¿Un Tarancón para 2008?
Era casi inevitable que los medios interpretaran en clave electoral los dichos, los hechos y hasta los gestos dentro de la sala de la Plenaria episcopal de este noviembre. En parte porque el clima de desafío a la presencia pública de la fe aporta un tinte dramático a los debates internos de la Iglesia. Por otro lado, el primer trienio de monseñor Blázquez en la Presidencia emboca la recta final, y esta vez no está claro que vaya a funcionar el automatismo no escrito, según el cual todo presidente goza de un segundo trienio para desarrollar su tarea.
Será lo que la voluntad libre y soberana de los obispos decida, pero está claro que el gozne entre los periodos 2005-2008 y 2008-2011 no se presenta apacible. La Iglesia en España debe afrontar una difícil coyuntura marcada por el proyecto laicista de Zapatero, la cultura ambiental alejada de la Tradición cristiana, y la debilidad interna del propio catolicismo hispano. Un cóctel explosivo para el que existen, legítimamente, diagnósticos y recetas varias, y eso explica que la continuidad automática pierda enteros en la puja. El discurso del actual presidente, monseñor Blázquez, ha ofrecido a los diversos intérpretes material para la discusión y algo más: les ha servido de pretexto para construir sus propios ensueños sobre la conducción de la Iglesia que convendría a sus respectivos intereses.
Es evidente que monseñor Blázquez ha evocado en su discurso la figura del cardenal Tarancón, cuyo centenario celebramos el pasado mes de mayo. Nada extraño, porque es evidente que forma parte relevante de nuestra historia y que fue el timonel del difícil tránsito de la Iglesia en las revueltas aguas del final del franquismo y de la Transición. Es verdad que la protagonista de esa historia fue la Iglesia en su conjunto, y que el propio Tarancón sería incomprensible sin el fermento y la reflexión de toda una generación, pero fue él quien guió la barca y es justo reconocerlo. Monseñor Blázquez traza un retrato agradecido y hasta emocionado de don Vicente: "hombre de espíritu abierto, avizor del futuro, sensible como un sismógrafo a los movimientos de la sociedad, de natural optimista y decidido, hábil y sagaz". En otro momento afirma que "buscó siempre la concordia, respetando la pluralidad y fomentando el diálogo".
Una valoración completa de Tarancón y su época requeriría un tratado, y esa no era la pretensión del discurso de Blázquez. Ayer se recordaron virtudes de don Vicente bien contrastadas y se alabó su conducción de la Iglesia: algo que se ha repetido hasta la saciedad desde hace más de veinte años. Entonces, ¿dónde estaban la sal y la pimienta? Desde luego han sido algunos medios los que han cocinado este guiso: al igual que aquella marejada de finales de los 70 requirió un hombre plácido y tolerante, amante del diálogo y de la concordia, el escenario que asoma para después de marzo de 2008 demandaría (siempre de acuerdo con estos augures) un nuevo Tarancón.
Los mitos los carga el diablo. Primero porque las personas y las circunstancias son irrepetibles. Algunos están encantados viendo a Ricardo Blázquez como el nuevo Tarancón, pero yo creo que no se parecen en casi nada, como no se parecen tampoco Cañizares y Guerra Campos, por poner otro ejemplo. Tarancón fue un hombre providencial (lo cual no significa ocultar que su guía también ofrece flancos para la crítica serena) para la encrucijada que conformaron el ocaso del franquismo y la recepción del Vaticano II. De acuerdo, pero intentar reproducir el esquema me parece absurdo. Recuerdo una de esas respuestas demoledoras de Fernando Sebastián, cuando intentaban que contrapusiese el "Tarancón dialogante" al "Suquía montaraz" de los años ochenta. Don Fernando explicó entonces que si Tarancón hubiese debido afrontar la política de Felipe González respecto a la Iglesia, seguramente habría hecho y dicho cosas diferentes a las que hizo y dijo en los años finales de Franco y primeros de Suárez. De cajón.
Con todo, el propio Sebastián, que fue uno de los redactores de la famosa homilía de Tarancón en Los Jerónimos, publicó en Vida Nueva un lúcido balance de aquella época, en el que dejaba ver las debilidades que afectaron a la Iglesia en aquel periodo. La Iglesia desarrolló un papel esencial para la reconciliación y el advenimiento pacífico de la democracia, pero no puso la suficiente energía en abordar el fenómeno de la secularización rampante, quizás porque se asumió con demasiadas alegrías el papel de guardiana moral de una sociedad supuestamente católica, y ello retrasó el cambio de mentalidad, de la mera pastoral de cristiandad a la misión. En todo caso, la fórmula Tarancón fue un éxito porque existía aún un tejido de valores compartidos de izquierda a derecha, y enraizados en el humus de la Tradición cristiana; pues bien, eso se acabó. Por eso fue posible aquella Transición, y por eso se pretende ahora construir una nueva, cuyo fundamento ético-cultural sería muy distinto.
El escenario de marzo de 2008 plantea a la Iglesia en España una tarea de largo alcance, sea cual sea el resultado de las elecciones generales (aunque éste no es de ningún modo indiferente). Lo más urgente es la regeneración del tejido comunitario de nuestro catolicismo, y eso va necesariamente ligado a sostener una clara propuesta educativa; de ahí nacerá una nueva misión, basada en el testimonio y la caridad, que se dirija al corazón de nuestras ciudades y ambientes. En ese marco se insertan cuestiones como el diálogo con la cultura laica, la defensa de la familia y de la vida y el esfuerzo por recuperar un fundamento moral para la democracia. Quien sea más capaz de guiar y alentar este camino será el hombre adecuado para los próximos tres años; afortunadamente, las posibilidades son varias. El cardenal Tarancón se merece nuestro agradecimiento y respeto, pero no que se agite un mito a favor de la causa de algún medio de comunicación.
Por José Luis Restán
Libertad Digital, suplemento Iglesia, 22 de noviembre de 2007
0 comentarios