de 2006: "Para conseguir el fin del terrorismo, es necesario hablar no solo con ETA, también con Batasuna". ¿La razón de tan relevante descubrimiento? Muy sencilla de entender, proseguía el autor:

Si queremos que ETA no vuelva a matar nunca más, hay que conseguir que su base social, los seguidores de Batasuna, se integren en el sistema democrático. En los términos utilizados por Zapatero, se requiere un gran pacto de convivencia en el País Vasco que desactive el tinglado montado en torno al terrorismo. Dicho pacto requiere algunas concesiones simbólicas y procedimentales, como las famosas mesas de diálogo, que sin duda serán piezas importantes en este acuerdo incluyente que cierre para siempre el conflicto creado por ETA.

Sobre esa base teórica había anunciado José Luis Rodríguez Zapatero a finales de junio de 2006 la apertura de un diálogo con ETA. Sin precio político, añadió, pero, eso sí, "con un pacto de convivencia política en el País Vasco". Pues, al parecer, los vascos no habían sabido convivir adecuadamente y de ahí que a los de ETA les diera por asesinar. El periodista de El País Luis R. Aizpeolea, depositario periodístico privilegiado de las informaciones procedentes de La Moncloa en esta y otras cuestiones durante los dos Gobiernos socialistas, había contado el plan de negociación con ETA del Gobierno unos días antes sin tantos cuidados lingüísticos para disfrazar la negociación. Lo llamó "hoja de ruta para el proceso de paz" y la dividió en seis pasos: 1) el presidente anuncia al líder de la oposición su comparecencia en el Congreso para iniciar el diálogo con ETA, 2) el presidente comparece en el Congreso y anuncia el inicio de conversaciones con los terroristas, 3) se inician las conversaciones con ETA, 4) se entrevistan el PSE y Batasuna, 5) se legaliza Batasuna y 6) se inicia la mesa de partidos.

Los socialistas vascos estaban plenamente de acuerdo con la negociación. Y lo dejaron claro en un documento hecho público en febrero de 2006 y redactado por Jesús Eguiguren en el que definieron el problema "político" que se debía resolver con la negociación:

Ha existido en Euskadi un problema de normalización política, derivado de un consenso insuficiente en torno al marco jurídico-político y a las reglas de juego que hay que respetar (...) De ahí que nos enfrentemos a dos procesos que deben ser encauzados mediante un orden de prioridades: cese de la violencia, en primer lugar, como paso previo al diálogo entre fuerzas políticas para resolver, sin interferencias del terrorismo, los problemas políticos.

Y por si los ejes de la negociación entre la izquierda española y ETA no hubieran quedado claros, la propia ETA los ratificó en entrevista concedida a Gara, su diario de referencia, en mayo de 2006. Lo esencial, afirmaron los terroristas, es superar el conflicto, es decir, lo que Zapatero llamaba "acuerdo para la convivencia política en el País Vasco":

Para nosotros, la clave principal y la base imprescindible se encuentra en el proceso democrático que debe desarrollarse en Euskal Herria, y ahí hay que lograr el acuerdo principal para superar el conflicto, es decir, entre los agentes vascos (...) La esencia de la negociación entre ETA y los Estados proviene de este punto de partida.

En palabras de José Luis Rodríguez Zapatero, "primero la paz y luego la política", es decir, que "el Partido Socialista está dispuesto a dialogar, pero a través de los cauces institucionales. Además, como es evidente, de las cuestiones políticas solo hablarán las fuerzas políticas. El diálogo con ETA no incluirá ninguna cuestión política". Entusiasmado por su negociación, el presidente se adelantaba al tiempo y ya daba por legalizado al brazo político de ETA, a Batasuna, incluso lo separaba de ETA para así poder afirmar que el diálogo no se haría con ETA. La misma anticipación del futuro le llevó en esa entrevista a concluir, tras la comparación de las fotografías de la dirigente de Batasuna, Jone Goirizelaia y la dirigente del PSE, Gema Zabaleta, por un lado, y la dirigente del PP Pilar Elías y la eurodiputada socialista Rosa Díez, por otro, que "una foto [la de Goirizelaia y Zabaleta] se adelantaba a su tiempo y que quizás la otra [la de Elías y Díez] era una foto un poco retrasada en relación a su tiempo" .

Queremos la paz

No solo tenemos que resolver el conflicto, dice la izquierda cuando de terrorismo de izquierdas se trata. Además, debemos lograr la paz. La paz es el complemento imprescindible del conflicto, pues lo que viene tras la negociación con los terroristas de izquierdas es la paz. No la negociación política, la discusión con los terroristas sobre unos objetivos bastante menos presentables para los ciudadanos, sino algo con mucha mejor imagen popular como es la paz. Así lo anunció el diario cercano al Gobierno, El País, en junio de 2006: "El Gobierno y ETA iniciarán de inmediato las conversaciones de paz". El contenido de las conversaciones entre Gobierno y terroristas, según este periódico, no eran los acuerdos políticos con ETA, sino que se limitaban a la paz. ¿De qué hablarán ETA y el Gobierno? Del concepto de paz, exclusivamente, ¡cómo nos gusta la paz!, ¡viva la paz!, en esos términos conversarían, ahora un etarra, ahora un representante del Gobierno. El periódico referencia del progresismo español podía haberlas llamado "conversaciones de violencia", pues se iban a entablar con unos asesinos que exigían algunas concesiones a cambio del fin de los crímenes, pero, como es habitual en el universo conceptual del progresismo, a lo que ellos acuerdan con los criminales siempre se le llama paz.

Y ¿quién es el malnacido que no quiere la paz? Entre violencia y paz, entre guerra y paz, ¿por cuál apuesta usted? Trampa progresista habitual y siempre muy eficaz. Y la disyuntiva sirve tanto para las guerras como para los terrorismos. La izquierda, prescribe el universo progresista, apuesta por la paz y la derecha lo hace por la violencia y la guerra, máxima que los progresistas repitieron machaconamente cada día de su negociación con los criminales etarras.

