El relativismo actual es insuficiente frente al terrorismo
El conocido historiador Fernando García de Cortázar publicó en el diario madrileño ABC, el 17 de agosto de 2006, un largo e inquietante artículo titulado El desfile del perdón. A su juicio «La esencia de esta pos-modernísima moda del perdón es que las atrocidades siempre las cometen o un hermético puñado de fuerzas oscuras -el Estado, el colonialismo, el imperialismo yanqui, la globalización...- o los supuestos antepasados del rival político - los fascistas, los comunistas, los alemanes...». Una moda que actúa «Como si las responsabilidades individuales no existieran y siempre hubieran sido las circunstancias las responsables de las decisiones humanas, las acciones humanas y, sobre todo, el sufrimiento humano». Y concluía con un incisivo párrafo: «Después de vivir la pesadilla del juicio, la madre de Miguel Ángel Blanco dijo que casi no había podido mirar a la cara a sus asesinos: “Sólo podía mirarle a las manos. Una y otra vez. No podía dejar de pensar que con esas manos le habían quitado la vida a mi hijo”. Escribo estas palabras, y luego las digo mentalmente. Y las repito muchas veces. Como plegaria. Porque el futuro no puede surgir de disolver las responsabilidades individuales ni tampoco de borrar de la Historia la existencia de ETA, desarraigándola de las conciencias y creando un pasado con víctimas pero sin asesinos, sin verdugos, sin victimarios. Porque para que el ágora sustituya al templo y el futuro no esté ya secuestrado es preciso plantearse el terrible enigma de esas manos. No lavarlas en la ficción de una paz sin ojos sino repetirse y tratar de responder las preguntas que un día se hiciera Hannah Arendt en su libro Los orígenes del totalitarismo: ¿Qué ha sucedido? ¿Por qué ha sucedido? ¿Cómo ha podido suceder?» Unos sintéticos párrafos que cuestionan muchas actitudes -colectivas e individuales- ante al terrorismo manifestadas en España durante décadas, y que cobran mayor trascendencia en el devenir del supuestamente extinto «proceso de paz» que hemos vivido recientemente en España. Una interpelación, en suma, que plantea el rol de la conciencia personal, la consistencia de la Ética actual y sus aplicaciones colectivas, ante las poliédricas expresiones del terrorismo.
Las razones últimas que sustentan la general y abstracta condena del terrorismo no son unánimes. De hecho, no son pocas las voces que reclaman la necesidad de remitirse a sus supuestas causas remotas, enmarcándolas en una violencia previa que lo provocaría inevitablemente; de modo que antes o después se acabaría «dialogando» con los terroristas.
Javier Mª. Prades López aborda científicamente la problemática planteada por García de Cortázar en su estudio «Imagen de Dios»: la antropología cristiana en el contexto del análisis del terrorismo y de sus causas, a partir de la página 282 de la obra colectiva Terrorismo y nacionalismo. Comentario a la Instrucción pastoral «Valoración moral del terrorismo en España, de sus causas y de sus consecuencias» (BAC, Madrid, 2005) de la siguiente manera: «En nuestra época se teoriza desde hace tiempo, y la cultura mediática divulga con grandes recursos, que el hombre como sujeto ha desaparecido o que, al máximo, su única tarea residual es el problematicismo crítico. Abundan las corrientes filosóficas en lo que genéricamente se llama postmodernidad, que explican de distintos modos cómo la única función que ha conservado la razón, frustrada su desmedida ambición constructora de sistemas en la modernidad, es precisamente su carácter de mera función crítica, “deponente”». Es el caso de G. Vattimo, abanderado del llamado «pensamiento débil», quien considera que el denominado «pensamiento fuerte», propio de la modernidad, se caracterizaba por hablar en nombre de la verdad, de la unidad y de la totalidad. Por el contrario, el «pensamiento débil» rechaza las categorías fuertes y las legitimaciones omnicomprensivas. De esta manera, el nihilismo se habría convertido en el horizonte vital de la humanidad, habiéndose derrumbado toda certeza última y verdad estable. Y conceptos como sujeto e historia habrían perdido su carácter unitario, por lo que debiéramos acostumbrarnos a vivir sin ansias en un mundo de medias verdades y sin deseo de alcanzar otras nuevas.
Pero, tan sesudas reflexiones, ¿tienen algo que ver con las existencias de los hombres y las mujeres de hoy? Pensamos que mucho.
Un prestigioso psiquiatra español, Enrique Rojas, en unas declaraciones efectuadas en la Universidad Austral, definía al pensamiento propugnado, entre otros muchos, por Vattimo, como el que «se relaciona con el mundo light: la manteca sin grasa, el café sin cafeína, el azúcar sin glucosa, el hombre sin sustancia que afirma “haz lo que quieras” y esto conlleva un costo terrible». Advertía, a su vez, que la afirmación de unos valores y, en concreto la ardua tarea de la educación en los mismos, no es una posición fácil, pues: «Cualquier sujeto que defiende unos criterios con cierta firmeza es un fundamentalista» para la moda intelectual actual (http://www.universia.com.ar/, 09/05/2005). En consecuencia, si carecemos de convicciones firmes, al no compartir una verdad común, ¿sobre qué valores asentamos la convivencia colectiva y la imprescindible capacidad de resistencia frente a las agresiones terroristas?
