800 personas abarrotan la presentación de un libro por Aznar y Del Burgo
Pamplona, 14 de enero.- Más de 800 personas abarrotaron el salón del NH Iruña Park de Pamplona en la presentación del libro “Vascos y Navarros en la Historia de España”, de la mano de José María Aznar y Jaime Ignacio del Burgo.
José María Aznar afirmó en Pamplona que en las próximas elecciones de marzo, los españoles podrán conseguir que España sea "como cualquier democracia avanzada, donde un gobernante que ha engañado conscientemente a los ciudadanos en algo tan importante como negociar políticamente con los terroristas, queda inhabilitado para seguir gobernando".
El presidente de la Fundación para el Análisis y los Estudios Sociales (FAES) y ex presidente del Gobierno, José María Aznar realizó estas declaraciones durante la presentación en el Hotel Iruña Park, junto a Jaime Ignacio del Burgo, del libro 'Vascos y Navarros en la Historia de España.
A la cita acudieron centenares de personas, con entrada libre, y representantes políticos. Entre ellos, Alberto Catalán, como representante del Gobierno de Navarra, José Manuel Ayesa, presidente de la CEN, y miembros de UPN, como José Iribas, Rafael Gurrea, José Ignacio Palacios, o la concejala de Pamplona Cristina Sanz, entre otros.
En su intervención, Aznar sostuvo que en las elecciones de marzo los españoles tendrán la oportunidad de "evitar que el nacionalismo secesionista y anexionista y el oportunismo de izquierdas sigan dándose apoyo mutuo para sus objetivos de demoliciones compartidas".La izquierda española "ha tirado al cubo de la basura el principio de igualdad, ha renegado de la libertad y se ha entregado sin solución de continuidad al nacionalismo", afirmó.
El ex presidente del Gobierno también hizo alusión a la propuesta de referéndum de Ibarretxe, a la que calificó como "acto de secesión", convocado "desde la presidencia de un gobierno autonómico, pese a que esa pretensión es tan rotundamente ilegal que su mera proposición es un auténtico disparate."
"Ese inadmisible acto de secesión" sólo podrá celebrarse "si ocurre algo que los ciudadanos españoles pueden evitar, que gobierne en España esa izquierda descreída que quiere mantenerse en el poder a cualquier precio, engañando a los españoles siempre que les convenga", según Aznar.
Según el presidente de las FAES, el lema de Zapatero es gobernar "como sea", es decir, "negociando políticamente con los terroristas y mintiendo a los españoles sobre esa negociación, poner encima de la mesa de la negociación con los terroristas la soberanía nacional, la Constitución y la territorialidad, es decir, la entrega de Navarra, y negarlo todo en público para confesar finalmente que no se dijo la verdad".
Millones de ciudadanos, subrayó Aznar, "nos quedamos estupefactos e indignados cuando supimos que el mismo que había firmado el Pacto Antiterrorista en la Moncloa por la mañana, por la tarde ya se había reunido en secreto con los terroristas para negociar lo contrario de a lo que en público se había comprometido esa misma mañana". Después supimos "que las negociaciones políticas con los terroristas siguieron hasta 2004", añadió. "Pudimos constatar lo que ya habían publicado diversos medios de comunicación: que todo eso era una nueva mentira y que Zapatero siguió negociando políticamente con los terroristas pocos días después de que estos asesinaran a dos personas en un atentado".
En los últimos años, "hemos asistido atónitos a la reescritura política de la historia, retorciendo los hechos y reanimando los peores fantasmas del pasado para que sea el rencor y la división quienes enmienden la plana de la propia historia, algo que ha ocurrido con la Ley de Memoria Histórica". Una ley, "que sólo ha buscado azuzar la división y el odio entre los españoles".
Asimismo, Aznar se preguntó "si alguien duda de que después de todo estos lamentables episodios, si ganaran las elecciones, seguirían gobernando 'como sea', es decir, entregando la libertad, renunciando a la dignidad y traicionando a la verdad?".