La derecha, proclamaba José Luis Rodríguez Zapatero en septiembre de 2006, en pleno proceso de paz con los criminales, no distingue entre guerra y paz:

Han pasado más de dos años y hay una derecha que no ha cambiado nada desde su derrota electoral y sigue sin distinguir procesos elementales, como son su proyecto y la España real. No distinguen. Lo vemos ante la decisión de enviar tropas al Líbano para garantizar la paz. No saben si decir sí o decir no porque la derecha no distingue entre la guerra y la paz... Ese es su problema.

Los intelectuales, siempre menos cuidadosos con la corrección política que los políticos, explicaron su proceso de paz con los terroristas. La paz es una buena noticia, escribía Francisco Bustelo en El País, "¿por qué, entonces, tantas reticencias de algunos". ¿Por qué molestarse por esa paz en la que los progresistas se habían puesto de acuerdo con los criminales? Y nos explicaba la paz del progresismo español, corolario de la contienda entre el Estado español y el nacionalismo vasco radical:

Mediante la rendición de una parte o bien con un armisticio, toda guerra, por larga que sea, tiene un final. Hasta la llamada Guerra de los Cien Años lo tuvo. Ganen unos, ganen otros, la paz siempre es bienvenida, pues los conflictos violentos, incluso cuando luchan buenos contra malos, acarrean muertes, sufrimiento, dolor. En la contienda, vieja de 30 años, entre el Estado español y el nacionalismo vasco radical, ambas partes han declarado su disposición a firmar la paz. Una buena noticia, diríase. ¿Por qué, entonces, tantas reticencia de algunos?

(...)

De vuelta a la fase final de la negociación con ETA, en 2011, los intelectuales de la izquierda insistieron en la paz, entre ETA y la otra parte, y en el recordatorio del origen de todo esto en el universo progresista, el franquismo, claro está. Manuel Rivas escribía en febrero de 2011 sobre la "paz vasca" y nos evocaba un idílico País Vasco que no éramos capaces de ver, concentrados como estábamos en la violencia y el miedo. Animado el escritor por el surgimiento de Sortu, la nueva esperanza de la izquierda, pero firme en su recordatorio del gran mal, el franquismo, "el otro lado del terrorismo etarra", nos daba una perfecta descripción de las dos partes del conflicto según el progresismo:

Condenar la muerte, el crimen como arma política, eso es de verdad nacer. Muchos que lo entienden de forma meridiana respecto de los crímenes de ETA no se muestran, sin embargo, tan esclarecidos cuando se trata del holocausto español causado por una dictadura fascista e impune.

[...]

Vivir del terrorismo

Las negociaciones con los terroristas tienen habitualmente dos opositores centrales: aquella parte de la población que se ha resistido al terrorismo y las víctimas. Las segundas, las víctimas, son, en una buena parte de los casos, miembros de la resistencia al terrorismo y, precisamente por serlo, acaban siendo objetivos de los terroristas. Por lo que ambos grupos, resistencia al terrorismo y víctimas, están mezclados y coinciden en sus planteamientos y en su oposición a la negociación con los terroristas.

Dos tipos de razones llevan a la resistencia al terrorismo a rechazar frontalmente la negociación con los grupos terroristas. Las razones morales, en primer lugar, las mismas que han sustentado su lucha antiterrorista. No es éticamente aceptable negociar con grupos totalitarios que asesinan para lograr sus fines. Por eso se movilizaron en la resistencia al terrorismo, por esas razones morales, por eso pusieron en riesgo sus vidas o, en el menor de los casos, pusieron en riesgo su integración en la comunidad. Pues, como ya ha sido ampliamente constatado por los propios perseguidos por el terrorismo, el terrorismo tiende a provocar actitudes de rechazo hacia aquellos que se resisten al terrorismo. Un estudio del Gabinete de Prospecciones Sociológicas del Gobierno Vasco lo ponía en evidencia en febrero de 2011. El estudio, realizado entre jóvenes de entre 15 y 29 años, constataba que a la pregunta sobre vecinos poco deseables (¿Te importaría tener de vecino a... ?), los jóvenes vascos ponían en el mismo nivel a los terroristas y a los perseguidos por los terroristas. A un 62% le importaría tener como vecinos a neonazis o miembros de grupos de extrema derecha, a un 55% le importaría que fueran miembros de ETA y a un 51% le importaría que fueran amenazados por ETA.

La segunda razón por la que los grupos de resistencia al terrorismo rechazan frontalmente el terrorismo está relacionada con las víctimas. Un Estado de Derecho debe castigar el delito y reparar a las víctimas, por lo que una negociación es inaceptable en cualquier caso, pues todas las negociaciones con grupos terroristas incluyen, obviamente, una de las reivindicaciones centrales de los terroristas, la referida a sus miembros condenados y encarcelados. Y todas las negociaciones con los terroristas conllevan beneficios para los terroristas encarcelados. O incumplimiento de parte de sus condenas. Injusticia, en definitiva.

(...)

Y hay dos formas perversas de descalificar e intentar deslegitimar y desactivar a ambos grupos opuestos a la negociación de los progresistas. Sugerir que el terrorismo se ha convertido para ellos en un negocio, en un modo de vida, que viven de ello, y afirmar que las víctimas del terrorismo no reúnen las condiciones de "imparcialidad" suficientes para juzgar lo que las instituciones democráticas deben o no deben hacer con los terroristas. Sobre lo primero, Felipe González tuvo su momento especial de vileza cuando, sobre Jaime Mayor Oreja, dijo aquello de que "Mayor Oreja tiene una especie de terror al vacío de que no haya ETA". Era febrero de 2011 y Sortu, la nueva marca del brazo político de ETA, hacía su presentación en sociedad para exigir ser legalizada. En ese momento, algunos partidarios del diálogo con los terroristas volvieron nuevamente a cuestionar a quienes se oponían a las nuevas formas de integración del terrorismo en las instituciones democráticas. Convirtiendo a los resistentes, más que a los terroristas, en el problema.

