El poder destructor de la ideología de género, según el cardenal Cañizares
Intervención en el Congreso Internacional del dicasterio para los Laicos
ROMA, viernes, 8 febrero 2008 (ZENIT.org).- «Revolución cultural en toda regla» más insidiosa y destructora de cuanto se pueda pensar: ésta es la trayectoria de la ideología de género, de la que alerta el cardenal Antonio Cañizares en la reflexión internacional que promueve el Pontificio Consejo para los Laicos.
Roma acoge, del jueves al sábado, a participantes de medio centenar de países de los cinco continentes en un Congreso, «Mujer y varón, la totalidad del humanum», por el XX aniversario de la carta apostólica «Mulieris dignitatem», el primer documento pontificio dedicado por entero a la mujer.
Desde el texto de Juan Pablo II, el cardenal primado de España, en la primera intervención del encuentro, hizo balance y trazó perspectivas que disparan la alarma sobre el respeto a la verdad de la persona --hombre y mujer--.
«Mulieris dignitatem» es más actual que nunca porque en esta carta el Papa expresa «la verdad del hombre, que es varón y mujer, y sienta sus principios antropológicos» --sintetizó el cardenal Cañizares a Zenit--. Y en estos momentos una revolución de género en el fondo está cuestionando esa verdad el hombre, inseparable por otra parte de Dios».
Clave en el texto pontificio es que «el hombre es creado por Dios, está constituido con una verdad: una humanidad única diferenciada hombre-mujer», añadió el purpurado.
Tal «diferencia lleva a la unidad, a la comunión; no puede haber dominio de uno sobre otro, sino respeto a la dignidad de ambos en su singularidad e irrepetibilidad», subrayó.
Grupos de presión, iniciativas legislativas y medios de comunicación están siendo vehículo de esta ideología de género, «una revolución cultural en toda regla», alertó el cardenal Cañizares en su intervención.
En la ideología de género la sexualidad no se acepta «propiamente como constitutiva del hombre» --recordó--, sino que «el ser humano sería el resultado del deseo de la elección», de manera que, «sea cual sea su sexo físico», la persona --sea mujer o varón-- «podría elegir su género» y modificar su opción cuando quisiera: homosexualidad, heterosexualidad, transexualismo, etcétera.
Advierte de que «el cambio cultural y social que el fenómeno conlleva es de gran alcance», dado que para esta ideología «no existe naturaleza, no existe verdad del hombre, solo libertad omnímoda».
En esta revolución cultural «el nexo individuo-familia-sociedad se pierde y la persona se reduce a individuo», y se constata, por lo tanto, «el cuestionamiento radical de la familia y de su verdad --el matrimonio entre un hombre y una mujer abierto a la vida-- y de toda la sociedad», recalca.
Este panorama reclama una relectura «Mulieris dignitatem», donde, como subrayaba el purpurado, el Papa Karol Wojtyla trazó las raíces antropológicas y teológicas de la verdad de la persona humana --hombre y mujer--.
Y el texto pontificio partía del libro del Génesis: el hombre --varón y mujer-- ha sido creado --no se ha hecho a sí mismo-- por Dios, es la «culminación de la creación que vio Dios que era buena», apunta el cardenal Cañizares; «el género humano, que tiene su origen en la llamada a la existencia del hombre y de la mujer, corona toda la obra de la creación; ambos son seres humanos en el mismo grado».
También la descripción bíblica «habla de la institución del matrimonio por parte de Dios, en el comienzo de la creación del hombre y de la mujer, como condición indispensable para la transmisión de la vida»; «se trata de una relación recíproca, del hombre con la mujer y de la mujer con el hombre», insistió.
Por todo ello «ser hombre» y «ser mujer» son realidades «queridas por Dios»: «en su igualdad y en su diferencia, uno y otro tienen una común dignidad», aspecto en el que el cardenal Cañizares hizo especial hincapié.
La carta de Juan Pablo II fue altavoz del hecho de que hombre y mujer «son creados como personas a imagen de Dios Amor para vivir en comunión»; de ahí su reciprocidad y de ahí que la persona esté llamada también a existir para los demás, convirtiéndose en un don.
«No es que Dios haya hecho "incompletos"» al hombre y a la mujer --aclaró el purpurado español--, sino que los ha creado «para una comunión de personas, en la que cada uno puede ser "ayuda" para el otro porque son a la vez iguales en cuanto personas y complementarios en cuanto masculino y femenino».
El amor, por lo tanto, es lo que define la verdad de la persona --hombre y mujer--, la esencia y el cometido de la familia; «por eso la familia recibe la misión de vivir, custodiar, revelar y comunicar el amor como reflejo vivo de Dios, que es amor», recordó el cardenal Antonio Cañizares.
«Una familia asentada en tan fiel atenimiento al otro, en tal comunión de amor de personas, rezuma cariño y crea la posibilidad de adentrarse con gozo en el mundo», reflexionó.
La consecuencia es de extrema importancia, porque así, en la familia «los hijos encuentran en el suelo de una realidad sólida y perciben que vivir es una posibilidad gozosa y una gracia --puntualizó--; no una desgracia o un azaroso destino».
Por Marta Lago
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