Mientras la Guardia Civil desfilaba, ¿quién añoraba el golpismo?
El jueves 12 Zapatero volvió la vista atrás, saludó ante la bandera de Estados Unidos, pero insistió en que es la "derecha extrema" la que regresa, 25 años después. Y a la vez, Bangkok ha vivido lo más parecido a un 23-F exitoso. Los militares tomaron los edificios institucionales y los medios de comunicación. Tropas acorazadas se hacían visibles en las calles, con los efectos psicológicos que se conocen. Un comunicado militar anunciaba, desde la lealtad al rey Bhumibol Adulyadej, la deposición del Gobierno, la imposición de la ley marcial y la formación de una Junta castrense. "Ha habido una división social como nunca antes… en medio de la extendida corrupción", señaló el comunicado. Los golpes de Estado, como decía Gabriel Naudé en el siglo XVII y recordaba hace poco el profesor Jerónimo Molina, son "acciones atrevidas y extraordinarias" ejecutadas desde la fuerza supuestamente "por el bien público". Por ejemplo contra un Estado al que los golpistas ven "políticamente incapaz de prestar sus servicios".
Además de la Fiesta Nacional y del Día de la Raza, el jueves celebró la Guardia Civil la fiesta de su Patrona, en un momento en el que la imagen del Cuerpo ya no se asocia al recuerdo del 23-F más que en el inconsciente de una izquierda marginal. En pueblos y ciudades los guardias desfilaron sin que nadie piense en ellos como enemigos de la legalidad, sino como puros defensores de la misma. Y sin embargo hay quien preferiría que el recuerdo de Antonio Tejero en el hemiciclo del Congreso estuviese más vivo que el de los falsos incursores que nunca se llevaron el sillón de Zapatero.
El general Sondhi Bunyaglarin, salvadas las distancias, presenta su movimiento exactamente como lo habría presentado un Jaime Miláns del Bosch triunfante, o como lo hicieron en otras coordenadas golpistas clásicos de derechas, al estilo de Miguel Primo de Rivera, Augusto Pinochet o Jorge Rafael Videla. Un régimen parlamentario corrupto e ineficaz, incapaz de garantizar el orden, la paz y la libertad a los ciudadanos, es sustituido por un gobierno militar carente de otro programa político que no sea "restablecer el orden". Con la contundencia como principal mérito y la imprevisión política como principal rasgo, este tipo de golpes de Estado cumplen aparentemente a corto plazo su tarea pero dejan como legado un yermo en el que florecen con alegría las plantas más venenosas de la peor izquierda.
Un recuerdo: básicamente esto era lo que pretendían algunos de nuestros golpistas, y con parecida justificación. Una predicción fácil: aunque solucionen los problemas más inmediatos de su país los militares tailandeses se demostrarán incapaces de dar una respuesta permanente a las necesidades de una sociedad moderna, como sucedió en España en 1923, en Chile en 1973 y en Argentina en 1976. Y un consuelo para todos: aunque la situación de España es en lo político objetivamente peor que en 1981 y bastante peor que la tailandesa hoy nadie plantea ni remotamente nada parecido a esto entre nosotros.
Y es que nuestra derecha en 2006, movilizada civilmente, es mucho más peligrosa para los planes revolucionarios de Zapatero que la extinta derecha fósil de Torrente y Martínez el Facha. Es la izquierda quien recuerda bien, y con nostalgia, la noche del 23-F. A pesar del susto, no pequeño, el golpe palatino de 1981 fue una vacuna eficaz, y sobre todo dio a la izquierda el control total sobre la legitimidad democrática. La foto de Manuel Fraga en la misma pancarta de Felipe González y Santiago Carrillo tras el golpe ya anunciaba que la izquierda esta vez no sovietizaría abiertamente la propiedad ni martirizaría en las checas al clero, pero podría gobernar libremente aplicando medidas revolucionarias de fondo. Con consecuencias culturales, educativas y sociales que hemos visto después.
Cierta izquierda echa de menos una tentación golpista en la derecha, extrema sólo en los deseos de Zapatero. Se encuentran con una derecha que se moviliza sin complejos, se organiza y está dejando de ser inerme –como lo había sido durante décadas como resultado del franquismo y también del 23-F- pero que respeta y cultiva la legalidad democrática mucho mejor que la izquierda. La izquierda –dispuesta ella misma a "casi cualquier cosa" para echar al PP del poder, como se ha visto a propósito del golpe de Estado del 11 y 13 de marzo de 2004- estaba hasta ahora acostumbrada a tener el monopolio de las luchas civiles, y por consiguiente de los proyectos a largo plazo. Esto, con permiso del nacionalismo vasco armado y desarmado, se está terminando. No hay atajos palatinos de tipo siamés que vayan a terminar en vacunas de tipo Boulanger, o Armada, y por la misma razón que aún no somos el británico Ulster ya no somos Tailandia.
Pascual Tamburri
El Semanal Digital, 15 de octubre de 2006
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