(...) Francisco J. Laporta, defensor de la negociación con los etarras, abogaba por impedir la opinión de las víctimas sobre la negociación "por razones de imparcialidad", pues, si a uno le ponen una bomba, a efectos democráticos, dice el universo progresista, "deja de ser imparcial". Según Laporta,

es hora ya, por tanto, de que tracemos líneas claras que definan el lugar de las víctimas en nuestro espacio político y nuestro sistema legal. Y que sigamos la vieja sabiduría que nos sugiere que deben quedar excluidas del proceso de toma de decisiones. Las víctimas, por definición, no deben participar ni en la política legislativa, ni en la política criminal ni en la política penitenciaria. Eso por razones elementales de imparcialidad. Tampoco en el proceso electoral. Eso por razones de decencia. Las víctimas son simplemente personas heridas por un daño cruel que se produjo, entre otras cosas, porque el Estado con su violencia institucional no estaba allí para evitarlo.

(...)

La historia de esta negociación ha acabado, hasta ahora, tal como quiso el progresismo, con el abrazo progresista de San Sebastián, el 17 de octubre de 2011. El abrazo progresista entre socialistas y comunistas, nacionalistas y el brazo político de ETA en lo que todos ellos habían llamado la "Conferencia para el final del terrorismo", que consistía en la escenificación pública de los acuerdos logrados a lo largo de los Gobiernos de Zapatero entre todos estos grupos. El abrazo público era la condición necesaria para que ETA emitiera poco después un comunicado de final del terrorismo que, hasta el momento de escribir estas líneas, sigue en el mismo punto de ese comunicado, es decir, con la organización terrorista aún activa, las armas en su mano, su brazo político en todas las instituciones, sus reivindicaciones en la calle y en las instituciones y con el progresismo en el liderazgo de la búsqueda de concesiones a los terroristas, comenzando por todo tipo de beneficios o alivios penitenciarios, pasando por la legitimación del discurso terrorista del conflicto y las dos partes y acabando por... cualquier cosa es posible.

 

 

NOTA: Este texto está tomado de DESMONTANDO EL PROGRESISMO, el más reciente libro de EDURNE URIARTE, que acaba de publicar la editorial Gota a Gota. MARIO NOYA entrevistará a URIARTE este sábado en LD Libros (16,30-17,30 horas).

http://libros.libertaddigital.com/disculpando-a-eta-1276240217.html

Lilián Aguirre: "En los años de plomo de ETA leías los periódicos y parecía que las víctimas se lo habían buscado"

Lilián Aguirre: "En los años de plomo de ETA leías los periódicos y parecía que las víctimas se lo habían buscado"

"Sigo viendo a los políticos como a unos cínicos y sigo pensando que han utilizado cuando han querido a las víctimas"

Lilián Aguirre, jefa de sección de Televisión y Comunicación del diario La Razón, es autora de 'Profesión: luchar contra ETA' (Espasa, 2012), donde denuncia la falta de apoyo y comprensión que reciben los guardias civiles, policías y militares que persiguen el terrorismo tanto de los políticos como de la propia sociedad.

Tras publicar en 2008 'Heridas en la sombra', donde noveló sus vivencias como testigo cercano de la lucha contra ETA, en su condición de esposa de un guardia civil, elige en esta ocasión el género de la no ficción para dar cuenta de aquellos años de plomo y el trato "miserable" que brindó gran parte de la sociedad española a las víctimas y miembros de las Fuerzas de Seguridad del Estado.

‹  "No he tenido dudas [en publicarlo] porque ya mi primer libro fue una novela, pero era mi historia novelada y siempre dije, siempre hice público, que era mi propia historia. Entonces fue en aquel donde verdaderamente me destapé, me descubrí, lo hice sin ningún miedo y ahora esta vez tampoco, ya me da lo mismo. No me preocupan demasiadas cosas, todo lo contrario"  

"LA SOCIEDAD NO ESTABA CON NOSOTROS. NO ESTABA CON LAS VÍCTIMAS"

"Ocultaba dos cosas, y el silencio venía determinado por dos cosas fundamentales: un silencio era debido al miedo, evidentemente. Las posibles víctimas, la gente que estaba en la diana tenía miedo, sabía que le podía suceder en cualquier momento eso te hacía vivir en silencio para que cuanto menos pública fuera tu situación. Es decir, en mi caso cuanto menos público fuera que mi marido era guardia civil, que era antiterrorista, etcétera, menos gente lo sabría, por lo tanto menos papeletas tendríamos. Eso por un lado. Pero lo más duro, lo peor, fue el silencio que había que guardar de cara al resto de la sociedad, a los "buenos". (...) La sociedad no estaba con nosotros. No estaba con las víctima".

"No tiene explicación. (...) La gente que asesina son los malos, y los asesinados, las víctimas o los que están amenazados son los buenos, eso en cualquier película. (...)

"Yo lo explicaría diciendo que quizá en nuestra democracia fue un paso muy rápido (...) se intentó hacer sin traumas, entonces para no tener traumas visibles, había cosas que no se decían. Es decir, un guardia civil moría y su cadáver no se hacía público; su velatorio se hacía escondido, en silencio; su propio féretro salía hacia el cementerio -como yo digo- por la puerta de atrás. (...)

"Esto sucedía porque los gobiernos de entonces (...) querían sobretodo mantener la calma. Para mantener la calma había que mantener sobretodo la calma del Ejército. (...) Y para mantener la calma del Ejército había que reducir los ecos de las muertes que estaba causando ETA. Entonces al reducir los ecos, eso tenía inmediatamente una reacción en la sociedad. Lo veían menos".

"Los seres humanos somos muy cínicos (...) lo digo por los políticos y por el reflejo que tuvo en la sociedad".

"YO SOÑABA EN MUCHAS OCASIONES CON UN ENTIERRO, ERA EVIDENTEMENTE EL DE MI MARIDO. Y YO SIEMPRE SOÑABA QUE VENÍA UN POLÍTICO Y YO LO ECHABA DE ALLÍ"

"Yo sigo viendo a los políticos como a unos cínicos y sigo pensando que han utilizado cuando han querido a las víctimas. (...) La sociedad española se comportó muy muy mal [con las víctimas]".

‹   Las víctimas no se vieron nunca -durante muchos años- acompañadas por nadie. Ni por autoridades ni por la sociedad.   ›

"Y los miembros -de alguna manera- de ese grupo de posibles víctimas: los guardias civiles, los policías, militares, etc; (...) cuando alguien moría teníamos que escuchar cosas como: "Bueno, le va en el sueldo. Y además, ¡Vaya con la pensión que le queda a la viuda!". Esas cosas eran muy dolorosas en aquellos momentos en los que la muerte era lo que predominaba. Eso es incomprensible porque es no valorar una vida".