Todo ello, concluyó, podrá evitarse el 9 de marzo, "es una obligación moral que nos compromete a todos los españoles, también -y muy especialmente- a todos los navarros, porque, de todos los españoles, sois vosotros, los navarros, los que probablemente más os jugáis en este envite".
En primer lugar, y sobre todo, "es una obligación moral si queremos que España siga siendo España, que siga siendo la Nación de ciudadanos libres e iguales que consagra la Constitución de 1978. Esa Nación unida y plural, respetuosa con los fueros, con las lenguas, con la diversidad".
Por su parte, Jaime Ignacio del Burgo aseguró que el peor problema de la sociedad navarra y de la vasca "es el adoctrinamiento de las nuevas generaciones, a través del sistema educativo, en la peculiar visión del nacionalismo vasco, basada en la atroz manipulación de la realidad histórica".
Asimismo, apuntó que hay jóvenes vascos y navarros que creen a "pies juntillas que Euskal Herria existe desde el comienzo de los tiempos, que en 1936 España invadió Euskal Herria y que si hoy Navarra no forma parte de Euskadi, se debe a la política genocida de Franco".
Con todo, concluyó Del Burgo, "el nacionalismo vasco de todo signo, moderado, o inmoderado, democrático o revolucionario, pacífico o violento, parece haber hecho suya la consigna del dirigente comunista chino Mao, responsable de la esclavitud de su pueblo, cuando ordenó a sus seguidores 'Corromped la historia'".
A continuación, reproducimos el contenido íntegro de las intervenciones de José María Aznar y Jaime Ignacio del Burgo:
JOSÉ MARÍA AZNAR
Es un placer acompañarles hoy aquí, en Pamplona, y un honor poder hacerlo para presentar un libro acompañarles hoy aquí, en Pamplona, y un honor poder hacerlo para presentar un libro tan científicamente sólido, tan riguroso y tan oportuno como el que hoy nos convoca: Vascos y navarros en la Historia de España.
Se trata de un libro que recoge los trabajos de unas jornadas celebradas entre 2003 y 2004 para analizar la contribución de los vascos y de los navarros a la cultura y a la Historia común de España. El libro recuerda, una vez más, que esa contribución de vascos y navarros al acervo común ha sido extraordinaria.
El libro explica con maestría la trayectoria histórica de Navarra como comunidad propia y singular y, simultáneamente, como parte de la Nación española, al tiempo que pone en evidencia la tremenda falsedad de quienes, en sus ansias secesionistas, anexionistas y totalitarias, no han tenido reparo alguno en falsear y manipular hechos históricos incuestionables en pos de sus objetivos.
El libro demuestra, en efecto, con la objetividad propia de los auténticos historiadores, con la fidelidad estricta a los hechos y acontecimientos históricos, que el proyecto secesionista y anexionista del nacionalismo vasco, insensible al horror provocado por el terrorismo de una banda asesina, se alimenta de una historia inventada.
Ese proyecto separatista sólo tiene cabida en las mentes de quienes inventan naciones y utilizan o recogen los frutos de la violencia para reclamar soberanías imaginarias, sacrificando la libertad de muchos y la vida de otros, y negando la existencia de la Nación que nos une a todos, que es España.
La Sociedad de Estudios Navarros me concedió el honor de prologar este libro. Escribí entonces, y mantengo ahora, que este libro demuestra que “Navarra y el País Vasco -o, más exactamente, navarros y vascos- están en la Historia de España y son ellos mismos Historia de España, de la mejor España, ésa que se fragua con la lealtad hacia una idea común que trasciende la diversidad de lo que eran fragmentos del futuro Estado común”.
El libro muestra este engarce común a partir del estudio académico de quince profesores, quince estudiosos de la materia que nos ocupa. Creo que éste es el ámbito en el que la Historia debe ser analizada y sometida a debate. Puede y debe ser sometida a controversia académica desde el más escrupuloso respeto a la realidad de los hechos.
