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Una mentira de treinta años

Hace treinta años “desapareció” Eduardo Moreno Bergareche, “Pertur” para la leyenda. Nadie supo cómo fue. El Gobierno español, al igual que el Francés, callaron o sencillamente no conocieron los secretos del asunto. ETA fue posiblemente la fuente que más calló, que más muda permaneció. Y empezó a sospecharse que “Pertur”, innovador de la idea de la lucha político-militar y, en el fondo, proclive a ir abandonando la llamada violencia, había caído en desgracia de ETA militar o, si se prefiere, de los duros de la organización, para encontrar un destino cuyas particularidades quedaron en conocimiento de unos pocos. El resultado fue, como se sabe, la ley del silencio o la ley de la omerta. Ahora, para sorpresa de algunos, sólo entre quienes recuerdan o tengan noticia de que ese hombre existió, podrá decirse que “Pertur” aparece como un fantasma al que se daba por olvidado. Ahora bien, lo que menos cabía esperar es que desde el mundo etarra se iba a maquillar la sospecha de que en su día ocurrió lo peor, es decir, que Moreno Bergareche fue asesinado por “los suyos”.


La novedad ha aparecido en Gara bajo el cínico titulo “Pertur: las mentiras del poder” —español y francés, claro—, con la firma de un tal Iñaki Agirre, que escribe en nombre del grupo “Joserra Goiketxea”. El texto no es muy explícito. Es una explicación más bien confusa, de la que lo más inteligible son estas líneas: “¿A quien beneficia su desaparición? Los Estados español y francés callan y no han hecho nada por devolvernos el cuerpo de Pertur. Son 30 años de silencio que con la complicidad de los medios de comunicación a su servicio nos hacen mirar a otro lado como si de un señuelo se tratara. Ellos esconden la mano”.

Probablemente, por no decir seguramente, si los restos y las huellas de “Pertur” aparecieran tendría que ser ETA la que más perdiese en el terreno de la opinión pública y sobre todo de la opinión vasca. Pero, ya se sabe, las “mentiras del poder” siempre se manipulan. Se manipulan tanto como las verdades. No sería la primera vez que la banda oculta la mano. Se podrían rastrear varias ocasiones en que prefirió no dar la cara ni reivindicar lo peor para su imagen dentro de su propio esquema de valores. Recordemos el asesinato de Yoyes, que ETA no pudo quitarse de encima pero lo intentó. En realidad le interesaba dar “lección ejemplar” a quienes sentían entonces (1986) la tentación de abandonar aquella mafia armada. Yoyes tuvo esa ocurrencia y tal vez sabía más de lo que a ella misma le convenía saber. Fue el 10 de septiembre de aquel mismo año. María Dolores González Katarain estaba acompañada de su hijo, de cuatro años. Yoyes pertenecía a ETA desde 1972. Formó parte de la dirección y abandonó la organización por discrepancias políticas. Yoyes se convertía a los ojos del resto de la militancia en un mal ejemplo. Antes de matarla embadurnaron las calles de su pueblo, Ordizia, con pintadas alusivas a su supuesta complicidad con la Policía. Era la preargumentación de su asesinato como acto de justicia revolucionaria.

Yoyes había escrito en su diario: “Del derecho a la diferencia se ha pasado al deber de la uniformidad, en nombre de un supuesto ‘movimiento de liberación nacional’ (…) Yo me subí al carro en 1972-1973 y bajé en 1979 previendo que el aspecto social del movimiento, su visión progresista, desaparecería aumentando el militarismo basado exclusivamente en el nacionalismo oscurantista y mítico”.

A quien se le ocurre decir la verdad? De Yoyes se supo casi todo. De “Pertur”, ahora, como no quedaron rastros, se puede trazar una idealización basada en lo que ETA domina mejor cuando no le conviene decir la verdad: el arte de la mentira.

Lorenzo Contreras


Estrella Digital, 25-07-2006

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