‹   "Ahora vemos nuestro paso a la democracia como un triunfo, como que no se llevó por delante a nada ni a nadie. No, la democracia española llegó también gracias a una serie de cosas, a una serie de fallos, entre ellos este. Un montón de gente, de víctimas, que aún a día de hoy están pidiendo que esta sociedad les reconozca algo".   ›

"LA SOCIEDAD LOS TRATABA COMO APESTADOS"

"Ellos tenían que vivir una vida un poco escondidos puesto que se tenían que infiltrar en ambientes en los que había mucho etarra, mucho abertzale, entonces tenían que vivir un poco también escondidos o con una especie de segunda vida. (...) Yo muchísimas veces no sabía donde estaba. (...) Los mandos, y sobretodo los políticos, nunca les ofrecieron tampoco un mínimo reconocimiento".

‹   Yo lo resumo de la siguiente manera: (...) es la policía peor pagada del Estado español.   ›

"La policía vasca, o la policía catalana ganan muchísimo más. Y la policía de ciudades como Madrid, los policías municipales. (...) Yo narro ahí como la Guardia Civil llevaba vehículos con dos o tres partes blindadas, las otras no".

"No podemos compararlo con la lucha antiterrorista actual, porque hablamos de un momento en el que no existe Internet, por ejemplo. Pero no se puso toda la carne en el asador. Se encuentra España con una situación muy nueva, el terrorismo es una guerra, es un enemigo muy difícil, por su sorpresa... y sobretodo porque hace lo que se llama "guerra de guerrillas", algo para lo que nadie estaba preparado en aquel momento".

"CON LAS 'COLETILLAS' EN LA PRENSA LO QUE DABAN A ENTENDER ES: 'SE LO HA BUSCADO'"

"Esas 'coletillas' no aportan nada y sobretodo pueden dar una idea completamente equivocada. Entonces, en periodismo no deberíamos consentir esas coletillas o esos añadidos. Si un ciudadano muere, nos importa bien poco si sus ideas eran de derechas o de izquierdas, si era blanco o negro, si era hombre o mujer. Es un ciudadano y es una vida. No debemos añadir nada más. Porque con eso lo que daban a entender es: 'Se lo ha buscado'."

"En muchos de los casos, el periodista contaba como fuentes con los medios abertzales. (...) Los periodistas hemos caído (...) quizá en exceso. Lo que se echa de menos es que se añadan esas coletillas, esas puntualizaciones, y sin embargo no haya un punto y seguido y la opinión de un familiar, o el estado de ánimo de un familiar o de un amigo o compañero".

"NO HABÍA ESPACIO PARA TANTO MUERTO"

‹   "Si había habido seis vidas que se habían perdido en un atentado, ese atentado era el que ocupaba las primeras páginas (...) Y si había un pobre hombre en una localidad por ahí pequeñita, que le habían dado un tiro en la nuca, que no era un político... pues no había espacio. Hay que reconocer que no había espacio para tanto muerto".   ›

"NUNCA HE LLEGADO A ENTENDER CÓMO SE PUEDE ESTAR TAN ENTERO ANTE DETERMINADAS COSAS"

"Yo nunca he llegado a entender cómo se puede estar tan entero ante determinadas cosas y en determinados momentos, ni he llegado a entender cómo no le ha salido e ser síndrome del norte -que yo creo que todo el mundo tiene-. El 'síndrome del norte' es una dolencia o una serie de síntomas con los que regresaban del norte a otros puntos de España desde el País Vasco muchos policías, guardias civiles y militares y que venían determinados por el estrés y el miedo que allí habían pasado. Son una serie de síntomas psicológicos fundamentalmente: sueños terribles, ansiedad, imposibilidad de concentración... ese tipo de cosas que ha llevado a la jubilación por enfermedad a gente muy joven".

"Yo no entiendo como mi marido y otros muchos compañeros no han presentado a día de hoy ningún síntoma parecido pero yo creo que la mayoría son personas a la que se ha elegido muy bien por su manera de ser, su carácter, su disciplina... y que creo que, la verdad, han sido bien preparados. (...) Tienen que estar hechos de una pasta especial porque es demasiado lo que aguantan".

‹   De vez en cuando hay que recordar, volver atrás. (...) No nos olvidemos de las víctimas porque no se lo merecen.   ›

Con la colaboración de Ana Albarrán.

http://www.periodistadigital.com/politica/justicia/2012/04/03/lilian-aguirre-sociedad-guardia-civil-policia-terrorismo-eta-politica-profesion-lucharcontraeta.shtml

 

María San Gil o la batalla contra ETA

María San Gil o la batalla contra ETA

Reseña del libro "En la mitad de mi vida", de María San Gil, Planeta 2011

 

A lo largo de 329 páginas, María San Gil hace un repaso a su trayectoria vital y política. No recurre a la enumeración de hechos descriptivos o anecdóticos sino que por el contrario, su obra supone un tratado de historia reciente del País Vasco y por extensión de España con un eje vertebrador: la dictadura de Eta a la que ella se opuso y se opone.

 

En efecto, si una lección debemos extraer de su lectura es que la batalla contra Eta, pese a lo que se nos diga, no está ganada aún. De este modo, San Gil huye del triunfalismo, tan habitual en algunos sectores de la clase política y mediática, decantándose por el realismo, aún siendo consciente de las críticas (muchas de ellas personales) que tal forma de pensar lleva consigo.

 

Referentes

 

Lo personal y lo político no pueden disociarse en ningún momento cuando de María San Gil hablamos. En efecto, en 1998 tuvo que exiliarse en Ezcaray (La Rioja) ya que se encontraba entre los objetivos de Eta. La fecha es muy significativa: 1998, momento en el cual el Partido Popular había dejado de ser una fuerza política marginal en el País Vasco para convertirse en una alternativa real de gobierno. Que así fuera se debió a la obra, como sinónimo de esfuerzo y tesón, de una de las personas a las que rinde tributo en su libro: Gregorio Ordóñez. Éste fue asesinado por la banda terrorista lo cual no evitó que su discurso y su apuesta velada por la libertad se impregnara en las nuevas generaciones de vascos.