La Ética, estudio filosófico de la moral, está en directa relación con la política; integrando ambas la Filosofía práctica. Actualmente se pretende edificar una ética civil a partir del cambiante consenso social y de transacciones, que también incorporan creencias políticas; de modo que los criterios morales pierden relevancia y capacidad para poder iluminar la vida pública. En consecuencia, asegura en la página 18 del antes mencionado libro Juan José Pérez-Soba Diez del Corral en su trabajo Introducción: óptica y unidad del documento, «A la persona le queda la impresión de la imposibilidad de alcanzar una razón ética por encima de determinados intereses parciales para aceptar sin fisuras cuestiones fundamentales para la construcción de la sociedad como es el respeto de la vida. Se ha extendido con el relativismo una cierta postura cínica según la cual toda declaración moral es un ideal inalcanzable que no vive casi nadie y que es farisaico proclamar». Así, continúa afirmando el autor, «la ausencia de un sistema de referencia de fondo, debilita a la sociedad para hacer frente a una ideología que se quiera imponer sistemáticamente» (página 16). Por otra parte, asegura que «No es tan fácil dar una solución cuando el ambiente general dentro de la ética, en especial la ética social, es fundamentalmente utilitarista. Entonces, una utilidad política cuyos fines se consideren justificados a priori, ya sea por un pretendido apoyo popular, o por un presupuesto ideológico, será la que dé los principios fundamentales al pensamiento presuntamente moral. Éste se convertirá inevitablemente en un razonamiento justificativo» (página 14). Y dado que la Ética civil presenta objeciones tan serias a su propia capacidad enjuiciadora del terrorismo, este autor afirma en la página 20 que «Afrontar un tema de tal calado requiere un pensamiento fuerte que supere el sistema de concesiones o de atenuantes que suele caracterizar la visión teñida de sociologismo de una ética comunicativa o de la relativización inherente a los acuerdos sociales».
Podríamos concluir que desde el relativismo moral de una Ética civil de mínimos, es lógico concebir al terrorismo como algo inevitable, con el que es necesario convivir, como un método de cálculo político incluso…, como un mal menor. Así, ciertos criterios estrictamente políticos prevalecerán sobre la perspectiva moral del problema.
Pero, vistos sus límites, debemos explorar algún terreno firme desde el que poder enjuiciar moralmente al terrorismo; una pretensión que mantiene, en su caso, la Iglesia católica, pues «esto es posible porque no se ha partido directamente de un análisis sociológico que cuenta con dificultades inmensas para dar lugar a un juicio sobre cualquier terrorismo por la gran cantidad de variantes dependientes de su génesis histórica y la situación cultural. Este juicio tiene su sentido preciso como superación de la interpretación marxista que hace imposible toda valoración definitiva de un acontecimiento antes del fin de la historia». Así lo propuso Juan José Pérez-Soba Diez del Corral en su estudio Juicio moral sobre el terrorismo, en la página 155 del libro referenciado; un juicio que parte de la antropología cristiana, que afirma la centralidad y dimensión moral de la persona por encima de cualquier ideología.
El terrorismo cuestiona la «conciencia moral de la sociedad», pues «Ésta es de algún modo responsable, no sólo porque tolera o favorece comportamientos contrarios a la vida, sino también porque alimenta la “cultura de la muerte”, llegando a crear y consolidar verdadera y auténticas “estructuras de pecado” contra la vida. La conciencia moral, tanto individual como social, está hoy sometida, a causa también del fuerte influjo de muchos medios de comunicación social a un peligro y gravísimo y mortal, el de la confusión entre el bien y el mal en relación con el mismo derecho fundamental a la vida». Así lo aseguró Juan Pablo II en el punto 24 de Evangelium vitae, su carta encíclica sobre el valor de la vida humana de 1995. Nada menos.
No se trata de una cuestión cerrada. Todo lo contrario. Es más, la existencia de tales debates, y de las consiguientes quiebras sociales, enjuician la salud moral de toda la sociedad, de sus bases de convivencia y de su voluntad de futuro. La persistencia del terrorismo, por tanto, contrasta también nuestro modelo social. Y no se trata de una cuestión puramente teórica. La actitud que se adopte, por ejemplo ante el proceso de diálogo con una organización terrorista, depende mucho de los presupuestos de partida. La primacía de lo político facilitará, también, el olvido de las víctimas, y puede no tener reparos en pagar un «precio político» por la paz. Se trata, por lo tanto, de un debate de trascendentales consecuencias.
Por todo ello, bienvenido IV Congreso Internacional sobre Víctimas del Terrorismo, que ha tenido lugar en Madrid los días 22 y 23 de enero, organizado por la Universidad San Pablo–CEU. Pues a las víctimas les corresponde, antes que a nadie, el derecho a la palabra y el juicio moral.
Fernando José Vaquero Oroquieta
Análisis Digital, 25 de enero de 2008
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