Lo que vemos en los últimos tiempos, lamentablemente, es otra cosa. Asistimos atónitos a la reescritura política de la Historia, retorciendo los hechos y reanimando los peores fantasmas del pasado para que sean el rencor y la división quienes enmienden la plana a la propia Historia.
Esto es lo que ha ocurrido en estos últimos años con la denominada Ley de Memoria Histórica.
Como explica el profesor Varela Ortega, la propia denominación de la Ley incurre en una contradicción en sus propios términos. La memoria es una capacidad de cada individuo, individualmente considerado. Las memorias colectivas, simplemente, no existen, por definición. Cuando alguien pretende crearlas es porque busca algo muy distinto a cualquier cosa que tenga que ver con la Historia.
Porque aquí lo que se ha buscado es azuzar la división y el odio entre los españoles. Y es que se trata, en efecto, de una Ley promovida por un gobierno que prefiere remover nuestro peor pasado en lugar de trabajar por un mejor futuro. Mi opinión es que la historia hay que dejársela a los historiadores. Los políticos están para otra cosa. Están para mejorar la vida de las personas.
Los buenos historiadores, como los que han contribuido a este libro, son los que deben ocuparse de hablar y escribir de Historia.
En ese mismo proyecto de reescritura política de la Historia se enmarca la creación de eso que han denominado Euskal Herria, de inventadas raíces milenarias. Todo vale, al modo en el que Orwell imaginó a su alienado Winston Smith, para destruir y reinventar cada día las falsedades que convengan a la actual alianza política entre el nacionalismo secesionista y anexionista y la izquierda oportunista.
Porque, para asombro de muchos, la izquierda española, ayuna de ideas tras el derribo del Muro de Berlín, no se ha esforzado en reencontrar su cuerpo ideológico, como sí ha hecho la izquierda de muchos otros países desarrollados, de una forma mínimamente decente y coherente.
La izquierda española ha tirado al cubo de la basura el principio de igualdad, ha renegado de la libertad y se ha entregado sin solución de continuidad al nacionalismo.
Queridos amigos, en otoño de este año, si no lo remediamos a tiempo, está convocado lo que no es otra cosa que un acto de secesión. Está convocado desde la presidencia de un gobierno autonómico, pese a que esa pretensión es tan rotundamente ilegal que su mera proposición es un auténtico disparate.
No es tarea de los historiadores poner freno a los políticos, como ya he dicho. Ni siquiera puede serlo cuando asistimos a los peores desvaríos de algunos políticos. Ésa es una tarea de todos los políticos que aún mantienen alguna dosis de sentido de Estado. Y aún más que de los políticos, es una tarea que requiere el concurso y el respaldo de los ciudadanos, de todos nosotros.
Ese inadmisible acto de secesión convocado para el otoño sólo podrá celebrarse si ocurre algo que los ciudadanos españoles pueden evitar. Sólo podrá ocurrir si sigue gobernando en España esa izquierda descreída que quiere mantenerse en el poder a cualquier precio, engañando a los españoles siempre que les convenga.
Su lema es “como sea”, faltando a la verdad cuando les interesa. Que ése es su lema y su método de engaño nos lo ha demostrado este gobierno en esta legislatura, como ayer certificó su máximo dirigente.
En su objetivo de lograr las cosas “como sea”, da igual que España sea una Nación de ciudadanos libres e iguales, como dice nuestra Constitución, o que sea otra cosa muy distinta. Porque ¿qué más da cuando se afirma que hasta la propia Nación es un concepto discutido y discutible?
Gobernar “como sea” significa negociar políticamente con los terroristas y mentir a los españoles sobre esa negociación. Significa, como sabemos que ha ocurrido, poner encima de la mesa de la negociación con los terroristas la soberanía nacional, la Constitución y la “territorialidad”, es decir, la entrega de Navarra. Y negarlo todo en público para confesar finalmente que no se dijo la verdad.