 

Así habla San Gil de su mentor: “fue de los primeros políticos en señalar con el dedo al Gobierno del PNV como responsable de muchas situaciones que se vivían en el País Vasco.(…). Se rebeló contra el terror, se rebeló contra la dictadura de Eta, y lo hizo siendo un ciudadano normal, era uno de nosotros…Sólo que él tenía la valentía de decir lo que muchos callábamos” (pág. 97).

 

Libertad frente a terror

 

Si los 80 fueron “los años de plomo” y entre los objetivos de la banda terrorista se encontraban en primer término militares, policías y políticos de la UCD, una década más tarde, ese lugar lo ocuparon políticos de los partidos constitucionalistas en función de la estrategia de “socialización del terror”. Aún así, los verdaderos demócratas no se amedrentaron y sí miraron hacia delante pese al apartheid institucional, político y social al que fueron sometidos con el Pacto de Lizarra. Fueron momentos complicados en los que PP y PSE sumaron fuerzas no sólo argumentales sino políticas también, lo que se tradujo en la candidatura conjunta para las elecciones autonómicas de 2001.

 

Como describe San Gil: “por fin un colectivo importante, integrado por gente del PP, del PSOE y por gente sin afiliación política, acusaba a los nacionalistas de connivencia con el terrorismo, no por acción pero sí en muchos casos por omisión. Los dirigentes nacionalistas tenían una enorme responsabilidad en la continuidad de Eta a través de los años y en no tomar medidas para derrotarlos. Desde luego no sería a través de un pacto con ellos como Eta iba a dejar de matar o iba abandonar su proyecto totalitario” (pág. 174).

 

Demócratas vs oportunistas

 

En mayo de 2001 mucha gente pensó que “el cambio” era posible. Sin embargo, no fue así y lo que es más grave, a partir de ese instante, la situación se invirtió por la suma de un conjunto de factores concatenados de los que se hace eco la autora. Desde el victimismo con que el “nacionalismo moderado” encaró dichos comicios acusando al PP y al PSE de “frentismo”, a la reacción de un sector del socialismo vasco y estatal, caracterizado por sus complejos doctrinales e ideológicos y que de una manera oportunista renegó del pacto suscrito entre Jaime Mayor Oreja y Nicolás Redondo Terreros. Por su importancia y veracidad, citamos la siguiente explicación de la autora: “esas elecciones del año 2001 fueron la antesala de lo que ocurrió en el 2009 (…).Una vez visto el resultado electoral muchos politólogos achacaron la “no victoria” al hecho de que desde el resto de España se había prestado una atención desmedida a las elecciones, al hecho de que Jaime Mayor había dejado el Ministerio de Interior para ser candidato y eso, supuestamente, le restaba credibilidad. También se dijo que habíamos sido demasiado claros y directos en la confrontación con el PNV y el mundo nacionalista, que habíamos obligado a los ciudadanos a elegir entre nacionalistas y constitucionalistas, y que eso no había sido bien acogido. Es lo de siempre: una vez visto el resultado electoral, los “listos” se inventan un montón de argumentos que lo justifiquen, pero si el resultado hubiera sido otro todo aquello que nos restó votos habría sido lo que nos hubiera hecho sumar” (págs. 181-182).

 

A partir de mayo de 2001, el Partido Popular Vasco, a pesar de quedarse solo, mantuvo su apuesta por el “patriotismo constitucional”, como demostró el Congreso de 2002, coincidiendo con el cambio de “estrategia” del PSOE, simbolizada en la negociación con Eta.

 

María San Gil no reserva calificativos para describir la política “anti-terrorista” del gobierno zapateril, en unos años en los cuales se puso de moda en España un cordón sanitario contra el PP, abanderado por sectores de la clase política y de la clase “intelectual”. El Pacto del Tinell fue uno de sus frutos y “los socialistas cumplieron a rajatabla” (pág. 228).

 

La perversión conceptual

 

María San Gil combatió a los instintos asesinos de Eta y los planes separatistas del PNV: “me siento orgullosa de haber defendido contra viento y marea que a Eta hay que derrotarla sin paliativos y que el País Vasco sólo tiene sentido formando, como lo ha hecho históricamente, parte de España” (pág. 73). En ambas empresas estuvo más bien sola aunque los escasos apoyos los exalta (Jaime Mayor Oreja o José María Aznar).

 

En efecto, han sido muchos los estamentos de la sociedad vasca que han mirado para otro lado, empezando por el propio nacionalismo dirigente (que no brindó un verdadero apoyo a las víctimas) o la Iglesia (al respecto, son ilustrativos los encuentros de María San Gil con Setién). En este punto, ella subraya la enorme paradoja que se da en su comunidad autónoma: “los no nacionalistas, los que se supone que somos peores vascos, solamente porque no seguimos los postulados excluyentes y xenófobos propuestos por Sabino Arena, nosotros sí somos capaces de enormes sacrificios por esa patria vasca a la que se supone que no queremos” (pág. 171).

 

Por ello, en esta obra San Gil quiere homenajear a aquellos colectivos cívicos que han actuado en Euskadi en defensa de la libertad y que tuvieron que afrontar como hándicap de partida esa cobardía de un sector importante de la sociedad. “El País Vasco es una sociedad enferma y no es para menos de haber padecido cuarenta años de terror de Eta, y treinta años de nacionalismo obligatorio. Lo primero, los cuarenta años de terrorismo, nos ha convertido en una sociedad asustadiza, cobarde, temerosa, y profundamente marcada. Y los treinta años de nacionalismo casi obligatorio no nos han ayudado mucho a superar ese trance” (pág.61).

 

De ahí el consejo que da a sus hijos: “si cuando crezcáis Eta sigue existiendo (es tan insensata su existencia que me resulta impensable), me gustaría que no mirarais hacia otro lado, que no os encogierais de hombros como ha hecho una parte importante de la sociedad vasca, y espero que también que, en la medida de vuestras posibilidades, le plantéis cara al terrorismo y os rebeléis cívicamente contra él” (págs. 10-11).

