Ojo con la democracia
¿Se merece la democracia los elogios que recibe? Según el Webster, la democracia es "el gobierno del pueblo; especialmente, el gobierno de la mayoría". ¿Y por qué es tan bueno el gobierno de la mayoría? Echemos vistazo a cómo procede el gobierno de la mayoría a la hora de tomar decisiones y preguntémonos cuántas de nuestras propias decisiones dejaríamos en sus manos.
¿Qué prefiere, comprarse el coche que más le tira o que sea la mayoría quien dictamine, mediante el preceptivo proceso democrático, con cuál ha de quedarse? Y quien habla del coche habla de la vivienda, de la ropa, de la comida, de la bebida... Estoy seguro de que, si alguien le propusiese que todas esas decisiones las tomara la mayoría, usted calificaría tal propuesta de tiránica.
No soy el único que tiene a la democracia por una variante de la tiranía. Uno de los padres de nuestra Constitución, James Madison, sostenía que en una democracia pura no hay nada que impida el atropello de los débiles y de los individuos considerados odiosos. Por su parte, John Adams llegó a decir lo que sigue: "Téngase presente que la democracia jamás perdura. Enseguida se echa a perder, queda exhausta y, finalmente, acaba consigo misma. Todavía no ha nacido la democracia que no se haya suicidado". En cuanto a John Marshall, presidente de la Corte Suprema entre 1801 y 1835, afirmó que entre las democracias y las repúblicas dotadas de equilibrio de poderes hay la misma diferencia que entre el caos y el orden.
Los Padres Fundadores deseaban que nos dotáramos de un sistema republicano en el que los derechos precedieran al Estado e imperara la ley. Los ciudadanos y los servidores públicos estarían sujetos a las mismas normas. El Estado sólo podría intervenir en la sociedad civil para proteger a los individuos de la violencia y el fraude, pero no tendría nada que hacer allí donde se celebrasen intercambios pacíficos y voluntarios. La democracia es otra cosa. En ella la mayoría manda, impera, bien directamente, bien por medio de sus representantes electos. La ley es lo que diga el Gobierno, y los derechos se dan y se quitan.
Sabedores de los peligros del gobierno de la mayoría, los redactores de la Constitución introdujeron en nuestra ley fundamental varias cláusulas para ponerle coto. Así, y por poner un ejemplo, para enmendar la Constitución se requiere el voto favorable de dos tercios del Congreso; y, por poner otro, al presidente de la nación lo elige el Colegio Electoral, no el voto popular.
El Legislativo está dividido en dos Cámaras para, precisamente, poner límites al gobierno de la mayoría. Cincuenta y un senadores pueden bloquear los deseos de 435 miembros de la Cámara de Representantes y 49 senadores. Por otro lado, la Constitución concede al presidente derecho de veto para que el poder de los 535 miembros del Congreso pueda ser contrapesado (para pasar por alto un veto presidencial se necesita el voto favorable de dos tercios de los congresistas).
"Frecuentemente las medidas que se adoptan no están guiadas por la justicia y el respeto a los derechos de la minoría, sino por la fuerza arrolladora de una mayoría despótica e interesada", escribió James Madison en el número 10 de los Federalist Papers. Madison venía a decir, pues, que uno de los grandes peligros del gobierno de la mayoría es que confiere un aura de legitimidad y respeto a prácticas que de otra forma serían tenidas por tiránicas. Libertad y democracia no son equivalentes; de hecho, pueden ser incluso antagónicas.
Por Walter E. Williams
© Creators Syndicate Inc.
Libertad Digital, suplemento Ideas, 14 de marzo de 2007
0 comentarios