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Una solución liberal para los abertzales, mentirosos o ignorantes

Una solución liberal para los abertzales, mentirosos o ignorantes Gracias a al profesor Iñaki Iriarte López los navarros nos hemos enterado de que hace unos días la llamada "diáspora vasca en México" organizó en aquella capital unas jornadas sobre Javier Mina con el subtítulo "un pueblo en busca de su autodeterminación". Si a usted no le ha ardido la sangre de indignación o no le han llorado los ojos de risa al leer la frase anterior pueden suceder dos cosas: o usted no es navarro, o es usted un navarro de-formado en las últimas décadas de vida institucional y de sistema educativo.

 

Javier Mina fue muchas cosas: un estudiante en la España de Carlos IV, un soldado voluntario del Ejército español, un guerrillero navarro contra la invasión francesa de 1808, un patriota por lo tanto, y sucesivamente un liberal español. Nunca un abertzale. Luchó primero contra los enemigos de su país; prisionero del enemigo y convertido después a las ideas liberales y a la defensa de la Constitución de Cádiz, no por ello dejó de ser español, sino que se entregó en cuerpo y alma a la lucha contra los enemigos de la libertad, como por otra parte hizo a la vez su tío Francisco Espoz y Mina. La lucha contra el felón Fernando VII lo llevó desde Baltimore, donde ofreció al mismo José Bonaparte participar en los proyectos constitucionalistas españoles, hasta Méjico, donde se unió a los insurrectos enemigos del mismo rey y de la misma tiranía. Allí fue fusilado por los absolutistas.

 

¿Abertzale? ¿Vasco? ¿Soberanista o autodeterminista de una inexistente nación vasca? Sólo en los sueños de nacionalistas capaces de inventar el pasado, y de hacérselo tragar así de falso a las siguientes generaciones. Pero la culpa sólo en parte es de ellos: cargan con ella también quienes lo toleran, lo financian o simplemente se limitan a encogerse de hombros cuando leen o escuchan memeces de este género. Yo, que les escribo hoy al amor del fuego y bajo un retrato de este Mina para siempre joven, en uniforme de coronel español, sospecho que su reacción, o la de su tío, ante la sola mención de un Estado-Nación vasco habría sido indescriptible. Eran liberales, pero poco tolerantes con los enemigos de la paz pública; quizás sea eso lo que le falta hoy a nuestro constitucionalismo: un Mina, pero de verdad.

Javier Mina y el Corso Terrestre de Navarra

 

Desde 1808, antes del 2 de Mayo madrileño, Navarra miraba con recelo a los franceses. Tras el golpe de Estado bonapartista, que fue acatado por una parte de las aristocracias navarras, hubo resistencias populares armadas, y surgieron las primeras partidas. En Navarra y en las provincias limítrofes hubo grupos de guerrilleros en las áreas rurales casi desde el principio de la guerra, como la partida del párroco de Valcarlos en la Montaña y la de Luis Gil en la Ribera. Los alzamientos populares fueron continuos en la primavera y el verano (Tudela fue asaltada cruelmente por los franceses entre el 9 y el 11 de junio de 1808), y la Ribera apoyó la resistencia de Zaragoza. Pese a la gran resistencia, la ofensiva de Napoleón en el otoño y el invierno de 1808 arrancó de Navarra. Después, los franceses tuvieron que contar con la hostilidad general, que dio lugar por ejemplo al alzamiento del valle de Roncal en la primavera de 1809. Pero ninguna autoridad era capaz de organizar y dirigir estos impulsos.

 

La primera bandera de revuelta organizada la alzó en 1809 un estudiante navarro, Javier Mina. Mina nació en Otano en julio de 1789. Tras estudiar en Pamplona y Zaragoza, Mina había sido voluntario en el Ejército en Aragón durante los sitios de Zaragoza. Cuando cayó la ciudad, el 21 de febrero de 1809, el navarro volvió a su tierra con el encargo de levantar partidas. La Junta Suprema y los generales Aréizaga y Blake confiaron en él para organizar el movimiento guerrillero en el reino. El prior de Ujué, Casimiro-Javier de Miguel, que tenía el mismo encargo desde principios de año, no había conseguido éxitos militares importantes.

 

Mina dirigió la guerrilla entre el verano de 1809 y marzo de 1810. Todas las partidas aceptaron su mando, y constituyeron una unidad militar eficaz: el Corso Terrestre de Navarra. Las guerrillas impedían las comunicaciones y vivían del botín y de la ayuda de los pueblos, y parecían invulnerables. Mina fue nombrado teniente coronel por méritos de guerra, y sus colaboradores (los dos Sarasa, Zabaleta, Gurrea, Ochotorena). Los voluntarios de Mina fueron reconocidos como parte del Ejército por la Junta Suprema, y disponían de caballería y de sus propios hospitales e intendencia. Incluso hubo soldados de Napoleón (suizos, alemanes, polacos e italianos) que desertaron y se unieron al Corso Terrestre.

 

Al ser capturado en combate Javier Mina en marzo de 1810, en Labiano, el Corso Terrestre se dividió en partidas independientes. Su fundador y comandante pasó cuatro años de prisión en Francia, donde amplió su cultura y adquirió convicciones políticas liberales. Tras la guerra, Javier Mina dedicó su vida a luchar contra el absolutismo de Fernando VII, primero en España, con su tío Francisco Espoz y Mina, y después en Méjico, donde fue fusilado por los realistas en 1817 (en Pénjamo) y donde es considerado uno de los padres de la libertad.

 

Pascual Tamburri

El Semanal Digital, 29 de noviembre de 2007

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