 

También nos acerca un poco más a la diáspora vasca, la cual se ha producido tanto por motivos ideológicos como por la calidad de la enseñanza que ha priorizado el adoctrinamiento provocando que “un buen número de nuestros jóvenes, en general del ámbito no nacionalista, una vez acabado el colegio, quisieran evitar por todos los medios posibles las universidades públicas del País Vasco y que, una vez ya instalados en otras ciudades españolas, sobre todo Madrid, ni se plantearan volver a vivir a Euskadi” (pág. 170).

 

En defensa de las víctimas frente a los verdugos

 

María San Gil se muestra tal cual es. No emplea el libro para justificarse sino para explicar, contextualizar y precisar. Así hace con el concepto de “paz”, prefiriendo hablar de “libertad”. Pone a fin determinados tópicos que se han asociado a Eta como su supuesto carácter liberador frente a la dictadura de Franco. Arremete contra la tendencia del PNV a monopolizar lo vasco, de tal manera que sólo es vasco quien es nacionalista (generando un enfrentamiento con el que adopte la complementaria identidad vasca y española), sin olvidar el recurso nacionalista a emplear la palabra español como insulto (pág. 105).

 

Buen vasco vs mal vasco es una dualidad que forma parte del discurso del PNV: el buen vasco es el nacionalista pero también aquél que mira para otro lado cuando Eta mata, amenaza o extorsiona. María San Gil se rebela contra esta falsa división: “esto de ser mal vasco es algo que siempre me ha parecido el colmo del cinismo. Quienes nos hemos jugado la vida, quienes llevamos más de diez años viviendo con escolta, quienes hemos sacrificado años de nuestra vida por defender la libertad de todos, también la de los nacionalistas, por luchar contra el miedo, esos somos los malos por el simple motivo de no ser nacionalistas” (pág. 171).

 

En íntima relación con esta idea, es destacable otro punto que pone sobre el tapete como es la perversión conceptual que tiene lugar en el País Vasco y que se traduce en que un buen número de ocasiones los verdugos pasen a la categoría de víctimas y éstas a la de victimarios. Al respecto, era habitual la aparición de pintadas contra Gregorio Ordóñez en las que le acusaban de “español”, “carcelero” o el más clásico de “fascista”, incluso una vez asesinado: “la saña con la que insultaban después de muerto quizá se debía a que ahora él ya no les podía responder” (pág. 105).

 

Coherencia hasta el final

 

Finalmente, la autora explica los motivos de su salida de la vida política. De nuevo mostró la coherencia que ha caracterizado todo su devenir profesional y todo su desempeño político. San Gil no estaba de acuerdo en la línea que iba a seguir el PP, en lo que al País vasco se refiere, tras el Congreso de Valencia (2008), por lo que optó por renunciar. Y lo hizo siguiendo su modus operandi tradicional: exponiendo argumentos y no amparándose en la demagogia. Apartada de la vida política, sigue mostrando el mismo compromiso del que hizo gala durante sus años de batalla, convirtiéndose, más allá de ideologías políticas, en un referente para todos aquellos que nos definimos como amantes de la libertad.

GEES, por Alfredo Crespo Alcázar, 02 de Febrero de 2012

http://www.gees.org/articulos/maria_san_gil_o_la_batalla_contra_eta_9161

Irene Villa cree que las decisiones sobre los presos las deben tomar los políticos

Irene Villa cree que las decisiones sobre los presos las deben tomar los políticos

Presenta en Pamplona la reedición de su libro 'saber que se puede', donde relata sus vivencias

Irene Villa, víctima de la violencia de ETA que con tan solo 12 años sufrió un atentado que le dejó sin piernas, visitó ayer Pamplona para presentar la reedición de su libro Saber que se puede, con el que pretende "transmitir un poco de alegría, de paz interior y de psicología positiva". Según la propia autora, "el libro trata de cómo es posible transformar la realidad trágica, difícil o terrible en una vida que merezca la pena ser vivida gracias al tesón, a la medicina". Villa, que es un ejemplo de superación para muchos y a sus 33 años, casada y a la espera de su primer hijo, tiene una vida muy normalizada, valoró ante el público reunido en el hotel Puerta del Camino que "la adversidad y las barreras te hacen más fuerte".

 

Sobre el anuncio del final de la actividad armada anunciada por la banda en octubre, Villa dijo haber recibido la noticia con "muchísima alegría, porque imaginar que nadie más va a tener que sufrir la violencia absurda y gratuita del terrorismo, es lo mejor que uno puede escuchar siendo victima". No obstante, añadió que cruza los dedos "para que esto sea así y para que realmente no vuelvan atrás y vean que el camino no es la violencia".

 

Respecto al papel que deben jugar las víctimas en el proceso de paz y ante el anuncio del Ministro de Justicia, Alberto Ruiz Gallardón de que hablará con las víctimas de cualquier medida a tomar sobre los presos, Villa consideró que los partidos tienen que escuchar a las víctimas pero deben ser los políticos quienes tomen las decisiones. "Los partidos nos tienen que escuchar porque somos una parte de la sociedad que ha demostrado tener autoridad moral ya que no nos hemos tomado la justicia por nuestra mano, pero creo que son los partidos políticos unidos los que tienen que guiar la lucha contra el terrorismo. Las víctimas lo que pedimos es memoria, dignidad y justicia, y pedimos que los políticos tomen decisiones en base a eso", afirmó.

 

Por último dijo que le da "igual" si los presos tienen que pedir perdón para otener beneficios penitenciarios. "Me da igual porque yo ya les he perdonado, y el hecho de que se arrepientan y pidan perdón es irrisorio. Si se arrepienten allá ellos, yo lo que quiero es que haya paz y justicia", concluyó.

 

Noticias de Navarra, 4/02/12

http://www.noticiasdenavarra.com/2012/02/04/politica/irene-villa-cree-que-las-decisiones-sobre-los-presos-las-deben-tomar-los-politicos

La izquierda parásita. Cultura y poder

La izquierda parásita. Cultura y poder

 

  En este mundo lleno de progres que se niegan a poner en práctica aquello que predican, lo más fácil es repetir unos cuantos mantras proporcionados por los medios de izquierda para poder vivir (y muy bien) de la subvención pública. O, al menos, eso es lo que afirma el periodista Pablo Molina en Cómo convertirse en un icono progre (ed. Libroslibres), un libro que subraya cómo “la progresía reina. El medio ambiente cultural no sólo en España, sino en los países occidentales, es decir capitalistas, es claramente de izquierdas. Y buena culpa de ello la tiene la derecha política y su absurdo complejo de inferioridad”.