Porque el protagonista de este disparate nos ha confirmado que, efectivamente, esos temas han estado en la mesa de negociación con los terroristas. La excusa o justificación ahora es, no se lo pierdan, que no se llegó a un acuerdo. Al parecer, da igual que esos asuntos fueran objeto de negociación. Millones de ciudadanos, como quien les habla, nos quedamos estupefactos e indignados cuando supimos que el mismo que había firmado el Pacto Antiterrorista en la Moncloa por la mañana, por la tarde ya se había reunido en secreto con los terroristas para negociar lo contrario de a lo que en público se había comprometido esa misma mañana.
Después supimos que las negociaciones políticas con los terroristas siguieron hasta 2004.
Ayer supimos también que el presidente del gobierno decidió sentarse a seguir negociando políticamente con los terroristas pocos días después de que estos asesinaran a dos personas en un atentado. Con esos terroristas a los que él mismo había llamado “hombres de paz”.
Aquel atentado terrorista, que el presidente del gobierno ha calificado varias veces de “trágico accidente mortal”, tuvo lugar precisamente un día después de que él mismo nos garantizara a todos los españoles que un año después todo iría mucho mejor.
El presidente del gobierno nos prometió después de ese atentado terrorista que la negociación estaba literalmente suspendida. El Ministro del Interior lo reiteró y aclaró “diciendo” que estaba completamente “finiquitada”, “liquidada”.
Ayer pudimos constatar lo que ya habían publicado diversos medios de comunicación: que todo eso era una nueva mentira.
Tampoco nos dijeron la verdad cuando excarcelaron a un sanguinario terrorista responsable de veinticinco asesinatos, que fue algo que decidió el gobierno pero que quiso atribuir a los tribunales de justicia.
Igualmente lamentable ha sido durante estos años el uso torticero de la fiscalía, manipulada a antojo para legalizar o ilegalizar a trozos a las formaciones políticas del entramado terrorista, según convenga en cada momento.
Y hoy muchas personas de bien se preguntan: ¿es posible confiar en los responsables de todo esto?
¿Puede alguien fiarse de quienes han engañado tantas veces a todos los españoles?
¿Puede tener alguien duda de que después de todo estos lamentables episodios, si ganaran las elecciones, seguirían gobernando “como sea”, es decir, entregando la libertad, renunciando a la dignidad y traicionando a la verdad?
Porque, ¿cómo vamos a creerles ahora cuando dicen que no volverán a negociar con ETA cuando acaban de admitir que nos mintieron? ¿Cómo nos vamos fiar de quien admite que nos ha mentido una y otra vez?
En marzo podremos evitar que estas cosas continúen sucediendo. No podremos evitar que siga gobernando en el País Vasco ese nacionalismo vasco que ha hecho suyas las reivindicaciones políticas de los terroristas. Aunque quizá lo ha hecho para así disimular que son los de las pistolas quienes les marcan la agenda política.
Pero sí podremos evitar algo muy importante. Podremos evitar que el nacionalismo secesionista y anexionista y el oportunismo de izquierdas sigan dándose apoyo mutuo para sus objetivos de demoliciones compartidas.
Y podremos también conseguir que España sea como cualquier democracia avanzada. En esas democracias un gobernante que ha engañado conscientemente a los ciudadanos en algo tan importante como negociar políticamente con los terroristas queda inhabilitado para seguir gobernando.
Podemos y debemos evitarlo el próximo mes de marzo. Es una obligación moral que nos compromete a todos los españoles. También –y muy especialmente- a todos los navarros. Porque, de todos los españoles, sois vosotros, los navarros, los que probablemente más os jugáis en este envite.
En primer lugar, y sobre todo, es una obligación moral si queremos que España siga siendo España. Que siga siendo la Nación de ciudadanos libres e iguales que consagra la Constitución de 1978. Esa Nación unida y plural, respetuosa con los fueros, con las lenguas, con la diversidad. Si queremos mantener el proyecto democrático que nos ha permitido los mejores años de libertad y prosperidad de nuestra historia reciente, debemos ser conscientes de que en marzo se ponen en juego muchas cosas.
