MAYOR OREJA EN EL CONGRESO CATÓLICOS Y VIDA PÚBLICA. Así se ganan las elecciones
Llegó, habló, convenció y venció. Jaime Mayor Oreja es un político vocacional de quien el pueblo, ahora se dice la ciudadanía, se siente orgulloso. Pero no porque, con las honrosas excepciones de Jorge Fernández, Eugenio Nasarre, y unos pocos más, represente la reserva católica del Partido Popular.
Ese grupo natural, por desgracia, está aparentemente menguado en su presencia pública y publicada y parece en peligro de extinción, como si fuera una especie que ha marcado y definido el pasado pero que, ahora, está inhabilitado para ejercer un liderazgo aglutinador en el futuro. Una de las causas del errático sino del Partido Popular es la contradicción interna que tiene cuando apalea a sus profetas, a los hombres que tienen convicciones y son capaces de crear convenciones para regirse por algo más que las encuestas y los sondeos de opinión. Si los líderes de la derecha española son sólo producto de la demoscopia, la realidad social de quienes les votan siempre se sentirá insatisfecha y mareada por el cambio.
Hablamos de un hombre que conoce las artes y las partes de su oficio, que se legitima por el ejercicio de una permanente responsabilidad acreditada en todas y cada uno de las tareas que se le han encomendado. Jaime Mayor Oreja es, sin temor y sin temblor, un político de los que no abandonan el barco.
La altura moral, cultural e histórica de las naciones también se mide por la altura de sus representantes políticos. La política profesional, de la que se ha hablado con profusión en las últimas décadas y que padecemos con algo más que sonrojo en nuestro país, no es una máscara para los disfraces de lo útil, de lo práctico, de la pura estrategia, de la revancha o del infantilismo de talante. La política, en el más pleno sentido de la palabra, es un bien escaso, porque parte siempre de unos presupuestos que no son principalmente políticos, son antropológicos y culturales, éticos en suma. El efecto de solaz y sorpresa que produjo la intervención de Mayor Oreja es un síntoma más de que el desprestigio de la clase política en la ciudadanía sólo tiene un remedio: los buenos políticos, los hombres y mujeres que sustentan su actuación en un juicio cultural de la realidad desde una concepción del hombre acreditada por la experiencia de la historia.
El pasado domingo, el portavoz del grupo popular en el Parlamento europeo ofreció a los participantes en el Congreso Católicos y Vida Pública uno de los testimonios más certeros sobre los principios que deben regir la actividad política. Sonaba su confesión de arte y parte, de razón y de razones, a descargo de conciencia, a secreto guardado en lo profundo de su corazón que, en este tiempo, es imposible callar. Ante un auditorio exigente en el mundo de las ideas y de la coherencia donde los haya; ante la atenta mirada de don Manuel Fraga, responsable de muchos de los derroteros de la derecha ideológica y sociológica de España; en presencia, entre otros, de Marcelino Oreja, o de José Manuel Otero Novas, Jaime Mayor Oreja grabó sobre la piedra del agitado hoy diez mandamientos del quehacer político que merecen inspirar el Olimpo de los programas electorales.
Se puede decir más alto, pero no más claro: "La situación política que atraviesa en estos momentos nuestro país es, en mi opinión, la más grave desde el momento en que empieza la Transición en España. Y cuando digo la más grave digo la más peligrosa, la más perjudicial y la más innecesaria", dijo el ponente. ¿Qué podemos hacer los católicos? ¿Qué deben hacer los políticos católicos? Grandes ideas, pequeñas acciones: "Atrevámonos a decir siempre la verdad; actualicemos, profundicemos y proclamemos nuestras convicciones y nuestros valores; la defensa de la familia y de la libertad de educación constituyen pilares esenciales y urgentes de nuestro quehacer público; sepamos estar siempre en la vanguardia de la libertad; seamos capaces de saber organizarnos de la mejor forma posible en cada momento; busquemos y encontremos el sentido adecuado de nuestro bienestar; hay que acrecentar el dialogo y la coordinación de los esfuerzos de los cristianos que estamos en la vida pública con la Iglesia y sus representantes; atrevámonos a diagnosticar a nuestro adversario más temible, al más difícil de combatir; sepamos alejarnos de lo políticamente correcto; no tengamos miedo". Así también se ganan elecciones.
José Francisco Serrano Oceja
Libertad Digital, suplemento Iglesia, 23/11/2006
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