 

Por eso, no es extraño, según Molina, que haya acabado surgiendo esta izquierda de caviar, ideológicamente concienciada y económicamente potente, en tanto “resultado lógico de una ideología, la marxista, que se vio refutada por la realidad con la caída del Muro de Berlín, pero que ha encontrado otras maneras de seguir influyendo en la mentalidad de la gente. Cambiaron la utopía marxista por la paz perpetua, la fraternidad universal y el cambio climático, lo que, por otra parte, es mucho más rentable en términos económicos (sólo hay que ver su tren de vida). La cuestión es seguir expidiendo carnés de buen ciudadano”.

 

Claro que, afirma Molina, no es nuevo que los progres posean un alto nivel económico. “Jamás hubo una revolución de izquierdas que surgiera de la clase obrera. Siempre fueron intelectuales burgueses los promotores”. Con la paradoja añadida, en el caso de la España contemporánea, “de que la mayoría de referentes intelectuales del progresismo vienen del franquismo. Ministros, editores de periódicos, cantautores (como Víctor Manuel) que ganaban concursos de exaltación del generalísimo e incluso una actriz que se forró haciendo españoladas con Manolo Escobar y visitando anualmente El Pardo son los promotores del apoyo a Zapatero en las pasadas elecciones”. Por eso, que los artistas estuvieran en el estrado de Ferraz la noche en que el PSOE ganó las elecciones no es, para Molina, nada sorprendente. “Me pareció muy oportuno que acudieran a recordarle a ZP la deuda que tiene con ellos tras haberse significado de una forma tan clamorosa en su favor durante la campaña. Es sólo cuestión de negocios”.

 

Molina inicia su libro con una dedicatoria a la clase media, “de cuyo esfuerzo diario se aprovecha toda una legión de parásitos”, como si el común de los españoles estuviera manteniendo a aquellos que critican el sistema en el que viven. Aclara Molina que “el estado del bienestar nos ha corrompido, así que en cierta forma todos somos parásitos. Depredamos a los demás todo lo que podemos a través de las regulaciones y la intervención de los políticos, pensando como buenos ilusos que hay otros que se perjudican más que nosotros”. Pero hay diferencias: “El socialismo corrompe al ser humano pero hasta en la depravación hay niveles. Los millonarios que viven de la subvención pública (artistas, cineastas, SGAE, etc.) están muy por delante en esa lamentable clasificación del obrero que acude a Hacienda a trincar los cuatrocientos euros que le prometió Zapatero”.

 

Y, claro está, la lista de gorrones que viven del esfuerzo ajeno no acaba, para Molina, en los artistas. Así, la telebasura es uno de los fenómenos donde más cinismo muestran los progresistas. De una parte, porque se suman sin pudor alguno a los preceptos capitalistas, afirmando que emiten lo que quiere la audiencia y que los programas se hacen para ganar dinero. Pero, de otra parte, en esos espacios se ataca a la derecha, no porque económicamente se esté en su contra, sino porque no se está de acuerdo con la clase de moral que proclama. “Por eso Sardá adornaba sus espacios fecales con abundantes críticas a la derecha, el catolicismo, Israel, Bush, etc. Conscientes de la vileza catódica que producen, necesitan un salvoconducto para seguir instalados en un plano moral superior. Parece mentira que millones de personas no se den cuenta de la forma tan grosera en que le están tomando el pelo”.

 

La universidad, en manos de la izquierda

 

 Al margen del entorno audiovisual, el ámbito en el que más progres hay por metro cuadrado es, según afirma Molina, la universidad. “Desde 1960 las instituciones académicas han estado en manos de la izquierda, que no sólo ha colocado a sus fieles sino que ha hecho que sus teorías sean las predominantes, especialmente en las ciencias sociales. Hoy en día para medrar en la universidad pública tienes que comulgar con ciertas premisas ideológicas. Sólo hay que darse una vuelta por los pasillos de cualquiera de nuestras universidades para comprobarlo. A veces parece que estás en un campamento de las FARC o del Sendero Luminoso”.

 

Cabría preguntarse, no obstante, si ambos contendientes no están utilizando las mismas armas, ya que el reproche público hacia quienes dicen una cosa y hacen lo contrario, que es la esencia del libro de Molina, ha sido también empleado con frecuencia por la izquierda. Por ejemplo, contra los religiosos llevaban una vida carnal diferente de lo que predicaban en público. Para Molina, estos reproches son válidos, vengan de un lado o de otro, porque “el cinismo es siempre criticable. Hay, no obstante, una diferencia. Mientras que el de derechas o el cura que contraviene sus principios en su vida privada es consciente de su vileza, el progre multimillonario no tiene el menor cargo de conciencia. Piense en Al Gore. Un tipo que se hace rico predicando el Apocalipsis climático, mientras posee minas contaminantes y consume con su jet privado más que cien mil familias normales. Pues encima le dan el Nobel. En cambio no sé de ningún cura pedófilo que haya recibido el Príncipe de Asturias por sus “méritos” pedagógicos”.

 

Sin embargo, hay una esperanza, para Molina, en la medida en que han surgido los últimos años muchos medios de comunicación, universidades e intelectuales de derechas. Algo de lo que habría que responsabilizar a Internet, “el medio que ha permitido este cambio cualitativo. Hoy en día los medios digitales más seguidos son de filosofía liberal-conservadora. El proceso es lento pero avanza imparable. Hace diez años no podíamos imaginar la situación que tenemos hoy, gracias a la cual las ideas de la derecha llegan a muchísimas más personas a las que lo hacía antes de la llegada de las nuevas tecnologías. ¡Por algo quiere Cebrián “regular” (o sea, censurar) la red!”