En estos cuatro años hemos asistido al ensayo general de lo que puede ser una representación trágica de naciones inventadas. Hemos visto Estatutos que crean naciones inexistentes. Hemos conocido que ha habido negociaciones con terroristas en las que un Gobierno ha puesto la soberanía, la libertad y la dignidad encima de una mesa de negociación mientras se despreciaba a las víctimas del terrorismo. Y debemos saber que esa alternativa no es obligatoria. Podemos y debemos evitarla. Los autores de este libro repasan con la minuciosidad de su oficio momentos muy dolorosos de nuestra Historia que no debemos repetir ni siquiera como farsa.
Me gustaría terminar expresando un deseo que está en nuestra mano cumplir si nos lo proponemos entre todos. Mi deseo es que los historiadores de las próximas generaciones puedan relatar cómo los españoles todos -los navarros, los vascos, los andaluces, los catalanes, los gallegos, los riojanos, los aragoneses, los extremeños, los murcianos, los valencianos, los castellanos, los canarios, los isleños…-, cómo los españoles todos logramos superar un difícil bache. Cómo esta crisis nacional puedo superarse con la voluntad de la mayoría, apostando por la libertad, la justicia y la dignidad. Mi deseo es que los historiadores puedan relatar cómo logramos recomponer lo mucho que nos une para seguir construyendo entre todos un futuro común que para los historiadores será, seguirá siendo, la Historia de España.
JAIME IGNACIO DEL BURGO
Debo comenzar por el capítulo de agradecimientos. En primer lugar, mi gratitud a la Fundación FAES, que preside José María Aznar y a cuyo patronato me honro en pertenecer. En su día, la FAES nos financió la realización de las Jornadas que dan sentido al título del libro que presentamos hoy y que también ha contado con el patrocinio de la Fundación. En segundo lugar, a José María Aznar por haberse desplazado hasta Pamplona para compartir con la Sociedad de Estudios Navarros este acontecimiento cultural y por haber demostrado no sólo con palabras sino sobre todo con hechos su gran amor a Navarra, la tierra de sus antepasados. Mientras José María Aznar ejerció la presidencia del Gobierno nadie jugó con el destino de Navarra. Fueron ocho años de intensa colaboración con el Gobierno de Navarra que se tradujo en frutos extraordinariamente fecundos para nuestra tierra. Digo esto porque es de bien nacidos ser agradecidos. Y Navarra ha tenido en José María Aznar un amigo de verdad. Por eso, a las seis de la tarde de aquel aciago 14 de marzo de 2004, cuando parecían soplar ya vientos de derrota, sentí el deber de llamar a la Moncloa para decirle: “Pase lo que pase, la historia te recordará como el mejor presidente de nuestra democracia”. Cada día que pasa, a pesar de la infame campaña de descalificación de que es objeto desde la izquierda y el nacionalismo, me ratifico más en ello.
