Esa derecha del dinero y la patronal
Manuel Pizarro dio a los españoles en general, y a los socialistas en particular, una extraordinaria lección de habilidad gestora y fidelidad a los propios accionistas cuando tuvo que lidiar con el terrible morlaco de la Opa sobre Endesa. Recordemos: Gas Natural (La Caixa) ataca, Endesa se defiende y, por el camino, nos enteramos de que había detrás una operación que implicaba a la oligarquía político-financiera catalana; portavoces del Gobierno reconocen, con ese desparpajo que les caracteriza, que esa Opa es “medio estatut”, y así nos encontramos de hoz y coz con un guiso donde se mezclan la política de partido, el mamoneo oligárquico, el caciquismo de aldea y la alta finanza internacional en aleación inextricable. En medio de este torbellino de presiones, Pizarro se clava al suelo, saca pecho y aguanta. Al margen de otras consideraciones, ese era exactamente su deber. Honor al capitán de empresa.
Vaya eso para aclarar que aquí el problema no está en la personalidad de Pizarro, sino en la elección del PP. Todo indica que esta elección obedece a una reflexión estratégica que podemos sintetizar en los pasos siguientes: a) Las elecciones van a decidirse en un estrecho margen de votos que básicamente coincide con el porcentaje de los indecisos; b) Esos indecisos no votarán en función de criterios ideológicos (si tuvieran ideología, no serían indecisos), sino que apoyarán a la opción que más confianza les inspire; c) El mejor modo de ofrecer confianza es mostrar a personas de seria reputación profesional, ese tipo de persona a la que le confiarías tu propio dinero o, como suele decirse, le comprarías un coche usado; d) Nadie ha dado mejor ese perfil en los últimos años que un tipo como Pizarro, que ha sido capaz de multiplicar los beneficios de sus accionistas en medio de una crisis atroz; e) Ergo, este es nuestro hombre. Pero esta reflexión da por acreditadas dos cosas que en realidad son muy discutibles. La primera que esa confianza que buscan los indecisos pueda traducirse en términos de confianza económica, es decir, que lo que busquen sea un gestor. La segunda, que la imagen pública de Pizarro, esto es, la que le ha construido la mayoría de los medios de comunicación en los últimos cuatro años, se corresponda con la que de él tienen en el PP. Ambas cosas son extremadamente dudosas.
El partido del homo oeconomicus
El PP presupone que el ciudadano razona en términos del “mejor interés individual”, muy al estilo del liberalismo clásico, y tiende a pensar también que ese interés se formula en términos estrictamente económicos, muy al estilo del neoliberalismo contemporáneo. La ecuación sería “interés = más dinero para mí”, y se traduciría en la equivalencia “confianza = un tipo que sepa ganar dinero”. Ahora bien, la mentalidad del español medio no suele transitar por ahí. En España, donde muchos años de proteccionismo han configurado una mentalidad social de ciudadano asistido, la gente tiende a mirar con hostilidad al que gana dinero y, al contrario, tiende a depositar su confianza en quien promete repartirlo. El caso de Andalucía es paradigmático: la mayoría de la gente prefiere mil veces que le den un subsidio a que le den una empresa, sobre todo si el subsidio puede chulearse con la suficiente holgura como para completar ingresos en negro. Aquí intervienen elementos de cultura política cuyo análisis nos llevaría demasiado lejos, pero que podemos sintetizar en esta idea: en España apenas existe una cultura social del individuo emprendedor, de manera que tampoco hay una cultura política que premie al gran financiero. En ese sentido, la figura de Pizarro puede suscitar más rechazos que adhesiones.
Aquí entra el segundo elemento del análisis, a saber, la imagen pública del protagonista de esta historia. En efecto, desde la mayoría mediática gubernamental se le ha construido a Pizarro una imagen cortada por los patrones más tópicos del anticapitalismo primario: el patrón sin patria ni escrúpulos que prefiere vender la energía nacional al mejor postor extranjero, antes que ponerla al servicio del interés de los españoles. Por supuesto que se trata de una imagen falsa y simplista hasta la náusea, pero la estrategia de comunicación del zapaterismo nunca se ha caracterizado por su sutileza. No hemos tardado en oír al tribuno demagogo diciendo lo previsible: “Ahí lo tenéis: ellos eligen a los que se llevan el dinero, y nosotros, a los que lo reparten para el pueblo”. ¿Burdo? Claro, pero de eso se trata.
Un poco más de tejas arriba, el episodio Pizarro incide en un rasgo de la derecha española que empieza a ser muy preocupante: su tendencia perenne a reducir el discurso político a la dimensión económica y su incapacidad manifiesta para modular discursos sugestivos en materia política, social o cultural. El PP parece convencido de que los “indecisos” no le votarán si se muestra como un partido de derechas, es decir, si plantea un discurso nítido de defensa de la identidad nacional, de restricción de la inmigración, de defensa de la familia y de la libertad de enseñanza, etc. Esto no es de ahora: lo vimos con Aznar, que hoy parece dispuesto a amparar grandes laboratorios ideológicos, pero que en sus ocho años de Gobierno no propuso a la sociedad española –sino muy tardíamente- otro horizonte que el de la prosperidad económica. “Enriqueceos”, nos dijo Aznar como Luis Felipe de Orleáns a los franceses de 1830. El resultado fue que la gente, cuando tuvo miedo, prefirió votar a otro.
La frase “el dinero no lo es todo” tuvo aquí una plasmación de sabiduría cazurra, pero ello no le restó vigor. Rajoy viene ahora con lo mismo: “enriqueceos”. Muy bien. Pero todos sabemos que quienes se enriquecen, por lo general, son siempre los mismos, así de derechas como de izquierdas, y a mí lo que me interesa no es que se enriquezcan ellos, sino dar a mis hijos la enseñanza que yo quiero, que tener familia numerosa no me convierta en un menesteroso marginal, que dejemos de ser el paraíso europeo del aborto, que se garantice la supervivencia de España como unidad nacional, que la cultura social española se regenere y abandone su actual estado de sordidez e indecencia… Todo eso no es incompatible con el fichaje de gente como Pizarro, por supuesto. Pero Pizarro, que es un gran tipo, no me va a dar lo que yo necesito. Yo –y algunos millones como yo- necesito un estadista y un reformador, no un mago de los dineros. Al final, estamos en lo de siempre: la derecha del interés prevalece sobre la derecha de los principios. Y conviene recordar que las consecuencias de esa elección siempre han sido funestas.
José Javier Esparza
El Manifiesto, 16 de enero de 2008
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