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No sin Mayor Oreja

No sin Mayor Oreja No le han llamado. Desde Génova no le han llamado para confirmarle que encabezará la lista del PP en Toledo, y eso que el encargo tendría poca importancia. Los chicos de Juan Costa –trasunto de Rato- que andan elaborando el programa le rehuyen. El ex ministro de Ciencia y Tecnología, al que las vocales siempre le traicionan y se le abren en busca de un escaparate de la calle Serrano, anda como loco encargando seminarios a la gente de FAES para que le empaqueten nuevas ideas pero huye de él.

Para Mayor Oreja, voz de donde se fabrican los ecos de las palabras sinceras, lo de estar al frente de la lista de la ciudad del Tajo sería una nadería, pero es que ni eso. Siempre que ha encabezado una candidatura se ha salido. Así fue en las pasadas elecciones europeas, cuando lo mandaron poco más o menos que a los leones. Andaban entonces, junio de 2004, muy sonados por haber perdido las elecciones de marzo. Y Jaime Mayor les brindó unos resultados del 41,3 por ciento, los mejores de las tres anteriores convocatorias. Sin organización que le respaldara, sin sociólogos de diseño y sin magos electorales y de comunicación -que entonces no había nadie para nada en Génova-, con su estilo artesanal de hacer política, generando confianza en el electorado, se quedó a un diputado del PSOE. El suyo ha sido siempre un cartel de éxito.

 

En las autonómicas de 2001 en el País Vasco, con aquella locura que hizo Aznar de presentar a un recién cesado ministro del Interior, sin tiempo para aterrizar y para contrarrestar la infernal campaña que se hizo desde los medios públicos, los populares también obtuvieron los mejores resultados de su historia: 326.933 votos, un 23,12 por ciento. Si en España hubiese algo parecido a las listas abiertas, donde se presentara barrería porque acumula un capital de fiabilidad, honradez y realismo que a muchos votantes les entusiasma. Muchos le reconocen un liderazgo social que otros compañeros de su propio partido ni sueñan.

 

Pero no se acaban de decidir a proponerle lo de Toledo y, lo que es más serio y más grave, no cuentan con él, que lo importante no es el cargo. Van camino de interiorizar los mensajes de Cebrián y de Pedro J.Ramírez. Cebrián, que durante la primera legislatura del PP lo apoyó como ministro del Interior, lo convirtió en la segunda legislatura en uno de los objetivos a derribar. Si había que combatir a un PP que había ganado por mayoría absoluta, era necesario arrastrar la imagen del ministro del Interior, convertirlo en una especie de troglodita, en un pesado pesimista, profeta de calamidades que anda siempre hablando de lo malo que es negociar con ETA. Era necesario cambiar su icono, hacerlo antipático, para abonar un diálogo político con los terroristas. Y el Grupo Prisa lo consiguió. Tanto es así que ahora, cuando alguno de sus compañeros de partido oye hablar de él, tuerce la cabeza y hace un gesto de incomodidad, como si les hubieran hablado de un pecado molesto del pasado, como si, en lugar de haber acumulado votos, su nombre estuviera asociado a algo que hacerse perdonar. Es, en parte, el resultado de haberle comprado el producto a Cebrián y, en parte también, el miedo a que sea necesario el pacto con los nacionalistas y a que un Mayor con demasiado protagonismo lo impida.

 

Al ostracismo por su antinacionalismo parece que ahora se va unir el ostracismo por su catolicismo. En el artículo de Raquel Martín “Pedro J. defiende Educación para la Ciudadanía”, se analizaba con precisión la carta del director de El Mundo del pasado domingo. Como Cebrián en su momento condicionó la agenda del PSOE, Pedro J. quiere ahora un PP alejado del 11-M (curiosa decisión la suya, después de haber estado vendiendo muchos periódicos con este asunto) y distante de la Iglesia católica. No da nombres, pero todos en Génova han entendido que estaba poniendo en la picota a Mayor Oreja, que es el que está batallando contra el laicismo, convencido de que tiene la misma raíz que el nacionalismo.

 

Hete aquí que la derecha y la izquierda periodística coinciden en un punto: en la necesidad de quitar de en medio a una de las pocas presencias católicas. Es sin duda legítimo que un director de un periódico, en la intimidad de su gabinete, redacte un artículo diciéndole al PP o al PSOE cuál debería ser su rumbo. Pero en una democracia madura, es conveniente que los partidos no sólo escuchen las recomendaciones de reputados analistas y estén también pendientes de la calle o de sus votantes. En este caso, lo que dicen se oye con más claridad que algunas vocales: “no sin Mayor Oreja”.

 

Fernando de Haro

Páginas Digital, 21 de noviembre de 2007

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