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Neocons

Neocons

De un tiempo a esta parte el término neocon (o neoconservador) se ha hecho común en el debate político. Se utiliza siempre como un insulto y con el ánimo de deslegitimar a quien se quiere ofender. Según nos dicen, es cosa de cábalas, lógicamente protagonizadas por judíos, en las que el culto a la guerra es sólo comparable a no sabemos cuántas cosas más. Con mucho, donde más uso se hace de él es en el entorno de Prisa.

Estos cachorros de falangistas se trasformaron en marxistas tras una ardua e intensa lectura de uno de los estudios filosóficos más interesantes de la segunda mitad del siglo XX, la breve introducción de Marta Harnecker al marxismo Los conceptos elementales del materialismo histórico. Caído el Muro de Berlín y disuelta la Unión Soviética, tuvieron que buscar mejor cobijo ideológico y, con la misma intensidad intelectual y el mismo compromiso ético, se reconvirtieron en progresistas, una corriente amorfa carente de un programa positivo pero siempre dispuesta a atacar cualquier escuela liberal-conservadora. Con el mismo rigor con que se hicieron marxistas y luego se transformaron en progres critican hoy el neoconservadurismo.

Los denominados neocons normalmente no se reconocen a sí mismos bajo este título y no se sienten parte de un grupo. Sin embargo, de hecho lo son. No aspiraban a crear una escuela de pensamiento; sencillamente, defendían sus posiciones en las batallas culturales que han caracterizado la historia reciente de Estados Unidos. Son, por encima de todo, un fenómeno norteamericano, una expresión de la fractura interna del Partido Demócrata tras la crisis moral producida por la guerra de Vietnam.

Después del ascenso de McGovern, y la consiguiente derrota de Jackson, los demócratas iniciaron una nueva etapa de su historia caracterizada por el relativismo moral, las políticas de discriminación positiva y las estrategias de apaciguamiento. Con el giro a la izquierda, un importante núcleo de intelectuales decidió marcar distancias y, finalmente, instalarse entre los republicanos. Algunos se quedaron, como el ya difunto senador Moynihan, que cedió su asiento en el Senado a Hillary Clinton, o el también senador Liberman. Otros, la mayoría, se incorporaron al Partido Republicano de la mano del también ex demócrata Ronald Reagan.

Son varios los libros que el lector puede encontrar en los anaqueles de la librerías anglosajonas sobre el fenómeno neoconservador. El último de ellos es del joven historiador británico Douglas Murray, de apenas 27 años. Su libro no es mucho mejor que algunos de sus precedentes, pero tiene unas características que lo hacen especialmente atractivo para el público español o en lengua española. Murray no ha participado en las citadas guerras culturales, escribe desde Europa, con un trasfondo histórico e ideológico bien distinto, y además lo hace desde una generación que irrumpe ahora en la vida pública. Con Murray el neoconservadurismo se hace más asequible y fácil de entender para alguien que no sea norteamericano. Tanto en su dimensión histórica como de actualidad.

Dejando a un lado episodios concretos de interés limitado para un europeo, Murray se centra en los aspectos fundamentales, enmarcándolos en un trasfondo histórico suficiente, sin agobiar al lector con citas y datos. El eje es la tensión entre Derecho Natural y Derecho Positivo, con su inevitable corolario en el debate sobre el relativismo moral. De lo general se pasa a lo particular, a sus efectos en educación, integración, bienestar o política exterior.

Esa perspectiva europea implica una continua reflexión sobre la validez de los postulados de esta escuela para el Viejo Continente. A la pregunta de qué es un neocon, Richard Perle contestó en Madrid, ante una audiencia de universitarios, que no era otra cosa que un clásico liberal-conservador. La respuesta implicaba, una vez más, el rechazo a la palabreja. No quieren ser vistos como un grupo, sino como parte de una corriente mucho más amplia. Pero hay que reconocer que la equiparación con el término liberal-conservador es insuficiente.

Tanto en la tradición política norteamericana como en la europea ha habido liberal-conservadores amorales, inmorales y morales. La aportación básica de la escuela neoconservadora es, precisamente, el carácter moral que imponen a cada acto, como expresión de los valores de la democracia. Ese compromiso siempre ha existido en Europa y ha estado presente en los partidos de esta tendencia, aunque sólo como una actitud política más. En ese sentido, Perle tenía razón. Como ha señalado en alguna ocasión Manuel Coma, un neocon es un "realista" con principios.

La escuela neoconservadora es profundamente europea, y sus postulados no pueden extrañar a nadie que tenga una cierta formación en nuestra propia historia. En el Viejo Continente prima hoy el relativismo, y de ahí los problemas que padecemos. La experiencia de nuestros equivalentes norteamericanos nos puede ser de gran utilidad para afrontar los retos que tenemos ante nuestros ojos y que no podemos obviar.

Por Florentino Portero

DOUGLAS MURRAY: NEOCONSERVATISM. WHY WE NEED IT. Encounter Books (Nueva York), 2006; 247 páginas.

Libertad Digital, suplemento Libros, 23 de noviembre de 2006

 

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