 

Esteban Hernández

ElConfidencial.com, 16 de abril de 2008

 

El Libro negro de la Revolución Francesa: toda la verdad

El Libro negro de la Revolución Francesa: toda la verdad Les Éditions du Cerf acaban de publicar Le Livre Noir de la Révolution Française, obra colectiva a la que han prestado su pluma reconocidos autores como Pierre Chaunu, Jean Tulard, Emmanuel Le Roy-Ladurie, Jean de Viguerie, Ghislain de Diesbach y Jean des Cars (por no citar sino aquellos cuyos libros nos son más conocidos). Como era de esperar, el grueso volumen ya ha suscitado la controversia. Los medios universitarios y periodísticos del país vecino se hacen eco de ella. No podía faltar, por supuesto, la descalificación por parte de aquellos para quienes la Revolución sigue siendo un tótem intocable y claman indignados contra los “integristas” y “ultras” católicos que, según ellos, escriben cosas absurdas (tal es el juicio categórico, por ejemplo, del catedrático de Historia de la Revolución Francesa de la Universidad de París I-Panthéon-Sorbonne). Confesamos que estos improperios son justamente los que nos han hecho más atractivo el libro y nos han animado a leerlo. Tal como pasa con todo lo que escribe Pío Moa, cuyos detractores son sus mejores propagandistas. Los diferentes capítulos-artículos de Le Livre Noir de la Révolution Française son sinceramente apabullantes y cada uno invita a leer el siguiente. En ulteriores ocasiones iremos glosando y comentando los más importantes a la espera de que aparezca la traducción española, que nos auguramos que no tarde para que cunda aquí el ejemplo y sea una nueva contribución para desbrozar la espesa maleza que invade nuestro panorama intelectual.

 

Una revisión que viene de lejos

 

Entre la conmemoración del primer centenario y la del segundo de la Revolución Francesa (1889 y 1989 respectivamente) se verificó un cambio saludable en las mentalidades y en las actitudes. De los fastos ditirámbicos y triunfalistas de la Tercera República –masónica y rabiosamente anticlerical y antimonárquica– se pasó a las celebraciones más ponderadas de la Francia de Mitterrand, durante las cuales se puso de manifiesto el desgaste del mito revolucionario. Ese mismo año, como contrapunto, se recordaba el cuarto centenario de la Casa de Borbón con el advenimiento al trono de Enrique IV, lo cual dio lugar a importantes manifestaciones de los diferentes grupos monárquicos, que ya habían organizado por todo lo alto los festejos del milenario de los Capetos en 1987 y volverían a mostrar poder de convocatoria para el sesquimilenario de la conversión de Clodoveo en 1996, cosa impensable cien años atrás.

 

¿Qué había pasado? Simplemente que la historiografía había dejado de acatar los dictados de la propaganda jacobina republicana y comenzaba a estudiarse los hechos despojados de sus disfraces y pudibundas vestimentas, en su implacable desnudez. Un libro –hoy clásico– abrió la brecha en la espesa muralla de la censura ideológica: La Révolution Françaisede Pierre Gaxotte, que ha conocido múltiples ediciones y traducciones desde su aparición en 1928 y sigue constituyendo un punto de referencia obligado para los estudiosos, incluso para aquellos que no están de acuerdo con su visión crítica del mito fundador del mundo moderno.

 

La Revolución, en efecto, se divulgaba como un hecho liberador: de la opresión, del despotismo, de la miseria, de la servidumbre a los que tenían sometido al pueblo la monarquía y los que de ella vivían (el clero y la nobleza). La Revolución había proclamado el triple lema de libertad-igualdad-fraternidad, desarrollado en la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano, y lo había impuesto no sólo a Francia sino al mundo entero. En lo sucesivo, todos los movimientos subversivos del orden establecido –desde la Insurrección de Julio hasta la Revolución de Octubre– se reconocieron en la gesta cuyo punto de partida simbólico fue la toma de la Bastilla, la “fortaleza del despotismo”. En cuanto al baño de sangre que sobrevino en la Francia revolucionaria, se lo disculpaba como un mal necesario para la regeneración nacional, para la “salvación pública”. Ya algunos autores como Franz Funck-Brentano se habían ocupado en refutar ciertos aspectos de la cuestión (por ejemplo, la verdadera naturaleza y compleja realidad del Antiguo Régimen). El libro de Gaxotte desmontaba todo el  andamiaje.

 

Sin embargo, el dominio tradicional que detentaba la izquierda en el mundo intelectual francés era difícil de contestar. Gaxotte fue acusado de monárquico y contrarrevolucionario, una manera de desacreditar al autor sin tomarse la molestia de refutar sus tesis. La Revolución sólo podía ser contada por los jacobinos (Aulard) y los marxistas (Lefèbvre, Soboul). Habría que esperar todavía a 1965 para que François Furet, con la colaboración de su cuñado Denis Richet, encendiera el polvorín con su libro de casi un millar de páginas también intitulado La Révolution Française, que marcó un antes y un después en la historiografía. Un segundo volumen, Penser la Révolution Française (publicado en 1978), contribuyó decisivamente a desacralizar el mito, incidiendo en la necesidad de liberar al análisis histórico de la Revolución de la leyenda, de la poesía y lo panfletario y de mostrar crudamente los hechos. Contemporáneamente, desde el mundo anglosajón (Elizabeth Eisenstein, George Taylor), se planteaba la crítica al uso unívoco de conceptos como feudalismo, burguesía y capitalismo, presentes en la interpretación marxista.

 

Desde entonces y, sobre todo, con ocasión del bicentenario, se ha enriquecido la reflexión histórica sobre la Revolución Francesa con nuevos e interesantes aportes. Entre éstos no podía faltar la visión que podríamos llamar anticonformista y que, por supuesto, ha incorporado y se ha beneficiado de las adquisiciones de la investigación histórica desde los tiempos en los que un Burke (Reflections on the Revolution in France) y un Joseph de Maistre (Considérations sur la France) ofrecían la visión conservadora de la Revolución o en los que un abate Barruel (Mémoires pour servir à l’Histoire du Jacobinisme) y un Crétineau-Joly (L’Église Romaine en face de la Révolution) enarbolaban la interpretación católica de unos hechos que remecieron la sociedad europea de la época e iban a influir en ella duraderamente.

 

Le Livre noir de la Révolution française. Bajo la dirección de Renaud Escande. 884 pp. Les Éditions du Cerf. Collection « L’Histoire à vif ». Enero 2008.

 

Rodolfo Vargas Rubio

El Manifiesto, 10 de abril de 2008