Realismo y esperanza
El próximo 4 de marzo llegarán al Vaticano tres representantes del grupo de 138 sabios musulmanes, firmantes de la carta titulada “Una palabra común entre nosotros y vosotros”, que planteaba a los jefes de las Iglesias cristianas (con el Papa en primer término) un camino de diálogo sobre la base del doble mandamiento del amor a Dios y al prójimo. Se trata de preparar un próximo encuentro en Roma al más alto nivel, para dar cauce a un diálogo que Benedicto XVI considera trascendental para el futuro.
En la vigilia de esta avanzadilla, el islamólogo jesuita Khalil Samir ha concedido una significativa entrevista al diario Avvenire, de la Conferencia Episcopal Italiana. No es un secreto que Samir es una de las voces más escuchadas por el Papa en lo referente a las relaciones con el islam, como tampoco lo es que ha expresado sus reservas ante el alegre vuelo de campanas que se produjo en muchos medios católicos tras la carta de los 138. Samir tiene una familiaridad sin complejos con el islam, en cuyo contexto ha nacido. No se apunta a los estereotipos de cierto occidentalismo esquemático, pero señala con agudeza la diferencia genética entre cristianismo e islam, y no se hace falsas ilusiones sobre las posibilidades reales de que en un contexto islámico se asienten las libertades y los derechos fundamentales.
En la mencionada entrevista, Samir reconoce limpiamente el valor y la novedad que supone este paso en el diálogo de la Iglesia con el islam (diálogo, por otra parte, indispensable): se trata de la primera vez que un grupo muy cualificado y plural de líderes musulmanes expresa públicamente una sintonía y un aprecio sincero hacia el cristianismo. Ahora bien, para no recaer en viejos errores (que Benedicto XVI trató de cancelar con su discurso de Ratisbona) es necesario afrontar seriamente una serie de núcleos como el respeto de la dignidad de toda persona, la libertad religiosa efectiva, el conocimiento objetivo y el respeto de la fe del otro, y la educación de los jóvenes para evitar que caigan en las redes de la violencia. Son cuestiones que afectan dramáticamente al momento presente, y como ejemplos de los últimos días baste señalar la detención de un sacerdote en Argelia por celebrar misa en un campamento de inmigrantes subsaharianos, el proyecto de ley iraní que pretende castigar con la muerte a quienes abandonen el islam, o el creciente reclutamiento de jóvenes terroristas en las madrasas de Pakistán
Samir ilustra la preocupación de la Santa Sede al subrayar que es preciso declinar la afirmación del amor a Dios y al prójimo en términos concretos: “¿puedo amar a mi enemigo?, ¿puedo amar al pecador, que ha transgredido la ley divina?, o ¿puedo amar a quien ha cambiado de religión, es decir, el apóstata?”. El problema “no consiste en teorizar el amor a Dios y a los hombres, sino en comprender cómo podemos vivir juntos permaneciendo diversos, cómo aceptar la diferencia sin demonizarla”. En definitiva, aquí aparece como trasfondo una vez más cuanto dijo Benedicto XVI en Ratisbona sobre la necesidad de la recíproca apertura entre fe y razón.
Es importante subrayar que, si bien los 138 firmantes proceden de 43 naciones y de las distintas escuelas islámicas, no se les puede considerar “representantes” ni de las unas ni de las otras. Y como advierte Samir, cualquiera, en nombre también del islam, podría plantear objeciones de fondo a lo que han manifestado en su carta.
Así pues, ¿un jarro de agua fría? En absoluto. Cuando el periodista insinúa que así las cosas hay muchos motivos para ser escépticos, Samir responde que “debemos ser realistas como ha pedido el Santo Padre, realistas y confiados en la buena voluntad de los hombres y en la obra del Espíritu que no dejará de iluminarlos”. Se trata de iniciar un nuevo camino con realismo, paciencia y buena voluntad, un camino en el que pueda madurar un vínculo duradero que pueda irradiar sus frutos. Será una tarea de varias generaciones, pero urge comenzar ya.
José Luis Restán
Páginas Digital, 28 de febrero de 2008
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