En segundo lugar, mi gratitud a los autores de las ponencias que se contienen en este libro. Excluyendo mi trabajo sobre “Vascos y navarros en la lucha por la legitimidad española: las guerras carlistas”, todas los demás poseen una calidad científica y un rigor histórico difíciles de superar. José Andrés-Gallego centra magistralmente la cuestión en su ponencia sobre “Vascos y navarros en la Historia de España: algunas claves interpretativas”. Francisco Javier Navarro aporta un luminoso trabajo sobre “Las raíces de la antigüedad”. Ángel Martín Duque demuestra por qué es tenido como gran maestro de nuestra historia medieval en su ponencia titulada “En torno a la identidad socio-cultural de los navarros en la Edad Media”. Luis Javier Fortún relata la importancia del cristianismo navarro en el devenir eclesial español en su trabajo sobre “Navarra y la Iglesia española”. Alfredo Floristán formula una visión extraordinariamente clarificadora sobre la participación de “Vascos y navarros en la monarquía española del siglo XVI”. Juan B. Amores Carredano prueba cómo la condición castellana de las Provincias Vascongadas y la incorporación de Navarra a la Corona de Castilla fue causa determinante de la intensa presencia de “Vascos y navarros en América”. Agustín González Enciso destaca la aportación de los navarros al gobierno de la Monarquía en su ponencia sobre “El protagonismo económico de los navarros en la España del siglo XVIII”. Joaquín Salcedo Izu refleja su gran erudición como historiador del Derecho en su interesante ponencia sobre “Representación política y presencia navarra en Madrid. La Navarra institucional en la Corte”. Rafael Torres Sánchez nos descubre cómo funcionaba el “lobby” navarro en Madrid en los siglos XVII y XVIII en su trabajo sobre “Emigrantes y financieros navarros en la Corte madrileña”. Miguel Ángel Baquer, excelente historiador militar, rescata del olvido a tantos y tantos vascos y navarros que sirvieron con honor en los ejércitos de España en dos magníficas ponencias tituladas “Presencia vasca” y “Presencia navarra en la milicia española”. José Manuel Azcona descubre en su ponencia “Los pensadores navarros del siglo XIX y Sabino Arana”, cómo el fundador del nacionalismo vasco se inspiró en el pensamiento del fuerismo navarro, para desnaturalizarlo en su propuesta separatista. Y, por último, Carlos Mata ofrece aspectos inéditos sobre “La aportación de Navarra a la literatura española”, que conducen a la conclusión de que el cultivo de las letras no es algo ajeno a nuestro viejo Reino. A todos ello, algunos de los cuales nos honran hoy con su presencia el reconocimiento y gratitud de la Sociedad de Estudios Navarros.
En tercer lugar debo hacer una mención especial a la Editorial Laocoonte y a su director, Arturo del Burgo, a quien debemos la edición de este volumen de extraordinaria calidad tipográfica y que se suma a otro gran libro que desde hace unos días está en las librerías bajo el título de “Mola frente a Franco”, obra póstuma de Félix Maíz y que ha permanecido inédita desde 1980. En ella se incluye una introducción histórica sobre “La España de la guerra civil” de la que soy autor. Aprovecho la ocasión para anunciar que en breve Editorial Laocoonte publicará dos nuevos libros. Uno de ellos, titulado “La tribu navarra”, es obra de José Antonio Jáuregui, uno de los grandes pensadores navarros del siglo XX. Fue escrito en 1977 y no consiguió publicarlo. El otro es de otro autor también desaparecido, el sacerdote Javier Marcellán, que ha sido revisado y aumentado por Santiago Cañardo, y que se titula “Mártires de Navarra”, que pretende rendir homenaje al centenar y medio de sacerdotes, religiosos y monjas de Navarra que por su fidelidad a Cristo obtuvieron la palma del martirio durante la guerra de 1936.
Y cierro este ya largo capítulo de agradecimientos con mi gratitud a cuantos habéis querido acompañarnos en esta tarde invernal y de forma especial a las autoridades aquí presentes, encabezadas por la alcaldesa de Pamplona, Yolanda Barcina, y los consejeros del Gobierno foral Alberto Catalán y Amelia Salanueva. Y permitidme finalmente que salude también a los diputados y senadores –y de un modo especial a Carlos Salvador- que me han acompañado en las Cortes Generales durante la legislatura que hoy concluye y en la que he puesto punto final a mis casi treinta años de vida parlamentaria en las Cortes Generales.
Dicho esto permitidme unas breves consideraciones sobre la razón de ser y la oportunidad de este libro en el momento presente. Todos los pueblos se han sentido la necesidad de conocer sus raíces, saber cómo se forjó su personalidad, cómo vivieron sus antepasados, cuáles fueron sus días de gloria y de derrota y quiénes se distinguieron por su dedicación a la política, a la milicia, al arte, a las ciencias para rendir homenaje a cuantos dejaron huella en la conformación de la identidad colectiva.
