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Monseñor Jaramillo, una víctima del terrorismo que dio su vida por la fe. El obispo de Arauca fue asesinado en 1989 por el Ejército de Liberación Nacional (ELN) colombiano

Monseñor Jaramillo, una víctima del terrorismo que dio su vida por la fe. El obispo de Arauca fue asesinado en 1989 por el Ejército de Liberación Nacional (ELN) colombiano

Monseñor Jaramillo, una víctima del terrorismo que dio su vida por la fe. El obispo de Arauca fue asesinado en 1989 por el Ejército de Liberación colombiano

 

La congregación vaticana para las Causas de los Santos está trabajando ya en su posible beatificación.

 

N. de C.

Madrid- «La pastoral llega a la cumbre cuando se da la vida por los caminos», solía decir. Monseñor Emilio Jesús Jaramillo fue asesinado en Fortul el 2 de octubre de 1989, tras una intensa labor pastoral, que logró elevar del rango de prefectura al de diócesis misionera a la región colombiana de Arauca y que multiplicó el número de sacerdotes y congregaciones de religiosas. En ese mismo lugar, cuatro años antes, había sido asesinado otro sacerdote, Raúl Cuervo. Fue entonces cuando monseñor Jaramillo proclamó abiertamente su posición ante la violencia terrorista: «Sólo hacía falta la sangre de un sacerdote para que la copa se llenara. Pero si hace falta más sangre, aquí está mi clero con su obispo a la cabeza».

 

A las tres y media de la tarde de aquel día, tres hombres armados detuvieron el coche en el que viajaba el obispo y le secuestraron junto a otro sacerdote, el padre Helmer. Confiaron en que les retenían para realizar alguna gestión de mediación para los mandos terroristas del Ejercito de Liberación Nacional colombiano. Pero no fue así. El padre Helmer fue obligado a abandonar a su obispo, contra su voluntad, con instrucciones de regresar a la mañana siguiente al mismo lugar. Antes de despedirse, en un despiste de sus captores, se dieron la mutua absolución. Amanecido el día 3 de octubre, se dirigió al lugar convenido. Allí encontró a monseñor Jaramillo tirado en el suelo, con los brazos en cruz y la cara desfigurada. Faltaban su anillo pastoral, el rosario y su reloj.

Recordando a su obispo, el padre Álvaro Hernández no puede reprimir las lágrimas. Lógico, cuando ha compartido con él, su padre espiritual, más de 25 años, 15 de ellos siendo ya obispo.

 

«Era un hombre muy humano, de entrega generosa, al que le dolía toda actitud contra la vida humana», recuerda. «Se hacía entender entre los más humildes, probablemente por su vida austera y sencilla, que cada día comenzaba con un rato de oración y algo de ejercicio físico saltando con una cuerda, como un boxeador». De esa manera de amarrar la vida que le arrebataron entre sus manos brotaba la claridad que le permitió, hasta el último aliento de vida, no esquivar ninguna circunstancia que se interpusiera en su deber de sucesor de los apóstoles.

 

¿Por qué asesinaron entonces a monseñor Jaramillo? El mismo ELN lo dejó claro en un boletín interno publicado el 28 de octubre de 1989.

 

El asesinato del obispo fue un duro mazazo para la diócesis. Al principio, todos quedaron atenazados por el miedo, como reconoce el padre Hernández, y no es para menos. El propio Hernández relata que hasta en tres ocasiones terroristas armados le ha intentado obligar a interrumpir la celebración de la eucaristía, a lo que siempre se ha negado con riesgo para su vida. Pero supieron reponerse.

 

La Razón, 30 de enero de 2008

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