Ciertos episodios históricos sirven para apuntalar el orgullo nacional. No es de extrañar que se tienda a mitificar todo aquello que contribuya a reforzar la cohesión de la tribu –utilizando la expresión de José Antonio Jáuregui- y a oscurecer los episodios que conduzcan a lo contrario, aunque el actual revisionismo histórico deje mal parados a unos y otros. Los navarros, por poner un ejemplo, estamos convencidos de que la victoria de las Navas de Tolosa en 1212, que evitó que toda España cayera bajo el dominio musulmán, fue poco menos que una gesta exclusiva de nuestro rey Sancho VII el Fuerte. El tapiz que figura en el despacho del presidente del Gobierno foral no puede ser más expresivo. Ahí está nuestro gigantesco monarca, montado a caballo y blandiendo su temible maza, en el momento de arrollar a la guardia del Miramamolín a quien puso en humillante fuga. Las cadenas de nuestro escudo dan fe imperecedera de que en las Navas nuestro Sancho el Fuerte salvó a la cristiandad entera en un golpe de audacia y valentía. Las crónicas de la batalla de los historiadores castellanos, aunque no omiten la acción de nuestro rey, atribuyen la victoria al genio militar de Alfonso VIII que pudo así resarcirse del estrepitoso fracaso de Alarcos, donde a punto estuvo de perderse la cristiandad española. También los vizcaínos de López de Haro, al servicio del rey castellano, hicieron prodigios de valor en las Navas. Pero a pesar de las exaltaciones propias de cada bandería, hay un fondo de verdad incuestionable: con más o menos acento castellano, navarro o aragonés hubo una batalla, la de las Navas, donde los reyes cristianos españoles dejaron a un lado sus diferencias y secundaron el llamamiento a la Santa Cruzada proclamada, en nombre del Papa, por el arzobispo de Toledo, cuya sede episcopal desempeñaba el navarro Jiménez de Rada. Y tampoco hay duda de que la victoria de las armas cristianas acabó definitivamente con el sueño de restaurar el Andalus musulmán.
Ni Navarra ni el País Vasco son ajenos a estas manifestaciones de historicismo patriótico. Los navarros nos sentimos orgullosos de la tierra que nos ha visto nacer. El sentido de autoestima de los vascos parece un hecho indiscutible. No hay nada de malo en ello siempre que no genere un absurdo complejo de superioridad respecto a las demás tribus del planeta. Pero hay una gran diferencia entre lo que ocurre en la mayoría de los pueblos y lo que sucede entre nosotros. Lo cierto es que desde la aparición del nacionalismo de Sabino Arana la historia está tan directamente implicada en nuestro debate político que se utiliza como arma arrojadiza de unos contra otros.
Si viniera por estos pagos un extraterrestre, bilingüe claro es, y se pusiera a ojear ciertos medios de comunicación navarros o vascos llegaría a la conclusión de que las vanguardias vasco-castellanas del duque de Alba están a punto de hacer su aparición por la Barranca o que la aviación alemana calienta motores para arrasar la histórica villa foral de Guernica. Si nuestro extraterrestre se diera una vuelta por cualquier ikastola saldría de ella con la idea de que su nave había aterrizado en medio de un pueblo indómito, que aunque no figure en los mapas tiene por nombre Euskal Herria y que desde antes de la prehistoria era dueño de estas tierras. Aprendería que este pueblo indomable se encuentra sometido por dos poderosos Estados -España y Francia- que han practicado y practican una política genocida contra un idioma venerable nacido nada menos que de la confusión de las lenguas en Babel. Y saldría convencido de que esta nación vasca de siete territorios –que serían seis si hace quinientos años no se hubiera desdoblado uno de ellos- había sido conquistada por la fuerza o con maña y furto por sus malvados vecinos por lo que no logrará vivir en paz mientras no consiga romper sus cadenas y recuperar la libertad.
Pido perdón por haber descrito con una cierta dosis de humor negro lo que considero es el peor problema de la sociedad navarra y de la vasca: el adoctrinamiento de las nuevas generaciones, a través del sistema educativo, en la peculiar visión de la historia del nacionalismo vasco, basada en una atroz manipulación de la realidad histórica. Hay jóvenes vascos y navarros que creen a pies juntillas que Euskal Herria existe desde el comienzo de los tiempos, que en 1936 España invadió Euskal Herria y que si hoy Navarra no forma parte de Euzkadi se debe a la política genocida de Franco que la separó del tronco común mediante una actuación ferozmente represiva. Y es que el nacionalismo vasco de todo signo, moderado o inmoderado, democrático o revolucionario, pacífico o violento, parece haber hecho suya la consigna del dirigente comunista chino Mao, responsable de la esclavitud de su pueblo, cuando ordenó a sus seguidores: “¡Corromped la historia!”.
¿Qué se puede hacer ante esta situación? Pues seguir la consigna de Mao pero en la dirección contraria. Y si me permitís dar algún consejo diría: “¡Restaurad la historia!”. Porque se pongan como se pongan, digan lo que digan, escriban lo que escriban, mientan lo que mientan, los hechos históricos no se pueden cambiar.
Las viejas piedras del monasterio de Leyre –y las de Iranzu, la Oliva, Fitero o Irache- siempre nos recordarán que Navarra nació a la historia del hermanamiento entre la cruz y la espada porque hubo un tiempo en que la fe y la libertad estaban estrechamente vinculadas; la campana de Roldán en Ibañeta nos hablará de la gesta de nuestros antepasados en Roncesvalles, convertido más tarde en punto de partida de ese camino de universalidad cristiana y española que es el de Santiago; la maza de Sancho el Fuerte será símbolo perenne de la solidaridad de Navarra con el resto de los pueblos de España; el palacio real de Olite nos transportará a otro de los momentos de esplendor cultural del reino aunque comenzaremos a percibir el desgarro de la mítica figura del Príncipe de Viana y de la trágica división fratricida de agramonteses y beaumonteses de la que los muros derruidos de la fortaleza de Maya hablarán por sí solos; la Sala de la Preciosa de la Catedral de Santa María la Real, donde se reunían en Pamplona nuestras viejas Cortes, darán testimonio silente de cómo la incorporación de Navarra a la Corona de Castilla en 1515 fue de igual a igual, permaneciendo como reino de por sí e identificándose a partir de entonces hasta el extremo con las empresas de la monarquía española; ante el castillo de Javier sentiremos el aliento de Francisco, el más universal de los navarros, elevado a los altares de la mano de aquel gran vasco universal, Iñigo de Loyola, que pusieron al servicio del Papado esa gran Compañía de soldados de Cristo que en su inicio tuvo un acento marcadamente español; el monolito de Noáin dedicado a los “afusilados” en la guerra de la Independencia contra la tiranía de Napoleón volverá a hablarnos del heroísmo y sacrificio del pueblo navarro en defensa de la libertad de España; en Tierra Estella y la Sierra de Urbasa todavía escucharemos el eco de la carlistada de Zumalacárregui que al frente de sus voluntarios vascos y navarros trató inútilmente de sentar al rey legítimo de España en el trono de Madrid; y, por último, bajo el monumento a nuestra Ley Foral que se yergue majestuoso frente al Palacio de Navarra, nos reafirmaremos en la idea de que la libertad no nos la regala nadie y se conquista día a día con el esfuerzo de todos.
“Vascos y navarros en la historia de España” es una modesta aportación de la Sociedad de Estudios Navarros a la restauración de nuestra historia. Estoy seguro de que quien lea sus páginas, sin orejeras ni ideas preconcebidas, llegará a la conclusión de que desconectada de España no hay historia vasca ni navarra pero que sin la contribución de vascos y navarros España se queda sin historia.
La Tribuna de Navarra, 15 de enero de 2008
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